28.4.14

El personaje desvanecido. 

Yo ya no sé cómo deberán ser los personajes de nuestras historias, en este presente perpetuo y sumamente triste, en el orden de una clase de melancolía que es las mismas veces eufórica (como el instagram donde revelas tu lado más seductor/grotesco) y anodina (como cuando regresas dos semanas después a ese mismo instagram y te das cuenta de cómo la imagen fue vaciada en tan corto tiempo de todo posible sustento vital o riqueza expresiva). 

Sin embargo, sí sé que los personajes estrictamente literarios se han quedado cortos, sobre todo, en la medida que expandimos nuestra capacidad para ser constructores de nuestra propia caracterización. Por lo menos aquellos personajes diseñados por esa eterna regurgitación llamada siglo XX. Porque el flujo de la conciencia transita actualmente desnudo y desprivatizado en las redes de socialización en línea; porque hemos dejado de ser cucarachas oprimidas por una burocracia ahora "transparente", y nos hemos convertido en diminutas hormigas, nuestros gritos generando el impacto que puede tener el sonido de una hoja al desprenderse de su rama. 

Esa hoja ya no puede ver el árbol donde se sostiene la rama; el árbol es todo el mundo. el mundo es de todos. Por lo tanto, en vez de andar a ciegas en un mundo de tinieblas, vivimos cegados por el exceso de luz. Las epifanías son imposibles. 

No somos nada. Y en esa nada deambulamos, billones, sostenidos por nubes que ya ni siquiera vemos. Inciertos, somos fotos digitales incapaces de perder su color, incapaces de sentir la realidad de donde provienen. Porque ya no provienen de la realidad. Los personajes hoy en día deben ser personajes esfumados. Defragmentados. Y más solos que nunca. 

Ya no somos personajes sin atributos sino personajes con estilos de vida. Ya no podemos esperar misiones ni encontrarnos espiritualmente con el mundo, ya que este mundo es un esqueleto invisible de lo que el mundo anterior fue. No somos heroicos ni antihéroes. Incluso ya dejamos de ser un dato, un pixel, un número añadido a las estadísticas. Ni líquidos ni evaporados, ni posteriores a nada. Somos esa nada a la que siempre habíamos aspirado, aquella que ya no se siente sometida por la fantasmagoría de la imaginación. 

Los personajes hoy en día cargan con la amargura de ser anodinos, invisibles, desvanecidos, antihéroes que ganan batallas efímeras pero que el tiempo y su intrascendencia sólo les prescribe celebrar el triunfo en secreto. Y la celebración es breve, inmediatamente aplastada por el siguiente espectáculo. 

Adiós género, adiós rasgos identitarios ni geografías romantizadas o poscolonializadas, adiós amantes, obsesos, neuróticos, adiós --sobre todo adiós-- al narrador itinerante que burla al lector con sus ínfulas de personaje desterritorializado (como si desterritorializarte significara una estancia de beca en Berlín o en Londres), adiós a las memorias de lucha, a los recuentos de la opresión y la miseria, al encantamiento de voces narradoras que dan cuenta de los estados de control, y adiós, por encima de todo, al personaje que deambula desde la distancia irónica por los caminos de nuestro capitalismo rampante. Adiós a todos. 

Ahora, lo que viene, es el personaje que se escapa. El que no está aquí, ni allá, ni en las cámaras de seguridad de los bancos y las tiendas de autoservicio, el que no tiene perfiles en cuentas de correo, Twitter, Facebook, Linkedn, el que no pertenece a listas de correo y que no ha generado historiales de compra o de visita. Ahora, lo que viene, es un personaje que pasará de la tristeza perenne de un mundo posthumano al júbilo melancólico del individuo desaparecido. Gozará de su estado emocional oximorónico. Lo único que necesita, es que su presencia digital se desvanezca, lentamente, poco a poco, hasta fundirse con las demás presencias digitales y convertirse en esa nada en la que se convierten las páginas que ya no reciben visitas. No será legión, no será anónimo. Abandonará por completo todo orden y sistema, y vivirá en las ruinas de nuestras ciudades. No será indigente porque todos serán personas sin hogar. Sin embargo, vivirá solo, sin amor, sin dinero ni propiedad, gozando de una forma muy distinta de felicidad. 

Será muy difícil contar la historia de este personaje sin la sombra de sus antecesores, y sobre todo, será difícil contar su historia sin la exigencia de ese trascendentalismo que tanto codiciamos los occidentales. Será, finalmente, un personaje liberado del estigma de la historia. Y por eso, y así, su relato podrá continuar, vivo y en llamas.