10.9.04

El mejor narrador de todos los tiempos
Escribo estas líneas mientras escucho por una estación de radio internet un clásico del hardcore punk, In my eyes, the Minor Threat, (It's in my eyes it´s in my eyes it's in my eyesssssss!!!!!) cuando de pronto llego a la siguiente conclusión: George W. Bush es el mejor narrador de nuestro tiempo. Claro, la cantidad de efedrina que corre por mis venas es suficiente como para que la realidad se torne, pues, peculiar, pero de todos modos. Debo comenzar de manera contundente. Bush es uno de los grandes, ahí con San Mateo, Rabelais o el tipo que conocí una vez en un mercado municipal y que juraba haber vivido en carne propia los orígenes del desierto, prefigurados como una batalla entre manos de viento imaginarias y un polvo que poco a poco fue deformando un escenario vegetal. No me crean, el tipo existió. Es en serio. Se llamaba Julián.
Decir que Bush es una de las más vitales voces de la narrativa contemporánea, actual, presente, reciente o inmediata, tiene el peso necesario e indicado por los relatos que ha contado hasta la fecha. Y que sigue contando. Es un narrador de lo espectacular, un narrador que llena los vacíos de una vida que se vive desde fuera y que ya nos hace olvidar incluso hasta el color de los calzones que traemos puestos. Déjenme checo. ¡Ah, sí! Fucsia. Con un corazón roto pintado en el cachete izquierdo de la nalga.
Relator infatigable, desde el once de septiembre del 2001 ha construido una de las fantasías más impecables que la historia reciente jamás haya conocido. Sí, podemos situarla ahí, justo en el meollo del asunto, justo en el problema. Este es un tipo que tiene la fiel intención de devolver al mundo la capacidad que tiene una historia de revelar, desvelar, hacer llorar, recobrar los sentidos que puede tener la realidad. Hay quienes dicen que las notas preparatorias a su novela son una cosa extraordinaria, pero las guarda en un blog secreto que sólo el perro schnauzer que vive en la casa de su papá, Bush Senior, conoce la clave de acceso. Cuestiones de seguridad nacional.
La gripe es maligna y de pronto la estación cambia de Minor Threat a Yes. Recuerdo a un maestro que tuve en la secundaria, panista, un tipo reaccionario con cabeza en forma de televisor, que era fanatiquísimo de Yes. Siempre me preguntaba, claro, a los trece años "¿Cómo puede hacerle un tipo que de seguro juró enfrente de la lápida de su padre que jamás entraría en sus pulmones el dulce aroma de la mariguana, para disfrutar a un grupo como Yes?". Recuerdo como este maestro, después de revelarnos su fascinación por el imbricado sonido de los ingleses ahora regordetes, en una versión completamente inversa a la del maestro que hace Robin Williams en La sociedad de los poetas muertos (disculpen la traducción chocante, así me salió) decidió presentarnos una versión distinta de la historia de México. Desde ese momento, su clase se convirtió en la muy entretenida desmitificación de próceres y eventos pasados en esta pesadilla que llamamos patria y que sólo necesita un golpe de estado para que las cosas ahora sí se pongan curadas. Nadie le creyó, por supuesto -digo, ¿quién le cree a alguien que renuncia a los placeres de la mota bendita?- pero todos nos mantuvimos sumamente entretenidos.
No puedo creer que vaya a admitir esto, pero, en realidad, ese fue mi primer gran maestro, la primer persona que me enseñó a escribir ficción. Diez años después, me lo encontré en una asamblea en la escuela de ciencias sociales y políticas, donde se discutían los pormenores de la rebelión de los zapatistas. Nos vimos mutuamente. Yo me reí. En serio, el tipo tiene realmente la cabeza en forma de televisor.
Es por él que declaro a George W. Bush como un gran narrador. Bueno, en realidad, es un narrador mediocre, pero si algo me han enseñado este tipo de personas, es que siempre tienes que comenzar con algo aparentemente insólito. Algo que haga enojar a todas las señoritas victorianas que tenemos dentro, sobre todo aquellos que aun nos consideramos izquierdosos. Algo que haga reír pero a la vez preocupar a todos los señores canosos y fumadores de pipa que tenemos dentro, sobre todo aquellos que aun nos consideramos derechosos.
