4.11.06


Porque sí: Retazos de un diario ficticio
Por Seamus O’ Reilly










(encontrado en la primera página de una libreta. Única página que contiene algo escrito):
“A veces no encuentro el más mínimo propósito para este 'ejercicio idiota de escribir' como lo llamó hace poco un vagabundo con cara de alce y no menos agradable aliento. No hay propósito pero. . .
. . .no, el pobre imbécil tiene razón. . .ni un sin embargo, ni siquiera un quizás: sólo el obsesivo oficio, el tedio, el trabajo de recuperación, el armado, el ir acumulando ideas y la desesperación por las ideas perdidas. Te quedas sentado viendo la página en blanco, te paras, bailas un poco una canción de Pixies o de Donna Summer, te asomas a la ventana, surge otra ráfaga de palabras que se acumulan en la cabeza, te vuelves a sentar. Es por eso que, la mayoría de las veces, cuando los escritores leen en público, antes de comenzar, suspiran una risilla que manifiesta el absurdo de su condición idiota”.

(encontrado en un archivo de Word, inconcluso):
“No hace ni veinte minutos que me topé con una idea buenísima. Estaba en la calle, y cualquier posibilidad de retener esa idea se fue velando conforme llegaba a casa. Ni siquiera un maldito lápiz para inscribir lo que se quedó por unos momentos en mi mente. Fue desesperante, pero lo resolví. Tuve que inscribir la idea con mis uñas, en la corteza de un árbol, en el parque. Si alguien se encuentra con esa inscripción, la idea es mía. Se las regalo. Ya se me olvidó de qué se trataba”.
(encontrado escrito en el brazo derecho del autor):
“En el mundo de los ciegos, el ciego que le dice a todo mundo que tiene un ojo es el rey”


(encontrado en una libreta, en las páginas de en medio. El resto de la libreta está cubierta de la poesía más insulsa que ustedes podrían imaginar, una horrible mezcla entre sonetos y verso alejandrino que se esparce en el espacio de la página):
“Caminaba por [nombre de calle suprimido], como siempre, dialogando con el suelo por donde cruzaba. Sabía que iba a encontrarme con “algo”, no sabía qué era. De pronto, me encuentro con la siguiente imagen: un hombre, vestido de médico, estaba parado frente a un cartel que alguien pegó en la pared. Estaba a una distancia. . .digamos que extrañamente cercana al cartel. Ambos, cartel y hombre, estaban en silencio, viéndose el uno al otro, entendiéndose. El cartel contenía la imagen de una máquina de escribir, acompañada de la palabra ‘Ocio’”.

(encontrado el día de ayer, en un mensaje grabado que el autor dejó en un teléfono de alguien que ni si quiera conocía. Número equivocado):
“Hay canciones que hacen llorar. Hay canciones que hacen reir. Hay muchísimas canciones que no producen más que una sensación de querer salir disparado del taxi y señalar al conductor con el dedo y decirle: “¡Usted! ¡Sí, usted, es la única persona en este mundo que puede en realidad disfrutar la música que está escuchando!” Sales corriendo cuando el taxista saca una pistola. Olvidas que en Calcuta toman muy en serio ese tipo de comentarios”.

(encontrado en un trozo de papel sanitario):
Eeeeeeh. . .no. No voy a escribir acerca de eso.

(leyenda urbana: se dice que esta inscripción la pintó en una ventana empañada):

el intelecto se mide por la sofisticación de tus clichés. . .



(encontrado en las ranuras que separan los recuadros en las páginas de un cómic. Empresa histérica su lectura original):
Leticia es una amiga a quien considero la versión postmilenaria de un superhéroe, pero asumiendo la forma de un pavorreal con máscara, arma extraña y todo el asunto. La conocí por primera vez cuando juntos bailamos una canción de Cindy Lauper, sí, esa, la que al principio te hace reír, pero luego como que te da una tristeza enorme. Hace un par de horas, Leticia y yo estábamos a punto de morir.
Por una u otra razón que prefiero no comentar, terminamos en la azotea de un edificio. La puerta de servicio no abrió. Ella insistió en salir volando de ahí, esto es, literalmente volando, habilidad que le tuve que recordar que yo no poseía. Me pidió que la acompañara a la orilla, que pusiera las puntas de los pies justo en medio entre el edificio y. . .la nada. Yo le respondí que no sabía volar. Ella respondió que todo estaba en mi imaginación, que si quería, yo podía volar. Yo le respondí que ni ella era Peter Pan, ni yo era un pobre drogadicto con imaginación precoz (lo de drogadicto sí lo era, pero en fin), y que lo mejor era que me abrazara y que juntos voláramos por los cielos, para que yo la viera con cara de asombro mientras ella extendía su brazo derecho y me sostenía con el izquierdo, viéndome con esa mirada de “no temas, chiquillo. . .”

(papel estrujado que se encontró en el bote de basura del autor):
“Volví a soñar con Madagascar. O no recuerdo si en realidad era Manhattan, quizá Ottawa. No recuerdo si fueron los nombres los que soñé, y que en realidad, en el sueño, estaba en otro lado. Quizá en la misma ciudad en la que me encuentro ahora. (¿Dónde estoy, por cierto?) Sí recuerdo que la gente hablaba un idioma ajeno al mío. Y que tomaban litros y litros de un té de color azul. En algún momento del sueño, se escuchó un accidente automovilístico, que también pudo haber sido el abrazo de dos amantes. Luego un grito que también pudo haber sido un aplauso en medio de un espectáculo musical. Luego desperté”.

(escrito con un trozo de carbón en una de las paredes de su recámara):
“Ayer vi nuevamente esos ojos. Estaban acomodados en el rostro y acompañados de la sonrisa más placentera que he visto, desde la última vez que había salido de la cárcel y caminaba por los senderos de un parque. Son el tipo de ojos que asoman miradas que te llevan a recuerdos lejanos, esos que tuviste a los once años, cuando las mujeres eran una especie de enigma que se agrupaban en los rincones del colegio, y que de alguna manera te resultaba insoportable su belleza, su otredad, el hecho de que olían a jabón y a chicle de menta. El tipo de ojos que, si te acercas a ellos, digamos, a una distancia que resultaría incómoda para ambos (más o menos a unos dos milímetros de distancia entre tus ojos y los de ella), es muy posible que te encuentres con el mar. O con un valle, un sitio donde ocurre una escena fantástica: dos personas se aman, él la persigue, ella atraviesa la pradera levantándose las faldas y mirando hacia atrás. Ambos saben que su amor es imposible, pero no importa. Lo que importa es que ahí están, juntos, encerrados en la fantasía al interior de los ojos de una mujer completamente desconocida”.