30.7.12


"Desde que comencé a escribir, siempre tuve solamente una ventana abierta mientras escribo. Esa única ventana siempre ha sido una hoja de papel en una libreta. Sigo escribiendo a mano, de modo que sigo escribiendo con una sola ventana abierta. Ese pedazo de papel es mi ventana, mi única pantalla hacia el mundo. (¿Cuántas ventanas están abiertas en la pantalla de tu computadora mientras lees esto? ¿Más de una? Siempre y cuando el capital te mantenga lo suficientemente distraído como para no darte cuenta que estás distraído, los nefastos siguen ganando y tú vives la vida de ellos, no la tuya.) Tener solamente esta ventana abierta permite a un artista no sólo a enfocarse y concentrarse sino también contemplar lo que están creando y, lo que es más importante, permite al artista ver, atender la escena explorada, prestar atención de una manera física y visceral. (Existe una diferencia importante entre ver algo y ver dentro de ello, entre ver un personaje y ver dentro de un personaje. Recordemos que ver sí quiere decir olvidar el nombre de la cosa vista.) Los artistas necesitan cultivar la soledad, acallar el ruido que los extrae de la posibilidad de ver. Los artistas necesitan dedicarle tiempo de sus vidas a la incertidumbre. Esto requiere de valentía por parte del artista. Pensar y crear arte exige incertidumbre.

Todo mundo se apresura en citar al viejo Sam cuando dijo: “Ever tried. Ever failed. No matter. Try again. Fail again. Fail better.” Piensa en las horas de cada día, los días de cada semana, las semanas de cada mes, los meses de cada año, los años de tu vida a los que debes dedicar esta práctica de fracasos para que tu fracaso te lleve a alguna parte. Y no hay garantía de que todos estos fracasos te llevarán a alguna parte. De modo que necesitas amar el goce del proceso de ver y atravesar con tu pensamiento el mundo. Porque si amas profundamente este proceso siempre hay una recompensa, el goce de ver, en cada fracaso, pero si sólo lo haces para ser reconocido, si tu goce depende del reconocimiento y aceptación de los otros, pues, entonces…creo que es mejor que hagas otra cosa.

Pero incluso el simple acto de citar a Beckett es problemático. Miren la proliferación de citas concisas usadas como tu “estado.” (Y todos los que me conocen en realidad sabe que yo jamás uso la palabra “conciso” en un enunciado a menos que esté enojado por algo. ¡Soy del oeste de Pennsylvania, por Dios!) Apuesto que hay una página de internet con citas jugosas para que la gente no tenga que leer el libro entero para descubrir algo en su interior que los invoque; la gente sólo necesita depender de las citas que otras personas han encontrado para ellos, de manera que puedan vivir sus vidas bajo el cobertor de las citas encontradas por otros. (Otra manera de dar tu vida a otros, en vez de tomar responsabilidad de vivir tu vida, de crear tu vida, explorando el mundo a tu alrededor. Ahora, si la cita te llevó a leer el libro de donde se extrajo, entonces la cita, por más sucinta que sea, no era tan concisa después de todo.)

La cita de Beckett, por ejemplo, está seria y descuidadamente sacada de contexto. Y la mayoría de la gente que citan este trozo “jugoso” de sabiduría de Beckett no han leído el libro donde se encuentra. ¿Cómo es posible citar algo sin haber dedicado el tiempo a leer el libro? ¿Cómo sabes siquiera de qué trata el pasaje? ¿Cómo sabes si en realidad la cita está ahí? ¿O en cualquier parte? ¿Sabes qué tanta escritura tuvo que hacer Beckett para encontrar la manera de pensar esa idea? ¿Has vivido el goce de leer la totalidad de la narrativa que Beckett escribió y que lo llevó a ese momento en el libro? No tienes mi permiso ni tienes el permiso de Sam de citar algo hasta que hayas leído el libro entero. En serio, Beckett nos dijo esto a Federman y a mí en su lecho de muerte. Incluso lo dijo en inglés, de manera que Federman no llegase a hacer una de esas historias extravagantes sobre lo que dijo Beckett. Esto importa. (El fracaso exige una disciplina atenta, no una metida de pata casual.)

