16.12.14

Nadie imagina al paraíso como un lugar al que llegas encabronado. Arrojas tu equipaje por la ventana, le gritas a las paredes, preguntas al aire el sentido de todo lo que sigue. No lo tiene.

Nadie imagina al paraíso como un lugar triste, desamparado, a donde llevas en un bolso de papel las pocas memorias que el tiempo decidió arrancar de esa otra realidad que acabas de dejar.

Nadie imagina paraísos terrenales en el infierno.

Nadie imagina al paraíso como un lugar al que llegas cansado, donde te quitas los zapatos para siempre, y para siempre caminas descalzo, sobre un piso que se siente como suelo de luna. Pero no flotas.

Nadie imagina al paraíso como un sitio de paso; nunca un limbo, sino un rest stop donde puedes platicar toda la noche con un negro que te cuenta historias fantásticas de su pasado esclavo, allá cuando la gente cantaba sin estar encabronada, aunque sí.

Nadie imagina un paraíso como pozo sin fondo, como ruido blanco de televisor en recámara cubierta de oloroso tapiz, como esa peca que enamoradizo viste a tus ocho años de edad. El paraíso jamás podrá ser melancólico.

Nadie imagina paraísos terrenales en el infierno.

Nadie imagina un paraíso cubierto de mobiliario de hule espuma, donde la gente bebe sin disgusto y platica de aquella política que tanto nos arruinó en vida.

Nadie pinta paraísos perdidos.

Nadie imagina paraísos hechos a la imagen y semejanza de tus más blandos sueños.

Nadie imagina un paraíso eufórico, donde el canto es grito ahogado, locura contenida, la sonrisa inerte del eternamente despierto. Nadie cree que el paraíso es para los locos. Los que hemos perdido la esperanza y decidimos escapar a un lugar mejor de la conciencia.

Nadie imagina un paraíso construido con las ruinas de nuestras guerras más épicas.

Nadie imagina paraísos transparentes. Porque en el paraíso imaginado, nadie es impune.

Nadie imagina paraísos artificiales, donde el costo de vida es sostenido por esa otra parte de la humanidad que vive en el infierno.

Nadie se imagina solo en el paraíso.

Nadie imagina un paraíso donde lo más importante es desaparecer tu conciencia, un paraíso donde dejas de ser. Esto es, de existir. Nadie imagina paraísos donde dejas de existir.

Nadie imagina un paraíso donde puedas reencontrarte con tus amigos, perdidos ellos, desaparecidos, ausentes, imaginarios, entrañables, con los que jugaste a la guerra y a la enemistad, con los que compartiste abrazos amores y bebidas. Con los que una vez abriste paso a tu propia vulnerabilidad.

Nadie imagina un paraíso donde todos dejamos de importar.


Nadie  imagina paraísos terrenales en el infierno.

Nadie  imagina paraísos terrenales en el infierno.

Nadie  imagina paraísos terrenales en el infierno.

Nadie  imagina paraísos terrenales en el infierno.

Nadie  imagina paraísos terrenales en el infierno.

Nadie  imagina paraísos terrenales en el infierno.

Nadie  imagina paraísos terrenales en el infierno.

Nadie  imagina paraísos terrenales en el infierno.

Nadie  imagina paraísos terrenales en el infierno.

Nadie  imagina paraísos terrenales en el infierno.

Nadie  imagina paraísos terrenales en el infierno.

Nadie  imagina paraísos terrenales en el infierno.

Nadie  imagina paraísos terrenales en el infierno.

Nadie  imagina paraísos terrenales en el infierno.

Nadie  imagina paraísos terrenales en el infierno.








Todos queremos regresar a ese paraíso prometido.


15.12.14

2014. 






Recuperar la infancia 

Absorber el caos 

Perder la inocencia 

Derramar las lágrimas 

Negar la muerte

Desobedecer 

Arrepentirse de fingir 

Desaparecer 

Perder el sentido 

Descolocar el corazón

Verter el miedo en una fosa

Abrigarse del olvido

Acercar la memoria al fuego

Desconocer la verdad y la mentira

Tirar la salud espiritual por la borda

Cerrar las ventanas

Dejar que la lluvia corriera

Permitir heridas abiertas

Ver y dejar de ver 

Asumir el espanto como acontecimiento cotidiano

Despedir con un canto a seres queridos y míticos

No olvidar

Luchar por la permanencia del recuerdo 

Informar lo desinformado

Callar y no callar

Poetizar el descontento

Adueñarse de calles que no nos pertenecen

Soñar con el anonimato

Conspirar contra el aire

Suspirar ahogado 

Morir y vivir como si fuera la misma cosa

Como si tuvieran que ver

Como si importara

Como si importaras realmente 

En un mundo 

que ya no nos quiere. 




Creo que es momento 
de aspirar a una obediencia 
no civil.

5.12.14

The spark that bled

Luis Ongay, In perpetuo memoriam

Para Rosa
Para Ana
y para todos los amigos 
que lo tendrán siempre en sus corazones

He dedicado este día a escuchar The Soft Bulletin de Flaming Lips, una de las elegías musicales más bellas que jamás hayan existido. Pero no se trata de una elegía lúgubre, sino un canto desde la vida, un homenaje agridulce a esa realidad inamovible para todos los seres vivos: el suave, terrible y agridulce llamado a partir, a dejar este mundo. A morir. El aviso de la muerte de un ser querido, que se siente como un suave boletín, como una suave bala que entra sutilmente en tu cuerpo (The Soft Bulletin/The Soft Bullet In), como una inesperada cachetada que instantáneamente te humaniza, te hace olvidar tu ilusa ilusión de eternidad, te regresa al centro de tu corazón, a la noche silenciosa del alma. Te recuerda que nunca, nunca, nunca ganaremos esa batalla, y te recuerda que a veces la batalla nos conquista por sorpresa, nos sacude del tedio, nos golpea con tal contundencia, que no podemos más que quedarnos mudos, sin aliento, inmediatamente vacíos, a la espera de aquella felicidad que huyó aterrada a esa recámara en nuestro interior, y aunque sabemos que en algún momento volverá, en ese instante, la creemos completamente perdida.

