27.4.10

Algunas ideas pertinentes, en este año que celebramos (o, a partir de lo que dice el siguiente texto, nos hacen celebrar) el fatídico bicentenario.
Extraído de La comunicación: memoria y olvido, conferencia magistral de Herman Parret, en el marco de las Terceras Jornadas Internacionales Peirceanas, Mexicali, abril de 2010.
"El segundo abuso de la memoria [...] es la memoria manipulada. La manipulación de la memoria es la deuda de aquellos que se encuentran en el poder, instrumentalizando la memoria de los sujetos e imponiéndoles su “racionalidad en conformidad con sus propios propósitos” (Zweckrationalität). La memoria, manipulada de esta manera, es tan débil como la identidad del sujeto mismo. Las ideologías, y más generalmente los otros que se sienten como una amenaza, constantemente atacan la identidad del sujeto y su memoria. Vivir juntos nos lleva a confrontaciones, rechazos y exclusiones que traumatizan la memoria identitaria del sujeto. La frágil memoria del sujeto, efectiva y simbólicamente, sufre intensamente, y es desmembrada en este entorno de violencia fundada. La ideología se opone al planteamiento de la identidad del sujeto y propone expresiones públicas de memoria que emanan de un sistema de orden y poder. Efectivamente, la ideología en realidad apunta a legitimar la autoridad del orden y el poder por medio de una imposición retórica de creencias. Uno puede notar fácilmente cómo la memoria conectada con la identidad del sujeto es manipulable por los discursos violentos de las ideologías. El sujeto está casi indefenso: la memoria, desde una perspectiva institucional, es una memoria inculcada, se encuentra inscrita para beneficio de las ideologías dominantes.
Un tercer abuso de la memoria, sin duda el más sutil, es el de la memoria de mando. En algunos casos radicales, puede transformarse en el deber de la memoria. Ciertamente es un abuso obligar a los sujetos a recordar. Uno puede “crear una memoria” de manera gentil, sin coerción: esta es la memoria espontánea, serena y feliz. Pero el mandato de la memoria, entendido como una invitación imperiosa, resulta seriamente problemática: ¿cómo puede uno decir “Tienes que recordar” como si recordar fuera una tarea por cumplir? Este deber de la memoria es muchas veces presentado como un imperativo de la justicia, y es difícil desafiar esta petición ético-política. Parece, entonces, que el imperativo de la memoria es el deber para hacer justicia al otro por medio del recuerdo, y no existe una manera moral de oponerse a este imperativo de la justicia. Ciertamente existe un abuso al imponer la memoria como deber, particularmente donde el olvido es incluso una necesidad antropológica. Por medio de un exceso de obligación del recuerdo uno abusa a la memoria, al separarla de su doble constitutivo, el olvido."

12.4.10

Tardenoche

Es tardenoche y estaciono el carro en un OXXO y escucho a un tipo en la radio hablar sobre Galileo, al mismo tiempo que llama mi atención un tipo, un medio hombre, un remedo humano enroscado enseguida del contenedor de basura de la tienda. Un tumor en el cuello, rojizo pero ya oscurecido por la mugre, sus manos muñones espantando el aire con aletazos, ropas trapos, ojos perdidos en distintos tipos de negrura, de cavernas de la conciencia, veredas a un pasado reciente que ni siquiera recuerda, un trozo de ser humano olvidado y restregado en el suelo, sus brazos alegando con el mundo, alejado del mundo, del aquí y ahora y nosotros y nuestros problemas con casas resquebrajadas a una semana del terremoto.

Aleguemos con el mundo. Alejémonos del mundo.

A mí no me debe importar él y a él no le deben importar los temblores; a nosotros no nos debe importar evidentemente este tipo hecho añicos por el mundo. Un movimiento leve de su cuerpo me permite descubrir que tampoco tiene piernas. Recuerdo mi primera imagen de un hombre-muñón. Aparecía en un libro sobre “freaks” de la naturaleza, un coronel prusiano que no obstante aparecía en la foto con su muy nutrida familia y con una mujer que aparentemente logró peripecias indecibles con este hombre, por su rostro podía detectar que ella mantenía relaciones sexuales con este coronel-muñón. Hombres-gusano, escuché una vez que les decían. pero nos desdecimos cuando queremos ser políticamente correctos, así que me desdigo de mi corrección política y lo mantengo como hombre-muñón.