Leer la totalidad del libro –en vez de depender de alguien más para descubrir algo importante que citar en vez de ti, o depender (y confiar) en Google para hojear un libro en representación tuya—es importante para un artista en muchos niveles. Regresemos un poco. Pensar y/o crear arte exige incertidumbre. Ser incierto exige tiempo, un compromise con el tiempo, una devoción al pensamiento. Las respuestas o los montones de información (que algunas personas confunden con conocimiento) no exigen tiempo; muchas veces, las respuestas/información solo requieren de google y de una moderada habilidad con el teclado y luego la habilidad “profunda” de cortar y pegar. Piensa en Google como la ventanilla de Drive-Thru de un restaurante de comida rápida. (Y uso las palabras comida y restaurante en el enunciado que precede sólo de una manera baudrillardiana, tan vacía como el vacío puede ser.) Lo que se pierde en esa manera de pensamiento o de estar en el mundo es la experiencia de la mente pensando a través del lenguaje hacia la incertidumbre. Nunca es sólo lo que los filósofos tengan que decir sino cómo los filósofos se desenvuelven en torno a la esperanza de entender y de producir pensamiento. No definen ideas, exploran ideas. El movimiento hacia el momento de ser importa. La incertidumbre exige tiempo, exige paciencia. Como lectores, necesitamos experimentar la complejidad.

Una vez, hace años, me conduje hasta el sótano del departamento de inglés de SUNY-B [State University of New York-Buffalo], la guarida de John, para una conferencia con Gardner. Él se encontraba aporreando una máquina de escribir manual. Le pregunté por qué no estaba usando una eléctrica. Me preguntó que si estaba loco. Dijo que una máquina eléctrica apresuraría su escritura demasiado. Correría el riesgo de hacer que la escritura fuera descuidada, de modo que probablemente podrías escribir sin pensar mucho en el enunciado, en la palabra. Entonces dijo, “Tú no usas una máquina eléctrica, ¿verdad, Doug?” Yo le respondí, “Hell no, John. Hell no.” Aun recuerdo ver esa página de máquina de escribir en la máquina de John. Ahora, imaginen si John tuviera 5 páginas de papel, 5 ventanas, en su máquina manual (como quizá algunos de ustedes tengan 5 ventanas abiertas en sus computadoras.) ¿Cómo podría él ver las 5 ventanas? ¿Cómo podría concentrarse en las 5 ventanas? ¿Cómo podría uno evitar ser distraído por las 5 ventanas? Ahora, yo sé que muchos dirán que, ustedes, a diferencia de tantos de aquellos artistas muertos que tuvieron que y sólo podían concentrarse en una cosa al mismo tiempo, pueden hacer múltiples tareas … hablaré un poco sobre esto después…

Porque yo solamente tuve esta ventana abierta mientras trabajaba en ello y anteriormente en Twilight of God, y perdí la oportunidad de ir a Stuttgart y cenar con Sybille, Asumi, Youki, Marianthi y Pe. Sybille me envió un correo electrónico pero sólo tenía esta ventana abierta, de modo que recibí su correo demasiado tarde como para reunirme con ellos. No tengo celular aquí en Alemania, y dejo el teléfono en el estudio apagado cuando estoy trabajando, de modo que sólo puedo ser contactado por correo electrónico o tocando a mi puerta, y ellos irían para allá desde la biblioteca de modo que me enviaron un correo. Estoy triste. Me hubiera gustado reunirme con ellos y seguir con mi conversación boscosa con Asumi la noche anterior, sobre la simplicidad y el feng shui pero eso tendrá que esperar hasta mañana quizás. Sorprendentemente, el mundo no se acabó porque no leí ese correo. Lo que sí es que pude terminar otro capítulo de la nueva novela y no me distraje mientras lo hacía.

Y entonces, ¿cuántas ventanas sigues teniendo abiertas en tu computadora mientras lees esto?"

Doug Rice 

24.7.12


7 Eventos
para combatir el absurdo
(con absurdo).

Un mini manual de performance
 Alejandro Espinoza


¿Qué es el absurdo? Es el acontecimiento como banalidad, la contraposición del sentido como búsqueda primordial, la capacidad para ver canas en un niño de once años y la incapacidad para dotar la vida de gravitas. El absurdo es el sujeto que detiene las operaciones cotidianas de la vida y nos dice, agitando fuertemente sus brazos: “No nos hagamos tontos.”

