30.9.09

Este año se...¿celebra? (no he escuchado nada de ello) el cincuenta aniversario de la publicación de Naked Lunch, obra insigne de William S. Burroughs. Hace un par de días, me topé con una semblanza acerca de la obra y las repercusiones que ha tenido en la cultura. Prefiero matizar el asunto: las repercusiones que ha tenido la presencia de un escritor como figura cultural, icono, cifra, signo y emblema de un aparente "estado de ser" de las letras.
Y es que con Naked Lunch, y con todas las trilogías de Burroughs, sucede que se extrae más el sentido que estas tienen como artefacto histórico que como obra literaria. Tiene tanto lo uno como lo otro (y en ocasiones, muchos de los admiradores y detractores de la obra se han dedicado a visiones que yo considero incorrectas o poco propositivas sobre ésta), pero creo que no se le ha dado justicia suficiente, como obra literaria.
¿Qué podemos destacar de Naked Lunch? Dos cuestiones cruciales. Primero, recupera y reintegra al discurso del siglo XX el poder de la sátira. Enmarcada en una tradición que va desde Johnathan Swift y pasa por Mark Twain. Naked Lunch es una obra cómica, en el sentido más agrio del término. Sus imaginarios no son más revoltosos y desagradables, por ejemplo, que lo que encontramos en Rabelais. Y su humor, pues, es un humor ácido, punzante, lleno de ritmos y cadencias extraídas del habla callejera. Incluso mucho más allá de ese habla que quería recuperar un escritor como Kerouac. Es ese habla que convierte al lenguaje en otra cosa, que nos hace pensar que el libro está escrito "justo como se habla" en la calle, pero que en realidad, genera su propio lingo. Y es un lingo chistoso, lleno de rutinas y sketches y momentos insólitos sacados de las peores pesadillas de los Hermanos Marx. Es un testimonio del absurdo, un retorno a la burla eterna del ser humano consigo mismo, sus propias penurias y desaveniencias. Un carnaval de babuinos grotescos. Precisamente porque en eso se había convertido el mundo después de la Segunda Guerra Mundial.
La segunda cuestión, sin embargo, creo que es la más apremiante, la que debemos discutir con más intensidad: como muchos autores, artistas, poetas, pensadores y creadores de la postguerra, el método que empleó Burroughs para construir esta novela (y no dejo de pensar en el término "construcción", ya que se trata francamente de una operación quirúrgica a la textualidad) viene a formar parte de los antecedentes de prácticamente cualquier práctica experimental en literatura desde finales de la década de los sesenta. La voz sampleada, la imagen desarticulada de su contexto, la yuxtaposición de ideas, la descomposición del orden léxico y sintáctico, la materialidad misma del lenguaje devenido texto, todos estos fueron los mecanismos de operación de Naked Lunch y de las obras que le sucedieron. La visualidad del texto, la sospecha del sentido del texto, o del discurso en sí, las posibilidades estructurales del discurso, el imaginario apocalíptico, la voz ominosa de un "autor" desvanecido, todas estas son premisas de lo que hoy se vive. O en realidad, de lo que se vivió hace más o menos una década.
Debo menciona que, a lo único que le estaba apostando Burroughs, era a obtener la voz narrativa de un Joseph Conrad. Tengan eso en mente la próxima vez que lean a Burroughs.
Hace una década, se encontraba un foro de discusión "semi-global" en torno a las implicaciones de la obra de Burroughs en el marco de la literatura contemporánea. Fue un cotorreo muuuuy noventero. Y, en alguna parte del camino, desgraciada y también sorpresivamente, el discurso se regresó a los orígenes de la tradición.
Y ya jamás se volvió a hablar sobre las posibilidades experimentales de la escritura.
Ahora las preguntas apremiantes, urgentes, apesadumbradas, son:
"¿quién escribirá la obra que demarque el signo de los tiempos?"
"¿quién novelizará como debe ser la realidad contemporánea de ---(inserte país/cultura/género)?"
Estas han sido las preguntas más enfadosas de los últimos cinco años, y nos olvidamos por completo de las implicaciones que tuvo la obra de un autor que, desgraciadamente, es abordado desde dos vértices, ambas en detrimento de su calidad como escritor:
1. la del "escritor maldito," "malilla," la referencia obligada de trasheros y trasnochados que siguen viendo el beat en el sombrero del profeta y que se han olvidado que su obra estaba a MILES DE AÑOS LUZ de lo que estaban haciendo los beatniks. O bien, la de un escritor cuya obra se usa como referencia de lo cool. Nadie realmente serio lee literatura para sentirse cool. Si lo haces, hay que checar tus prioridades. Porque puede sucederte lo que le ha sucedido a miles: No importa que no hayas entendido ni papa de Naked Lunch, Nova Express o The Soft Machine. Si le "agarraste la onda a Junky," ya eres burroughsiano. Y desde ese burroughsianismo emprendes la tarea de hablar sobre la "verdadera realidad," la realidad "sucia" de todos los días. Como si fuera una suerte de reivindicación moral dignificar la presencia de prostitutas y borrachos sentados en un bar de mala muerte. Esa no era toda la curada de Burroughs.
2. la de la figura icónica. Que en otra ocasión (en particular, una conferencia en Mexicali sobre Burroughs) indiqué que igualmente va en detrimento de su peso como escritor. De manera que, por ejemplo, Burroughs es ese viejito con el que Kurt Cobain hizo un disco, y no el autor de Naked Lunch. O en el peor de los casos, que Burroughs fue ese escritor que utilizaron para unos anuncios de Nike. De manera que, si estás en la sección de libros de Best Buy (¿tiene sección de libros?) y te encuentras con Naked Lunch, compras el artefacto, no la novela.
En cuanto a esto segundo, pues, resulta no poco interesante que un escritor (digo, los escritores nos definimos por una cierta grisez) se haya vuelto celebridad, y que sus obras sean bonitos objetos para poner en la mesa de tu sala para coolificar tu espacio.
En cuanto a lo primero, me resulta preocupante que una de las obras fundamentales del siglo XX haya sido tan engreídamente olvidada por ese recién creado new establishment de las letras.
¿A dónde va todo esto? Sí, a que nos olvidamos de lo crucial, que son las obras y sus sentidos, y emprendemos la tarea decimonónica de verificar quién tendrá la última palabra en cuanto a literatura contemporánea se trata.
Hemos vuelto a una literatura melancólica, de pérdidas y de formas que se ven desde la pérdida (la historia de la obra de Bolaño es la historia de dicha pérdida). Pero sobre todo, hemos regresado a un conservadurismo tremendo en la literatura. Es como si todos quisiéramos ver cuál será la próxima estrella y no la próxima forma que prorrumpa, interrumpa y trasgreda el sentido de la literatura como registro de la historia de la imaginación humana en el decurso del tiempo.
Eso último, señoras y señores, comienza a trasgredirse desde el lenguaje.

