21.8.13

el insoslayable grito de denuncia e indignación

Tienes una tía que se echa unos pedos legendarios. En reuniones familiares, alrededor de una fogata, en la sala principal, siempre hay un momento en que todos pueden percibir en el ambiente el aroma de algo muerto. Puedes hasta sentirlo en la boca. Guardas esta experiencia en la memoria, y prosigues con tu vida. 

Creces. En ocasiones vuelves a toparte con tu tía, la pedorra. Sigue siendo legendaria en tu memoria la clase de flatulencias que ella despide. Pero debe quedar claro que no es cualquier tía. Aparte de un nivel de afectación emocional, debido a que reconoce su problema, puede decirse que es una tía de cualidades intelectuales y morales profundas, críticas, nítidas, en torno a todo asunto que acontece en nuestras vidas. Ha llevado una vida rica en historias y hallazgos. Puedes ver en sus ojos las lecciones de su experiencia. 

Tiene opiniones sólidas sobre prácticamente cualquier tema que le pongas sobre la mesa: historia, política, género, el lenguaje, las formas. Es una tía excepcional en muchos sentidos. Sus ojos se abren como dos cavernas iluminadas cuando apasionadamente habla de lo que le gusta y lo que le aterra de este mundo. 

Sin embargo, no importa cuán profundas, sensibles y delicadas sean sus ideas y sus opiniones, ella no deja de ser la tía que se echa pedos. Incluso, sueles hacer de lado sus reflexiones, con el afán de sacar a la luz que en algún momento de tu vida pudiste sentir un pedo de ella en tu paladar. Nada puede hacer para que cambies la percepción que tienes de ella. 

Más o menos es lo mismo que sucede con el arte contemporáneo.