Sin embargo, independientemente de la banalidad que sostiene el ejercicio de actuar absurdamente, detrás del gesto, la acción u omisión se encuentra un fuerte detonante crítico. Sobre todo cuando un absurdo es la respuesta de otro absurdo: el peligroso absurdo como se conduce el poder.

En algunas latitudes de pensamiento, se sostiene que las acciones de arte deben mantener un sesgo apolítico. Ya que uno de sus objetivos es celebrar la poética de lo cotidiano, es más propensa a buscar entrometerse en la vida sin interrumpirla –o mejor dicho, sin faltarle al respeto. Sin embargo, no sólo estoy a favor de la desobediencia en estos tiempos, sino que soy de la opinión de que todo acto es político, toda proclama, todo gesto, toda enunciación, devela las pasiones éticas, políticas y estéticas que nos constituyen. De la misma manera como el vecino conjunta todos sus intereses y pasiones al momento de poner música de Chalino Sánchez a todo volumen a las cuatro de la mañana, el otro vecino decidirá contrarrestar aquello que considera berridos de cabra con un poco de Bach. Nunca se verán frente a frente, pero sus acciones ya lo dijeron todo.

Es por ello que, en el contexto en el que actualmente vivimos, en este país, me pregunto, ¿cómo atacar una banalidad mediática –que no reconoce que ya llegó al punto final de su evolución, y constituida para fabricar un consenso ilusorio de imposiciones y realidades inamovibles—con una banalidad multitudinaria? ¿Cómo se puede jugar el juego sin jugar el juego? ¿Cómo desmenuzar la intríngulis de ficciones y deconstrucciones de un proceso democrático con acciones que nos permitan destituirlo, proclamarlo como falso? ¿Cómo podemos usar el absurdo –a mi juicio, el elemento seductor de las acciones de arte—para revelar ese otro absurdo? Considero necesaria esa respuesta, ya que en un momento dado, podríamos llegar a la conclusión de que ellos son los verdaderos artistas del absurdo. ¿Quiénes son ellos? Niños feos, con cicatrices profundas, dominadas por el cinismo de un orden mundial que ya ni siquiera se da cuenta que nos está llevando al atolladero, pero que les permitió orquestar una de las acciones más asquerosas de la historia reciente en México: imponerse, apelando a las pasiones más bajas de la psique mexicana: la gratificación instantánea.

Los siguientes eventos, happenings o acciones de arte (decida usted cómo llamarlos) se distinguen por su prisa y por su imperfección. Pero vivimos en tiempos urgentes, imprecisos, imperfectos, y considero que cualquier manifestación que descuadre un poco la cuadratura con la que afrontamos la realidad (misma que se asume como inevitable, y al mismo tiempo, fascinante), puede propiciar, si no un cambio, por lo menos un respiro de liberación. Se trata de acciones ociosas, desocupadas del ámbito de la protesta franca, que devienen malestar e incomodidad, que apelan a la universalidad pero reconocen el localismo de los acontecimientos. Desde este momento, todos son libres de ejecutarlos o no ejecutarlos, de interpretarlos o reinterpretarlos, de usarlos como semilla para otras acciones, otros absurdos más que compitan con el absurdo de la ignominia.

Un saludo a todos 
desde uno de tantos 
rincones incómodos 
en el mundo
A. E.





EVENTO 1
La urna móvil
Constrúyase una urna que pueda ajustarse a un cuerpo humano. Puede ser usted. Una vez vestido de urna, deberá recorrer las calles, sin rumbo fijo, de una zona residencial. Deberá entonces tocar a las puertas de las residencias, y pedir cordialmente a la persona que abrió la puerta que ejerza su voto para la Presidencia de la República del Absurdo. Se le pedirá responder a tres preguntas: ¿Por quién desea votar? ¿Por qué desea votar por esta persona? ¿Por qué desea votar? Jamás se mencionarán los nombres ni los partidos de los candidatos.

