21.6.04

La saga(cidad) narrativa de Alejandro Espinoza

Por Gabriel Trujillo Muñoz


Baja California comienza a poblarse de ciudades invisibles, a la Italo Calvino, creadas por sus propios narradores. Desde hace más de cuarenta años, con Los últimos chinacos (1963) de Lauro F. Gutiérrez y Calle Revolución (1964) de Rubén Vizcaíno Valencia, Mexicali y Tijuana fueron invocadas como metrópolis imaginarias, como escenarios para ubicar las hazañas del agrarismo (en Gutiérrez) o las tragedias del bracerismo (en Vizcaíno). Luego llegarían la Tijuana nostálgica de Federico Campbell, el Mexicali policiaco de Gabriel Trujillo y la vida fronteriza urbana de Luis Humberto Crosthwaite, Carlos Adolfo Gutiérrez Vidal y Rafa Saavedra. A esta lista ahora se agregan dos libros definitorios para la evolución de la literatura bajacaliforniana como panorámica citadina: La saga: Una novela filosófica (ICBC, 2003, premio estatal de novela 2002) y La ciudad y sus silencios (ICBC, 2003, premio estatal de cuento) de Alejandro Espinoza (Mexicali, 1970).

Tanto su novela, la primera de Alejandro, como su libro de cuentos, el segundo en obtener el premio estatal de literatura en este género, muestran los enormes avances que ha conseguido Espinoza, quien con estas obras demuestra ser el mejor narrador de la generación de los años setenta. Y es que Alejandro es un escritor que logró que jurados como Anamarí Gomis, Mónica Lavín, Jennifer Clement, Enrique Romo, Magali Martínez Gamba y Saúl Ibargoyen le otorgaran un reconocimiento unánime a su trabajo creativo. Tanto La saga como La ciudad y sus silencios son obras complementarias: ambas se distinguen por narrar "la historia de los mundos que la ciudad construye" a través de los gestos y acitutdes de sus habitantes. En estos relatos, "todos somos personajes... somos testigos de las reconstrucciones, transformaciones y destrucciones del escaparate urbano, convirtiéndonos a su vez en parte de su propia mitología".

Y la nueva mitología urbana que Alejandro Espinoza nos revela es la de Mexicali, ciudad fronteriza, con sus comedias y tragedias al por mayor. Una realidad extraña, donde la mente se desdobla y "todo no está ni mal ni bien", sino hecho un nudo sin solución, una conciencia aterrada viajando en la cajuela de un auto. Una travesía por la Disneylandia de la imaginación donde siempre acabamos en el mismo punto de partida. Pero es en La saga: Una noveleta filosófica donde Alejandro establece las coordenadas de una narrativa sagaz, que deja fuera el reflejo mecánico de la realidad o el homenaje pop a la vida bloguera para adueñarse con una prosa que es puro juego imaginativo, pura complicidad gozosa con el lector, de una ciudad fronteriza como Mexicali y de un personaje borderline como Seamus O'Reilly, un veterano de Vietnam con delirios de persecución y una particular visión de la condición humana, que deja como testimonio de su caótica existencia un manuscrito titulado "La saga: Una novela filosófica", que nos es presentada aquí con todo el aparato crítico necesario no para comprenderla mejor sino para perdernos en sus páginas gracias a las notas explicativas que acompañan cada capítulo y son una deliciosa novela alternativa para gustos retorcidamente académicos o espíritus demenciales alternos.

