19.2.15

Microrrelatos al interior de un traslado inconsecuente. 
Tiempos muertos en mi paso de un lado de la ciudad a otro. 




Nadie espera que rompan una relación amorosa en el estacionamiento de un OXXO. Razones suficientes tiene para llorar desamparado. 


Es la primera vez en mucho tiempo que estas calles escuchan de nuevo los acordes de "Queen is Dead" de The Smiths. Hace veinte años retumbaba en varios autos los fines de semana. Puedes percatarte de ello, por la sonrisa extraña, un poco melancólica, de la señora que acabas de ver, la que está en la entrada de su casa, la que espera a su hija. O a su novio. Depende del año en que veas esto. 


Todos en esta vida hemos necesitado una escoba. Por lo tanto, todos hemos estado solos en el acto de barrer el polvo que llegó de la nada para quedarse. 


Ese sombrero, justo ese sombrero, fue el que usó cuando le dieron la noticia de su hijo con cáncer. Lo recuerda cada vez que se lo pone, cada vez que se le cae en los días de viento. Hoy no fue un día de viento. 


Por esa moneda, señora, estuvo a punto de morir atropellada. Entiendo su valor sentimental, pero hay que tener más cuidado con su propia vida. 

*

Serás en un futuro el sueño y/o pesadilla de un chavito o chavita. Sobre todo si sigues sonriendo así. 


Acabas de entregar todos tus ahorros a un banco que no le importa en lo más mínimo tus esperanzas. 

*

Inicialmente, tu paso fue de gacela. Luego te convertiste en corcel, luego en felino, luego en lobo taciturno. Ahora no eres más que una hoja que acaba de desprenderse de un árbol anónimo, como todos. Como tú. 

*

El aroma lo hizo voltear hacia donde estaba ella. Es la hora de la comida y en la chimenea del restaurante circula una nube blanca, sabor rib eye. 

*

Niño: al abrir esa puerta, el resto de tu vida tomará otro camino. Fájate la camisa y deja de poner cara de compungido. 






12.2.15

Algunas consideraciones vitales para las artes del futuro inmediato
(notas infames que se sueñan como una posteridad imposible)

El futuro es uno de nuestros más grandes espejismos, una entidad de tiempo que sólo permanece en la medida que nos acercamos a la desilusión de ver cómo nuestras proyecciones no se alinearon a la realidad. Por otro lado, futurizar se ha convertido en pecado, en un mundo de presentes perpetuos, donde la medición de nuestras vidas ha adquirido una dimensión casi, casi, “extrapoética”. Cada paso cada vistazo que le echamos al mundo, constantemente nos avisa que eso ya ha sido visto, vivido, tocado, experimentado. La novedad, la originalidad, por mucho tiempo tiranas del tiempo, se han vuelto prescindibles. De modo que la constitución de un mundo posible sólo es posible en la medida que nosotros nos despojemos tanto de la tiranía del presente como de las tiranías de lo original y novedoso. Es momento de regresar a cuando podíamos observar las diferencias infinitesimales entre una hoja y otra.

El arte siempre ha propuesto futuridad pero solo desde una perspectiva profética. Se piensa en los artistas como chamanes, como demiurgos, como místicos que revelan verdades universales, a través de un imaginario que encandila, en el mejor de los casos, o que se condena como herejía, en el peor de los casos. El Futurismo, esa vanguardia histórica tan irónicamente fechada, fue un camino modernista de las promesas que la sociedad contemporánea esbozaba para el sujeto. Pero en realidad, se trataba de un ejercicio desesperado por estar en el momento. Me pregunto si, en la actualidad, el arte se obliga a sí mismo a estar en este momento.