EVENTO 2
El lamento del ciudadano sucio
Una o doce personas, vestidas con una camiseta que diga ciudadano, toman una de las plazas públicas de la ciudad. Cada uno traerá consigo una tina de latón, más o menos de la misma proporción de sus cuerpos. Uno de ellos traerá un reproductor de CDs. Cuando lleguen a la plaza, llenarán los tinacos de agua y se sumergirán en estos. Luego, encenderán el reproductor de CDs, donde escucharemos un loop interminable e ininiterrumpido, formado por las primeras cuatro barras de la canción de El Chavo del Ocho. Una vez empapados, deberán dirigirse a las áreas verdes de la plaza y revolcarse en la tierra. Deberán cubrirse muy bien de mugre, barro, basura, hierbas y demás. Una vez sucios, procederán a bañarse, con jabón Zote, mientras tararean absurdamente el loop del Chavo del Ocho.

EVENTO 3
Música peligrosa No. 9: homenaje
Reunir a la mayor cantidad de gente posible frente a un palacio de gobierno (federal, estatal, municipal). Deberán ser, por lo menos, más de mil. Una vez reunidos, un conductor, vestido de frac, con bigote falso, monóculo y actitud seria, deberá dirigirse a la multitud. Una vez convocada y atenta a las direcciones del conductor, esta multitud deberá recrear, al unísono, la pieza de Dick Higgins, “Música peligrosa, No. 17,” la cual indica, únicamente, ¡GRITAR! Hacerlo con la mayor intensidad posible y durante la mayor cantidad de tiempo posible. Al terminar, deberán retirarse, no sin antes pedirle al más joven de la multitud que se acerque a las puertas del palacio y deje una nota que diga: “…y somos muchos más.”

EVENTO 4
La caída del cuerpo productivo
Reunir la mayor cantidad de gente en una plaza pública. Pedirle a los asistentes que traigan consigo sus principales instrumentos de trabajo; pueden ser picos o palas, pueden ser martillos, pueden ser azadones, tijeras, plumas, libretas de taquigrafía, laptops, restiradores, pinzas, diccionarios, mapas, globos terráqueos, probetas, cintas para medir, cuerdas, mangueras, pistolas de juguete, cascos, guantes de distintos tipos, teléfonos fijos, cámaras fotográficas y de video, micrófonos, cables, lentes, viseras o gafas protectoras, entre muchos otros. Una vez reunidos, un conductor, vestido de líder obrero circa 1945, dará las indicaciones, y al conteo de tres, todos y cada uno de los asistentes deberá arrojar sus instrumentos de trabajo y tirarse al suelo. Mantenerse acostados durante dos noches consecutivas.

EVENTO 5
Las armas secretas
Reunir a cien personas –no más, no menos—frente a un palacio de gobierno. Pedirles que asistan con sillas plegables y colocarlas de manera que se formen diez hileras de diez sillas cada una. Pedirles que se sienten en las sillas, y que guarden silencio, durante ocho horas. Concentrarse e imaginar al presidente impuesto en su oficina. Imaginarlo sonriendo, imaginarlo tomando agua, imaginarlo teniendo sexo, platicando con mandatarios, ahorcando a sus asesores; finalmente, imaginarlo envejecer y luego morir. Una vez transcurridas las ocho horas, el primero en el extremo izquierdo de la hilera de atrás, deberá escribir un solo enunciado en un pergamino. Pasará el pergamino al de enseguida, y se repetirá la operación hasta llegar a la última persona, en el extremo derecho de la primera fila. Una vez terminado, escribir en el encabezado del pergamino “Esto es lo que pensamos de ti.” Pedirle a la mujer de mayor edad en la multitud que coloque el pergamino en las puertas del palacio.

EVENTO 6
Las grandes enseñanzas
Organizar elecciones en una escuela primaria. Deberá elegirse al alumno o alumna que mejor represente los valores de la niñez: valentía, audacia, imaginación, sensatez, seriedad y capacidad para inventar juegos y mentiras que le caigan bien a los demás. Pedirle a la directora que escoja, de entre los candidatos que surjan en cada salón, a uno, aparentemente, el hombre más bello de todos los candidatos. Iniciar campañas, y dirigirse a los alumnos más callados y retraídos, para cambiarles su voto por una bolsa de Sabritas, para que el ganador sea el niño más bello. Durante el conteo, los candidatos descubren que hubo más votos que alumnos en la escuela. El ganador será el niño bello. Esperar las reacciones de todos los involucrados y mantenerse callados.

