16.4.05

Pin Pon. Me siguen abrumando las historias que escucho sobre la época de la dictadura. En su interior se halla toda una narrativa que no es muy escarbada por los chilenos, quizá porque se les escapa el relato mismo, y su intención es la de historiografiar su pasado.
Pin Pon era un programa infantil que se transmitía en Chile a fines de los sesenta y principios de los setenta. Era conducido por dos protagonistas, Valentín Trujillo, un pianista prodigio que después cobró fama como el músico de cabecera de Don Francisco (en Sábado Gigante) y Jorge Ochoa, el mencionado personaje de Pin Pon. Éste era una suerte de Pulgarcito pero con gracia de payaso. Aparecía en pantalla parado encima del piano, bailando y contando historias que el pianista iba musicalizando al instante. Pura improvisación, y muy efectiva debo admitirlo. Pin Pon construiría relatos a partir de una ocurrencia, una palabra en particular, y Valentín se aventaría un score musical que sirviera de contrapunto para el relato. Golpeteos suaves cuando se describían los pasos lentos del personaje, música de misterio cuando se iba a revelar algo, todos los efectos que puedan concebirse por un piano.
Cuando cayó el régimen de Allende, el programa fue --como sucede con muchos programas infantiles-- el foco de atención de los militares en el poder. Poco faltó para que la producción del programa estuviera acompañada de soldados, mismos que portaban sus rifles mientras los dos conductores contaban sus historias.
Para producir el programa, el actor que hacía de Pin Pon estaba situado en una cámara aparte, separado del pianista, y sus acciones las realizaba bajo la mira de soldados que estaban a su alrededor. Había veces en que el personaje tenía que voltear hacia arriba --para describir el cielo, el vuelo de un pájaro, unas montañas-- y en el estudio, en la parte superior, a la vista de Pin Pon, estaba parado un soldado con su rifle desenfundado. Por mucho tiempo, este actor tenía que ir construyendo historias literalmente a punta de cañón. Era obvio que no iba a aguantar mucho.
Eso sí, según cuenta el mismo Jorge Ochoa, las historias llegaban a conmover tanto a los milicos, que para la mitad del relato, descansaban sus armas y se ponían a escucharlos.