29.10.03

chequen esto.

mi cuñado/hermano Tomás y yo solemos tener unas conversaciones por e mail de lo más primorosas. a un e mail suyo, siento la necesidad moral de responderle con la misma tensión, tónica y espíritu. es uno de mis primeros maestros y por eso seguiré sus pasos, por más distintos caminos que vayamos tomando con el paso de los años.

El horror del desempleo, la frialdad de las instituciones y la vergüenza del

sin-trabajo.

Tomás Di Bella




“Porque cada uno aún se cree el amo de su destino, cuando en realidad es una cifra introducida por el azar en una estadística”. Estas son algunas de las palabras de la filósofa francesa Viviane Forrester y que yo tomo como mera excusa para platicar sobre un nuevo fantasma que recorre la región de Baja California –que en realidad asusta por todo el mundo– y que se llama eufemísticamente desempleo.

Si los economistas modernos suelen analizar, y ellos entenderán sus métodos, este “fenómeno” –para ellos es un problema estadístico que se resuelve empleando desempleados y desempleando empleados– como algo pasajero, como una cuestión de ajustes a la máquina productiva, como un detalle imprevisto a modificar con otro detalle; o los sociólogos de la administración y analistas del poder lo asumen como el fatalismo del progreso de la modernidad, como el renqueo cucho de nuestras centenarias entidades tratando de insertarse en el engranaje imparable de la ganancia y la productividad, como algo inevitable que a la larga y con reciedumbre y tenacidad redundará en beneficios para la mayoría; o los amanuenses asalariados (ciertos abaladores de las políticas de la mentira) pregonan como parte de la derrama y sangría necesaria para ser competitivos, exportables y figurar en la nómina de las regiones preferidamente explotables de las megaempresas; para el desempleado común, no el de la estadística sino el de hueso, alma y carne y que tiene domicilio y familia, nombre y dignidad, su situación no es sujeta de sesudos estudios sino de verdadero horror: el o la empleada universitaria, el o la empleada gubernamental, el o la empleada de la empresa privada que vive en calles reales y verdaderas, que tiene hijos y deudas, que contrae compromisos y se aventura a planear su vida; que tiene gustos y preferencias; que le gusta divertirse y que asiste a espectáculos y consume en mercados y paga impuestos y tiene opiniones políticas aunque no sean escuchadas ni tomadas en cuenta; que sufre, se enamora, se ilusiona y que batalla para sobrevivir y para pagar sus recibos de consumo, ya sean tan desorbitados como los de la energía eléctrica o del predial (disculpe el lector la lista, pero es necesario recordar que son seres vivos, no números); este empleado, pues, un mal día –y todos podemos ser ese en cualquier momento, créalo– se le informa que sus servicios ya no son necesariamente productivos, que las nuevas políticas económicas y administrativas tomaron rumbos más “modernos” (la institución nunca aclara esto, porque se tropieza contra su propia palabrería, porque no existe justificación creíble), más a la altura de las exigencias de los nuevos” modelos y las más recientes transacciones comerciales; que los planes que los flamantes funcionarios establecieron en las cúpulas no contemplan el número de sus cálculos y diagramas y que igual se puede prescindir de cientos de maestros, empleados administrativos, conserjes, enfermeras, médicos, derechohabientes, trabajadoras de la maquila de un solo golpe: duro, seco, contundente y fulminante.Y al igual que el caos que produce un embotellamiento vehicular, las nuevas tendencias atropellan a cualquier obstáculo que se les atraviese; la maquinaria se ha echado a andar y ciega como toda máquina arrasa con los beneficios y las conquistas sociales: prestaciones, jubilaciones, medicamentos, atmósfera de tranquilidad en el trabajo, amenazas y rumores, discriminación académica, ninguneo de las necesidadaes salariales, despidos disfrazados de ajustes administrativos, cancelación de oportunidades educativas y de superación.

Pero esto no tiene la menor importancia para los planes de la Institución (dejémonos de eufemismos: UABC, Cetys, Universidad Iberoamericana, SEP, Ayuntamiento de Mexicali, IMSS, etc) porque a partir de ahora escucharemos los discursos tranquilizadores y pontificantes, una lista de repeticiones sobre los mismos temas raspados de la economía, de las optimizaciones de recursos, de las tendencias sociales, las supercherías de la modernización académica y el trabajo intenso de una imagen institucional superlustrada y teatral, pero que esconde otras intenciones.

Pero no nos olvidemos de la vergüenza del desempleado, que avasallado y sin una organización que lo defienda, obnubilado por el golpe no sólo a su autoestima sino a su estado financiero, orillado a la bancarrota y al sentimiento de inutilidad, siente que su vida (se lo hacen creer todos los funcionarios) es una derrota y es inservible: su destino es destruido por las sumas y restas, los números rojos, las reparticiones apresuradas del presupuesto, la nueva careta del viejo mal reparto, y él es el chivito al pastor: y sin embargo sólo él se siente culpable.