EVENTO 7
El abandono del líder
Convocar a un líder, de entre una multitud de dos mil quinientas personas (o más). Ataviarlo con las mejores ropas, ponerle la banda de la Presidencia de la República del Absurdo. Pedirle a los más fuertes del grupo que carguen al líder en su trono, e iniciar una procesión desde el monumento de la avenida principal de la ciudad hasta el palacio de gobierno. Un grupo canta canciones de Violeta Parra mientras otro grupo canta canciones de Vicky Carr. Otro grupo de personas lanza gaviotas de papel en el aire, mientras un par de personas le ofrecen distintos tipos de alimento al líder: naranjas, manzanas, mazorcas, tortillas, tamales, tazas con caldo de gallina, hojas de maguey, botellas de Coca Cola, petróleo crudo, cañas con mezcal. Al llegar al palacio de gobierno, deberán dejar al líder en su trono, justo en la puerta de entrada. Seguido de esto, todos los asistentes deberán dejar abandonado al líder. Si es posible, todos deberán abandonar la ciudad. Dejar al líder abandonado durante un mes.  

6.7.12

Marcha de protesta del movimiento #YoSoy132 en Mexicali:
Un informe abrupto y callejero

En el libro Multitude, de Michael Hardt y Antonio Negri, los autores postulan un concepto de las multitudes sin precedentes: a raíz de que ese subrepticio enlazamiento de las comunidades a escala global (algo que incrementa día con día) se han generado las condiciones para un desmoronamiento de las soberanías y las estructuras hegemónicas, y la instalación de una verdadera democracia, una democracia multiforme, conformada por agrupaciones e intereses diversos que no llegan a ser ni homogéneos ni homogenizados, sino que aprovechan la diversidad como su principal fortaleza. Esto, deviene la conformación de grupos disímiles, rizomáticos, cabezas y cuerpos sin órganos (sin un líder tradicional representativo) que toman de los recursos que están a su disposición (económicos, culturales, ideológicos e intelectuales) con el fin principal de instaurar una guerra que, igualmente, no tiene precedentes: una guerra sin guerra, sin crueles batallas gestadas para el bien de una patria, de una nación, conceptos abstractos y simbólicos que siguen teniendo peso, pero que su peso histórico necesita ser liberado. Esto, lo están haciendo las nuevas generaciones. 

Y son estas generaciones las que vi el pasado miércoles 4 de julio, marchando por una de las calzadas principales de la ciudad de Mexicali, en un día que milagrosamente se respiraba un aire fresco, casi tropical, que distaba mucho de ser el clima infernal al que estamos acostumbrados durante los meses de julio. 

Desde mi llegada pude percatarme de la naturaleza inusual, casi insólita, de este movimiento. Está cien por ciento conformado por jóvenes, nativos digitales que han redefinido la manera como se comprende y nos comprendemos en el mundo. No son la quinta maravilla, son necios y berrinchudos y su manejo del la información es precipitada, torpe, llena de vericuetos. Pero eso no importa, en realidad. Debo admitirlo, o mejor dicho, en el sentido tradicional y en el peso cultural de la generación de la que provengo (la generación del asco, la generación de la crisis perpetua, la generación de la clase media instalada en México, los que nacimos en los 70), algunas formas de organización y de comprensión y análisis de todo el espectro y todas las implicaciones del movimiento, estos muchachos se lo pasan por el arco del triunfo. Qué bueno. Es una ternura salvaje, para algunos soberbia, por pragmática e impulsiva, pero que los ha llevado lejos hasta ahora. 

Y al parecer, los llevó más lejos de sus expectativas, en la ciudad de Mexicali, ya que se reunieron por miles, sí, miles de jóvenes en protesta de algo, una cosa multiforme, diversa, que se concentra en los resultados de las elecciones y en toda la serie de espectáculos bochornosos de nuestra clase política, pero que, desde mi punto de vista, está diciéndonos, a gritos: No nos gusta cómo son las cosas hoy. 

