16.3.10

Los “artistas”
Dedicado a Eduardo Arellano.
Pinche flaco, se te extraña.
Wish you were here.
(nota a los posibles lectores: sé que este texto es largo; se debe a que intento dar una perspectiva lo más comprensiva del tema, ya que no existen espacios disponibles, más allá de Internet, para abordar estos temas. Agradezco comentarios, pero sobre todo, agradezco la paciencia que tendrán para leerlo todo.)

¿Cómo y en qué momento puede decirse que un artista es “emergente,” cómo y en qué momento deja de serlo? Asimismo, ¿cómo y en qué momento puede decirse que un arte es emergente y en qué momento deja de serlo? Y lo que es más importante, ¿por qué estos artistas son abordados con ese incómodo entrecomillado, “artistas”, mismo que denota ignorancia, intolerancia, miedo, o simplemente una manera de descartar abruptamente algo que de entrada se presenta como “extraño” o “amateur” pero que en realidad tiene más sustancia de la que se lee?

Mexicali, desde hace poco menos de cinco años, está produciendo una escena de artistas emergentes, de diferentes latitudes y rumbos estéticos, con diferentes intenciones y apuestas y un público diverso que se reparte entre la abulia, el silencio, la incomprensión y el apoyo incondicional: de los pares artistas, de grupúsculos académicos vinculados al ámbito, de las instituciones, de amigos, familiares y aledaños que se unen “a la causa,” por así decirlo. Esto, sin tomar en cuenta una contingencia igual de fuerte de detractores, de los mismos campos, que no sienten la necesidad, no quieren o simplemente les da flojera (o miedo, que por cierto, son ideas compatibles) “todo eso del arte contemporáneo.”

Por otro lado: en Mexicali, desde hace aproximadamente quince años, se ha producido lo que en el campo se conoce como “artes emergentes,” lo que en otros lados ya está consolidado como práctica integrada al ámbito de las exhibiciones y los espacios y organizaciones independientes, pero que en nuestra localidad aun se piensa como “lo nuevo,” lo “raro,” lo “experimental,” y todo ese entrecomillado que denota incomprensión y, en el peor de los casos, una actitud de rechazo hacia una práctica artística contemporánea. No somos los únicos privilegiados por ese ninguneo: una crítica como Avelina Lésper, desde el púlpito de la revista Milenio, se ha dedicado sistemáticamente a despotricar (literalmente, ya que sólo podría denominarse como eso su ejercicio crítico) contra todo lo que huela a contemporáneo, que al parecer, se refiere a todo lo que no huela a óleo, mármol, piedra y aromatizantes de museo histórico.

Pero bueno, ¿a qué tipo de artes me estoy refiriendo?


arte conceptual instalación intervenciones en espacios públicos performance arte sonoro poesía visual collage happenings acciones de arte combinatorias multidisciplinarias de pintura fotografía video arte procesual arte aplicado a la investigación social arte correo body art distintas aproximaciones al lenguaje digital conformando una suerte de ars electronica que combina imagen sonido texturas arte posthumano arte posthumanista (no es lo mismo) arte de acción y reafirmación política ...
...todas variaciones de un mismo arte, que proviene de una misma historia, de esa historia secreta del siglo XX que fue gestándose a la par de esa otra historia, la oficial en el campo de las artes, aquella en donde triunfa el individualismo y el lenguaje pictórico como medio principal para dar cuenta del paradigma del modernismo y cuyos estandartes son (entre otros) las obras de Picasso, de Kandinsky, de Matisse, Dalí, Miró, Mondrian y un largo etcétera cuyas obras fácilmente puedes colgar en la sala de tu casa o en el baño del café con Internet de la esquina. En formato de póster. Comprado en Wal Mart.

Por cierto: Ese arte, el del periodo modernista, fue creado por los primeros “artistas” en la historia.

Sí. “Artistas.”

Porque en algún momento de sus vidas, alguien debió levantar los dedillos a los lados de la cabeza y doblarlos en señal de un entrecomillado. “Ajá…muy ‘artista’ se ha de creer ese mentado Pollock, con sus manchas y borbotones de pintura escurrida sobre el lienzo.” Seguía la consigna definitiva del arte de finales del siglo XX. “hasta un niño puede pintar así.”

