14.10.09

Dos cosas llegaron a pensarse el día de hoy. Sucedieron muchas (la vida es un perpetuo devenir entre suceso y conciencia) y se pensaron otras, pero dos en particular fueron las que, finalmente, quieren rendir cuentas y prepararse para ser inscritas como ideas.
La primera se debió a que Víctor mencionó el nombre de Wittgenstein. Mencionó muchos, pero cuando se menciona a Wittgenstein siempre me viene a la mente ese personaje que inventé, en mi mente, como dibujo del filósofo, a mis 35 años y en un departamento en el centro de Santiago, Chile.
Lo que pasa es que platicaba con Gabriel, mi amigo.
Me mencionaba sobre la buena cepa de la que provenía el buen Ludwig Wittgenstein. Cuyo nombre suena a buen estornudo escandaloso en medio de una reunión de trabajo. Decía Gabriel que fue un aristócrata, cachai, un tipo con todo el tiempo del mundo para dilucidar. Y Wittgenstein dilucidó acerca del lenguaje. Y fue breve. Y fue contundente.
Y a mi juicio cuestionaba sin esos aspavientos con los que cuestionan los pensadores de media cepa, los que, francamente, no tienen nada qué decir pero lo dicen. O mejor dicho, no tienen la economía del lenguaje que les permita decir lo que tiene que decirse sobre lo que se piensa. Porque pensar es una cuestión bien básica. Es cuando viene la enredadera de las palabras cuando las cosas se ponen, pues, confusas.
Le decía a Víctor que Wittgenstein...no es que me confunda, es que la economía de sus palabras decían todo lo que tenía qué decirse.
Por cierto, me uno a aquellos que consideran que lo que no tiene necesidad de decirse es mejor que no se diga. Como cuando alguien dice que sólo escribe para sí mismo. Yo siempre les digo "no lo escribas."
Y es que una vez escrito, una vez inscrito, una vez comprometido a su articulación, el testimonio se queda. Así como queda el horror de una idea mal planteada, de una articulacion semianalfabeta (¿o será semialfabeta? ¿dependerá de algo, de algún indicador en particular?)
Es como cuando la estupidez de un gobierno: una vez que se compromete a la idea que tiene de gobierno, no puede desdecirse. Y por lo tanto, debe mantener la ilusión de que la idea fue la indicada. Por lo tanto, no es que tengamos el gobierno que nos merecemos (aquí contradigo algo que sostuve durante mucho tiempo) sino que nos mantenemos afiliados a la idea de un grupo en el poder que no quiere desdecirse. Porque se les desmorona la casa, la idea, el orden.
Peor aún cuando quienes mantienen ese orden (en el caso de nuestros gobernantes) tienen una idea muy pobre de las ideas que puede producir el lenguaje.
Hay más pasión en los enfrentamientos de una palomilla que busca como idiota una luz en el porche de una casa que la que posee nuestro actual presidente. Más pasión y más personalidad. Es un tipo gris, al que no le interesa en lo más mínimo la opinión que tenga de él.
Pero creo esto: como le decía a Víctor sobre Wittgenstein, pero ahora sobre F. Calderón: no es que me confunda, es que la economía de sus palabras decían todo lo que ya no tiene caso decirse. Y creo que su economía en general. Es el resultado concreto de un sistema sin proyecto, sin visión, pero sobre todo, incapaz de soportar el hecho de que los mexicanos somos insoportables.
Pero en fin. Lo otro que pensé tiene relación con lo primero.
Es acerca de la pieza que realizó Teresa Margolles en la Bienal de Venecia.
No hace mucho Avelina Lésper escribió una reseña específicamente hecha para picarle las costillas a las personas que han contribuido a que lo que dice la Lesper sea importante.
No.
A mí me intrigó más el título de la pieza
La pieza se llama "¿De qué otra cosa podemos hablar, si no?"
Busquen imágenes de la pieza. Si me pongo a describirla, los voy a aburrir.
No porque sea larga la descripción, o la pieza. Lo que pasa es que me prometí escribir poco en mi blog.
Al parecer no puedo.
El caso es que Margolles nos dice (porque el arte nos dice, no simplemente dice (aunque también se desdice)) con esta declaración, que no hay nada más de qué hablar en este país, más que de lo que otros quieren que hablemos. Esto es, de la violencia.
¿En realidad no se puede hablar de otra cosa?
Sí.
Pero, si tomamos en cuenta que el mundo entero es un mundo del cual se deben decir cosas, ¿no es la declaración de que no hay más de qué hablar más de lo que todo mundo habla una suerte de negación wittgensteiniana del decir como acto, como manifestación subrepticia, indómita y perpetua?
¿O será acaso que de lo que tiene que hablar un artista que surge o nace en estas tierras tiene que ser la muerte?
Digo, no sé...

12.10.09

Lo único que me dicen los actuales Premios Nobel es:
1. Que los europeos están obsesionados con su historia. Con ellos mismos y su circunstancia. Que en cierto modo las "condiciones universales" a las que apelan no son muy distintas que las que se forjaron literariamente en los últimos cincuenta años. Que en cierta medida, aun a pesar del crecimiento y evolución de la literatura europea en el mismo tiempo, hay una especie de fascinación por los casos extremos de autores que viven al límite de la experiencia del mundo, ya sea por circunstancias históricas o culturales. Nunca en torno a un yo en sus límites, es por ello que todos los premios, por lo menos desde hace unos quince años se han otorgado a ese concepto medio gastadito de "ciudadano de mundo," donde el autor está hablando, desde su ahora pintoresca localidad, de la realidad contemporánea.
2. Que esa obsesión los convierte en autorreferentes y autocomplacientes. Lo cual deviene que esa crítica que hace la Academia en torno a la literatura de América (la gringa y la nuestra), denominándola "bárbara" y "autorreferente," sean precisamente las características que definen a sus premiados.
3. Que el premio se ha convertido en la mejor herramienta de mercadotecnia para que las mujeres y los hombres clasemedieros y cuarentones del mundo puedan asociarse a literaturas de otros mundos. Pregúntenle a Alfaguara si no tiene identificado su nicho de mercado, pregúntenle si no están negociando --ellos o algún otro editor español de peso distributivo-- con los agentes de la autora para "presentarla" como buena muchachita debutante, a los consumidores de libros de habla hispana. (Y los dos que tres "avezados en literatura rumana de los últimos veinticinco años", que escribirán próximamente perfiles sentidos y profundos sobre Herta Muller, en un bonito-porque-es-ingenuo circo en el que todos aparentan saber lo que no saben, ahí donde todo mundo se convierte en especialista de una obra oscura y que, no obstante la premiación, ahora goza del beneplácito del honor para nebulizar un poco su verdadera calidad como obra).
esperen ansiosos la llegada de sus libros en su Sanborn's más cercano. *
* Este post fue patrocinado por Sanborn's, Inc.