1. Dejar de pensar en la inmediatez. Vivimos bajo la tiranía de la experiencia efímera, del instante significado, de la síntesis de grandes conceptos y la ironización de las grandes narrativas. Un twitteo atomiza el pensamiento, pero también la experiencia y, por lo tanto, la vivencia como tal. Puede pensarse en una suerte de longevidad de la idea; no obstante, seduce la noción de que es el pasado el que tiene las respuestas. No las tiene. Los viejos paradigmas han servido para producir el manierismo creativo en el que nos hallamos enfrascados, ahí donde el escritor es un exquisito de las formas y el artista visual busca alternativamente la conmoción, el shock o el realismo exacerbado, a través de todos los medios a su disposición. Asimismo, dicho paradigma es la principal defensa de aquellos que siguen esperando que el arte de nuestra era asuma los comportamientos y condiciones estéticas del pasado: la palabra “talento” ya no sólo debe referirse a una serie (limitada) de cualidades motoras, manuales o de ejecución, sino a la capacidad para resolver una serie sucesiva de preguntas complejas sobre el mundo. 

2. Toda producción de imagen debe mantener los siguientes componentes: atracción, intriga y crítica. La obra debe ser visualmente atractiva, sin apelar a una mirada contemplativa; debe generar intriga en el espectador, caracterizada por los pliegues de significado de los componentes visuales, no por la yuxtaposición de significantes, lo cual conduce alejar al espectador de su posición de consumidor pasivo y

3. Establecer correspodencias entre futuros deseables y futuros posibles, eliminando del plano cualquier proyección que determine cualidades estéticas. Des-imaginar el futuro, eliminar el componente utópico para dar ingreso a la muestra de posibilidades. Hemos llegado a una nueva definición de “alternativa”, que luchará por no medir su efectividad a partir de nociones culturales y sobre todo regida por las leyes del mercado.

4. Un retorno al vitalismo, no como medio de proyección historio-geográfica, étnica o de género, ni mucho menos como parte de un “relato oral” convertido en memoria y/o confesión.

5. Sustituir esa búsqueda romántica de la inmanencia por una búsqueda precisa de inminencia: la obra como algo necesario, no en términos utilitarios sino comunicativos, un arma y una advertencia sobre los tiempos que se viven.

6. Eliminar del mapa la noción de que la historia termina hoy, siempre y a la perpetuidad; el principal motor de cambio está en las entrañas, no en la razón, y si la historia es tiempo razonado, debemos pensar en una suerte de longevidad proyectada en nuestras obras. Es como si Walter Benjamin hubiera estado consciente, desde el momento que escribió sus ensayos, del impacto que tendría en la teoría contemporánea.

7. Las redes de socialización en línea, desde su concepción, no han sido nada más que habilitadoras de una contradicción permanente: la democratización monitoreada. Debe tomarse en cuenta que, en el actual panorama de producción artística mundial (para todo tipo de creaciones, desde bienales hasta películas, novelas de autores legitimados por distintas áreas del campo literario, lanzamientos recientes de música por parte de bandas pop, rock, etc.), estas redes en línea han engendrado comportamientos sociales que mezclan el id  (trolls) el ego (creadores pagados de sí mismos, que mantienen esa finísima ilusión de artista incomprendido), cuyas declaraciones sirven para establecer parámetros de gusto, a todas luces, la forma más simplista de generar criterios. Es posible la necesidad de crear arte que desaparezca por completo de estas redes. El arte, en el futuro, deberá ser un secreto a voces, vivido en carne propia. Los conceptualistas rusos no estaban tan errados.

8. Acoger la imperfección como pureza, pero sin caer en ejecuciones pobres o mal planteadas.


Nota de desarrollo pendiente: vivimos una era en la que la información y los productos culturales dejaron de escasear, obnubilando nuestra relación con los objetos de deseo. El acto de consumir ha mutado, el trámite se ha dislocado. 

10.2.15

Libre ejercicio bajo el influjo de un playlist de hip hop noventero. 


