10.2.09

La oración
Por Donald Barthelme.
O una larga oración que se mueve a cierto ritmo por la página, dirigiéndose al fondo –si no es que el fondo de esta página por lo menos otra página—donde pueda descansar, o detenerse por unos momentos para pensar un poco las preguntas surgidas por su propia existencia (temporal), misma que termina cuando se voltea la página, o la oración cae de la mente que la sostiene (temporalmente) en una suerte de abrazo, no necesariamente apasionado, sino quizás más del tipo de abrazo disfrutado (o soportado) por una esposa que acaba de levantarse y va en camino al baño por la mañana para lavar su cabello, y se topa con su esposo, quien ha estado reposando en el desayunador leyendo el periódico, y no la ve salir de la recámara, pero, cuando se topa con ella, o se topa en ella, levanta sus manos para abrazarla ligeramente, fugazmente, porque sabe que si le da un verdadero abrazo tan temprano en la mañana, antes que haya sacudido los sueños de su cabeza, y se haya puesto su ropa de estar, no responderá, y quizá se enoje un poco, y decir algo hiriente, de modo que el esposo invierte en este abrazo no tanto una presión física o emocional, porque no quiere gastar nada con este tipo de sentimiento, entonces, la oración pasa por la mente más o menos, y también hay otra manera de describir la situación, que es decir que la oración se arrastra por la mente como algo que alguien te dice mientras escuchas muy atentamente la radio FM, un grupo de rock, con su sonido emocionante, de modo que tu atención o la mayor parte de ella por lo menos ya premiada, no hay demasiado espacio mental que le puedas dar a la declaración, al hacedor de la declaración, por encima de la radio demasiado alta, o algo así, y la visión que tomas, de la declaración, es que preferirías no escucharla, pero si tienes que hacerlo, quieres hacerlo durante la menor cantidad posible de tiempo, y durante un comercial, porque inmediatamente después del comercial van a tocar una nueva canción de rock de tu grupo favorito, una rola que no había sido tocada al aire antes, y quieres escucharla y responder a ella de manera nueva, una manera que vaya acorde a cualquier cosa que estés sintiendo en el momento, o que puedas sentir, si la amenaza de la experiencia podría (temporalmente) perder el equilibrio por la promesa de posibles beneficios positivos, o lo que la mente construye como tales, recordando que estos son, muchas veces, en realidad, derrotas disfrazadas (no es que estas derrotas sean, en ocasiones, buenas para tu carácter, enseñándote que no es sólo por el éxito que uno supera la vida, sino que también los retrasos contribuyen a ese endurecimiento de la personalidad que, al ofrecernos una superficie texturizada para poner contra la vida, te permite dejar pequeños rastros, o manchas, en el rostro de la historia humana –tu marca) y después de todo, la búsqueda del beneficio siempre porta el aroma de una vanidad cruda, como si desearas decorar tu propia frente con laureles, o portar tus medallas en un picnic, cuando la invitación no dijo nada de ellas, y aunque el ego está siempre hambriento (se nos dice), es bueno recordar que el éxito continuo es casi tan poco significativo como la continua falta de éxito, lo cual te puede enfermar, y es bueno dejar unas migajas en la mesa para el resto de tus hermanos, no juntarlo todo en la pequeña bolsita bordada con cuentas que tienes en tu alma, sino permitir a otros, también, parte de la gratificación, y si compartes de esa manera encontrarás que las nubes te sonríen, y el cartero que te trae cartas, y bicicletas disponibles cuando quieres rentarlas, y muchos otros signos, no obstante cautos y limitados, de la aprobación (temporal) que la comunidad siente hacia ti, o por lo menos de su disposición para hacerte pensar (temporalmente), que te encuentra no tan carente de virtudes encomiables como alguna vez te hizo pensar, por el desdén hacia tus méritos, como podría decirse, o en todo caso por su consistente rechazo a reconocer tu humanidad básica y su bola negra secreta del proyecto de que puedas seguir vivo, hecho en una sesión ejecutiva por sus cuerpos de gobierno, quienes, como todos sabemos, llevan a cabo programas ocultos de recompensas y castigos, bajo la rosa, ocasionando leves alteraciones al estatus quo, a tus espaldas, en distintos puntos en la periferia de la vida comunitaria, junto a otras empresas no disímiles en tono, tales como producir películas con cualidades especiales, o atributos, como una cinta en la que la segunda mitad es un misterio sagrado, y las niñas y las mujeres no se les tiene permitido verla, o escribir novelas en las que el último capítulo es una bolsa de plástico llena de agua, que puedes tocar, pero no tomar: de esta manera, o maneras, estropean la vida mental subterránea de la colectividad, o negada, o convertida en algo más nunca imaginado por los planeadores, quienes, al regresar del último