7.10.06

Una de las virtudes de la rutina --trazo histórico que viene desde que el ser humano descubrió el trabajo-- es la circunspección. Deambulamos por los mismos sitios, repetimos imágenes, éstas se van almacenando conforme nos familiarizamos con sus ritmos, a veces se identifican incluso que los tiempos y los movimientos son de tal naturaleza, que podemos ir descubriendo el pequeño orden con el que se dibuja lo que otrora se concibe como caos.
Esto es, como el perro que primero tiene que dar vueltas alrededor de sí mismo para poder asignarse un espacio en el universo, nosotros giramos alrededor de trazos urbanos que poco a poco van definiendo un mundito dentro del mundo. De la casa al trabajo a los sitios de recreo, gran parte de nuestras vidas las conforman estas trayectorias. No malamente consignamos estos actos como parte de la abulia y el tedio de la existencia pero, pues, no necesariamente tiene que ser así. Hay breves lapsos de lo poético en estos procesos.
Y no se trata de obtener una poética de la domesticación, ese mundo de los objetos y las palabras que pueden configurarlas en su esencia al momento de escribir con el talante del ejercicio poético. Se trata, más bien, de añadirle un carácter menos "reumático" a las visiones cotidianas de la existencia.
Desde hace varios meses, he estado pensando en una colección de estas visiones --imágenes, más que nada, con su acompañante movimiento, su acompañante significado-- que bien a bien las revisito una y otra vez. Quisiera verlas, proponerlas como obras, que ese orden confeccionado por mi rutina van esculpiendo y/o armando a mi paso. También pueden ser al paso de quien pudiera experimentarlas en acción. He aquí unos ejemplos.
En una calle del fraccionamiento Los pinos puede uno encontrarse una casa amurallada, el estilo de fortalezas que los habitantes de este fraccionamiento suelen armar para sentir una seguridad que de todos modos no existe. Pues bien, en estos muros terminaron de instalar unas de esas columnas de foam que recubren con cemento para simular columnas reales. En todo el sentido perdido de la estética clasemediera, las columnas tienen un pedestal corintio. Pero eso no es todo. Les acaban de instalar, en la cima de cada pedestal, un angelito. Cada angelito carga con un instrumento distinto. Unos están colocados con la vista hacia fuera del predio, otros con la vista hacia dentro. Por las noches, me di cuenta que ya les instalaron unos focos. Para que los angelitos se vean de noche.
Se supone que un narrador debería archivar estas pequeñas visiones y concentrarlas en un todo narrativo que de fe de su existencia, o dentro del marco de una historia que, por ejemplo, nos hable del simbolismo detrás de la imagen. Bla Bla Bla. Yo quisiera proponer, en un futuro, que para vivir la experiencia de la visión transmitida por imágenes como esta, el espectador debe recurrir a ella. Así nos salimos de nuestras nuevas circunspecciones (las manos guiadas por un teclado-prótesis, los ojos guiados por el imaginario rectangular de la pantalla de la computadora), y retomamos las calles. Por lo menos en la circunspección de la ciudad de Mexicali, puede uno asistir a estos sitios que con el paso de los días pudiera estar describiendo. Así la experiencia de la circunspección se comparte de modo distinto. Yo sólo serviría como una suerte de "guía" (a la manera como el personaje de Amelie guió la mirada ciega de aquel anciano que se encontró en la calle) y, con toda la humildad del mundo, podría estarles indicando sitios, visiones, imágenes constantes de la vida en Mexicali, que a razón de la perspectiva tediosa de la rutina, normalmente no nos detenemos a ver.
Para aquel lector posible de este blog. . .pudieran comenzar con los angelitos. Se encuentran en la calle moreras.