9.12.09

(Notas)
En un admirable libro que acaba de salir, titulado Eloge de l’Amour (Elogio del Amor), el filósofo francés Alain Badiou pondera la naturaleza del amor, y cómo el judaísmo, el cristianismo, la filosofía, la política y el arte han tratado y considerado a su vez este evento universal: la explosión en el escenario de nuestras vidas de este agente tan rebelde.
Badiou fue asombrado por una campaña publicitaria el año pasado, para Meetic, una página de citas en la red. Sus eslóganes: “Get Love withoout the hazards!”, “You can love without falling in love”, y “You can love without suffering!” En otras palabras, Meetic ofrece al público un Amor Libre de Riegsos, 100% Garantizado. Esto llevó a Badiou a comentar: “El amor sin la caída, el amor sin los riesgos, es sólo otra propaganda, así como la supuesta seguridad de los matrimonios arreglados o, en este caso, la invención americana de una guerra sin casualidades. El amor es lo que le da a nuestras vidas intensidad y sentido, de ahí que está llena de riesgos, en mi opinión, que valen la pena tomar.” Para el filósofo, la otra amenaza del amor hoy en día es el dogma liberal: el que niega al amor su importancia al hacerlo otra extensión del hedonismo y el consumo.
Como dijo Rimbaud: “El amor debe ser reinventado” –en contra de la dictadura de la seguridad y el confort. Situándose en medio de los extremos representados por el pesimismo de Schopenhauer y el absoluto de Kierkegaard, Badiou comienza con Platón –para quien el amor es un elan hacia el idealismo—y se distancia de los moralistas franceses, quienes tradicionalmente ven al amor como un ornamento para el deseo y los celos sexuales. Para él, el amor no es verdad, sino una construcción de la verdad con alguien que no es idéntico sino distinto. También es un intento empecinado por hacer que un evento dure en el tiempo. “La obstinación es un elemento muy fuerte del amor.”
Los artistas siempre han preferido la figura del amor como un encuentro que todo lo consume, revolucionario, quizás, pero destinado al fracaso desde el principio, como en Nadja de André Breton. En las artes, el amor obstinado no ha inspirado mucho a los artistas. Excepto a uno: en Samuel Beckett, Badiou ve al verdadero campeón del amor. Para Badiou, Los días felices de Beckett es mucho más romántico que Tristán e Isolda. “Piénsese en esta vieja pareja que se han amado empecinadamente: ¡magnífico!” Badiou refuta la noción romántica de la fusión y disolución de uno mismo en la mirada del otro. Insiste que el amor se construye a partir de la alteridad entre amantes, y dice –contrario a los pensadores religiosos—que los niños son pasos en el camino, no el destino final del amor.
Por todas estas razones, Badiou vincula al amor con la revolución y la resistencia: una revolución, porque implica contradicciones y violencia; y una resistencia a la tiranía del sermón puritano de la actualidad, la confesión pública hipócrita, el nombrar y avergonzar, y la fantasía final: el héroe infalible.
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Puede que sí, puede que quién sabe, pero de cuando caminas con un mazapán en la mano, tienes la tendencia de abrirlo lentamente; para que no se desmorone, para que no se troce, para que no se desvanezca, como a veces el universo se desvanece, o la idea de que pronto el universo se desvanecerá, sí, como mazapán en manos torpes, y caminas lento pero seguro y tus dedos abren esa envoltura del mazapán como si abrieras una caja de pandora de universos frágiles, y la vida es frágil y sólo quieres poder abrir el cascarón de ese mazapán para poder tenerlo todo, entero, así, en tus manos reposando una compresión de sabores e intensidades, porque sí, la vida de repente es un universo desmoronable, y los carros resuenan en la calle y caminas lento y el mazapán, puede que sí, puede que no se desmorone, y la intensidad del universo es más intensa, y la pasión, la pasión, la necesidad de la pasión que requieres para que el universo siga sintiéndose completo, real, una masa comprimida pero frágil, que puedes llevarte a la boca y seguir caminando, en espera de que esa bella obstinación de perdurabilidad del amor hacia las cosas, la vida y esos ojos con los que despiertas por las mañanas no desaparezca. Para poder convivirlo contigo mismo, sí, ese mazapán entero, sin una grieta, dulce. Eterno. Un "para siempre" que puedes probar de un solo bocado.