4.12.07

PATAFÍSICA

Ubu, el estado caricaturesco y gaseoso, el intestino bajo y el esplendor del vacío. Porque aquí, todo es estuco y falso…incluso un árbol hecho de madera –y este farol intenso que facilita el levantamiento de la masa del fenómeno—nada previene que esta catabase en torno al estuco y lo falso y el bla bla comenzó mucho antes de la forma que los supuestos objetos verdaderos han adquirido hoy en día…y que todo, antes de nacer, se encontraba en estado canceroso e imaginario –sólo puede nacer en el estado canceroso e imaginario—lo cual no previene que las cosas sean menos falsas de lo que pensamos—esto es decir…

La Patafísica es la mayor tentación del espíritu. El horror del ridículo y la necesidad nos llevan a un enorme encaprichamiento, la enorme flatulencia de Ubu.

El espíritu patafísico es el clavo en el neumático –el mundo, una boca de lobo (lupo vesce). La gidouille también es un globo aerostático, una nebulosa o incluso una perfecta esfera de conocimiento –la esfera intestinal del sol. No hay nada que pueda quitársele a la muerte. ¿Un neumático se muere? Otorga su alma neumática. La flatulencia se encuentra en el origen del aliento.

La idea es hacer que se devuelva a sí misma, es de este modo que la realidad es demolida. En la opinioneidad de Ubu, nuestra voluntad, importancia, fe, todas las cosas que son llevadas al paroxismo donde percibimos con suma naturalidad que están hechas de alientos de nuestra flatulencia, desde la carne con la que hacemos velas y cenizas, de huesos con los cuales hacemos falsos marfiles y falsos universos. No es ridículo. Es una inflación, el brusco paso a un espacio vacío, el cual es el pensamiento de nadie, porque no existe un pensamiento patafísico, sólo hay un ácido patafísico que amarga y se embadurna como leche, hinchada como víctima ahogándose et deflagrer, como una trufa verdusca azulosa de los cerebros de Palotin. Patafísica: filosofía del estado gaseoso. Sólo puede definirse en un lenguaje nuevo y desconocido porque es demasiado obvio: una tautología. Mejor: sólo puede definirse bajo sus propios términos, por lo tanto: no existe. Se da vueltas y vueltas y repite la misma mediocre incongruencia, sonriendo estúpidamente, desde girolles y sueños decaídos.

Las reglas del juego patafísico son mucho más ruines que cualquier otra. Es un narcisismo de muerte, una excentricidad mortal. El mundo es una protuberancia inane, una puñeta vacía, un delirio de estuco y cartón. Pero Artaud, quien piensa como tal, piensa que de este sexo blandido de nada un día podrá florecer un verdadero esperma, sólo de una existencia caricaturesca puede surgir un teatro de la crueldad, esto es decir, una virulencia real. Mientras que la patafísica, sin embargo, no cree en el órgano sexual, o el teatro. Existe la fachada, y nada más. La ventrilocuidad de la vejiga y las linternas es absoluta. Todas las cosas son caprichosas, imaginarias, un edema, carne silvestre, une neine. Ni siquiera hay maneras para nacer o para morirse. Esto está reservado para la roca, la carne, la sangre, para todo lo que tiene peso. Ahora, para la Patafísica, todos los fenómenos son absolutamente gaseosos. Incluso el reconocimiento de este estado, incluso el conocimiento de la flatulencia y la pureza, y el coito, porque nada es serio…y la conciencia de este conciencia, etc. Sin meta, sin alma, sin enunciados, y en sí mismo siendo imaginario, pero no obstante necesario, la paradoja patafísica es la de morir, simplemente. Si cuando Artaud, empujado hasta los límites por el vacío renovado frente y a su alrededor, no se mató a sí mismo, es porque él creía en una encarnación, en alguna parte, en un nacimiento, en una sexualidad, en un drama. La totalidad en un caballete de crueldad, ya que la realidad no podría recibirla ahí, había un juego de por medio, y la esperanza de Artaud es inmensa. Los confines de la vejiga tenían el aroma de una linterna china. Ubu mismo, voló todas las linternas con su enorme flatulencia. Y lo que es más, fue convincente. Convenció a todo mundo de la nada y de la constipación. Nos comprueba que somos una complicación intestinal del amo y de las extremidades, que cuando él hubo echado un flato, la noción de realidad se nos presenta por una cierta concentración abdominal del viento que aun no ha sido liberado. Los dioses y las mañanas que cantan son generados por este gas obsceno, acumulado desde que el mundo es mundo y desde que el Ubu piramidal nos digiere antes de expulsarnos patafísicamente hacia el vacío, oscurecidos por el olor del flato refrigerado, el cual sería el fin del mundo y de todos los mundos posibles.

