23.9.08

Como una manera de continuar con las indagaciones personales en torno a David Foster Wallace, recientemente fallecido, me encontré con este discurso, emitido por él en una ceremonia de graduación en la Universidad de Kenyon, el 21 de mayo de 2005. Más que cualquier otra cosa, por el deleite de seguir sus líneas de pensamiento (poco se dice, pero hay algo terriblemente seductor en el acto de traducir. algo similar a vivir en la mente de otro), pero sobre todo porque, en el trayecto, me encontré a uno de los pocos pensadores contemporáneos cuya búsqueda tenía que ver con la verdad.



Si alguno de ustedes siente la necesidad de perspirar, les aconsejo que lo hagan, porque tengan por seguro que yo lo haré. [breve masculleo mientras levanta su bata y saca un pañuelo de su bolsillo]. Saludos [“¿padres?”] y felicidades a la generación de graduados de Kenyon de 2005. Se encuentran dos peces jóvenes nadando, y se encuentran con un pez más viejo que nada en sentido contrario, mismo que asiente con su cabeza a ellos y les dice “Buen día, muchachos. ¿Qué tal el agua?” Y los dos peces jóvenes nadan por un momento, hasta que uno de ellos ve al otro y le dice “¿Qué demonios es el agua?”

Este es un requerimiento estándar de los discursos de estas ceremonias, el empleo de pequeñas historias parabolescas. El relato [“la cosa”] resulta ser una de las mejores y menos embusteras convenciones del género, pero si les preocupa que me vaya a presentar como el pez más viejo y sabio que les explique lo que es el agua a ustedes, peces jóvenes, por favor, no lo hagan. No soy el pez viejo y sabio. El objeto del relato del pez tiene que ver simplemente con que las realidades más obvias e importantes son, muchas veces, las más difíciles de ver, de hablar acerca de ellas. Planteado como un enunciado Inglés, claro, esto es una obviedad banal, pero el hecho es que en las trincheras cotidianas de la existencia adulta, las obviedades banales pueden tener una importancia de vida o muerte, o por lo menos esto es lo que desearía sugerirles en esta mañana seca y encantadora.

Claro, el principal requisito para discursos como éste, es que se supone que debo hablar acerca del sentido de su educación en artes liberales, de explicarles porqué el grado que están a punto de recibir tiene un verdadero valor humano, más que una simple recompensa material. Entonces, pues, hablemos acerca del cliché más común del género de los discursos de graduación, el que nos dice que una educación en las artes liberales no es tanto para llenarlos de conocimientos, como lo es para "enseñarles a pensar". Si son como yo de estudiante, nunca les ha gustado escuchar eso, y tienden a sentirse un poco insultados por el hecho de llegar a necesitar a alguien que les enseñe a pensar, ya que con el simple hecho de haber sido aceptados a una universidad tan buena como esta es suficiente prueba de que ustedes ya saben cómo pensar. Pero voy a plantearles, que, en realidad, el cliché de las artes liberales termina siendo muy poco insultante, porque la educación realmente significativa, sobre la idea de que se supone que debemos entrar a un lugar como éste, no es realmente sobre la capacidad para pensar, sino más bien sobre la opción de lo que habrá que pensarse. Si toda tu libertad de elección con respecto a qué pensar parece demasiado obvia como para perder el tiempo discutiéndola, les pediría que pensaran sobre peces y agua, y de poner entre paréntesis por unos minutos su escepticismo en torno al valor de lo completamente obvio.

