11.5.17

CARTA ABIERTA

Al Arquitecto Víctor Hermosillo y Celada
(también Senador de la República por el Estado de Baja California)


Abuso de la confianza y facilidad que me permiten los medios electrónicos de difusión para dirigirme a Usted, con el objeto tratar un tema específico, relacionado con la develación de la escultura que recientemente se instaló en la Plaza Centenario de la ciudad de Mexicali, Baja California, México. Se trata de una réplica del diseño tipográfico que el artista Robert Indiana había elaborado para una postal que le comisionó el Museo de Arte Moderno de la ciudad de Nueva York, pero que recreó en forma de escultura, convirtiéndose con el paso de los años en un icono representativo de su momento en la historia (la revolución cultural y el movimiento de los derechos civiles en Estados Unidos en la década de los sesenta), así como en la obra más conocida del artista en cuestión.

Es una pieza escultórica que ha sido replicada en una buena cantidad de ciudades en Estados Unidos, entre ellas la versión en español realizada por el mismo artista para el jardín escultórico de la Galería Nacional en Washington, D.C., así como en varios países, incluyendo China, una versión en hebreo en Israel, y otra versión en español en Valencia, España. La obra es quizá una de las obras más replicadas en la historia del arte moderno. (Enfatizo la palabra “réplica” que no es necesariamente copia o reproducción, sino la elaboración de una versión que se sujete a los requerimientos técnicos y formales del objeto original). Una versión de esta pieza acaba de ser develada por parte de la firma de Hermosillo y Asociados, como parte de un protocolo que anuncia, según entiendo, la donación de 200,000 pesos para pavimentación y bacheo en la ciudad. Pero también, se hace a partir, quizás, de un entendimiento de que esta imagen puede ser fácilmente copiada para formar parte del escaparate urbano de cualquier ciudad. No lo es, arquitecto. Sería fácil y entendible hacer acusaciones de plagio en estos momentos, incluso acudir a las instancias correspondientes para reportar la acción (por ejemplo, la galería que representa al artista, el museo que detenta los derechos de su reproducción, o las alcaldías en Estados Unidos que han erigido la pieza en sus respectivas ciudades), lo cual podría traer como consecuencia una demanda millonaria en contra de la firma. Pero puede estar Ud. tranquilo. Al parecer, el artista nunca tuvo oportunidad de registrar el copyright de la pieza, de modo que su proliferación se ha conducido mayormente sin problema, incluso, es algo que mantiene fascinado al artista hasta la fecha. (No sabría decirle en estos momentos si alguien más compró los derechos; de ser así, sí es posible que dicha instancia tome cartas en el asunto).

Sin embargo, lo que realmente me preocupa son una serie de cosas que deseo plantearle, de la manera más respetuosa, como mexicalense criado y regado en estas tierras.

La primera de ellas, tiene que ver con el modo permisivo con el que su firma tiene las posibilidades de erigir cuanto objeto desee erigir en la ciudad, sin previo aviso y sin un previo consenso por parte de autoridades, comisiones de desarrollo urbano, consejos y demás instancias que pudieran definir con mayor cuidado las cualidades estéticas del entorno urbano. Un entorno que, por cierto, siempre ha sufrido de una mezcla entre el funcionalismo simplista y el abandono de espacios de los que ya no se espera ninguna clase de provecho económico (por ejemplo, el centro de la ciudad). No dudo ni por un segundo y me agrada el gesto de develar una pieza como ésta, sobre todo, a partir del mensaje que contiene y que, al parecer, quiere formar parte de lo que Ud. desea comunicarle como ciudadano, como senador y como empresario a esta ciudad, tan carente de afectos comunitarios, tan afectada por las dinámicas sociales, económicas y políticas de los últimos años. Pero tampoco dudo que una comisión conformada por especialistas en materia (puede contar con varios de nosotros, por cierto) tendría la capacidad de definir con mayor certeza, las maneras como pueden mejorar y embellecer nuestros entornos urbanos.

Lo segundo tiene que ver con el uso de esta imagen icónica: ¿Por qué esa imagen? O lo que es más, ¿Por qué recurrir a la copia –no a la réplica, por cierto— y no a la producción de una idea original? ¿Algo más representativo de nuestra ciudad? ¿Algo que comunique con mayor armonía en el entorno, que le hable directamente a la comunidad? ¿Somos tan faltos de imaginación que tenemos que copiar lo que viene de otras partes? ¿Ha sido ese el espíritu de su empresa, arquitecto? No lo creo. Entonces, ¿por qué apelar a gestos que solo hablan de una visión mediocre y pragmática de lo que puede ser aún más grandioso de lo que Ud. pudiera imaginar?