W (o sea, ¡miren nomás la gracia que tiene el tipo para introducir al diccionario de autores importantes un seudónimo tan sucinto como "W"), es alguien que comenzó su historia a partir de un hecho insólito. Un conciertito efectuado para que las amas de casa en Atlanta, Georgia, en alguna favela brasileira, en una de esas pichoneras que hay en el De Efe, se quedaran tan consternadas por la realidad, que sus sentimientos encontrados -¿qué hago, lloro, respiro, sigo pensando en el revolcón que me di anoche con mi esposo?- no las dejaron terminar sus labores domésticas. Pocos narradores en la historia, han tenido la contundencia que tuvo W para iniciar una novela. Lo interesante fue que cada uno de nosotros comenzó la novela desde una parte distinta. Yo recuerdo que la comencé en la televisión de una cafetería. No se me olvida el principio, el primer capítulo. Primero se ve un avión atravesar un edificio que para mí, por lo menos hasta ese momento, había permanecido anónimo, y luego se escuchó una voz. Creo, fue la voz de quien estaba grabando. La voz dijo primero WOW! Luego dijo Oh, Shit! Pocos seres humanos han sido capaces de intervenir de manera tan impresionante a la conciencia como lo hizo W con este inicio. Imagínense, pasar en un lapso de milésimas de segundo, de un WOW a un Oh, Shit, admirarse del espectáculo e inmediatamente después darse cuenta de las consecuencias de dicho espectáculo. Una de las gracias que ha tenido la ficción es la de permitir al lector, primero, concretar lo que está leyendo, para luego. . .reaccionar internamente ante la representación que se va formando en su mente. Nadie lo había hecho de manera tan inmediata como W. Ni el cine ha podido producir esa sensación de ¡YA! que tuvo su primer capítulo. Recuerdo un gran narrador, ya pasadito de años (lo conocí una noche. Nos sentamos en una mesa, tomamos vino. No habló. No me cayó bien) que decidió convertir al lector en escarabajo casi al inicio del primer capítulo. Muy interesante, muy complejo el entramado que fue construyendo para que el pobre bicho en el que nos habíamos convertido saliera de los escenarios grises en los que habitábamos en aquel entonces. Pero no se compara. Recuerdo a otro narrador (no lo conocí, pero dicen que vivió un tiempo cerca de mi casa de verano) que decide contarnos la historia de cómo alguien simplemente puede subirse a un auto, a un vagón de tren, o caminar por las carreteras, y de pronto, cosas pueden ocurrirle. Y de cómo esas cosas que le ocurren, pues, le dan sentido a la existencia. O por lo menos le ayudan a disfrutar más del jazz que se escucha en los bares. Hay otro narrador que nos cuenta cómo hacer un viaje larguísimo, preferentemente en barco, rumbo a esa nada que todos buscamos, para que al final te encuentres con la oscuridad, y que eso es la vida.
Ninguno de estos le llega a W. W es grande.
Lo más grande de W es que su historia es continua. Los capítulos se van armando conforme vamos reaccionando a los sucesos. A veces decimos sí, a veces no, a veces sacudimos la cabeza, a veces nos imaginamos en una cantina de Texas, tomando aguardiente con el escritor, y no sabemos si lo tomaríamos del cuello y lo degollaríamos, o si nos arrodillamos frente a él decimos "Maestro: condúzcame hacia la luz. Necesito ver la luz". Porque lo que W hace es sentir en carne propia la muere misma. Lo hace con una escenografía espeluznante, llena de edificios derruidos y señores con barba que gritan mucho y tiran monumentos. Hace unas descripciones ultrarrealistas que hacen que todos sigamos el hilo de la historia con interés. Y este es uno de sus grandes recursos, lo utiliza una y otra y otra vez: la idea es hacer creer al lector que lo que está viendo es real, porque está mal registrado. Tiene una manera muy peculiar de describir las cosas, que lo hacen a uno sentir como si estuvieras viendo registros y documentales de los cincuenta: fotos granulientas, imágenes mal grabadas, movimientos bruscos de cámara; no sé cómo le hace, pero de alguna manera, logra transportar toda esa vibra a su narrativa.
Y claro, todos pegados como chinches al libro que W nos va armando. Cada quien inicia donde quiere, y al mismo tiempo, cada quien, obvio, tiene su lectura personal del relato. Unos dicen chale, este tipo se pasóoooo. . ., otros dicen chale, qué loco está este tipooooo. . .otros se quedan callados y a veces emiten opiniones después de un buen rato: creo que está jugando con nosotros, y eso no se valeeeeee. . .
En algún momento del texto mencioné la palabra "mediocre". Creo que fue antes que me sobara los dedos de los pies, cuando me golpeé con una esquina de la cama, por estar bailando slam con la canción de M. Threat, pero como luego comenzó Yes y luego Prince, perdí el hilo de las ideas. Muchos han detectado una cierta mediocridad en el relato de W. Lo que pasa es que consideran que sus relatos recurren mucho a lo bombástico, con el afán de convencer al lector de que las cosas realmente suceden como él las plantea. Yo difiero un poco con estos críticos. No han puesto sus miradas incisivas en el ojo del huracán: lo que pasa es que W, como todo buen narrador, tampoco está convencido de que lo que cuenta es verdad. Entonces, tiene que repetir una y otra vez que los hechos son ciertos, que no es ficción, que no son mentiras que se le van ocurriendo mientras construye el relato. Un recurso loable, aunque sí admito que puede confundirse con una cierta inseguridad hacia la veracidad de lo narrado.