Creo que el problema con México es que nunca ha aprendido a ser cool. 
No puede ser cool, no quiere ser cool. 
No quiere ser esto, prefiere ser lo otro, 
prefiere ser lo otro, prefiere comerse a los otros. 
Prefiere ser drama prefiere ser cama prefiere ser tumba, prefiere ser dios maldito diablo malito demonio infinito prefiere el bailar melancólico de un buen bolero que el bailar vital de un buen jazzesito que fluye y que huye y que desaparece solito en vez de ser desaparecido por todos aquellos incapaces de ser cool. 
México no puede ser cool, 
no quiere ser cool, 
quiere morir rápido 
y veloz 
y sin caricias 
y con muchos llantos 
y nada de bailecito. 



Creo que el problema de México son sus curvas. 
No sabe qué hacer con sus curvas. 
No sabe qué hacer con sus padres no sabe qué hacer con sus risas. 
Las risas mexicanas son el llanto de las agallas, 
las risas mexicanas no son cool. 
México no puede quiere debe ser cool. 
Nunca entendió que la indigencia es cool, 
que las melenas son cool, 
que el amor y el odio son cool si sabes bailarlo, 
que la flojera no es nuestro estigma es el sueño de campeones. 
México prefiere el drama de jamás ser cool, 
prefiere el rostro de niños ancianos animando a las ánimas desaparecidas que sentados ven la animación terrorífica de su propio país uncool. 
México no sabe acariciarse a sí mismo, 
pasar el peine por la cabellera de su alma, 
tirar su melena hacia atrás, 
un chicotazo remojado mientras alzas la mirada mexicana que no deja de ser hermosa pero siempre espera la tragedia al doblar la esquina. 

Creo que el problema de México son sus esquinas. 
Las sombras que éstas guardan. 
Los demonios uncool que se alojan en las esquinas y callejones. 
Todos esperamos al doblar la esquina el rostro del demonio, el que siempre quiere quitarnos ese corazón que siempre ha buscado ser cool pero no puede. 
Prefiere el drama de un llanto que siempre es de señora. Todos los mexicanos lloramos el llanto de las señoras, 
el encabronamiento inútil de las señoras, 
el canto milenario de la señora encabronada, 
el encabronamiento en las esquinas, 
la sombra de lo que una vez pudo haber sido un México cool pero ahora es luna ardiente y encabronada. 



Creo que el problema de México son sus demonios, 
no quieren bailar el baile del cool y por eso creen que fluyendo entre balas y gritos de señoras encabronadas puede pasar el resto de sus días, 
hasta que se acabe el tiempo, 
hasta que se acabe el flujo cool del tiempo, 
hasta que se acabe la cachetada rítmica del tiempo, 
hasta que se acabe el suplicio eterno del tiempo, 
hasta que se desmorone la máscara del tiempo, 
la más cara del tiempo, 
la cara más demoníaca del tiempo, 
las rasgaduras del tiempo, 
los relojes estáticos de un tiempo siempre teatro, 
que jamás quiso ser cool porque jamás supo lo que significaba ser cool. 
Porque México nunca ha aprendido a ser cool. 
Sólo ha aprendido a sentir un dolor profundo en el cogote. 



Y así no se puede cantar. 



Para cantar necesitas aprender a bailar sonriente con el dolor. México no entiende su propio dolor. 

3.2.15

Sobre por qué cocinar nos hace gays a los hombres. 

Cocinar nos hace gays, al parecer, y ser gay es un pecado. Sobre todo si se trata de una buena carne asada. 

No hay nada más gay que preparar una buena carne asada. 