En fin. No iba r a darle lecciones de heroísmo a un tipo abrumado por el alegato/aleteo de sus brazos y los mensajes terrenales de sismos que seguramente siente antes que nosotros, pegado a la tierra, pegado a la herida, escuchando, ceñido al cuerpo de estas tierras cercenadas por dentro. No le voy a explicar que en algún tiempo hubo un tipo que llegó a coronel siendo muñón, u obtuvo el rango después de perder sus extremidades, creo que no le importan mucho las lecciones de vida, aunque de todas formas no nos damos tiempo para dar estas lecciones.

Galileo quedó fascinado, al parecer por lo que dice el tipo de la radio (Garrison Keilor, una celebridad histórica en el mundo de la radio pública en EEUU) con un artilugio que le permitía ver las estrellas, el movimiento de los astros, los anillos de Saturno, la posición de la luna, el contorno de la maga luna iluminado por el sol escondido, la deducción de Galileo, a partir de la cual el mundo cambia, el mundo cambió, aunque cambió nominalmente, nosotros giramos alrededor de un centro, el tipo postrado como parte de la basura en el contenedor gira alrededor de nosotros, o nosotros giramos alrededor de ese centro que es un hombre-muñón postrado en el suelo, suelo indómito, replicante, sonoro, anunciador de quién sabe qué artilugios naturales que nos avisan que viene no sé qué, y a él qué le importa, y a Garrison Keilor qué le importa, a él le importa cerrar sus efemérides cuando en realidad quiere leer en la radio un poema, “His wife,” de Andrew Hudgens:


My wife is not afraid of dirt.


She spends each morning gardening,


stooped over, watering, pulling weeds,


removing insects from her plants
and pinching them until they burst.


She won't grow marigolds or hollyhocks,


just onions, eggplants, peppers, peas –
things we can eat.

And while she sweats
I'm working on my poetry and flute.


Then growing tired of all that art,


I've strolled out to the garden plot


and see her pull a tomato from the vine

and bite into the unwashed fruit
like a soft,

hot apple in her hand.


The juice streams down her dirty chin


and tiny seeds stick to her lips.


Her eye is clear, her body full of light,


and when, at night, I hold her close,


she smells of mint and lemon balm


En la torre inclinada de Pisa, Galileo demostró que todos los cuerpos caen a igual velocidad. El cuerpo de este tipo, esta persona a medias, este receptáculo de infortunios, alejado de dios y alegando con el mundo, cae como los nanosegundos en los que se manifiesta en nuestros pies el movimiento telúrico, la lucidez de lo que se va a pérdida, nuestras pertenencias manifiestan su condición efímera, y el dulce sabor de un tomate exprimido por los dientes de una mujer que se recuesta para atender las virtudes de la tierra se mantiene en mis labios, se saborea, y sabe que no es constante, que el mundo se mueve y se seguirá moviendo, como seguramente este tipo se mueve, no es permanente, no se queda ahí, repta hacia su siguiente morada, por siempre sintiendo el calor y el tremor de la tierra. Nada permanece. Sólo, quizás, la tierra.

9.4.10

extraído de la revista The Believer. Libre traducción.

ENTREVISTA

Aleksandar Hemon
[Novelista Bosnio]

En conversación con

COLUM McCANN
[Novelista irlandés]


Aleksandar Hemon es autor de cuatro obras de ficción, incluyendo la novela The Lazarus Project (Riverhead, 2008), y una colección de relatos, Love and Obstacles (Riverhead, 2009). Nació en Sarajevo, Bosnia-Herzegovina, donde vivió hasta que terminó en Chicago, su residencia actual.

Colum McCann es autor de siete obras de ficción, incluyendo la novela, la cual obtuvo el National Book Award, Let the Great World Spin (Random House, 2009), Zoli (Random House, 2007), y Dancer (Metropolitan Books, 2003). Nació en Dublín, Irlanda, y ahora vive en Nueva York, donde imparte clases en el programa de MFA en escritura creativa de Hunter College.