Así pues, nos encontramos frente a una metanovela que, en la tradición de Pálido fuego de Vladimir Nabokov, cuenta el cuento que nos cuenta y establece, a la vez, un discurso múltiple: el de la novela de O'reilly, el de las notas de los críticos –entre ellos un tal Humberto Félix Berumen y un Gabriel Trujillo Muñoz-, el de un asesino secuestrador, y el del propio autor de todo este tinglado, cuya voz narrativa une todas las piezas no para darle mayor claridad a la trama sino para reírse del orden del mundo, de la lógica de la realidad. Pero La saga no es una escenificación más, una diversión retorcida que utiliza el pretexto de un gringo loco que vive en el centro de la ciudad y habita una especie de casa-fortaleza-torre gnóstica para burlarse de la crítica literaria, la psicología, las ciencias sociales o los estudios culturales. Espinoza es un narrador inteligente pero no sádico, con humor negro pero sin llegar al sarcasmo impenitente. Alejandro no se cree superior a sus lectores ni ve a la creación literaria como una competencia de talentos, como un arma para golpear al adversario. Su narrativa es la de un escritor difícil mas no oscuro, un contador de historias que muestra sus cartas en sobre la mesa y no trata de engatusarnos con juegos de salón o trucos de filósofo cínico que está más allá del bien y el mal. Un relator que sabe contar las vicisitudes de una metrópoli desde el corazón perverso de sus hijos, entre los cuales se halla él mismo.

La saga es una novela tierna y un rompecabezas, una divagación literaria y un crucigrama, un mapa urbano y un canto al amor como accidente y a la cultura como pesadilla, un manual para sobrevivir a nuestros propios demonios y un diálogo filosófico entre el Orale y el You were here. O como Seamus-Espinoza lo dice: "los mexicanos son buenos contadores de anécdotas, construyen una historia llena de detalles sobre los personajes más coloridos. Tengo la intención de desarrollar esa habilidad, por eso los escucho todas las noches para averiguar sus ritmos, sus entonaciones, la manera como su imaginación los lleva rumbo a la historia de su propia identidad".

Y eso es, precisamente, lo que Alejandro Espinoza ha hecho en su primera novela y en su segundo libro de cuentos: ha visto "la fortaleza de la anécdota" y ha creado, como el caracol su concha, un mundo en espiral donde la vida da vueltas en círculos cada vez mayores sobre el eje de un "absurdo entramado, una especie de limbo donde aquellos que atravesaron la pesadilla de la guerra suelen descansar, junto con los espíritus del pasado, en espera de otras pesadillas". En semejante narrativa el lenguaje espinoziano despliega sus mejores recursos expresivos cuando pasa, de un capítulo a otro, de la crónica desatada al estoicismo metafórico, de la estética de lo simultáneo al monólogo desquiciante, un habla que da sentido a "drogadictos, alcohólicos, ancianos casi perdidos de razón, así como a otras criaturas urbanas" que viven en esa línea de sombra que es el Mexicali contemporáneo: una ciudad de filósofos vagabundos y asesinos histéricos, de gatos acorralados y vidas de cuadritos, de narradores, como el propio Alejandro, que han logrado hacer de "tortura y vejación, aburrimiento, humillaciones y vicios, vacíos espirituales y desdenes corporales" una novela donde la vida fronteriza es fiesta de bienvenida para el dios salvaje, una puesta en escena del mundo que viene, de la locura que ya brilla en las frenéticas pupilas de todos nosotros.

Después de leer La saga uno espera poder acceder al resto del legado de Seamus O'Reilly, ese gringo loco que es, sin duda, el mejor escritor-protagonista literario de la literatura bajacaliforniana actual, un personaje cuya obra prueba, en su laberíntica potestad, que la vida es una bella hija de puta, una historia inconclusa que nunca está definitivamente contada. Gracias a este par de libros de Alejandro Espinoza, Mexicali aparece con una nueva luz: como un conjuro de sangre, como "un carrusel de vertiginosas naderías", como un perpetuo signo de interrogación. Texto abierto a todas las conclusiones posibles en "los tiempos de la nada". Aquí, en estas páginas singulares, Mexicali empieza su viaje hacia el mito universal como experimento colectivo, como escritura automática. Literatura inyectada de vida, enferma de imaginación.

