10.11.04

Frase inquietante que produce, una vez más, desasosiego:

I like to think (it has to be) of a cybernetic ecology where we are free of our labors and joined back to nature, returned to our mammal brothers and sisters, and all watched over by machines of loving grace.

-- Richard Brautigan
La obra de arte jamás te dice una mentira.

Puede develar misterios, presentar digresiones, transgresiones, convulsiones del entorno y la percepción; puede revelar y revelarse, puede ser discrepante; puede poner al descubierto los límites del lenguaje, puede ser un diálogo fallido, un intento precario, una triste muestra de ingenuidad; presenta procesos, lidia con el devenir y el tiempo, los sistemas y las individualidades al interior de éstos; puede presentar digresiones y divagaciones, esencias y aglutinamiento de modos históricos, percepciones del tiempo y del hombre, de la naturaleza y el ocaso de la misma, presenta temores, fobias, los tejidos del deseo y el consumo, la enajenación y el desencanto; presenta pureza o franqueza, o la delgada línea que divide a la realidad de su campo reproductor; muestra ideas, conceptos, teorías generales, toda una filosofía puesta en acción (cuando la filosofía entra al campo del arte, se termina la transgresión); interviene, se sitúa, a veces presenta discursos que sólo pueden demostrar su futilidad, su venir a pérdida con el paso del tiempo; en el peor de los casos, el discurso que se nos presenta sólo nos ubica en ese vacío que resulta del encuentro con algo que no está bien sustentado; puede devenir época, momento, localidad, condición de ilusoria permanencia.
La obra de arte puede hacer todo eso. Pero jamás te dice una mentira.
Duchampiana 011

Imposible insertar en el conexto de la frontera una propuesta duchampiana. Aquellos que lo han abordado, lo hacen desde la idealización de una figura, el personaje Duchamp, no desde su particular acomodamiento en el mundo como una de las ideas humanas volcadas al lenguaje del arte que han existido. En Duchamp todo se produce a través de líneas de fuga, interconexiones, asociaciones que, en el ejercicio de la indeterminación, terminan estableciendo un orden, ahí donde eros, civilización, progreso y el ser humano-máquina-proceso, juegan al juego de entenderse en el tablero que señala una existencia imbricada que perdió su rumbo.

En la frontera, todo es inconexo, inmediata figuración del entorno, aislada de todo sistema. Un sitio donde se producen situaciones, momentos, campos narrativos desde donde permea la experiencia poética. Cuando descubramos los hilos que tejen y entretejen las tarimas de nuestro entorno, entonces podemos encontrar a Duchamp. Los pocos intentos que se han hecho por abordar la visión duchampiana en la frontera, han sido meros ejercicios de emulación a través de referencias ambiguas: el catálogo, una que otra cita del autor, o la simple imagen iconografiada del artista.

Esto es bueno y malo a la vez.