Esta conversación es una continuación vía e mail de una serie de conversaciones entre Hemon (a.k.a. Sasha) y McCann. La más memorable ocurrió en Lyon, Francia, algunos años antes, que terminó en un bar con una colección irreal de whiskys, los dos hombres cantando “Waltzing Matilda” acompañados por un coro de franceses murmurantes. Esto es lo que se recuerda –el resto es proporcionado por la imaginación y la patada del whisky.


COLUM McCANN: ¿Qué estamos hacienda aquí? ¿Por qué no estamos en un pub?
ALEKSANDAR HEMON: Porque vives en provincial, lejos de todo.

CM: Entonces, estamos aquí…para platicar (como el Obispo y la prostituta). La siguiente pregunta es: ¿por qué estamos aquí? Eso, claro, es fácil de responder. Pero, en serio, a veces me pregunto si nosotros –quiero decir nosotros, tú y yo, como escritores—tenemos que justificarnos cada vez más, tú sabes, como los artistas visuales, cuya modalidad principal de entrada a su arte parece ser la dolorosa explicación de su obra. Olvídate de la pintura. Hay todo un negocio alrededor de ésta. Los artistas tienen que adquirir un lenguaje específico. ¿Has leído algunas de esas “declaraciones de propósitos” (¡) de algunos artistas contemporáneos? Es como si caminaras por hectáreas y hectáreas de brea fresca. Levantas un pie sólo para descubrir que el otro se hunde más.

AH: De hecho, no he leído esas declaraciones de propósito, pero puedo imaginar cómo son. Sin embargo, no sería tan duro con los artistas. Por un lado, todo artista, incluidos los escritores, tienen una ética y una estética, ya sea que puedan formularla o no. Soy de los que piensa que es bueno ser capaz de formular –es bueno saber lo que estás haciendo y ser capaz de hablar al respecto. Por otro lado, el arte es tan ampliamente (y muchas veces delgadamente) expandido, que cualquier cosa puede serlo. Mucha de ésta no es nada más que un gesto, no un objeto, no una cosa en sí misma, y literalmente no existe sin interpretación. Yo estoy completamente a favor de la interpretación, pero durante el pasado siglo, se le puede pegar una interpretación a todo, a cualquier cosa. La literatura, por un lado, siempre es algo –o es relato o poesía, idealmente ambas. Esto es, siempre sabes lo que es e incluso si la interpretación no está a la mano, la experiencia del lenguaje sí está. El lenguaje es tan inherente a la humanidad, tan necesaria incluso para el pensamiento más básico, que los relatos y la poesía están disponibles para cualquiera que pueda procesar el lenguaje. De modo que es fácil para nosotros.

CM: Yo soy de los que piensa que una onza de empatía vale toda una carga marítima de juicios. Un escritor puede enfermarse con su posición, pensándolo demasiado. Pero, dicho eso, sí me resulta molesto que nuestro mundo se vuelva cada vez más rarificado, como el mundo del arte, donde tenemos que justificarnos con nuestro significado. Imagina que constantemente tengamos que explicarnos a nosotros mismos. Como comentaristas de fútbol o algo así.

AH: ¿A qué te refieres con nuestro mundo? ¿Te refieres al mundo literario? ¿Qué es eso? No sé lo que es.

CM: Un libro que importa.

AH: Hay muchos libros que le important a mucha gente.

CM: A mí me encanta encontrar uno que me importe a mí. No sucede todos los días.

AH: Lo que sí sé es esto: este día me la pasé leyendo libros que ya no imprimen. Los leo como parte de mi investigación para un proyecto futuro. Y luego estuve un tiempo mirando a través de la ventana, imaginando a las personas y las situaciones en lugares que no he visitado (y probablemente no lo haré), que en su momento no experimenté. Pasará un tiempo antes de que ponga la pluma en el papel, si es que acaso lo hago. Pero seguiré obsesionado con estas personas –ya tienen nombres—y seguiré imaginando paisajes, sus vidas y muertes, y los amaré. Estaré años haciendo eso, sin hablar realmente con nadie al respecto. Es muy loco, no hay razón para hacerlo. Pero eso es lo que he estado haciendo todos estos años y ya ha pasado demasiado tiempo como para justificarlo. Y una vez que escriba el libro, y se publique, si corro con suerte, entonces existirá y seguirá existiendo. Y esa existencia está más allá de cualquier justificación.

