22.2.11

El tiempo es un animal complejo, ataviado de las cosas que encuentra en su camino, resuelve sobre la marcha y no voltea hacia atrás. Pero eso no quiere decir que nosotros no estemos constantemente volteando para ver los rastros, huellas, tragedias e inscripciones que este animal deja a su paso. Las huellas, creo yo, son nuestra principal obsesión.

El tiempo, siendo eso, tiempo, un presente ausente esquivo unos ojos que no ven un corazón que sólo se queda con el latido discontinuo de lo recién pasado, me ha pedido en estas últimas semanas una suerte de descanso. Un cuerpo, mi cuerpo, solicitó este momentáneo impasse corporal, una necesaria colocación de mis órganos en un estado de detención, ahí donde puedo sentir flujos y reservas, ahí donde, desgraciadamente, sólo puedo estar conmigo. El reposo es un amigo muy peculiar del tiempo.

Entonces, tiempo y huella me han hecho tener una concentrada conciencia de mí y mi funcionamiento, particularmente hacia aquello que adolece; en este caso, el resultado de una agresión-sanación que tuve que atravesar para poder ser otro, estar otro, pensarme otro. Mi cuerpo y su contundencia me pidieron extirpar un concentrado tumor que, sin darme cuenta, me hacía la vida imposible. No sé si fueron los tiempos dominados de mi formación católica, que rellenó toda concentración de culpabilidad en una zona específica de mi cuerpo, para que éste --con esa inteligencia animal que comparte con el tiempo y que resuelve los asuntos por sí solo, a veces-- me avisara prudentemente que era el momento de extraer de mí lo que ya no hacía falta.

Ese tumor se encontraba en la parte final de mi conducto intestinal, el que da despedida a todo desecho o evacuación que resulta de mi consumo diario. Es un tráfico complejo, lo que ocurre en los tiempos intestinales, y gran parte de mi vida adulta ha consistido en vivir cercano a esos tiempos; juzgándolos, advirtiendo su presencia, luchando por establecer una armonía entre lo que consume mi cuerpo para vivir y los accidentados vericuetos y daños que dicho consumo inscribe en mis pasadizos internos.

En una parte de este juego, de este "drama," un momento de presión hizo que el conducto se replegara, se arremolinara de coraje e intensidades y presiones y tensiones y se convirtiera en un bulto negro que pidió salir a toda costa.

Actualmente vivo la secuela de este proceso, un ritual que de todas formas me devuelve a esa concentrada vigilancia por los movimientos internos de mi cuerpo, y que me concentra, intensamente, a revisar el flujo del tiempo.