Hoy comencé la mañana escuchando esta elegía musical, porque es de las pocas cosas que me pueden ayudar a comprender la pérdida de una persona como Luis Ongay. Para comprender desde la dulzura que a mí me reconforta, pero también desde la vitalidad que tanto lo caracterizaba a él. Luis era un torbellino que jamás cesaba de girar, una llama en constante tránsito, un irredento ser humano que corría de prisa y con los ojos abiertos, para ser amo y señor de ese mundo en donde emprendía su propia carrera. Una chispa incesante, pero en la cual pulsaba la sangre de un apasionado.

En retrospectiva, creo que entendí todo esto desde la primera vez que lo conocí.

Con una sonrisa al mismo tiempo traviesa y altanera, nunca soberbia, con un caminado seguro pero en constante búsqueda y deriva, Luis y yo nos sentamos a despotricar diplomáticamente sobre un libro que presentamos juntos en el CEART. Era sobre Tijuana, y si bien reconocíamos la cualidad del proyecto crítico y visual del libro, coincidíamos que era un recurso que debíamos estar haciendo por estos lares, en ese tierno y salvaje Mexicali que, desde ese momento, ambos coincidimos que era (y en algunos aspectos sigue siendo) un salvaje diamante en bruto. Sin decírnoslo, llegamos al acuerdo tácito de dos personas que se encuentran en un mismo sendero. De ahí comenzó una relación que fue al mismo tiempo cercana y lejana, distante e íntima, el común acuerdo no escrito entre dos personas con las mismas búsquedas.

Y desde dicha distancia, y con el paso de los años, pude conocer a una figura increíble, imprescindible, para los tiempos que hemos vivido en esta ciudad en los últimos diez años. Un punk ilustrado con agenda y locos proyectos bajo el brazo. Alguien que, como las grandes personas, es una mezcla de virtudes y atributos, que distinguen a los buenos líderes, a los buenos artistas, a los mejores creadores. Es de las personas que comenzó a pensar en grande, en un ámbito donde la mayoría sigue pensando en chiquito.

Es por eso que lo distinguían tantos matices. Era un arrebatado, un corazón silvestre y lleno de una sabiduría innata, que se comía la vida a bocanadas, un acelerado que ponía las cosas en movimiento, tomaba y asumía riesgos para dar lugar a lo que tanto nos cuesta trabajo a los demás: el cambio, la transformación, la vida de un entorno. Lo hizo desde la insistencia, la resistencia y la testarudez; lo hizo desde el teatro pánico, lo hizo desde la inserción de la danza en la vida cotidiana, desde la academia, desde los estudios culturales, desde los espacios independientes, desde los márgenes de la producción artística local, desde el desarrollo cultural de la región. Lo hacía con pasión, lo hacía con displicencia hacia aquellos que no nos poníamos las pilas, y con un sentido de colaboración siempre abierto, contestatario sin ser quejumbroso, pragmático, con una capacidad de resolución y de imaginación que, durante el tiempo que tuve oportunidad de verlo en acción, logró cosas insospechadas, sobre todo para muchos de los que tuvimos la fortuna de trabajar con y para él. Un aventado, un arrojado, impositivo y voluntarioso, que empujaba a que las cosas sucedieran como él las deseaba, porque entendía que así se tenía que hacer. Porque la opción era inconcebible: la mediocridad.

No sé ustedes, pero yo me quedé con muchos pendientes que platicar con él. Ideas compartidas, futuros proyectos, futuros encuentros y desencuentros, pasiones y encabronamientos comunes. Quedará suspendida, esa plática pendiente, pero yo encontraré la manera de hacerlo. Porque Luis siempre trabajaba desde posibilidades que muchos pensábamos imposibles, y hacía algo que pocas personas han demostrado hacer en este entorno, una virtud que yo envidio porque nunca se me ha dado y tengo mucho interés de aprender de él: Luis sabía cómo mover a la gente. En el proceso, movía la conciencia. Eso es lo que más ha hecho falta en este lugar hostil y polvoso: él llenó ese hueco de un modo inconcebible hasta ese momento. Lo hizo desde una posición de poder, y reconocía que no había de otra más que hacerlo desde ahí. Pero asumió su poder de convocatoria y su liderazgo y su capacidad de convencimiento de la manera como debe ser el ejercicio de poder: con una entrega total al trabajo, enamorando a la gente con sus ideas, e impulsándola a salir de sus zonas de confort. Con Luis, nada fue a medias tintas. Todo tenía que ser al full: el espectáculo, el evento, la música, la acción, la cantidad de cigarros, la enseñanza, la crítica, la perturbación, la provocación, la arrogancia, la necedad, la vida, la noche, el riesgo, el atrevimiento, la osadía, la sagacidad, todas estas herramientas imprescindibles para un cambio que él inició, y que nosotros estamos obligados a continuar.

Descansa en paz, Luis. Con todo respeto, y si tus seres queridos así lo desean o me lo exigen, haré todo lo que esté humildemente de mi parte para que nosotros, los que nos quedamos aquí, jamás descansemos y sigamos luchando contra el tedio. 

Brindo a tu salud durante todo el tiempo que el tiempo me permita.