No estoy muy seguro ante quién piensas tú que nos debemos justificar.

CM: Bueno, ante nuestros hijos, para empezar. Ante nosotros, en un segundo plano. Yo nunca conocí a mi bisabuelo, pero él caminaba por las calles de Dublín el 16 de junio de 1904. Ahora puedo entender a mi bisabuelo, y la línea de padres que le siguieron, mucho mejor debido a que leí el Ulises, porque he caminado a través de esas páginas. Esas pequeñas esquinas. Algún atípico vuelo. La excursion que cruza Eccles Street. Davy Byrne y Blazes Boylan. La Biblioteca Nacional. Literalmente, mi bisabuelo cobra vida para mí en las páginas de una novela. La novela (¡Una “ficción”!) inventa su forma humana para mí.

Como tú mismo dices, en The Lazarus Project, “Todas las vidas que pudiéramos vivir, todas las personas que nunca conoceremos, que nunca serán, están en todas partes. Esto es el mundo.” Eso para mí es la esencia de la literatura, y el motivo por el cual usé esta cita tuya como el epígrafe (casi decía epigrama) de mi nueva novela. Cobramos vida en cuerpos y geografías y en tiempos que no son nuestros. Esa es la justificación. Es un propósito suficiente porque pienso que lo que hace es expandir nuestra habilidad no sólo para justificar, sino para criticar esa autojustificación.

Quiero explorar tu novela un poco más. Para mí, es el mejor libro que he leído en años. En el nivel más básico, simplemente me abrió, continuamente, abrió las sinapsis y las venas también. La literatura no es una Olimpiada, pero dios santo, realmente pienso que creaste algo duradero y lleno de sentido. Cuando me devuelvo a mi primera experiencia de leerlo –y ya lo leí dos veces—recuerdo haber pensado que restauró mi creencia en la posibilidad de la literatura y lo que importa, la música de lo que importa.

AH: Gracias. Eso es algo muy bello que se le pueda decir a un escritor.

CM: Es una gran novela contemporánea. Está entretejida de la manera más extraordinaria, en el sentido de que es europea y estadounidense, se fue justo a los rincones empolvados del siglo XX, luego saltó rápidamente al Sarajevo de hoy, se metió a la cocina, abrió la lata de sardinas (o de “sandez” como dice [el personaje Vladimir] Brik), se excusó para ir a la calle nuevamente, y en unas cuantas páginas se encontró en Abu Ghraib antes de circular de vuelta a Chicago en la primera parte del siglo XX. Tuvo tal acceso, fue como un poema de Whitman. De hecho, me recordó a una línea del Mandelstam que va más o menos así: “Deseo este cuerpo pensante –/esta carne huesuda carbonizada, / viva para su propio espacio—/ para convertirse en una calle, en un país.”

Una pregunta, entonces. Detecté una necesidad, si es que acaso es la palabra correcta. Y una necesidad que requirió coraje. De modo que, ¿cuánto coraje te tomó escribir esa novela?

AH: Yo quiero que un libro contenga un mundo –efectivamente al mundo. La escritura es mi medio principal para involucrarme con el mundo, y quiero que las cicatrices de este involucramiento se dejen en el lenguaje. Escribo y leo bajo el supuesto de que la literatura contiene un conocimiento de la experiencia humana que no encontramos en otra parte.