Caminé con ellos, al lado de ellos, paralelos a su marcha, viendo desde la distancia aparentemente fría y poco comprometida del escritor, y me pude dar cuenta de algunas cosas. La primera de ellas, es la noción de multitud, la que se vive de frente: se necesita una mente demasiado cínica o de pose nihilista para no conmoverse por lo sucedido. Me queda claro que muchos adultos no los entenderemos, no del todo. Me queda claro también, que la mayoría de estos muchachos son estudiantes universitarios, de distintas instituciones, muchos miembros de la clase creativa (artistas, diseñadores, comunicólogos, sociólogos, arquitectos, músicos, artistas autodidactas, curiosamente, aquella clase con poca representatividad social, ya que difícilmente tienen definida su posición en la dinámica económica de su entorno), y que a lo largo de los últimos tres a cinco años, han construido un aparato crítico no convencional, lleno de fuentes y referencialidades que van desde la teoría de la conspiración a los libros de Chomsky, hasta una serie infinita de videos y videos y más videos que testimonian toda una serie de catástrofes e injusticias alrededor del mundo. Esta no es formación intelectual de biblioteca, es una mezcla de información flotante y efímera de las redes, mezclada con un sentido de ocupación de los espacios urbanos. Por lo menos en Mexicali, estas generaciones están aun más concentradas en convertir a la ciudad en un espacio habitable. Sobre la base de todos estos elementos conformaron una voz, voz múltiple que busca ser representada, y que a través de su manifestación, pueden lograr cosas. Quizás, cosas que nosotros no pudimos lograr. Eso puede darnos envidia. 

Sin embargo, mientras veía a toda la chamacada, jubilosa, eufórica, contenta, aguerrida, me pude percatar de otra cosa: al otro lado de la calle, caminando en silencio, o suspendidos con sus caras largas y lánguidas en la parada de autobuses, una serie de muchachos, de la clase trabajadora, con sus camisas del Pockets o de Sprint, operadores de maquilas o meseros del sector servicios, viendo desde lejos y absortos en sus propias preocupaciones. Me pregunto qué sucedería si esa parte de allá, la marchante, se acercara a la parte de acá, la fuerza productiva de la ciudad, para dialogar, para buscar un bien común. Si eso sucede, TODO puede suceder. 

3.7.12


La suave (de)cadencia de la humanidad


¿Y si todos nos tiramos al suelo? ¿Y si todos cedemos al flujo metafísico, ese desvelado vaivén, ese presente perpetuo dominado por una mezcla de trabajo, rutina y hartazgo, de mismidad ad absurdum, desde donde cada revelación es ninguneada y donde cada rebelión es opacada por los pendientes del siguiente día? ¿Qué sucede si decimos, de repente, no? Como niños, podemos decir safos, ya no juego, y dejar tus chivas y salirte a pasear. O a tirarte en el suelo y contemplar la vida como si nada importara. 

Imagínenlo: millones y millones de personas recostándose en el suelo, en el primer lugar donde puedan dejar caer sus cuerpos, cediendo al sueño, a la inactividad producto del cansancio espiritual, del hartazgo, la abulia, la franca aversión a producir y/o servir al prójimo. Como en ese video de Radiohead, en donde un personaje se recuesta en medio de la acera, porque acaba de descubrir un secreto que, al final, desata el desmoronamiento de todos los cuerpos a su alrededor. Como una plaga, imagínense que podamos decir no y nos echamos. Abandonamos nuestras vidas, nuestros trabajos, nuestros estudios, nuestros pendientes, nuestras obligaciones morales, económicas, políticas, incluso sentimentales, porque nada debe ser realmente una obligación, de manera que abandonamos los proyectos y prospectos de vida y simplemente nos convertimos en ese otro que construye una realidad paralela en la que nadie hace absolutamente nada.

Cero trabajo cero productividad. Nos echamos en el pasto y volvemos a mirar recostados el cielo. El ocio y la desocupación como principal virtud humana y como ejercicio de resistencia. Respiraremos profundo y volveremos a ver al prójimo no como ese otro que nos daña o angustia u ocasiona nuestros infiernos cotidianos, sino como otro ser más en el planeta, compartiendo tiempo, espacio y posibles gustos y afinidades. 