seminario sobre crisis administrativa y cuando se les pregunta qué es lo que han aprendido, dicen que han aprendido a cómo alzar las manos en señal de descrédito; la oración, mientras tanto, aunque no insensible en torno a estas consideraciones, tiene una enconada conciencia propia, que la persuade a seguir su estrella, y a moverse con toda la velocidad deliberada de un lugar a otro, sin perder a ninguno de los “pasajeros” que pudo haber recogido simplemente por estar ahí, en la página, y volviéndose a un lado y al otro, para ver lo que está por allá, debajo de ese árbol de forma extraña, o por allá, reflejado en la llovizna de la imaginación, aun cuando es cierto que en nuestra juventud se nos enseñó que las oraciones cortas y punzantes eran las mejores (pero ¿qué quiso decir? ¿qué no “punzante” quiere decir estupefacto? Pienso que probablemente intentó decir “oraciones cortas y golpeadoras,” lo que quiere decir que son oraciones que te atacan, ensangrentando tu cerebro si es posible, y al buscar la palabra justo ahora, me encontré con la cercana “punkah,” que es un abanico grande suspendido en el techo en la India, operado por un asistente que jala una cuerda –esto es lo que quiero de mi oración, ¡que mantenga las cosas frescas!), somos lo suficientemente maduros como para soportar el shock de reconocer que mucho de lo que se nos enseñó en nuestra juventud era incorrecto, o inapropiadamente entendido por aquellos que lo enseñaban, o quizás matizado un poco, el matiz como resultado de las necesidades personales de los maestros, que como seres humanos tienen la tendencia de introducir a su trabajo un poco de la sangre en sus corazones, y a veces esto pudo no haber sido de la primera agua, esta sangre de corazón, y aun cuando pensaron que estaban moviendo el “conocimiento” hacia fuera, como lo manda el Consejo de Educación, pudieron haber notado que sus oraciones no lograban el poder para derribar que tenían las nuevas armas, cuyas balas se caen de cabo a rabo (pero es cierto que no teníamos estas armas en aquel entonces) y ellos pudieron haber tomado en cuenta la sospecha fundamental de su proyecto (pero todos los proyectos inteligentemente concebidos ya han sido consumidos, como la luna y las estrellas) dejándonos, en nuestras mejores ropas, sólo con cosas por hacer, como conducir vigorosas guerras de desgaste en contra de nuestras esposas, que para ahora están completamente despiertas, y se pusieron sus pantalones acampanados de rayas, y se pusieron sus suéteres por encima de sus torsos, y firmemente de negaron a usar cualquier sostén debajo de los suéteres, delicadamente explicando el significado político de este rechazo a cualquiera que las escuche, o mire, pero no toque, porque eso no tiene nada que ver, según ellas dicen; dejándonos, como tal, sólo con cosas qué hacer como flotar hojas de Reynolds Wrap alrededor del cuarto, tratando de encontrar qué tantos podemos mantener en el aire al mismo tiempo, lo cual, por lo menos, nos da un sentido de participación, como si fuéramos Buda, mirando por encima del hombro el misterio de tu sonrisa, que necesita ser investigada, y creo que haré precisamente eso, mientras aun hay luz, si pudieras sentarte allá, en la mejor silla, y quitarte toda la ropa, y poner tus pies en ese caddy eléctrico para los dedos de los pies (para prevenir la neumonía) y ponerte esa bata de hospital inarrugable, para cubrir tu desnudez, y bueno, si haces todo esto, ¡estamos listos para comenzar! Después que me lave las manos, porque vaya que recogemos una cantidad considerable de exuviae en esta ciudad, sólo con caminar en campo abierto, saludando a conocidos, hablando con amigos, y copulando con amantes, en el curso ordinario (¡y muerte a nuestros enemigos! con el tiempo) –pero creo que me estoy angustiando de más, sólo para lavarme las manos, porque no encuentro el jabón, que alguien usó y no puso otra vez en el platito, lo cual es bastante irritante, si tienes una paciente hermosa sentada en el cuarto de auscultación, desnuda debajo de la bata, examinando sus lunares en el espejo, con sus inmensos ojos cafés siguiendo todos tus pasos (cuando no están viendo los lunares, esperando, como en una película de la naturaleza de Disney, que se exfolien) y su inmensa cabeza café preguntándose qué le vas a hacer, los lugares perforados de su cabeza dejando que esa pregunta salga, mientras el terapeuta decide sólo lavar sus manos con agua simple, ¡y al demonio con el jabón! y así lo hace, y luego mira a su alrededor en busca de una toalla, pero todas las toallas han sido recolectadas por el servicio de toallas, y no están ahí, y entonces se seca las manos en sus pantalones, en la espalda (para evitar manchas sospechosas en el frente) y pensando: ¿qué va a pensar de mí? y, ¡todo esto es muy poco profesional y vago!, tratando de visualizar los contratiempos desde su punto de vista, si es que ella tiene uno (pero ¿cómo? no está en el lavatorio), y