Rilke dijo que el arte sólo puede venir de una necesidad interior. Yo escribo porque debo hacerlo. O porque no puedo no escribir. Danilo Kiš dijo que comenzó a escribir hasta después que superó su asco hacia la literatura. En cuanto al coraje –desafortunadamente, me constituye. Pongo mucho coraje en Lazarus cuando lo estaba escribiendo, luego extraje mucho cuando lo estaba editando. Lo que queda ya no es mi coraje. Pero tengo mucho más en mí, para proyectos futuros.
CM: El coraje sigue ahí. Es tan necesario para el libro. Lo impulsa. Otra pregunta, no muy distante de la primera: parece que no tenemos mucho coraje en nosotros mismos, nuestra propia generación de escritores, los cuarentones –resultamos bastante taimados, temerosos de molestarnos los unos a los otros. No estoy proponiendo necesariamente una pelea, pero parecemos tan temerosos, mea culpa. ¿Deberemos de darnos unos moquetes?

AH: Recupera tu mano primero.

CM: Sí, como acabo de salir del hospital (un problema en la mano/muñeca) sé que necesitamos más que un buen puño para pelear. Yo quiero involucrarme en un nivel que me permita saber que mi sangre está hirviendo.

AH: Como no vivo en Nueva York, estoy seguro que me pierdo muchas peleas y dimes y diretes literarios, pero sigo pensando que hay mucho conflicto. El problema no es la escasez de conflictos escriturales, el problema es su irrelevancia. Los que me han tocado, aunque no recuerdo uno solo ahorita, me parecen tan personales, insignificantes e inconsecuentes. Son como unos vecinos en el piso de arriba que están peleando: ruido, drama, la vida de alguien más. No sé cuál sería tu modelo para una pelea productiva, pero creo que un ingrediente necesario debería ser algo que importe –debería haber algo de por medio: una estética, una ética, un mundo—de modo que la confrontación con otro escritor estuviera relacionada con algún tipo de visión, o, si lo deseas, un futuro. Para que una pelea sea productiva, o por lo menos relevante, los escritores deberían pelear sobre las distintas exigencias que le proponen a la escritura (como un acto privado, individual) y la literatura (una red de relaciones en las cuales todos estamos involucrados). No hay escasez de conflicto, pero sí hay una escasez de ética y estética. Estoy ansioso por criticar las obras de un escritor muy respetado, pero no lo hago porque estoy perfectamente conciente de que mi crítica sería fácilmente reducida a envidia o simple maldad.

También está el hecho de que la literatura parece tan frágil hoy en día (¿Qué ocurre con la lectura? ¿Qué está pasando con los libros? ¿Qué está pasando con las editoriales?), de modo que hay una solidaridad instintiva entre los escritores como profesionales –no quieres que corran a nadie. Todos nadamos en las mismas aguas de mierda.

CM: Bueno, algo de ponzoña ciertamente se ha liberado en los últimos años, y yo supongo que la idea de tener una riña en contra de un individuo no significa nada desde una perspectiva más amplia. Los Ingleses lo llaman “handbags,” de estarse dando de bolsazos. Mucho de esto sucedió con las generaciones previas de escritores (nada tan bueno como el siglo V en Grecia, me supongo), pero ahora estamos atrapados detrás de una pared distinta, y quizá el temor es que nadie está viendo de manera que necesitamos hacer ruido. Creo que este prospecto de irrelevancia es contra lo que nos aferramos, y quizás esto nos una más. Pero me preocupa. Aquí estamos, post-Bush, pero aun en medio de una regression nacional, con una mentalidad de barones ladrones, la continua oposición a una legislación social ilustrada, la constante subyugación reverencial al más bajo común denominador. Existe la idea de que Obama nos salvará a todos. Yo bailé igual que todos cuando fue electo, pero estamos en un fango tan profundo que no estoy seguro que saldremos fácilmente.

AH: Estoy de acuerdo, pero por lo menos ya no siento que vivo bajo una ocupación. Es como si hubiéramos sido liberados.

CM: Ni que lo digas. De hecho, puedo regresar a Irlanda y no sentir vergüenza por vivir en Estados Unidos. Cuando pensaba en Estados Unidos me regresaba la frase: “No puedes regresar a un país que ya no existe”—estoy tan contento. Fue una tortura vivir aquí. Imagínate ser torturado aquí.