Después de subir hasta la cima de un cerro con el ternero que decidiste sacrificar para el festín de esa tarde, lo más gay del mundo es pegarle un tiro en la cabeza al pobre animal, destriparlo, sacarle la boñiga, arrancarle el pellejo, filetearlo, colgar cada pedazo en un gancho para que se oree un poco (porque a los gays les encanta el olor de la sangre cruda en las manos, o el denso ambiente en el establo, y es mejor que se oree la carne fresca del animal porque todo lo fresco es gay, ¿cierto?), lavarlo hasta que quede rechinando de limpio, luego salarlo un poco, hacer cortes finos (a los gays les encanta todo lo fino), salir al patio, arrojar la bolsa de carbón al asador, mancharte las manos (súper gay) y limpiarlas con tu camisa favorita (probablemente la de una banda muy pero muy gay, como Metallica, Motley Crue, o si no eres tan gay, The Cure) humedecer el carbón con líquido para encenderlo, arrojar un cerillo de la manera más gaymente delicada para que llegue al centro de esos carbones apilados que forman una buena hoguera de llamas salvajes, esperar a que los carbones ardan (¡uf! ¡hot! ¡qué gay!), bajar lentamente la parrilla, frotar (¡Ooooh, sexy gay!) media cebolla en esa parrilla, dejar caer los filetes (no tengo palabras para describir qué tan gay es eso), esperar unos 4 minutos, en los cuales puedes entablar una charla con tus amigos, hermanos, hijos, sobrinos, sobre cosas increíblemente gays, tales como... 

el tráfico, el clima y la escuela, (en ese orden),

el espacio exterior y sus derivados, el tiempo y la muerte, 

las obligaciones fiscales y el significado que éstas tienen para la clase media mexicana, 

el último partido del deporte favorito consensuado por todos los presentes, 

las peripecias mega misóginas de aquel político que una vez fue tu vecino y ahora, en plena función gubernamental, lo agarraron con las manos en la masa de ese su secretario asistente (masa = pene), al que ya le ha hincado el diente un par de veces --con suma discreción-- en el hotel de paso a las afueras de la ciudad, y que ahora dirige una de las campañas más fuertes en apoyo a los valores de la familia y el bienestar de las personas de piel blanca y alergias,


otra vez la muerte, pero ahora relacionada con la enfermedad de terceros y parientes lejanos,

los valores, y sobre cómo hacen falta, sobre todo en tiempos pre-electorales,

la diplomacia detrás de la elección del trozo de carne que comerás al momento de sentarse a la mesa, así como los modos más adecuados para cocinar un buen filete, 

la modelo de moda, (plática sospechosa en medio de ese acto súper gay en el que te hallas envuelto, que muchos opinan que lo haces para aparentar ser un no-gay), 

... y después de los cuatro minutos, voltear la carne, todo esto mientras degustas de la más gay de las cervezas: Tecate Light. Ya saben, por lo del peso, o por aquello de que te sientes muy pesado si te tomas más de doce latas. 

Una vez terminado ese gaysisisisisísimo ritual llamado asar la carne, le pides a la mujer o mujeres invitadas que realicen la más lesbiana de las acciones: picar la carne. Ustedes saben, picar es equivalente al picoteo lesbiano, a ese parloteo machorrón de las mujeres que platican mientras blanden un enorme cuchillo y terminan de preparar los otros aditamentos del decadente festín gay: el guacamole y la salsa. Todos sabemos que no hay nada más gay en este mundo que hacer una salsa enchilosa. Mmmmmm. Chile. Mientras más chiles, más rico. 

(Bola de depravados).

Concluida la fase preparativa, podrás sentarte en una mesa con tus seres más queridos y apreciados, esperar un tiempo sensible para selfies y fotos de grupo, postearlas inmediatamente en Facebook, tomarse todos de la mano, y de la manera más gay pero arrepentida posible, rezar un acto de contrición: 

Señor mío, Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, me pesa de todo corazón haber cometido el pecado de ser un gay que cayó rendido ante la seductora acción de asar carne, porque he merecido el infierno que arde en las llamas del asador, y por ello he perdido el cielo, sobre todo porque te ofendí a Tí, que eres bondad infinita, a quien amo por sobre todas las cosas, pero sobre todo porque me ayudaste a cazar a esa ternera que esta tarde sirve para alimentarnos y olvidar un poco lo gay que somos.  

Propongo firmemente, con tu gracia, enmendarme y evitar las ocasiones de pecado, eligiendo mejor que otros cocineros sean gays y nos cocinen en los restaurantes de carnes más reconocidos de la ciudad, confesarme y cumplir la penitencia. Confío que me perdonarás por tu infinita misericordia. 

Amén.