Aquí les va otro pequeño relato didáctico. Se encuentran dos tipos sentados en un bar en un páramo de Alaska. Uno de los tipos es religioso; el otro es ateo, y ambos discuten la existencia de Dios con esa especial intensidad que comienza después de la cuarta cerveza. Y el ateo dice: “Mira, no es como si tuviera razones verdaderas para no creer en Dios. No es como si no hubiese experimentado todo el asunto de Dios y la oración y eso. Justo el mes pasado me quedé atrapado lejos del campamento en esa terrible tormenta, y estaba completamente perdido y no podía ver nada, a cincuenta grados bajo cero, y entonces lo intenté: ‘Oh, Dios, si acaso existe Dios, estoy perdido en esta tormenta y me voy a morir su no me ayudas.’” Y ahí, en el bar, el hombre religioso vio al ateo todo confundido. “Entonces ya has de creer,” dijo, “después de todo, aquí estás, vivo.” El ateo nomás pone los ojos en blanco. “No, hombre, lo que pasó fue que un par de esquimales venían pasando y me mostraron el camino de vuelta al campamento.”

Es fácil hacer pasar esta historia por una suerte de análisis estándar de las artes liberales: exactamente la misma experiencia puede significar dos cosas completamente distintas para dos personas distintas, dados los sistemas de creencias de cada uno, y las dos maneras distintas de construir un significado de la experiencia. Debido a que premiamos la tolerancia y la diversidad de creencias, en ninguna parte de nuestro análisis de las artes liberales queremos decir que la interpretación de uno de ellos es la verdadera y la del otro es falsa o mala. Todo lo cual está bien, excepto que tampoco nunca terminamos hablando justamente acerca de dónde provienen esos sistemas y creencias individuales. Esto es, de que vienen desde el INTERIOR de estos dos tipos. Como si la orientación más básica de una persona en torno al mundo, y el significado de su experiencia, estuvieran de algún modo integrados a éste, como su estatura o el calzado de sus zapatos; o automáticamente absorbido desde la cultura, como el lenguaje. Como si la manera en que construimos el significado no fuera cuestión de elección personal e intencional. Además, está toda esa cuestión de la arrogancia. El tipo no religioso está tan seguro de su rechazo a la posibilidad de que los esquimales que iban pasando tuvieran algo que ver con sus oraciones. Cierto, también hay bastantes personas religiosas que se muestran arrogantes y seguras de sus propias interpretaciones. Probablemente sean más repulsivos que los ateos, por lo menos para la mayoría de nosotros. Pero el problema de los dogmáticos religiosos es exactamente el mismo que el del no creyente en el relato: la seguridad ciega, una cerrazón de pensamiento que resulta en un aprisionamiento tan total que el prisionero no se da cuenta que está encerrado.

El punto aquí es que pienso que esta es una parte de lo que el haberme enseñado a pensar realmente significa. Ser un poco menos arrogante. Tener sólo un poco de conciencia crítica sobre mi persona y mis certezas. Porque un gran porcentaje de lo que yo tiendo a estar automáticamente seguro es, pues, completamente incorrecto e ingenuo. He aprendido esto por el camino difícil, como vaticino que les sucederá a ustedes, graduados.

Aquí está solo un ejemplo de la completa incorrectitud de algo para lo que tiendo estar automáticamente seguro: todo en mi propia experiencia inmediata apoya mi creencia profunda de que soy el centro absoluto del universo; la persona más real y más vívida que exista. Rara vez pensamos sobre este egocentrismo natural y básico, porque es tan socialmente repulsivo. Pero es básicamente lo mismo para todos nosotros. Es nuestro default setting, integrado a nuestros tableros al nacer. Piénsenlo: no existe una experiencia que hayas tenido para la cual no hayas sido el centro de ella. El mundo, tal y como lo experimentas, está ahí, enfrente de TI o detrás de TI, a TU izquierda, en TU televisión o TU monitor. Y así sucesivamente. Los pensamientos y sentimientos de los otros tienen que ser comunicados a ti, de alguna manera, pero los tuyos son inmediatos, urgentes, reales.

Favor de no preocuparse de que esté a punto de aleccionarlos sobre la compasión o sobre dirigir sus atenciones hacia los otros, o sobre todas las llamadas virtudes. Esto no es cuestión de virtud. Es cuestión de que yo escoja la tarea de alterar de algún modo o liberarme de mi default setting natural e integrado, que es el de ser profunda y literalmente egocéntrico, y de ver e interpretar todo a través de estos lentes del ser. Las personas que pueden ajustar sus default settings de esta manera, son muchas veces descritos como “bien equilibrados”, lo cual les sugiero que no se trata de un término accidental.