Pero hablando de legislación y la ilustración, tengo una pregunta sobre los libros, el país de los libros. He estado leyendo mucho sobre Emilio Zola, el escritor francés del siglo XIX, y su furia, su creencia en la novela como herramienta social, la posibilidad de una novela que restaure el valor de una vida que ha sido devaluada por otros. Estaba interesado en la noción de “vivir en voz alta.” Quería dilatar las narices de los escritores jóvenes de Francia, encenderlos. Llevó la novela a las calles, a las minas, los prostíbulos. Todo esto es muy abrumador y cada vez que hablo de él sólo veo las cejas de la gente subirse y subirse. Pero tenía cojones. No quería perdón por su audacia.

AH: Sí, pero estaba escribiendo cuando no sólo había la posibilidad de una revolución, sino que unas cuantas habían sucedido. Los trabajadores se ponían en huelga, el ejército les disparaba, las ciudades se encendían. El conflicto social y la guerra política fueron ocurrencias diarias. Europa –y el mundo—estaba repleto de movimientos revolucionarios serios. Zola no inventó o se adueñó de esta furia, ni tampoco su actividad se limitaba a escribir. Para que la obra de Zola tuviera un impacto social, tenía que haber un movimiento, o movimientos, y para que él tuviera ingerencia en ello no podía mantenerse por fuera. Habiendo crecido en un país socialista –aunque moribundo—si me tocó la punta final del realismo social entendido como una estética legítima. Podías encontrar una novela estalinista en la biblioteca, en la sección de clásicos. En la universidad, leí interpretaciones de Chéjov y de Kafka que sostenían haber descubierto su espíritu revolucionario. He leído libros en la escuela que fueron escritos a partir de una ideología memorizada –eran lavadores de cerebros. Por lo tanto, cualquier arte, cualquier literatura que tenga una meta política claramente definida es repelente para mí.

Si pudiera ofrecer una crítica de tu posición, como la entiendo, eres un romántico, atraído a individuos nobles, demasiado nobles, demasiado comprometidos moralmente con sus necesidades interiores como para ser respetados y apreciados por el mundo. Zoli, Rudi, Petit, et. al. Son heroes, en el sentido griego: personas con un poco de arrogancia, quizás incluso santos, en la medida que son infundidos con algún espíritu divino. Esto es grandioso para la literatura, pero lo peor para un cambio social. (Y Obama es un ejemplo perfecto –es visto como héroe, alguien por encima de la política, pero sí es un político de primera clase, si corremos con suerte.) Por lo tanto, estás fascinado por la santidad de Zola, su noble resistencia, pero sólo porque tuvo los huevos. Los huevos no forman a un escritor, y yo creo que aquí es donde no estaremos de acuerdo.



CM: Pero yo diría que estoy interesado en usar esa santidad no para hablar de ella, lo cual resulta poco interesante, sino, de nueva cuenta, la música de lo que importa. Al escribir Dancer no me importaba un comino Rudolph Nureyev ni su muy obvia santidad. Me importaban el zapatero, el chico de la renta, los pequeños personajes en las orillas. En esta nueva novela, quiero usar la obvia arrogancia de algo como el cruce en cuerda floja en las torres del World Trade Center no para hablar sobre el cruce en sí, sino sobre todas las personas que viven debajo de donde se hizo el cruce. La novela comienza en grande, pero termina siendo muy intencionalmente local, en una pequeña callejuela del Bronx. La abuela olvidada de treinta y ocho años es el corazón de la novela. Pretende ser una novela sobre un tipo que camina en la cuerda floja, pero no tiene absolutamente nada que ver con eso. Lo que está en juego es mucho más. Es una crítica intencional sobre cómo ordenamos nuestras historias. Si eso no es lo que se transmite, entonces he fallado.

AH: Sí lo transmite, hermosamente. Pero la presencia de Petit, caminando en el cielo, nos permite el espacio dentro del cual Corrigan y Tillie y todas las otras bellas personas que creaste exhibirán su santidad, así como la presencia de Rudi, como un destello de trueno, ilumina a todos los otros personajes a su alrededor. Son presencias seudoproféticas, que permiten a los otros salir a la luz.