luego deteniéndose, porque finalmente es su punto de vista el que le importa y no el de ella, y con esto fijo en su mente, y un paso ligero y seguro, como el que puedes encontrar en las obras de Bulwer-Lytton, entra en el espacio que ella ocupa tan bellamente y, tomándola de la mano, comienza a arrancar la áspera bata de hospital (pero no, no podemos tener ese tipo de merde pornográfica en esta oración majestuosa y de altos vuelos, que probablemente terminará en la Biblioteca del Congreso) (esto fue algo que ocurrió en su conciencia, y mientras la veía a ella, y ya que sabemos que la conciencia es siempre la conciencia de algo, ella no está completamente ausente de responsabilidad en esto), de modo que, pues, tomándola de la mano, él cae en el estupendo puré blanco del abismo, no, quiero decir más bien que le pregunta hacía cuánto tiempo desde su última visita, y ella dice dos semanas, y él tiembla, y le dice que en un estado como el suyo (ella es una soldado inmensamente popular, y sus tropas ganan todas las batallas pretendiendo ser bosques, el enemigo descubriendo, en el último momento, que esos árboles han comido su almuerzo frente a sus ojos y espadas) (lo cual me recuerda la presentación, en 1845, de The Fantastic Orange Tree, en la que Robert-Houdini pidió el pañuelo a una dama, lo frotó en sus manos y lo pasó por el centro de un huevo, después pasando el huevo al centro de un limón, después pasando el limón al centro de una naranja, luego presionó la naranja en sus manos, haciéndola cada vez más pequeña, hasta que sólo quedó un polvo, con lo cual un árbol floreció, las flores convirtiéndose en naranjas, las naranjas en mariposas, y las mariposas convirtiéndose en bellas damas, que luego se casaron con los miembros del público), una condición tan dañina para el intercambio social de cualquier tipo en tiempo real, lo mejor que ella podía hacer es darse por vencida, bajar sus brazos, y él descansará en ellos, y juntos se permitirán un poco de manazos y cosquillas, ella usando sólo su medalla Mr. Christopher, con su cadena de plata, y él (ya que esa es la latitud que otorgan las clases profesioales) preocuándose por la oración, sus delgados cables de tensión dramática, que han sido omitidos, sobre si deberíamos escribir sobre algunos eventos naturales que ocurrían en el cielo (pájaros, truenos), y sobre un posible coup d’etat al interior de la oración, a través del cual su verbo principal sería –pero en este momento un mensajero llega con prisa a la oración, sangrando de un gorro de espinas que trae puesto, y reclama: “¡No sabes lo que estás haciendo! ¡Deja de hacer esta oración, y mejor comienza a hacer cocteles Moholy-Nagy, ya que son lo que realmente necesitamos, en las fronteras del mal comportamiento!” y luego cae al suelo, y se abre una trampilla por debajo y cae por esta, en una fosa húmeda donde lo espera una ballena, su cuerno listo (pero quizás el peso del mensajero, al caer de esa altura, rompería el cuerno) –y así, considerando todo cuidadosamente, en la dulce luz de los ejes ceremoniales, en la locura presurosa de la enferma información, debemos tomar una decisión sobre si debemos proceder, o regresarnos, en el último caso disfrutando el pathos de la erradicación, en cuyo caso anterior, leyendo una publicidad erótica que comienza con Cómo hacer de tu boca un soplete de excitación (¿pero no pondría a nuestros enjuagues bucales a prueba?) intentando, durante la pausa, mientras nuestras bocas quemadas son embadurnadas con grasa, imaginar una mejor oración, más valedera, más significativa, como las de la Declaración de Independencia, o una declaración bancaria que nos muestre que tienes siete mil morlacos más de lo que pensabas –una declaración que resuma todas las irrazonables exigencias que le haces a la vida, y una que también haga la pregunta, si es que puedes imaginar estas exigencias, ¿por qué no son obtenidas rutinariamente, tontuelo? pero claro, no es esta cuestión la que esta oración infectada se ha tomado la tarea de responder (¡hola! a nuestra querida novia, Rosetta la Piedra, que se ha mantenido con nosotros en todas todas) sino otra cuestión que algún día descubriremos su naturaleza, y aquí viene Ludwig, el experto en construcción de oraciones que hemos tomado prestado del Bauhaus, quien –“¡Guten Tag, Ludwig!”—probablemente encontrará una manera de curar la expansión de la oración, usando la manera mejorada de pensamiento desarrollada en Weimer –“siento informarle que Bauhaus ya no existe, que todos los grandes maestros que anteriormente enseñaban ahí están muertos o se han jubilado, y que yo mismo he sido reducido a construir libros sobre cómo pasar el examen para sargento de la policía”—y Ludwig cae por la Casa de Tugendhat hacia la historia de los objetos hechos por el hombre, no el que queríamos, claro, pero igual, una construcción del hombre, una estructura atesorada por su debilidad, contraria a la fortaleza de las piedras.