El humor de esta historia es más cruel que el de Artaud, quien es simplemente un idealista. Por encima de todo, él es imposible. Comprueba lo imposible de pensar patafísicamente sin matarte a ti mismo. Él es, si nos permitimos decirlo, el rayo de un gidouille esférico desconocido, cuyos únicos límites son la imbecilidad de la esfera, pero quien se vuelve infinito como el humor una vez que explota. De esta explosión de los Palotinos surge el humor, de la manera ingenua y zalamera para regresar a la naturaleza bajo la forma de los flatos, quienes se creen a sí mismos como seres bastante concientes, y no sólo gas, y ofrecen la chispa de un humor inconmensurable que brillará hasta el fin del mundo –la explosión del mismo Ubu. De ahí que la patafísica es imposible. ¿Debe uno matarse para comprobarla? Efectivamente, dado que no es seria. Pero es exactamente esto lo que le otorga su seriedad. Finalmente, exaltar la Patafísica es ser un patafísico sin saberlo, lo cual es lo que todos somos. Porque el humor quiere al humor con respecto al humor, etc. La Patafísica es ciencia…

Artaud es el perfecto contraste. Artaud quiere la revalorización de la creación y quiere colocarla en el mundo. Se raja como Soutine de su podrida carne, una imagen, ya no una idea. Cree que al penetrar el absceso de la brujería se derramará un montón de pus, pero por dios, sangre real, y cuando el mundo entero será pantelant, como la vaca de Soutine, el dramaturgo será capaz de continuar, desde nuestros huesos, preparando un serio festín donde ya no habrá más espectadores. Por el contrario, la Patafísica es exsangue y no se moja, evolucionando en un universo de parodia, siendo la reabsorción misma del espíritu, sin un rastro de sangre. Y además, todos los procedimientos patafísicos sin un círculo vicioso donde, en formas enloquecedoras, sin creer las unas en las otras, se devoran como cangrejos en las orillas de un acantilado, digiriéndose a sí mismas como budas de estuco y dejando nada en todos sus cruces más que el sonido fecal de una piedra pómez y un seco hastío.

Esto es porque la Patafísica ha alcanzado tanta perfección en el juego y porque le concede tan poca importancia a todo que finalmente tiene poco de ello. En sí mismos, toda nulidad única, todas las figuras de la nulidad llegan a fallara y se petrifican ante el ojo gorgónico de Ubu. En él, todas las cosas se vuelven artificiales, venenosas, y conducen a la esquizofrenia, por los ángulos del estuco rosa, cuyas extremidades se rejuntan en un espejo con bordes. Loyola –que el mundo sea avaricia, siempre que yo pueda reinar en él. Si un alma no se resiste a la empresa de la voluta, de espirales de vértigo impreso, fijados en el momento de la tartufería paroxística, cuando se entrega al suntuoso Ubu, cuya sonrisa convierte a todo a su sulfurosa inutilidad y a la frescura de las letrinas.

Tal es la singular solución imaginaria a la ausencia de problemas.

Jean Baudrillard

(De la traducción al inglés realizada por Drew Burk)