Sin embargo, no es tan despreciable el recurso, si se toma en cuenta que W quiere devolverle al mundo la construcción de una de las grandes narrativas: la de la épica guerrera. Quiere inculcarnos la idea de que nunca ha existido el antihéroe, de que todos en el mundo son, en realidad, o enemigos o salvadores de la humanidad. Y no hay vuelta de hoja. El gran relato exige que podamos leer su épica como una historia de lucha constante por llevar al mundo hacia la libertad. Sobre todo la libertad de seguir construyendo historias. De seguir relatando la batalla diaria del existir cotidiano. En este sentido, W es un maestro de la forma.
Sobre todo por el riesgo que toma, al enfrentarse a situaciones o plantearnos escenarios que ni la señora que vende periódicos amarillistas puede creerlos. La calidad de su relato, y aquí está el problema, no está en su voz. No es una voz literaria que convence por la elocuencia de sus construcciones verbales. Lo suyo es el estilo, el artificio, el modo cómo va llevándote de un plano a otro sin que te des cuenta de ello. Trata de recurrir a la rápida sucesión de los hechos, para que no te detengas ni por un segundo a preguntarte o verificar si lo que te está contando sucedió o no.
Recuerdo una escena que leí, no podré olvidarla, era algo así como una mezcla entre farsa y experiencia catártica. No sé si la recuerden, es aquella en la que coloca a los malos en una especie de calabozo, un rollo bien Conde de Montecristo, pero magnificado con muchos, muchos personajes. Los buenos comienzan a jugar con ellos, se avientan una especie como de representación del Prometeo Encadenado (si algo tiene W, es una formidable capacidad para integrar referencias de todos lados) donde los amarra y los pone a actuar como mascotas, los desnuda, los abre de piernas, los hace subirse a un pedestal para representar la escena de la cruz (nada tímido para el riesgo, construye este capítulo un poco antes de que Mel Gibson, ese Caravaggio del cinema simulité, exhibiera su pasión del cristo empapado de sangre) y con eso parte a inducir al lector hacia una serie de dudas, de las cuales, espero, nos tendrá a todos con el hocico abierto hasta que nos lleve al desenlace. Recuerdo que, cuando estaba leyendo el pasaje -por supuesto, yo junto a millones y millones de lectores alrededor del mundo, pero en ese momento estaba en un avión, imaginando la posibilidad de que se recrearan los hechos que iniciaron la historia- una muchachita holandesa de dieciséis años con serios problemas de acné y que acariciaba una barra de chocolate me dijo "este tipo está loco". Y por supuesto que yo lo celebré: "¡Claro que está loco! ¡Loquísimo! ¡Inventivo, inaudito en la manera como nos lleva de un lado a otro! ¡Una imaginación desbordante, en la plenitud de sus facultades creativas!" Me emocioné tanto, que tuve que levantarme de mi asiento y fingir que el avión estaba siendo secuestrado por esa muchachita que guardaba un morbo especial por el cacao, sólo para ver qué ocurría.
Lo más interesante de todo es que aun no conocemos el final W quiere que el desarrollo de la historia se dé con el tiempo; no necesariamente que el tiempo juzgue la calidad del relato y su desenlace, sino que el desarrollo de la historia misma construya el desenlace. Acá entre nos, W me confesó en una entrevista secreta que tuve con él hace como dos meses (hablamos sobre petróleo, obviamente, pero también sobre la virtud esclarecedora que la pena de muerte puede tener en la vida de una comunidad tan civilizada como la del estado de Texas, así como de la historia de Daniel Johnston, cantautor olvidado que nació en Austin) que su plan es desaparecer de la vida pública. Convertirse en un hermitaño, a la manera de Salinger. No pude dejar de notar un cierto tono romántico en esta declaración, aun a pesar de que W no se considera, al menos en el ojo público, como alguien que rehuye la atención de las cámaras. Pero también me dice que, por lo pronto, hay material narrativo como para unos años más. Hay quienes ya están hartos de la novela, yo no. Yo quiero que continúe. Como todas las cosas, en algún momento deberá llegar a su término Él dice que por lo pronto, le está apostando a las últimos puntajes del New York Times Best Seller List, para ver si aun hay público que quiera seguir con él, que desee con todas sus fuerzas, continuar con este gran relato, que recupera en el ser humano la habilidad para sentir la sangre, el sudor y las lágrimas que se sufren en esta lucha diaria que es la vida global.
El día de mañana se celebran los primeros tres años de este gran relato. No sabemos si durará tres, cinco, o cien años más. Lo que sí sabemos es que, por lo pronto, todos nos hemos pegado una divertida tremenda con las historias, todos hemos sufrido, nos hemos tenido que sentar en nuestros sillones, hemos tenido que salir corriendo a las calles en pijamas y con el dedo pulgar en la boca, para contarle al otro, a éste y a aquél, los grandiosos pasajes, esa gran montaña rusa virtual por los que nos ha transportado el gran W. Esperemos con ansiedad el desenlace.