Dado el escenario académico en el que me encuentro, una pregunta obvia es qué tanto de esta labor de ajuste y equilibrio de nuestro default setting tiene que ver con un verdadero intelecto o conocimiento. Esta pregunta se pone medio capciosa. Probablemente lo más peligroso de una educación académica –por lo menos en mi caso—es que habilita mi tendencia a sobreintelectualizar las cosas, de perderme en las discusiones abstractas en mi cabeza; en vez de simplemente prestar atención a lo que ocurre justo frente a mi, presto atención a lo que ocurre dentro de mi.

Como seguramente ustedes sabrán para ahora, es extremadamente difícil mantenerse alerta y atento, en vez de dejarse hipnotizar por el monólogo constante en tu propia cabeza (puede estar sucediendo justo ahora). Veinte años después de mi graduación, he comprendido poco a poco que el cliché de que las artes liberales te enseñan a pensar, realmente quiere decir aprender a ejercer algún tipo de control sobre lo que decides prestarle atención, y de elegir cómo construyes un sentido de la experiencia. Porque si no puedes ejercer este tipo de elección en la vida adulta, serás completamente barrido. Piensen en el viejo cliché, el que dice que la mente es un excelente sirviente pero un amo terrible.

Este, como muchos clichés, tan bobo y poco emocionante en la superficie, en realidad expresa una verdad grande y terrible. No es ni un poco coincidencia que los adultos que cometen suicidio con armas de fuego casi siempre terminan pegándose un tiro en el mismo lugar: la cabeza. Le pegan un tiro al amo terrible. Y la verdad es que la mayoría de estos suicidias ya estaban muertos, mucho antes de que jalaran el gatillo.

Y lo que yo postulo es que este es el valor real y sin aspavientos que supone tener su educación en artes liberales: cómo hacerle para evitar pasar tu cómoda, próspera y respetable vida adulta muerto, inconsciente, como un esclavo de tu cabeza, y para que tu default setting esté singular, completa e imperialmente solitario día y noche. Esto puede sonar como a hipérbole, una abstracción sin sentido. Pongámonos concretos. El hecho a secas es que ustedes, graduados, aun no tienen ni la más mínima clave sobre lo que significa “día y noche”. Ocurre que hay partes enormes y completas de la vida adulta estadounidense de las que nadie habla en los discursos de ceremonia de graduación. Una de estas partes tiene que ver con el aburrimiento, la rutina y la mezquina frustración. Los padres y la gente mayor que se encuentran aquí saben muy bien a lo que me refiero.


A manera de ejemplo, digamos que es un día adulto común, y te levantas por la mañana, vas a tu desafiante trabajo de profesionista de cuello blanco, y trabajas duro unas ocho o diez horas, y al final del día estás cansado y en cierta medida estresado y todo lo que quieres hacer es llegar a casa, tener una buena cena y quizás relajarte durante una hora, para luego irte la cama temprano porque, claro, tienes que levantarte el día siguiente y hacerlo otra vez. Pero luego recuerdas que no hay comida en casa. No has tenido tiempo para ir de compras esta semana, debido a tu desafiante trabajo, de modo que después del trabajo tienes que subirte a tu carro y dirigirte al supermercado. Es el final de la jornada y el tráfico obviamente es así: terrible. De modo que llegar a la tienda toma más tiempo del que debería, y cuando finalmente llegas ahí, el supermercado está lleno, porque claro, es la hora del día en el que todas las demás personas con trabajos también tratan de incluir en sus rutinas un poco de compra de alimentos. Y la tienda está horrendamente iluminada y saturada de esa muzak o esa música pop corporativa que asesina el alma y básicamente es el último lugar en el que quieres estar pero no puedes simplemente entrar y salir; tienes que pasearte por todos esos pasillos enormes y sobreiluminados de la tienda, para encontrar las cosas que quieres, y tienes que maniobrar tu carrito enclenque por entre todas estas personas cansadas y apresuradas con carritos (etcétera, etcétera, hay que cortar unas cosas porque esta es una ceremonia larga) y finalmente tienes todos tus suministros para la cena, sólo que ahora resulta que no hay suficientes cajas abiertas, aun cuando se trata del bullicio de final de día. De modo que la fila es increíblemente larga, lo cual es estúpido y endurecedor. Pero no puedes arrojar tu frustración hacia la dama frenética que se encuentra en la caja registradora, saturada en un trabajo cuyo tedio diario y falta de sentido sobrepasa la imaginación de cualquiera de nosotros aquí en una universidad de prestigio.