CM: Tillie comete suicidio, pierde a su familia, pero sí, aun así tiene un propósito. Como tu Rora, es capaz de afligirse. Descubre la habilidad para afligirse. Y sí, creo que sí estamos en desacuerdo, aunque no tanto como podría pensarse. Yo tengo la obvia reacción visceral a ser llamado un romántico. Puedo sentir que mi piel se enchina. ¿Podría ser igual de fácil llamarme un cínico? Prefiero balancear las contradicciones. Lo político está en lo local. Tú dices que escribir es lo único que puedes hacer. No puedes vivir sin ella. Y lo entiendo. Pero Sasha, yo sí puedo vivir sin ella, creo. Digo, podría sobrevivir. Pero si puedo contarle a mis hijos una historia que les remueva sus mundos a los lados un poco, entonces lo haré. Y, por añadidura, por lo tanto es lo único que quiero hacer. Lo cual no sólo es romántico, sino esperanzadoramente intenso, o desesperanzadoramente intenso.

AH: Yo admiro eso. Por un lado, se entiende con una tradición de valor, incluyendo la de los Románticos genuinos. Por el otro, necesita de la creencia, de una voluntad para morir por la causa, para decirlo de algún modo.

Pero no te mueras.

CM: Robert Stone dijo algo relacionado, de que tenemos que asegurarnos de no morir. Por lo menos, aun no.

Claro, elementalmente, una de las funciones de la escritura –incluso si no se ha leído—es que dure. Pero hay tanta literatura en los últimos años –tanta de la que parece obtener elogios—es domesticada y con buenos modales y muy bien portada. ¿Quieres decir un par de malas palabras? Di novela social. ¿Quieres decir una palabra realmente mala? Di lírica. ¿Quieres vender muchos libros? Habla sobre la época en la escuela. O sobre el programa de escritura creativa. Parece haber un agotamiento alrededor de la forma narrativa, por lo menos hasta hace poco, cuando parece que cada vez más y más jóvenes escritores están tomando al toro por los cuernos. He notado un poco más de compromiso, emoción en el aire. Pero en general, creo que es verdad que muchos escritores están tomando menos del mundo y sentándose en una posición de sumisión anonadada en torno a los ejecutivos de las editoriales.

Quizá me esté sobreextendiendo con eso, y existen notables excepciones, claro, pero creo que nosotros como escritores sufrimos de una autoridad moral reducida, y gran parte de la culpa tiene que ver con nosotros, porque nos hemos portado tan chingadamente bien, no hay novelas sobre Guantánamo, no hay novelas sobre Katrina, que yo sepa, no existe unas Uvas de la Ira. Está de moda la idea modesta, una banalidad del lenguaje, la aceptación de lo ordinario.

AH: Ahí le va la noticia, Sr. McCann: las novelas no resuelven problemas, aunque idealmente ocasionan algunos. Y si una novela sobre Katrina sería un esfuerzo noble, eso no quiere decir que sería obligadamente buena –y si no es buena, entonces el dolor y sufrimiento y humillación hubiera sido usado equivocadamente en un intento literario. No practicas tu oficio en las tragedias de otras personas. Además, la tragedia de Katrina fue transmitida en vivo. Y de manera dolorosa. También parece que exiges una inmediatez. Esto es, necesitas una novela sobre Guantánamo, y Guantánamo ni siquiera la han cerrado. ¿Cuál es la prisa? No es como si los crímenes de guerra se detendrán en cuanto una novela sobre ellos se publica. La literatura opera lentamente, siempre a unas pulgadas de la dicha, nunca llegando a esta.

CM: Pero ni siquiera he soñado que las novelas puedan resolver problemas. Si pudieran no tendríamos problemas, o lo más probable, no tendríamos novelas. Y tienes razón, la novela de Guantánamo probablemente tome unos veinte años. Pero aquí está el otro lado de la noticia: las historias tienen que ser contadas una y otra vez, de manera que no se olviden. Creo que en esto cometes un error. Supones que una vez que se contó ya se contó para siempre. Lo que yo temo es el problema sobre cómo se presenta la historia.