9.9.09

Algunos podrán decir con toda seguridad que no tienen problemas al momento de escribir. Yo no puedo decirlo.

Creo que el problema, la lucha, el esfuerzo, tiene más que ver con el decir que con el hacer. O una combinación de ambas. Estas palabras, cualquier palabra escrita, debería tener la posibilidad de decir todo lo que se quiere decir. Esa imposibilidad libera. Esa imposibilidad es frustrante.

Jamás podremos agotar los recursos para decirle a alguien Te amo.

Pero al mismo tiempo, luchamos (quienes quieren luchar, los demás están en operación automática al momento de escribir) porque lo que se dice mantenga su peso, sustancia, su dinámica de pensamiento. O quizás no.

Quizás el problema sea que dudamos. Escribir es dudar. Es enfrentarse a un emperador que te dice “puedo ser todo lo que tú desees,” y mantenerse en silencio. Apagado. Pensando en las mejores posibilidades de desear a ese emperador. A ese imperio. El imperio de los sentidos y las palabras que se usan para representarlo.

Los dibujantes no tienen este tipo de problemas. Aunque tienen otros.

Cuando escribo, sí, lo acepto, entro en una modalidad en la cual todo el universo de sensaciones, momentos, experiencias, ideas, todo el planteamiento del aquí y el ahora, se siente como un enorme compromiso por decirlo. Por explicar, por ejemplo, mis sentimientos en torno a los momentos históricos que vivimos.

Sí lo puedo hacer. Pero el dictado de la conciencia no me está pidiendo eso en estos momentos. Lo que me pide es disculparme porque no sé qué decir.

Es una experiencia terrible.

Y a la vez…no. Lo interesante de la escritura es que fácilmente lo que se dijo pudo no haberse dicho. Es como quedarse callado cuando estamos frente a una persona que nos hace la vida desagradable. Tenemos la opción, de mandarlo a chingar a su madre. O no.

1.9.09

Pocas cosas se adhieren al recuerdo activo del que emanan las narraciones de mi vida. Bruma. El sentimentalismo de una canción pasada de moda. Un beso marcado en una servilleta. Pistolas. Dos o tres memorias de cicatrices en codos y rodillas. El paso lento de un anciano que no nos deja proseguir con nuestro camino.

Pero son circunstanciales (como todo, incluyendo este huracán que llamamos país y que afuera le llaman México) y sólo podemos acceder a ellos con accidentes y despistes.

Aquí proclamo con los brazos en el aire la necesidad de defender nuestra capacidad para ver de reojo.

Eso no lo diría un agente secreto.

Pero quizá sí lo diría ese, el que se mantuvo en silencio, durante toda la procesión. Ese, está contando una historia.