Total, finalmente llegas a la caja registradora, y pagas por tu comida, y te dicen que “Tengas buen día” en una voz que es la voz absoluta de la muerte. Luego tomas tus espeluznantes y endebles bolsas de plástico con comestibles y las subes a tu carrito con la endemoniada ruedita que siempre jala para la izquierda, pasando por el estacionamiento abarrotado y lleno de baches y basura, y luego tienes que manejar hasta tu casa, atravesando un tráfico intenso, de hora pico, pesado y SUV intensivo, etcétera, etcétera.

Claro, todos han hecho esto. Pero aun no ha sido parte de la vida rutinaria de ustedes graduados, días tras semanas tras meses tras años.

Pero lo será. Además de muchas más rutinas grises, irritantes, aparentemente sin sentido. Pero ese no es el punto. El punto es que en estupideces insignificantes y frustrantes como ésta es donde surgirá la labor de elegir. Porque los embotellamientos y los pasillos abarrotados y las largas filas en las cajas me dan tiempo para pensar, y si no tomo una decisión conciente sobre cómo pensar y hacia qué prestar atención, voy a estar encabronado y me voy a sentir miserable cada vez que tenga que ir de compras. Porque mi default setting natural es que la certeza de situaciones como ésta son en realidad acerca de mí. Sobre MI hambre y MI fatiga y MI deseo por simplemente llegar a casa, y para todo el mundo, parecerá que todos los demás interrumpen mi paso. ¿Y quiénes son todas estas personas que interrumpen mi camino? Y mira qué tan repulsivos son la mayoría de ellos, y qué tan estúpidos y bovinos y ojimuertos y groseros y no-humanos parecen ser en la fila de la caja, o qué tan irritante y grosera resulta ser la gente que habla con voz muy alta en sus celulares, en medio de la fila. Y miren qué tan profunda y personalmente injusto es todo esto.

O claro, si me encuentro en una modalidad más socialmente consciente en mi default setting de las artes liberales, puedo pasar mi tiempo en el tráfico del final de jornada indignado por todos los SUV’s y Hummers y camionetas pick-up de doce cilindros enormes y estúpidos y satura hileras, quemando sus despilfarradores y egoístas tanques de cuarenta galones de combustible, y puedo vivir con el hecho de que las calcomanías patrióticas o religiosas siempre parecen estar en los vehículos más enormes y asquerosamente egoístas, manejados por los conductores más horripilantes [se escucha aquí un largo aplauso] (aunque este es un ejemplo sobre cómo NO pensar) más desconsiderados y agresivos. Y puedo pensar sobre cómo los hijos de nuestros hijos nos odiarán por gastarnos todo el combustible del futuro, y probablemente por arruinar el medio ambiente, y qué tan mimados y estúpidos y egoístas somos todos, y cómo la sociedad de consumo moderna simplemente apesta, y así sucesivamente.

Más o menos esa es la idea.