Dichas obras –las de toda la plástica modernista— comenzaron a establecer su propio paradigma, así como su propio campo de recepción en la cultura. Ahora son obras y artistas valorados, en ciertos casos, con el mismo grado de grandeza que los clásicos de antaño que acumulan polvo antiguo en los museos europeos (y dos que tres en el D.F.). El cubismo, por ejemplo fue señalado por Julio Cortázar, junto con el box y el jazz, como uno de los tres grandes inventos del siglo XX.
No obstante, mi querido Cortázar también fue respetuoso de esa otra historia a la que me refiero (a él qué demonios le iba a importar el a veces absurdo debate que se gesta en el campo de las artes, sobre lo que sí es y no es arte), y en el primer capítulo de La vuelta al día en ochenta mundos, relata su encuentro con uno de los primeros performances Fluxus en la historia. Realizado por Nam June Paik, circa 1963, consistió en el simple acto de caminar de un lado al otro de la acera, esperando el cambio de luces de un semáforo, en medio de la ciudad de Nueva York. Esto fue hace, fácil, unos cuarenta y cinco años.

Desde hace más de cincuenta años –si nos apegamos a la historia e indicamos el inicio de todo esto con la inclusión debatida de Fountain de Marcel Duchamp en una exhibición de (je je je) arte emergente en Nueva York a principios del siglo XX—se ha construido una suerte de historia paralela –secreta—del arte; la que se apega a nociones (sí, lo acepto, igualmente debatibles) de vanguardia, pero que apuesta, por encima de todas las discusiones, a dos elementos cruciales: 1) la no-objetivación o mercantilización del arte, apostando por su experiencia y acercamiento inestable ante los públicos, y 2) la permanente apuesta aguerrida de borrar la línea que divide al arte y la vida.

En un momento pensé que era un apego romántico a las formas y conceptos tradicionales del arte (aquello que tiene que ver con el ars, la tekné, la habilidad, el artificio obtenido del oficio, la mimesis representativa plásticamente) lo que hacía que ciertos contingentes de público se cerraran en un caparazón y dijeran “no,” “no lo entiendo,” “no tiene chiste,” “no tiene caso,” (y el más emblemático de todos) “me están tomando el pelo.” Pero creo que hay algo más, una suerte de separación, en el marco de la historia del arte –que también gestaron las vanguardias históricas así como las neovanguardias (fluxus, situacionismo, lettrisme, etc.)— al oponerse a cualquier enmarcamiento histórico—en el cual se construyó esa historia secreta a la que me refiero. Se encuentra en el ámbito de la cultura general; por ejemplo, la larga, tórrida y emocionante historia de la música independiente en Estados Unidos a mediados de los ochenta (que construyó las bases para todo lo que escuchamos hoy en día, desde la dinámica de lento-bonito-y-luego-fuerte-y-estruendoso de la música de Pixies, pasando por el establecimiento de cierto aura ético en las bandas, propiciado por R.E.M. y Minor Threat/Fugazi, hasta el D.I.Y. que ahora viene acompañado de tecnologías más baratas y un medio de difusión de la música mucho más expansivo, vía Internet y Myspace, y que estas bandas fueron construyendo a base de disqueras independientes y toquines en las cocheras de las casas de dos que tres fans regionales que los escucharon en las radios universitarias –big nod to Rodo here in Mexicali, you know what I’m talking about; much respect, bro). Lo que se encuentra en el marco de esta cultura general (cité ese ejemplo en extenso; hay otros, como los teatros regionales, los espectáculos dancísticos, las B Movies, los directores de culto, algunos autores en la literatura considerados “exóticos” o “outsiders” (George Bataille siendo el caso más emblemático, Antonin Artaud siendo el más incomprendido –y explotado), es una historia, un relato alterno de la cultura y la vida en la modernidad (y postmodernidad, maybe). Ahí es donde se encuentran insertas estas “artes emergentes”: por siempre, y dado su sentido de permanente “emergencia,” se encuentran asociadas a la marginalidad. A los intersticios, si se prefiere.

Mexicali está produciendo una obra notable de arte emergente; lo cual quiere decir que está produciendo una cantidad notable de arte intersticial. Y creo que estos artistas, no sólo son una respuesta sólida de denuncia ante una localidad demasiado “ensimismada en la mismidad”, sino que nos indican el rumbo y ruta que tomarán las artes en México para los siguientes diez, veinte años.

No digo con esto que Mexicali tiene la crema y nata, por favor. Lo que sí quiero decir es que, precisamente, desde estos intersticios se están generando propuestas más interesantes de las que se producen en los “centros” tradicionales. Y sucede en todos lados. El arte se ha dirigido a las periferias, a las pequeñas comunidades donde observamos la realidad desde una trinchera (una realidad espectacular) y que respondemos de maneras quizás más meditadas que en los nichos donde se producen los espectáculos. Chomsky (ese pensador que todo mundo fingimos escuchar, pero que ya nadie le hace caso), lo planteó hace diez años: en la actualidad, se están gestando los orígenes de la organización autárquica del futuro. Volveremos a la Edad Media. Pero con Internet. Y la práctica artística es un fiel espejo de estas manifestaciones socioculturales.