Imaginen los edificios gubernamentales abandonados porque nadie asistió al trabajo. Dos que tres incautos aferrados a sus escritorios, pero nada más. Ni posibilidad de hablar por teléfono para preguntar qué está sucediendo, porque las operadoras tampoco se presentaron. Imagínense las fábricas abandonadas, los camiones estancados en las zonas de carga porque no hay nada qué transportar. Las escuelas vacías. Las oficinas y los bufetes jurídicos y las peluquerías y las gasolineras y los cafés y restaurantes desolados, probablemente los dueños de los establecimientos, preguntándose qué chingados pasa. Las tiendas de autoservicio abren sus puertas para que la población se arme de provisiones (todo en orden, sin histeria, sin pánico, un consenso fluido de personas que sólo toman lo necesario para seguir recostados en el parque o en los jardines traseros de las casas) mientras los cajeros se acuestan detrás del mostrador y se dedican a escuchar música de Bach (o de Yanni. En gustos se rompen géneros). Puedes ir a tu casa a bañarte y antes de volver a la calle sumerges tu televisor en un enorme tinaco con agua. Luego sales a platicar con todos, amigos, vecinos, amantes, padres o parientes, con el padrecito de la iglesia a la que nunca vas, con la muchacha o muchacho aquel, con el o la que sentiste una “conexión,” y te olvidas de todo.

Te dedicas a encender cerillos y ver cómo se consume el fuego. O a estudiar las fortalezas de las hormigas, tan parecidas a nosotras. O te dedicas a descubrir cómo nos vemos todos desnudos al mismo tiempo en la calle. Le ayudas a otros a cortarse las uñas, a rascarse la espalda. Si hace calor te dedicas a derretir hielos en tu sien, a abrir hidrantes y danzar como chamaquito en Harlem. Puedes entrar a una biblioteca o librería, buscar dos o tres títulos de novelas del siglo XIX y disfrutar de una época en la que todo se tomaba demasiado en serio. Puedes jugar a las escondidas con cientos de jugadores, repartidos en la ciudad, puedes proyectar películas de Charlie Chaplin en las paredes de los edificios más altos, puedes dedicarte a improvisar obras de teatro, patinar por las calles, bañarte en las fuentes y quedarte dormido en las faldas de un monumento, un hijo más del héroe de bronce arriba de ti. 

Te dedicas a explorar tu ciudad. Algunos vivirán en ciudades maltrechas, algunos otros en ciudades avejentadas, o iluminadas por la riqueza o por los constantes tiroteos. Pero ya no habrá nada de eso. Ni riqueza ni tiroteos, porque todos se dedicarán a la nada. 

Una de las soluciones más viables para demostrar el fracaso del orden actual consistirá en actos absurdos como éste. Consistirá en rendir nuestros cuerpos al designio de lo natural, a impulsos primigenios que nada tienen que ver con el pago de la hipoteca y el sueño del final de año para comprar tus deseos inmediatos, que nada tienen que ver con el mantenimiento de un cuerpo sano y el departamento de la amante a la que le pagaste su operación de senos o de hombros o de cualquier cosa que ella pensó que no te gustaba. No se trata de un sueño hippie. Ya nos dimos cuenta que como seres humanos podemos ser brutales, violentos, con el más mínimo sentido de compasión, y que eso difícilmente se podrá resolver, por lo menos no en nuestro tiempo. Pero posiblemente, un paso a seguir consiste en resistirse a la tentación de seguir con la consecución actual de la vida. No estoy diciendo tampoco que esto suceda, ni estoy convocando a efectuarlo. Sólo quiero que lo imaginen como una posibilidad. Si sucede, no sucederá igual que como lo describo. Pero no importa. 

Caigámonos todos. Dejemos de producir y reproducir la perpetua angustia que nos ha mantenido ocupados. Estoy seguro que primero solatermos lágrimas de felicidad. Luego redescubriremos nuestra capacidad para bailar, para sonreír, para dejarnos llevar por lo que el viento decida ese día. Claro, allá afuera habrán autoridades, policías, líderes sindicales, regidores municipales, jefes corporativos e inversionistas extranjeros que se preguntarán qué se traen todos ustedes. Pero no podrán hacer nada. No te pueden levantar del suelo y obligarte a trabajar, sólo estaremos ahí, sin un motivo en particular,  solos, juntos, humanos con humanos. Esperando a ver qué sigue. 

