14.7.10

Repensar y replantear, son las manieras de revivir las cosas para inventar el error y el acierto, antes del olvido permanente. Política y poética, es tocar la piel el tejido de lo siempre inasequible, una elección que se suprime, ideología abyecta, se parten en partes iguales los días domingos, donde ya no se trabaja trabajando, malagradecidos que suponen que un pulgar manchado les otorga libertades que luego prorrumpen en las puertas vacías de un refrigerador. Los políticos jamás son sexys, no llevan las yemas de sus dedos a frotar sus pezones con gusto y un poco de titubeo seductor; nos llaman a ladridos, nos gritan con canciones que degustamos al final del partido. México siempre pierde. Sin pérdida, no hay ganancia. Aunque nunca hay ganancia.

Señalamientos en el tráfico, venas campantes que suben y bajan, un gigante de lentes azules, casas y edificios de arena, ciudad parkinson, ciudad con alzheimer, ciudad con arrugas, trozos platos rotos, estratagema de la mismidad.


Otra esfinge (mucho más lúdica, mucho más cínica, no menos siniestra) se imagina a sí misma navegando en la superficie, sólo en la superficie.

En la superficie de lo innombrable, la sombra del pensamiento elige. La realidad es exactamente como la pintan las encuestas de salida, un boceto que nos enseña lo que es pero no nos enseña a amar mejor. Las encuestas de salida nos dicen que nada pasa, que todo bien, todo igual, todo siempre y para siempre, un compungido llanto de niños jugando a la realidad, esfinges que son efigies, que son nada, que son el ritual de la desconfianza en voz del padre. El padre coge las piernas de los niños y dispone e impone, impune. Afuera siempre hacen otros tipos de calor.

El esfínter medita, actúa, reacciona, una lectura intestinal ante realidades insoportables, los edificios nos cuentan cuentos sobre derrumbes, maleficios innombrables que sólo podemos escuchar con los ojos pegados en el marco de nuestra predilección. Allá, a lo lejos, podemos ver a un sujeto patalear después de una buena trenzada con Cristo.

Mientras tanto, ojos infantiles en forma de cruces proclaman 142 grados de estupidez candente.

Bienvenido nuevo mundo, esperamos que seas exactamente igual que el viejo.