20.6.13

Democracia. 

En mi mano derecha sostengo a un imbécil. En mi mano izquierda, a otro imbéciles. Ambos son imbéciles, por motivos muy distintos, pero algunos de estos motivos coinciden, esto es, ambos son imbéciles con respecto a las mismas cosas. Tienes que escoger entre un imbécil y otro. 

No. No puedes decidir que no quieres a ninguno de los dos imbéciles. Tiene que ser uno de ellos. ¿El imbécil más conocido, el menos siniestro, el más carismático, el que tiene o no bigote, el que es amigo del fulano de tal? ¿El imbécil con la mayor capacidad para hacerse presente sin ser una molestia en los medios? ¿El que dice más puntadas? ¿El que se muestra por lo menos un poquito menos imbécil que el otro, aunque en ocasiones, su imbecilidad se pone en evidencia en cosas para las cuales el otro muestra menos imbecilidad? Debes escoger uno. 

No tienes escapatoria. Un imbécil u otro imbécil. No. No les importa lo que opines de ellos. Puedes decirles a la cara que son unos imbéciles, y ellos te sonreirán en toda su imbecilidad. Se mostrarán agraciados por la oportunidad de haber llamado tu atención. Quizás te den un folleto para que lleves a tu casa, con toda la información sobre las maneras imbéciles como ellos quisieran conducir la vida de nosotros. Solo ten cuidado de que una de las personas que acompañan a estos imbéciles no te siga, te tome fotos o pida tus datos. Si finges bien tu respeto a su imbecilidad, es posible que quieran compartir sus sueños contigo. Vaya, incluso hasta pueden pedirte que compartas los tuyos. En su imbecilidad te darás cuenta de sus miradas atentas --aunque un poquito ausentes-- mientras escuchan tus ideas, opiniones, quejas, propuestas. Sonreirán al despedirse y se encaminarán a otro rumbo, a compartir su imbecilidad con otros como tú, que tienen que elegir entre uno y otro imbécil. 

Por cierto, a estos imbéciles les gusta bailar. Ellos te bailan, te sonríen, te abrazan y te toman de la mano y ondean su bandera de la imbecilidad con tal gracia y divinidad que casi casi te resulta mágico. Bailan y aparecen en anuncios y cantan. Pueden brincar la cuerda, jugar canicas, fingir que saben manejar maquinaria pesada, señalan con el dedo las líneas de producción de una maquila como verdaderos expertos en procesos industriales, leerán cartas sentidas de niños en primarias, de señoras en barrios olvidados, aparecerán en televisión para manifestarse en contra de unas cosas y a favor de otras cosas, los verás vestir con uniformes de distintos oficios, simular que están cavando los cimientos de una construcción futura, evitar que veas las gotas de sudor en su sien. Son imbéciles con esmero, y se dedican por lo menos unos seis meses a ser tus mejores amigos. No puedes dejar de verlos, por cierto. Están en todas partes. Camino a tu casa, seguramente te encuentras con docenas y docenas de imágenes de sus rostros de imbecilidad. Ellos lo hacen con el simple propósito de que los ames. Y ellos te amarán por siempre, siempre y cuando los escojas a ellos. 

Luego te darás cuenta que en realidad no te amaban. De hecho, te darás cuenta que en realidad ni siquiera buscaban tu amistad, tu respeto o tu estima. 

Luego te darás cuenta que tienes que escoger entre un imbécil y otro imbécil. No puedes hacerte para atrás, aunque de pronto llegan otros imbéciles a decirte que si no escoges a uno de los dos imbéciles, no tendrás derecho a decirles imbéciles cuando la mayoría de la gente haya escogido a uno por encima del otro. 

Tiene que ser uno, no puede ser ninguno. Una vez que lo escojas, y una vez que se contabilicen el número de personas que escogieron mayoritariamente a uno sobre el otro, tendrás un mal sabor de boca. No saldrás de tu casa y te preguntarás porqué te sientes tan mal. Tan engañado. 

Y es así como te darás cuenta que en realidad ni el uno ni el otro eran imbéciles. Y que los imbéciles  fuimos los otros, los que estamos frente a las manos que nos piden elegir. 

Ahora calla, sonríe y sigue caminando.