Si yo eligiera pensar de esta manera en una tienda y en la carretera, está bien. Muchos de nosotros lo hacemos. No obstante, pensar de esta manera tiende a ser tan fácil y automático que no es una opción. Es mi default setting natural. Es la manera automática como vivo las partes aburridas, frustrantes y aglomeradas de la vida adulta cuando estoy operando bajo la creencia automática e inconsciente de que soy el centro del mundo, y de que mis necesidades y sentimientos inmediatos son los que deberían determinar las prioridades del mundo.

El asunto es que, claro, hay maneras muy distintas de pensar sobre estos tipos de situaciones. En este tráfico, con todos estos vehículos se detuvieron y se quedaron parados frente a mi camino, no es imposible que algunas de estas personas en los SUV’s hayan estado en accidentes automovilísticos horrendos, y ahora encuentran que manejar es tan terrorífico que sus terapeutas les han casi ordenado que se consiguieran un enorme y pesado SUV para que se sientan lo suficientemente seguros como para manejar. O que el Hummer que me acaba de rebasar es quizá manejado por un padre cuyo hijo pequeño está lastimado o enfermo en el asiento del copiloto, y que trata de llevarlo al hospital, y se encuentra en una prisa mucho más legítima que la mía: en realidad soy YO el que está obstruyendo su paso.

O puedo optar por obligarme a considerar la posibilidad de que el resto de las personas en la línea del supermercado está igual de aburrida y frustrada que yo, y que algunas de estas personas probablemente tienen vidas mucho más difíciles y tediosas y dolorosas que la mía.

De nuevo, por favor no piensen que les estoy dando consejos morales, o de que estoy diciendo que deben pensar de esta manera, o que todos esperan de ustedes que lo hagan automáticamente. Porque es difícil. Se requiere de voluntad y esfuerzo, y si son como yo, algunos días no serán capaces de hacerlo, o simplemente no te darán ganas de hacerlo.

Pero la mayoría de los días, si eres lo suficientemente conciente como para darte a elegir, puede elegir ver de manera distinta a esa señora gorda, ojimuerta y sobremaquillada que le acaba de gritar a su hijo en la línea del supermercado. Quizá no sea normalmente así. Probablemente haya estado despierta durante los últimos tres días porque su esposo se está muriendo de cáncer de los huesos. O quizá esta misma señora es la empleada con ingresos de salario mínimo en el departamento de vehículos, que justamente ayer ayudó a tu esposa a resolver un horrendo problema de papeleo, por medio de un pequeño acto de bondad burocrática. Claro, nada de esto es probable, pero también, no es imposible. Sólo depende de lo que quieras considerar. Si estás automáticamente seguro de que sabes lo que es la realidad, y estás operando bajo tu default setting, entonces tú, como yo, probablemente no considerarás posibilidades que no sean irritantes y miserables. Pero si aprendes a prestar atención, entonces sabrás que hay otras opciones. En realidad estará bajo tu poder experimentar una situación de apesadumbrado infierno de consumo no sólo como algo significativo, sino también como algo sagrado, encendido con el mismo fuego que formó a las estrellas: el amor, la fraternidad, la unicidad mística de todas las cosas en su profundidad.

Y no es que las cosas místicas sean verdaderas. La única cosa que es verdadera con V mayúscula es que tú tienes la capacidad de decidir cómo tratarás de verlas.

Esto postulo yo que es la libertad de una educación verdadera, de aprender cómo estar bien equilibrados. Tienes la oportunidad de decidir concientemente qué es lo que tiene significado y qué no. Tienes la opción de decidir qué es lo que vas a adorar.