[Dicho sea de paso: no sé qué materiales utilizaron para la construcción de esta pieza. Cualquier pieza de escultura pública debe considerar la calidad de los materiales y el entorno con el que convivirán a través del tiempo. Como arquitecto debe entender esto al dedillo. ¿Tomaron esto en consideración? ¿Tomaron en consideración que junto con la construcción y montaje de la pieza debe existir una medida que determine quién se encargará de su conservación y restauración en el futuro? ¿Ya se ha estipulado por escrito? La pieza original se construyó con un acero especial que soporta el desgaste y que elimina la necesidad de pintarlo, de modo que no se oxida. ¿Usaron este material, o es una versión construida con materiales fácilmente perecederos que serán derruidos conforme pasen los años... y las administraciones municipales?]

Debo decirlo, y lo siento si lo digo de manera grosera, pero hacer este tipo de cosas es de pésimo gusto. Reitero, no dudo que sus intenciones sean nobles, en relación al contenido y lo que quiere comunicar. Pero del mismo modo, es una de esas acciones que los jóvenes suelen llamar “chafas”. No debería ser así, y permítame explicarle por qué: la inversión en obra de arte público es una de las mejores inversiones a largo plazo que puede emprender una ciudad. Incrementa la plusvalía de la zona, atrae turismo y, si se hace de manera estratégica y se involucra a la iniciativa privada, puede ofrecer enormes incentivos tributarios. Pero no con este tipo de trabajos. No con este tipo de propuestas.

Fíjese, arquitecto: yo he tenido el gusto de ser profesor en la Facultad de Artes de la UABC. He tenido la oportunidad de trabajar en la formación de prácticamente todas las generaciones de licenciados en Artes Plásticas, jóvenes y adultos deseosos de contribuir con sus conocimientos y obras al desarrollo de la comunidad. Así también, hay una comunidad de artistas destacados, con trayectorias que les han permitido exhibir sus obras en otras latitudes, dispuestos a hacer lo mismo. Sin embargo, no han tenido oportunidad de colaborar con las instituciones, o la empresa privada, en la creación de proyectos originales, concebidos en y para este entorno, porque propuestas como la de Ud. groseramente no los toma en cuenta o hace caso omiso de ellas. La realización de proyectos de arte público comisionados a artistas locales –o foráneos—es un modo de operación que ya tiene arraigo en otras ciudades del país, y que ha tenido resultados muy positivos. Solo consiste en diseñar estrategias que permitan, tanto a las instituciones como a la iniciativa privada, comisionar proyectos de arte público a los creadores de una comunidad, misma que tiene el conocimiento y la sensibilidad para producir obras que hablen directamente a la sociedad en la que viven. Muchos de ellos, incluso, se sentirían desafiados, halagados, si tuvieran el reconocimiento para hacer este tipo de trabajos de manera profesional (y justamente remunerada). Estimularía su creatividad, y un empeño que se encontraría al nivel de cualquier otra clase de trabajo profesional que encontramos en otros rubros productivos. Darles la espalda no solo es desconsiderado, sino que habla de personas e instituciones que en realidad no trabajan para los intereses de toda una comunidad. O lo que es peor: solo trabajan para sus propios intereses.

Mi formación es como historiador de arte. Tengo un conocimiento indiscutible en materia (puede preguntar con gusto, es de las pocas cosas de las que me puedo jactar) y reconozco las maneras como el arte de una comunidad revela su carácter y madurez, su visión y su perspectiva del mundo. Cierto es que muchos artistas son inspirados por distintas clases de expresiones –de amor, de disgusto, de espiritualidad, de exploración estética—y algunos de ellos son críticos hacia el mundo que los rodea (no los culpo), siendo percibidos por el común de la gente como rebeldes e inconformes, no sometidos a las formas establecidas de trabajo y producción que fácilmente encontramos en otros rubros. Pero también es cierto que, si los artistas fueran impulsados por los sectores productivos que han tenido más facilidades para su desarrollo empresarial y económico... como dicen los gringos: the sky is the limit. Puedo asegurarle que la inclusión de los artistas en estos proyectos sería una enorme área de oportunidad, tanto para ustedes como para ellos. No ser incluidos implica que ustedes están dispuestos a ningunear a personas que quieren hacer un trabajo profesional en el ámbito de las artes, pero el desdén o la ignorancia los deja sin posibilidades de profesionalizar su campo laboral.

Imagínelo de este modo. Imagine que una empresa constructora como ICA comienza a obtener todas las licitaciones de construcción que su firma diligentemente realiza. Y que cuando ustedes desean conocer los argumentos por los cuales no son tomados en cuenta, las instancias que desarrollan las licitaciones les dicen “es que ustedes son de provincia, no tienen la capacidad suficiente como para esta clase de proyectos”. ¿Le ha sucedido, arquitecto? Probablemente sí. Ahora, imagínese cómo se siente el gremio de artistas locales cuando un empresario decide construir, sin más ni más, una escultura pública, que copia otra obra creada ex profeso para un entorno específico, y que pudo haber sido el producto de la imaginación, la sensibilidad y el profesionalismo de un artista local. Sí: así es justamente como nos sentimos.

Lo invito a que trabajemos en esto, arquitecto.

Atentamente,


Alejandro Espinoza Galindo.