Pero esto no lo entienden en Mexicali. Esto no lo entienden la mayoría de los artistas locales. Incluso aquellos que producen este tipo de trabajos.

Creo que es importante ver desde la distancia, separarse y “extrañarse” por lo que sucede cotidianamente en Mexicali, como para darse cuenta de ello:

* Somos la ciudad que armó una Fiesta Pánica de la cual se desprendieron, querámoslo o no, los más candentes debates sobre lo que significa hacer arte en nuestros tiempos, en esta localidad. Cierto es que todo giró alrededor de UNA SOLA ACCIÓN entre muchas (la preparación de carnitas al estilo Mexicali (?), incluyendo la matanza del cerdo), pero en realidad se trató de un carnaval caótico y amalgamado que causó precisamente el mareo, la angustia y resquemor que se deseaba tener. Esto es, pues, una celebración funesta de lo que significa ser en esta ciudad. Yo pienso que la náusea no la causaron los eventos en sí, sino la sensación de que dichos eventos representan una identidad que no se quiere reconocer.

* Somos la ciudad que armó un evento de performance y arte acción en una calle olvidada por el mundo –incluyendo el nuestro—y desde la cual se pudo vivir con toda la pureza posible, lo poco que significa –como signo, como símbolo, como metáfora—el cerco fronterizo en Mexicali.

* Somos la ciudad que armó un partido amistoso de futbol entre México y Estados Unidos, usando como territorio (y desterritorializándolo, diría Deleuze), nuevamente, ese cerco fronterizo.

* Somos la ciudad que prácticamente todos los fines de semana presenta un panorama de música independiente que se rehúsa a ser un modelo simulado de lo que se produce en otras latitudes, y que cuenta con una serie de bandas, DJs y propuestas multidisciplinarias que vale la pena tomarse una cheve y disfrutar.

* Somos la ciudad que organizó, no hace mucho, lo que fue probablemente la ÚNICA bienal de arte malo en la historia. Todavía no puedo olvidar la quema de la peor obra, seleccionada por uno de los jurados más importantes que haya seleccionado premios en el estado.

* Somos una ciudad que fabrica eventos interdisciplinarios donde se incluyen, bizarramente, a) un recital de piano; b) un recital de guitarra; c) un performance que culminó con el esparcimiento de globos inflados que circularon por todo el centro de la ciudad.

* También es una ciudad con un alto grado de producción gráfica y pictórica tradicional (aunque me hace un poco de ruido eso de “tradicional”), y que cuenta con un grupo de pintores (emergentes y ya más o menos consolidados) que no le piden absolutamente nada a pintores del D.F., Guadalajara, Los Ángeles, incluso Europa. Pero de ellos quisiera hablar en su momento, porque ahorita quiero concentrarme en aquellos otros, los emergentes que están produciendo obra de corte contemporáneo cuyos sentidos son más difíciles de roer.

Y a su vez, es una ciudad en la que muchos de estos artistas comparten espacios, inquietudes, propuestas, en un imbricado vínculo –a veces endogámico—donde “todo vale, siempre y cuando se separe de todo lo demás.”

Mexicali ha producido muchas de las propuestas de ese arte “emergente” que, huelga decir, ya se encuentra más que identificado, discutido, valorado en otras latitudes (a través de espacios independientes en Latinoamérica; a través de galerías especializadas en las metrópolis, donde se puede apreciar específicamente propuestas curatoriales de conceptualistas, instaladores, performeros, prácticas de arte-documental y demás ejercicios interdisciplinarios. Algunos trabajos distan mucho de tener la calidad requerida para ser sostenidos a un rendimiento crítico viable, pero otras propuestas –muchas de ellas—tienen una calidad sin precedentes en el arte local. Lo mismo que Lésper señala como las “artes legitimadas por el Estado,” son en nuestra localidad una práctica aun marginal, recibida con una mezcla extraña de curiosidad y desprecio. Muy mexicalense ese sentimiento.

Y esto ya tiene mucho tiempo. Esta es una ciudad sin memoria, lo acepto. Desmemoriada quizás, pero también selectiva de lo que quiere rememorar (o historiar). Aunque no se trata de procesos de legitimación estables, tenemos a nuestros artistas consolidados, pero también tenemos a otros que ya deberían estar consolidados, pero una combinación entre la inconsistencia de su práctica y el ninguneo de la revisión o análisis cultural (pos, ¿dónde demonios vamos a ver una discusión seria sobre esto en los medios?) han hecho que estos artistas, quienes han producido este tipo de propuestas, caigan en el funesto olvido.

