11.12.06



Me uno y me transfiero al pensamiento de millones de chilenos en este momento, los que sonríen, los que dicen "por fin", los que quizás lloran del gusto, los que de todas maneras se lamentan que este hijo de perra --la esencia más pura del cinismo al que puede llegar el poder, la fiel representación de cuan decrépitas pueden llegar a ser nuestras aspiraciones ideológicas, uno de los símbolos de la subyugación de la autonomía individual-- no tuvo que pagar la pena en vida como debió pagarla. Pinochet por fin cierra los ojos para no abrirlos jamás. Ya no hay necesidad de que los esconda detrás de unas gafas oscuras, porque ya muchos se habían dado cuenta que detrás de esos ojos nos encontramos con el vacío.

Augusto Pinochet: te deseo una eternidad de pesadillas.