15.5.14

15 de mayo, Día del Maestro. 

He visto a la estupidez humana a los ojos, frente a frente, en la mirada de un alumno que por capricho, desinterés, soberbia o simple y llana estupidez, no comprende la realidad que uno le pone enfrente. He visto también unos ojos que se abren, sorprendidos, ante el descubrimiento de las sutilezas y verdades de este mundo. He visto desgano y he visto iluminación, esclarecimiento y confusión, he visto incertidumbre y seguridad, un miedo desenfrenado a cambiar de opinión, transformar un concepto, desdeñar una idea, he visto la soberbia y la humildad, la sinceridad y la simulación, el cinismo y la búsqueda de congruencia. He visto muchas cosas, desde la perspectiva del que está parado frente a un grupo de estudiantes. He visto demasiado como maestro.

He tenido frente a mis ojos aproximadamente unos 5,000 rostros, todos y cada uno de ellos comunicando algo distinto y lo mismo a la vez: “quiero entenderte y quiero que me entiendas”. Esto quiere decir también que, en promedio, he visto unos 50,000 ensayos, trabajos de fin de curso, reportes, unas 2,500 exposiciones en grupo y, recientemente, unas 1,000 obras realizadas por estudiantes de artes plásticas. Esto quiere decir que he estado frente de una cantidad enorme de momentos de lucidez, de conciencia, de mentes que van estructurando sus formas de pensar y organizar sus ideas, y también he visto una cantidad impresionante de errores ortográficos, sintaxis invertidas, ideas truncas, lugares comunes, intentos fallidos, obras mediocres, textos copiados y pegados para asumir la forma de ensayo (y donde ni siquiera les quitan los hipervínculos que acompañan la entrada de Wikipedia que copiaron), mentadas de madre y expresiones de catarsis que nada tienen que estar haciendo en un ensayo sobre historia del arte o de análisis literario. 

(Por cierto, entre todos estos productos, hay muchos de ellos con las mismas cualidades, elaborados por –así es—maestros.) 

He visto alumnos llorar y alumnos reír a carcajadas. He visto a alumnos moreteados, abusados por sus padres o compañeros, he estado frente a un joven con Síndrome de Asperger y junto a una cuadrilla de muchachos considerablemente mariguanos. Una vez me tocó presenciar el colapso nervioso de un alumno, y en otra ocasión, me tocó a ver a un alumno hacer la exposición simbólico-interpretativa más increíble que he visto, en relación con el poema Muerte sin fin, de José Gorostiza; los he visto bailar, actuar, sonreír cuando descubren algo, o cuando descubrimos algo en una experiencia colectiva, los he visto exponer, ascender escalas sociales, académicas y profesionales, los he visto renunciar a sus planes originales en busca de otras aventuras, los he visto renegados en su propio nihilismo, los he visto limpiando vidrios en las calles, sumergidos en sus adicciones, los he visto luchar por lo que consideran justo, los he visto pelearse con otras personas, los he visto simular interés para obtener el triste beneficio de una buena calificación (o puntos escalafonarios), los he visto abrazarme y agradecerme o verme desde lejos y mentarme la madre, los he visto en las cimas, en la gloria o ensimismados en la complacencia de una clase media que jamás perdona las barrigas en los hombres, los he visto crecer, hemos crecido juntos, algunos hemos guardado la distancia, nos reconocemos en la calle, reiteramos que en algún momento esa relación efímera entre maestro y alumno tuvo algo de reverberación en nuestras vidas.  

He visto a muchos maestros abusar de su poder. He visto a muchas instituciones acoger, reconocer, admirar o vilipendiar y ningunear el papel que un maestro juega día con día. He visto la apabullante ignorancia de los maestros (sí, también he estado cara a cara con la estupidez humana, representada en un maestro recalcitrantemente vacío de espíritu e intelecto), y desafortunadamente, he visto la ruina espiritual en las caras de muchas personas que dedicaron su vida a la docencia, y que jamás han obtenido una justa retribución por su dedicación y esmero. Muchas de ellas son muy, pero muy felices. Pero una buena cantidad de ellas, no.

He visto alumnos golpeando maestros, maestros golpeando alumnos, he visto maestros escupir a las autoridades, y he visto a maestros perseguidos en las calles, por autoridades que reprimen sus luchas, los persiguen, los golpean, los matan. He visto a muchos de estos maestros aprovecharse de ese enorme pulpo de mil tentáculos llamado magisterio. He visto el rostro de Coatlicue –Elba Esther Gordillo—y he descubierto que no sólo he estado enfrente de la estupidez: también he estado frente a la más pura representación de la maldad humana. Ella no es la única, por cierto.

Como podrán ver, he visto de todo. He tenido la fortuna de recibir el reconocimiento de las personas con las que me ha tocado estar en un salón de clases; he tenido la fortuna de trabajar en instituciones que me han dado grandes oportunidades, he tenido la fortuna de ver cómo las personas crecen, en ideas, en sentimientos, en profesiones, en visión, y creo que me he esforzado por incitar a un libre flujo de las ideas. He intentado borrar las líneas que separan al maestro de la persona, sobre la base de un respeto mutuo, ahí donde no hay jerarquías (esperanzadoramente, aunque en muchos casos no sucede), donde se intenta eliminar las relaciones de poder, y donde lo único que anima a los integrantes de ese salón es el acto de descubrir algo, lo que sea, como experiencia compartida, como algo que puede quedarse para siempre en la memoria y en los actos de nuestra vida cotidiana. Conozco desde mi propia experiencia como maestro, que podemos ser bastante arrogantes, ensimismados, transas, egos dañados y cínicos que sólo vienen a recoger el cheque o a fingir que me llevo bien con las autoridades para no perder la plaza o el puesto de inspector delegacional; reconozco que es tentador, porque es fácil, caer en esos esquemas. En ese sentido, he hecho todo lo posible por mantener una congruencia entre lo que yo soy y lo que yo hago como maestro. ¿Por qué? Porque para mí, ya hay demasiada incongruencia en este mundo. 

Lo reitero: me ha tocado ver la estupidez, cara a cara. Es una estupidez que alimenta la ignorancia, a su vez alimentada por el miedo, a su vez alimentada por una actitud agresiva, violenta, hacia todo aquel o aquella que no coincida con su forma de ver las cosas. Eso me ayudó a identificar que el verdadero papel que debemos asumir los maestros, es el de romper con aquellas estructuras, demasiado afianzadas por la cultura, la historia, el sistema y la familia, que no le permiten a las personas pensar por sí mismas. Esto es: si tú logras hacer que otras personas, bajo tu guía, encuentren las herramientas para darse cuenta que el problema somos todos, pero que la solución la tenemos cada uno de nosotros, siempre y cuando sepamos dialogar y encontrar un punto común con las opiniones contrarias a la tuya (por eso resultan tan odiosos los católicos y los ateos que quieren empinarle sus ideas a los otros), si logras eso, has dado un buen paso firme hacia delante. Sobre todo, porque contribuyes a que la sociedad deje de tener la percepción de que los maestros somos la causa y la solución a todos los problemas del país. 


Y finalmente, después de veinte años de dedicarme a la docencia, lo único que puedo decirles es esto: he visto la capacidad que tiene el ser humano para hacer el bien, y he visto la capacidad que tiene el ser humano para hacer el mal. 

Sigo aprendiendo.