AH: Algunas se cuentan una y otra vez, lo sé. He escuchado muchas. Y las historias no se olvidarán. Existe algo llamado el paradigma narrativo. Es un término de la psicología y, para mí, se reduce a esto. Las personas entendemos nuestras propias vidas como un relato. Se ven a sí mismos como personajes en las historias de sus vidas. Relatar historias es un marco cognitivo. Pero los modelos para esas historias muchas veces vienen de fuera –solían venir de libros (Emma Bovary imaginaba su vida como una novela romántica, pero perdió el control de la trama), y hoy en día vienen del cine y la televisión. Siempre y cuando existan los seres humanos, existirá el lenguaje y los relatos.

Lo que le exiges a los relatos es una importancia moral, incluso política. Yo tiendo a rehuir de ese aspecto didáctico.




CM: Pero no me gustaría pensar que tú o yo o cualquier otro le dijera a las personas cómo pensar. El espacio para emprender la experiencia, para tener empatía, es un espacio distinto al espacio didáctico. Permitir el espacio para el cambio es permitir el espacio para la gracia. Esto es lo que obtengo de la buena escritura. Eso es lo que obtengo de tus libros. Y tengo que concordar contigo, no tengo nada qué decir que pueda cambiar la mente de nadie. Nada. Ser didáctico me es poco interesante. Pero permitir el espacio para que las personas reformulen sus ideas de las cosas, de cambiar –o de enojarse—es un propósito literario viable. El hecho de que fracaso una y otra vez en esto es mi razón para continuar. El fracaso es edificante. Rompemos las luces.

AH: Me gusta la idea de que un libro sea un espacio democrático al cual entran los lectores, trayendo consigo sus propios pensamientos, y participan en una conversación, o experiencia de gracia. Pero lo que importa aquí es que no hay un “nosotros.” No hay una solidaridad inherente –de propósito, de ética o estética—entre los escritores. Puede haber un espacio compartido de irrelevancia, pero eso sólo hace que las personas se sientan quejumbrosas y solitarias. No estamos involucrados en un proyecto común. Existen pocos escritores con los que pudiera definir ligeramente un proyecto común –el proyecto siendo el tipo de literatura que respeta la soberanía individual de los seres humanos—y con ellos podría hablar y discutir, pero eso no quiere decir que no estaré en un conflicto sin reparo en algún otro campo. Y puede haber muchos que estarían involucrados en proyectos completamente distintos, estéticos o políticos.

CM: De acuerdo, de acuerdo. Pero escucho que favoreces el puesto del solitario, que es en sí mismo una idea agudamente romántica. Existe un peligro real al tratar de ondear la bandera solitaria. Refuerza estereotipos del escritor, y sugiere, al lector, que a fin de cuentas no importa.

AH: Cualquier tipo de solidaridad que yo haya establecido con otros escritores individualmente, normalmente se organiza alrededor de los libros. Nos conectamos como lectores, no como escritores. Para mí, la solidaridad de los lectores es mucho más importante que la solidaridad de los escritores, particularmente porque los lectores, de hecho, encuentran maneras de conectarse a partir de un libro o libros, cualesquiera que sean. Y no hay un libro que le llegue a todos los lectores, ni siquiera libros como la Biblia, el cual busca tener a todos los lectores. Los libros de ideas modestas encontrarán a los lectores que responden al lenguaje banal y aceptarán sin problemas su aspecto ordinario. Y algunos otros lectores cargarán con un libro de poemas de Brodsky a todas partes. Y hay lectores que se relacionan con libros que usan ambos modelos.

Siempre me quedó claro que yo tendría que ganarme a mis lectores, algunos habría de encontrarlos, algunos habría que crearlos. No hay un lector que me deba nada –no se me debe nada por mis nobles esfuerzos, porque mi escritura siempre fue incondicional, surge siempre de una necesidad interna. Otra manera de explicarlo: no me importa cómo son otros libros, malos o no. Yo seguiré haciendo esto. No me pueden detener.

CM: Sí…romper las luces de tráfico. ¡Me encanta! Nunca es demasiado tarde para dejar que un lector termine el libro por ti.