Lo que sucede es mucho más interesante de lo que hemos querido creer.

Por ejemplo, dos exposiciones ocurridas recientemente en Mexicali. La primera, inaugurada el jueves 11 de febrero del presente año en la Galería José García Arroyo, montada por Julio Torres y Marcela P., titulada “Habitación Doble.” La segunda, el viernes 12 del mismo mes, en el recién creado espacio Rizoma, una exposición de algo denominado como “Trash Art,” de Ángel Nava y Edgar McDonough. Con todas las proporciones guardadas, lo que podemos ver en estas propuestas es algo que, por un lado, ya se encuentra delimitando una forma de hacer arte contemporáneo en la ciudad, y por otro, que estas propuestas bien pueden verse, apreciarse y valorarse como sólidas y significativas en otras latitudes.

Primero, una precisión, para que entendamos algo sobre lo que significa producir arte desde una aproximación contemporánea: si seguimos delimitando el arte desde la capacidad artesanal de la habilidad manual, estamos fritos. No se trata de decir que esto es mejor que aquello –porque la pintura en Mexicali es vigente, vital, y lo seguirá siendo, y posee su propio carácter contemporáneo—sino de identificar que los procesos que atraviesan estos creadores para hacer sus obras son igual de complejos que el que desarrollan artistas que usan medios más tradicionales. O mejor dicho, su complejidad viene de otro lado, no proviene de la habilidad tradicional.

Segundo, averigüemos “qué es, y qué me quiere decir,” antes de asignarle un juicio de gusto personal, conservador, alineado por la perspectiva de que el “buen arte es aquel que demuestra oficio.” Si lo vemos de esa manera, y tomamos en cuenta el proceso que lleva a estos artistas a crear sus piezas, podemos darnos cuenta que eso del oficio no es el parámetro indicado para valorarlo, que incluso interrumpe nuestra capacidad de análisis, ya que medimos “calidad” ahí donde hay “ideas, conceptos, procesos.”

Estos procesos son interesantísimos.

Veamos, como primer ejemplo, el trabajo de Ángel Nava y Edgar McDonough. El primero es estudiante de Artes Plásticas, el segundo estudia pedagogía. Desde un encuentro entre “pares de pensamiento,” coincidieron con una idea que poco a poco han concebido y construido: la de crear artefactos de factura roída, de desecho, de reciclaje, para transmitir, literalmente a través de una proyección, algo bello, enigmático, crítico.

En cuanto a su montaje en el espacio Rizoma: para celebrar el Día de San Valentín, Ángel y Edgar confeccionaron un armatoste de latas de cerveza que formaban un corazón desvencijado, montado sobre un pedestal y a través del cual se arrojaba una luz, misma que proyectaba una forma en la pared: la imagen de una pareja (¿príncipe y princesa?) de enamorados dándose un beso. Bien es cierto que esta pieza viene acompañada de otras, producidas por Ángel, que bien pudieron haberse eliminado para que la experiencia de esta pieza por sí sola comunicara más eficientemente su sentido. Pero detengámonos un poco en el proceso. Según me explicaron, primero tuvieron que tomarse toda la cerveza, para luego confeccionar el más o menos grande corazón (corazón nacido literalmente de la peda). Luego, partieron de una idea que ya habían manejado, en una obra que me dejó mudo (que la presentaron en una de las fiestas electrónicas que organiza el grupo Sunsound) y que consistía en un espacio repleto de basura y demás escombro, igualmente iluminado por una luz que, a través de las formas de dicha basura, formaban la silueta de un castillo a la Disneylandia.

Facturas más, facturas menos, pequeños remiendos en la presentación y sostenimiento de estas piezas, y tienes un arte sofisticado, que nace de procesos intelectuales (por favor no le hagan fuchi a esta palabra y traten de comprenderla en el contexto) sumamente analíticos, que tratan de averiguar, valientemente, cómo lograr una obra con sustancia pero efímera, que no se refiera al objeto ni mucho menos a lo bello sino a la reflexión, la meditación que nace de una propuesta visual. Y sobre todo, que tratan de hacer algo a partir de esa nada que habita en la ciudad y que llamamos basura. Este no es, definitivamente, el “Mexicali que queremos.” Más bien, es el Mexicali que critica, que discute, que pone sobre la mesa temas que dejamos de lado por desidia, pero sobre todo, por mantener un velo simulado de bienestar. El mismo que decide pintar de blanco los muros para limpiar/borrar la realidad.