2.7.12



Desobedecer

¿Qué significa desobedecer? Es implantar una intransigencia encima de otra. Consiste en no seguir la línea, por conveniencia o necesidad, por capricho o por deferencia a las incitaciones de otro(s). Consiste en girar a la izquierda, a la derecha, brincar cuando te piden estar quieto, abrir el hocico cuando te piden que te calles, bailar en misa, gritar en los aeropuertos, internarte en el bosque, escuchar las reglas para luego hacer lo que consideras es lo mejor para ti, sin dañar al prójimo, caminar en línea recta cuando el camino es sinuoso, correr por tu vida, tirarte en el suelo y simplemente dejar de actuar, desaparecer por completo, rayar las paredes y los cuadernos, traspasar el tejido del orden social y hacer lo indecible, lo innombrable (sin pervertir las acciones para beneficio o placer meramente individual) dejar de jugar al juego de la vida porque la vida de pronto se descompuso, o simplemente porque ya, había que desobedecer.

La desobediencia es más natural de lo que imaginamos. Forma parte de la urdimbre social y natural de nuestro entorno. Los perros desobedecen, igual las plantas cuando deciden solas su rumbo, por más rumbo que quiera darle un jardinero. El viento es desobediente, igual un loco en la calle que decide hablar solo y resolver el acertijo del universo sin que nadie se dé cuenta, igual un grupo de personas que deciden no quedarse quietos ante X o Y circunstancia. Los hijos de la vecina, el empleado encabronado, el país oprimido, la gente que espera en las filas por más de tres horas, la señora que rompe con su dieta y se come de tres bocados un buen pedazo de pastel. Desobedecemos por necesidad, por impulso, por instinto. Y desobedecemos, cuando nos presionan.

El ser humano está constituido para desobedecer. Si se acatara todo el tiempo a las órdenes, a un mandato, una regla, un requisito, les puedo asegurar que el progreso de nuestra especie hubiera sido mucho más lento. Probablemente estaríamos todavía viviendo en cabañas, cosiendo nuestra propia ropa y muriendo de tuberculosis o de peste negra, atribuyéndole nuestros destinos a un orden inamovible.  La desobediencia, prima de la razón y hermana de la imaginación, es motor de la historia. Recuerdo con claridad el día en que mi amigo Jaime y yo comenzamos a tocar música propia en nuestros instrumentos. Decidimos seguir impulsos que rompían con las reglas. "Así no se hace," le dijo otro amigo a Jaime, refiriéndose a cómo tocaba ciertos acordes en la guitarra. "Pues no se hace así, pero suena bien chingón," respondió. Desobedecer, por lo tanto, es el acto consecuente al momento en que la imaginación descubre otras posibilidades. Muchas veces, la mayoría de las veces, estas posibilidades no son aprobadas por la mayoría. Por eso la desobediencia se siente como una ampolla en el dedo de todos los que se portan bien, o los que sostienen cínicamente un orden establecido a expensas de los otros.

Desobedecemos, a veces, por gusto, porque resulta ser un desafío para el cuerpo, la mente, los nervios y el intelecto, no seguir las reglas, o no estar de acuerdo con ellas. Nos dicen que siempre y cuando se hagan con responsabilidad y civilidad, siempre y cuando no hagas daño al prójimo, prácticamente puedes hacer lo que te dé tu regalada gana. Puedes desobedecer, esa siempre es una opción. Desobedecemos, la mayoría de las veces, repito, porque el orden se volvió intransigente, y hay que ser intransigente con éste, ya que nosotros vamos hacia enfrente y ahí se encuentra un muro altísimo, extendido infinitamente hacia un lado y otro, y por supuesto que lo puedes saltar, pero de pronto alguien se acerca (esa persona siempre trae un bigotito como de caballero inglés del siglo XIX) y te dice: “disculpe, pero no se puede saltar esta pared.” ¿Ustedes qué harían? Mucha gente decidiría quedarse ahí, sentada, sin hacer nada y esperando que el tiempo los desaparezca. Armarían su casita y recibirán a todos los que llegan con la misma noticia: no te puedes saltar la pared. Otros buscarán negociar siniestramente con el señor del bigotito, para encontrar una salida fácil. Pero otros más, los necios, los desobedientes, hacen caso omiso de las indicaciones de este sujeto y simplemente saltan. Al otro lado de la pared, el camino sigue.