Pero algo es bastante claro: el trabajo de cada ciudadano es su derecho y patrimonio; es su entorno cultural y su hábitat; es la circulación de su sangre y de su vida y tiene el supremo derecho a defenderlo. Su trabajo y el producto de este, es el que le imprime esa especial característica de su idiosincrasia; él le da el color y sabor a su región; ese trabajo es la explicación de su oriundez y la suma de su vida y de los demás: No es la institución la que le da vida cultural a nuestro estado, sino el ciudadano con su reciedumbre diaria, con su producto laboral; aquella es un apéndice de este; la primera desaparecerá sin el esfuerzo del último: No es el bosque sino la semilla lo que importa.

Queda flotando en el aire una pregunta que duele y endurece: ¿Se trabaja realmente por la filosofía de la plenitud del ser?


a lo que yo respondo:

(continúo en la tónica visceral de tu texto) . . . y es que la plenitud del ser está en su oficio, entre otras cosas: en la posibilidad de imprimir su vida y su voz y su enjambre de deseos y sueños y frustraciones en un espacio que pueda llamar suyo, el que define y da rumbo (de perdida una dirección, chingado, tras una ola plateada que llamamos realidad y que cada vez se vuelve más compleja y engañosa) a su vida; es la posibilidad de ver impreso en sus manos el fruto de una labor, la posibilidad de engendrar algo, lo que sea, el producto de la creatividad y el ingenio, la premura con la que puede una persona sacar adelante todo el engranaje en el que nos hallamos envueltos y llamamos progreso.

por eso los obreros comenzaron a usar chalecos con el logo de la maquila.

por eso también los obreros en algún momento tuvieron la oportunidad de organizarse y luchar por sus derechos, no necesariamente se trataba de mejorar las condiciones salariales y/o de vida (claro que fue parte importante, y lo sigue siendo) sino que se trataba de asegurarse de que aquella empresa, aquel oficio, aquellos años de esfuerzo y dedicación no fueran pateados y corridos por la puerta trasera, sólo porque la empresa necesita "reestructurarse".

por eso también los obreros, hoy en día, buscan comprar en las mismas tiendas que sus dueños, supervisores ingenieros con licenciaturas maestrias doctorados en escuelas extranjeras. buscan encontrar por lo menos un sólo producto en común que puedan comprar con sus raquíticos salarios. por eso también el obrero se siente orgulloso cuando, en aquellas raras ocasiones en las que se reúne toda la planta a celebrar el fin de año, pueda ver sentado a su supervisor güero y con barriga de rico bien comido, tomando de la misma botella. lo quieren así, quieren que así suceda, porque así debe ser. ¿ o no ?

por eso también el trabajador a nivel mundial puede sentir la carencia, independientemente del país de que se trate. de los únicos rostros universales que podemos encontrar en esta tierra es el del obrero: su condición no discrimina raza, credo o nivel de explotación. pones a un obrero coreano, a un filipino, a un mexicano y a un estadounidense, y cuando menos nos demos cuenta, la conversación girará en torno a sus vidas. al final puede que haya peleas, dimes y diretes, escupitajos de borrachera. pero por unos segundos, nadie podrá evitar sonreir. por el simple hecho de que se reconocen en el otro.

estos otros pierden el empleo y le llaman mala suerte a su destino momentáneo. llegarán otras empresas, otros oficios, el trabajo nunca será fijo de aquí en adelante. los jefes cambian, los insultos y los manuales de operación se vuelven más sofisticados; las secretarias cada vez hablarán más idiomas y los jefes cada vez serán más jóvenes. la mala suerte momentánea la llamamos racha y de pronto pues no hay ni pa'l pan porque el pan pues quiso tirarle toda la carne al asador de la industria. una temporada en el infierno -o sea, en los campos ahorita dorados de california- y pues un poquito de pan gringo los fines de semana cuando vuelven de la jornada pagada en dólares y dolores.

desde cierta óptica, una óptica por demás optimista y quizá hipócrita a la vez, el obrero, el trabajador de a diario, -el que no se encierra en un cubículo o en un título o en un puesto por demás pretencioso, ocioso y oneroso- la tiene más fácil. porque en toda su posible "falta" de capacidades, nunca ha olvidado aquella de la que prescindimos todos los que nos decimos ostentadores de un oficio más calificado: nunca han olvidado la fuerza de las manos.

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por otro laredo: un par de ogservaciones: sin tenerle el más mínimo respeto o consideración a los economistas (pinches herejes postmodernos), a menos y que vengan de la Veracruzana, me pregunto: si identificas la posición o análisis del economista, el análisis ¿de qué posición viene? ¿de un intelectual, un poeta, una persona ilustrada, una voz en las calles?

y por aun otro laredo, también me pregunto: ¿vale la pena? ¿se hacen estos señlamientos en pos de quienes son afectados, o se hace en pos de perpetuar el discurso en contra del poder?

a veces me cuesta trabajo seguir la línea de lo primero, de utilizar nuestro discurso en apoyo a quienes se afectan (o somos afectados) por estas condiciones. a veces pienso que es inútil. porque los seres humanos somo unos hijos de puta, y cuando menos nos damos cuenta, aquél de quien hablamos a su favor sería el primero en dar la cara para llevarnos a la hoguera. . .