Y donde podemos encontrar procesos similares, que combinan el ejercicio intelectual (el de averiguar cómo ofrecer una perspectiva de formas de arte contemporáneas a partir de ideas y conceptos, no de objetos encaminados a su contemplación desinteresada), con la introspección autobiográfica y vivencial es en el trabajo que presentaron Marcela P. y Julio Torres en la Galería García Arroyo. Consistente en una “habitación doble” (una sección pintada de blanco, la otra de negro), Marcela y Julio dispusieron de una serie de objetos que colindan entre la escultura y el arte objeto, entre la gráfica y el dibujo conceptual, con una temática que, en el caso de Julio, se torna lúcida en contra de la imposición ideológica de lo que significa “ser artista,” (o "ser cualquier cosa" en general) y en el caso de Marcela, se torna en un compendio de su imaginario cotidiano, revelando una fuerte inclinación al perfeccionamiento de su factura e indicándonos una vertiente estética que encontré inicialmente en otra artista mexicalense, Marisol Valdez (de quien quisiera hablar posteriormente), y que por medio del dibujo, la fotografía, la gráfica, la ilustración, el grabado, así como el historial autobiográfico y el uso de los marcos de fotografías y de cajas a la Joseph Cornell, nos presentan una sensibilidad otra, la del concepto de obra como manifestación de los afectos y efectos personales, distinta a la que se había estado gestando en los últimos veinte o veinticinco años de producción artística de mujeres en Mexicali.

El caso de Julio Torres es distinto, aunque no mucho. Igualmente trabaja procesos y conceptualiza el marco de recepción de la “obra” (mayormente, circunscrita entre la gráfica y el soporte fotográfico, acompañado de texto), pero en la medida que Marcela P. plantea una propuesta lúdica, Julio Torres maneja una propuesta entrañable, enfrentando al espectador a experiencias autobiográficas, obteniendo de ello una lectura quizás más críptica de los mensajes, pero también de carácter más crítico. A su vez, Julio inserta en las lecturas de signos a los materiales mismos: se requiere de una semioestesis para establecer las relaciones entre los objetos, sus formas y sus materiales (cosas que suenan muy complejas para mentalidades o aproximaciones como las de Avelina Lésper, pero que en realidad no se necesita un modelo crítico para entenderlo. No lo entiendes, mayormente, porque no quieres.) Como ejemplo, la inscripción de la palabra “¡Putos!”, sobre un fondo negro, inscrito con una mezcla de pintura, vaselina y gel diamantado. Asimismo, la beatificación de dos cráneos de ganado dándose un beso, pintados de negro (hmmm...dos obras que hacen referencia al beso), e incluyendo el mismo material de gel diamantado, colocados sobre dos basecillas similares a las que podríamos encontrar en una mesita de adornos de casa clasemediera y colocados sobre un pedestal, como pieza escultórica.

¿Cómo se mide –o valora—el rendimiento de estos trabajos? Podemos jalarnos los pelos y decir que hay elementos en ambas exposiciones que merecen alguna reconsideración; que quizá la división de blanco y negro de la habitación doble entre Marcela P. y Julio Torres pudo haber sido menos literal, que una reducción de las obras y un manejo más depurado del espacio le hubieran otorgado un mayor impacto a la experiencia, tanto para esta exposición como la de Ángel y Edgar, y que probablemente una factura mucho más estricta les otorgaría mayor peso a las propuestas. No obstante, estos dos ejemplos son representativos de un estado determinado de la práctica artística contemporánea en Mexicali.
No, nunca será popular, quizás; tampoco verán estos artistas una remuneración inmediata por sus trabajos; no están produciendo objetos de consumo. Tampoco recibirán la legitimación oficial de las instituciones, de los medios; podemos recordar la cantidad de años que tuvieron que pasar para que un artista como Gabriel Orozco fuera legitimado por el Estado (para beneplácito de Ms. Lésper, ya que sin estos gestos del sistema no tendría nada qué decir). Cierto, estas obras son de difícil lectura, pero sólo en el sentido de que exigen una manera otra de entender lo que es una obra de arte, lo que es una manifestación artística. De todas formas, ya existe, allá afuera, en la ciudad, pero sin una representación o voz efectiva que le dé cauce al diálogo que generan, un grupo contingente de entusiastas de las llamadas “artes emergentes.”
Y una vez que abres la puerta de tu propia cerrazón, es posible encontrar verdades más enternecidas, más sensibles, más críticas sobre la realidad.

Este es un inicio que empezó hace más de diez años. Vamos a ver qué más sucede.