18.6.04

extraño. . .

la sonrisa californiana. la mirada como de fanático religioso de los habitantes de california. el torso de un vagabundo que corre enloquecido por y en las calles. el olor de los bares en mexicali. cuando entras a una casa y el aire acondicionado te pega directamente en la cara. sentarme en el jardín de uno de mis amigos, los que viven todos juntos en la misma colonia, y disfrutar de una cerveza, del olor a carne asada, y de la complacencia aburrida pero tan tierna y hermosa con la que pueden pasar sus días. el olor a diesel de los autobuses que van a Tijuana. Tijuana. el color de las carreteras que llevan de Mexicali a San Diego. viajar en auto, observar el camino desértico, escuchar música en el autoestéreo. el espectáculo apocalíptico que es Los Angeles. la admirable devoción con que las obreras acuden a diario a partirse la madre en un espacio efímero que produce bienes desechables. el rostro de estas admirables mujeres. y los hombres que las acompañan también. mi casa. será aun mi casa. los rayos penetrantes del sol. el rostro arrugado de los señores y señoras que caminan a prisa por las calles de mexicali. el boom boom de los autoestéreos de los vecinos. el sonido de los carros que cruzan la calle que se encuentra detrás de la casa, el modo como este sonido arrulla y te lleva al sueño. las palabras a veces enigmáticas de bibi, como por ejemplo: "tengo en los ojos el rayo de luz del foco que está en la sala y se refleja en la ventana del pasillo". el olor de la comida mexicana. la personalidad de las gasolineras mexicanas. cierto escándalo mudo al interior de los antros y bares de la ciudad. el frenesí de la frontera. la imagen de tipos que brincan cercos para caminar por sembradíos. los robos domiciliarios. lavar el carro los sábados al mediodía. el olor de las llantas y el "Armor All". la presencia de un gato que sufre de gigantismo. la personalidad de los olores de las casas de amigos y familiares. la risa de los amigos. la primorosa ingenuidad de la gente. el silencio. los cines. los comentarios de películas mientras se decide qué cenar. el amor. Los ojos de Bibi. Los bailes de Bibi. el ejercicio idiota de recordar y extrañar. el ejercicio idiota de escribir.

8.6.04

ALAMEDA
de Elliot Smith. Algo de esto me ocurre en Santiago. . .


you walk down alameda shuffling your deck of trick cards over everyone
like some precious only son
face down, bow to the champion
you walk down alameda looking at the cracks in the sidewalk
thinking about your friends
how you maintain all them in a constant state of suspense
for your own protection over their affection
nobody broke your heart
you broke your own because you can't finish what you start
walk down alameda brushing off the nightmare you wish
could plague me when i'm awake
and now you see your first mistake was thinking that you could relate
for one or two minutes she liked you
but the fix is in
you're all pretension
i never pay attention
nobody broke your heart
you broke your own because you can't finish what you start
nobody broke your heart
you broke your own because you can't finish what you start
nobody broke your heart
you broke your own because you can't finish what you start
nobody broke your heart
if you're alone it must be you that wants to be apart


3.6.04

Patético: Actualmente, esto es lo único que me pone de buen humor. Citas de Groucho Marx.

Well, art is art, isn't it? Still, on the other hand, water is water! And east is east and west is west and if you take cranberries and stew them like applesauce they taste much more like prunes than rhubarb does. Now, uh... Now you tell me what you know.

If I held you any closer I would be on the other side of you.

From the moment I picked your book up until I laid it down convulsed with laughter. Someday I intend reading it.

Outside of a dog, a book is man's best friend. Inside of a dog, it's too dark to read.

He may look like an idiot and talk like an idiot but don't let that fool you. He really is an idiot.

It is better to have loft and lost than to never have loft at all.

I must confess, I was born at a very early age.

You've got the brain of a four-year-old boy, and I'll bet he was glad to get rid of it.

I have had a perfectly wonderful evening, but this wasn't it.

A woman is an occasional pleasure but a cigar is always a smoke.

There is no sweeter sound than the crumbling of your fellow man.

Those are my principles. If you don't like them I have others.

A man's only as old as the woman he feels.

Military intelligence is a contradiction in terms.

Time Flies like an arrow. Fruit Flies like a banana

Time wounds all heels.