Porque aquí está otro asunto extraño pero verdadero: en las trincheras cotidianas de la vida adulta, no existe tal cosa como el ateismo. No existe tal cosa como la ausencia de adoración. Todos adoramos. La única opcíón que tenemos es hacia lo que vamos a adorar. Y la razón de peso para escoger quizá una suerte de dios o tipo espiritual para adorar –sea JC o Allah, sea Yahvé o la Diosa Madre de las Brujas o las Cuatro Nobles Verdades, o algún inviolable conjunto de principios éticos—es que básicamente cualquier cosa que adores te comerá vivo. Si adoras el dinero y los objetos, si se encuentran ahí donde sostienes el significado de la vida, entonces nunca tendrás suficiente, nunca sentirás que tienes suficiente. Es la verdad. Adora tu cuerpo, la belleza y el encanto sexual, y siempre te sentirás feo. Y cuando el tiempo y la edad comiencen a revelarse, morirás un millón de muertes antes de que finalmente te penen. Hasta cierto nivel, todos reconocemos estas cosas. Se han codificado como mitos, proverbios, clichés, epigramas, parábolas; el esqueleto de cualquier gran relato. El truco es mantener la verdad al frente en la conciencia diaria.

Adora al poder, y terminarás sintiéndote débil y temeroso, y necesitarás mucho más poder sobre los otros para amainar tu propio temor. Adora tu intelecto, para ser visto como inteligente, y terminarás sintiéndote estúpido, un fraude, siempre al borde de ser descubierto. Pero el aspecto insidioso de estas formas de adoración no es que sean malas o pecaminosas; es que son inconscientes. Son default settings.
Son el tipo de adoración al que gradualmente te insertas, día tras días, volviéndote cada vez más selectivo en torno a lo que ves y cómo mides el valor, sin estar completamente conciente de que eso es lo que estás haciendo.

Y el llamado mundo real no te desalentará a operar a partir de tus propios default settings, porque el supuesto mundo real de los hombres y el dinero y el poder murmura felizmente en un estanque de miedo y coraje y frustración y añoranza y adoración del ser. Nuestra cultura actual ha aprovechado estas fuerzas de maneras que han producido riquezas extraordinarias y confort y libertad personal. La libertad de que todos seamos lores de nuestros pequeños reinos del tamaño de un cráneo, solos, en el centro de toda creación. Este tipo de libertad tiene mucho qué recomendarnos. Pero claro, son todos distintos tipos de libertad, y el tipo de libertad más preciado, no escucharás mucho de él en el gran mundo exterior de deseos y logros. El tipo de libertad realmente importante tiene que ver con la atención y la conciencia y la disciplina, y de ser capaces de verdaderamente ver por las demás personas y de sacrificarnos por ellas una y otra vez, de una infinidad de maneras insignificantes y poco sexys, durante todos nuestros días.

Esa es la verdadera libertad. Eso es ser educado, y entender cómo pensar. La alternativa es la inconsciencia, el default setting, la carrera de la modernidad, el constante sentido corroyente de haber tenido, y haber perdido, alguna cosa infinita.

Yo sé que estas cosas probablemente no suenen divertidas y despreocupadas o grandilocuentemente inspiracionales, de la manera como los discursos de graduación se supone que deberían sonar. Lo que es, hasta donde puedo ver, es la verdad con V mayúscula, con un montón de sutilezas retóricas despojadas. Claro, ustedes son libres para pensar lo que deseen. Pero por favor, no lo hagan a un lado simplemente como otro sermón a la Dr. Laura. Nada de esto tiene que ver con moralidad o religión o dogma o esas grandes preguntas extravagantes de la vida después de la muerte.

La verdad con V mayúscula tiene que ver con la vida ANTES de la muerte.

Tiene que ver con el valor real de una educación real, la cual casi no tiene nada que ver con el conocimiento, y casi tiene todo que ver con una simple conciencia; una conciencia sobre lo real y esencial, tan escondido a la luz de todos nosotros, todo el tiempo, que tenemos que recordarnos a nosotros mismos, una y otra vez:

“Esto es agua.”

“Esto es agua.”

Es inimaginablemente difícil hacer esto, mantenerse conciente y vivo en el mundo adulto, día y noche. Todo lo cual quiere decir que otro enorme cliché resulta ser verdad: su educación realmente ES el trabajo de toda una vida. Y comienza: ahora.

Les deseo mucho más que suerte.

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