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Las encuestas revelan que te llamas Lucio y no sabes si los objetos que recuerdas han muerto. Despiertas por las mañanas con la idea de que te vas a rasurar, pero nunca te rasuras. Sólo recuerdas la idea de que te ibas a rasurar. Muchas cosas recuerdas de similar manera. Pero no profundizas mucho en los detalles, porque eres un hombre ocupado. Ocupas tu mente en preservar los recuerdos en un baúl cerrado, mientras te mueves por este mundo. Por ejemplo, esos chicles que por primera vez probaste a los dieciséis años, que inmediatamente te regresan al olor de la tienda de abarrotes donde los compraste, se acaban de asomar, aquí, enseguida de ti, en la boca de esa señora. ¿Ves cómo se combina el olor de su perfume con el aliento a campo nevado del chicle, que emana de su boca? Estás muy apretujado en el metro, así que estas sensaciones te hallas obligado a enfrentarlas. Una señora delgada, que no te recuerda a nadie más que al olor del chicle. Quizá a la abuelita joven de alguien. Últimamente hay una larga proliferación de abuelitas jóvenes. Corren simulando prisa en las caminadoras de los gimnasios, asisten a lecturas y eventos “culturales”, se llenan la boca de ese tipo de chicles. Mal por ellas, te dices, aunque no sabes si hay una edad en la cual el cuerpo te prohíbe consumir algo tan infantil como los chicles. Los chicles de hierbabuena son el remanente de todos los olores de chicles que podrías recordar pero ya no puedes. Siempre hay uno en el fondo del bolso de una abuelita. En el fondo de la memoria que te ayuda a recordar que las abuelitas existen. No tienes tiempo para estar pensando en estas cosas, las encuestas revelan que alguien como tú, Lucio, no debe pensar en esas cosas. El recuerdo es para los tontos. Y sin embargo…es que el perfume es muy reconocible, mucho más si se combina con el aliento de esta señora, se combina con el olor del chicle, que preferiste al olor del sujeto de al lado, todo embebido en su propia grandeza de joven veinteañero. No quieres ni saber a qué huele. No porque vaya a oler mal, sino porque se trata de un olor desagradable: el olor de la prepotencia. Puedes ver la cara del sujeto en la cara, reflejada a través de la ventana del…espera. Esto no es un metro. Es un autobús. ¿Cuándo los autobuses adquirieron la presencia de los metros y cuándo comenzaste a subir en ellos? El primer chicle con ese olor que probaste fue cuando subiste a un autobús antiguo. El diesel y las pasiones embarradas en los asientos. Son tantos los recuerdos. No de autobuses en particular. Simplemente…es que son muchos. Las encuestas revelan que las abuelitas (jóvenes o no) siempre hacen que se dispare tu memoria y se transporte al pasado. No es que quieras negarlo. Lo que pasa es que es demasiado “normal”. Tu pasado. Inconsecuente, diría alguien que observa con cierta arrogancia a tipos como tú. Simples pasajeros en este viaje, les llaman a gente como tú. Absortos en un tiempo y un espacio determinado, tensos, inquietos, con sonrisas que no dicen nada, sólo simulan la idea de la sonrisa. Como si la copiaras de un presentador de televisión. A las abuelitas les encantan los presentadores de televisión. No quieres ni imaginar lo que pasa por sus cabezas cuando ven a estos presentadores. Y me refiero a los elegantes, los bien parecidos, no a aquellos que más bien les recuerdan a nietos como tú. Les encantan los presentadores, y muy probablemente piensan cosas feas sobre ellos cuando los ven en la tele, con esos brillos en los ojos que de pronto les nacen como venidos de una suerte de paraíso maligno para abuelitas fervorosas. De esas que reemplazaron las misas por la televisión. Lucio, debes mantener la compostura, aunque sí, la etiqueta en los autobuses es menor que en los metros. En los metros todos se sienten parte del mundo moderno. Creo que por eso te dio la idea de que andabas en metro. La abuela “sport”, mascando chicle de hierbabuena y mirándote con cierto fervor. No sabes si le recuerdas a un nieto o a un presentador de televisión. Comienzas a dudar si hiciste bien en concentrarte en esta mujer y no en el muchacho veinteañero con la camisa de alguna banda que sólo él y tres amigos más conocen. Y es que la abuela está a punto de preguntarte algo. ¿Perdón? No, gracias. ¿Qué habrá querido decirme? Me acaba de ofrecer un chicle. Pero me lo ofreció con una sonrisa que confunde. O esta abuela del mundo moderno, donde los autobuses son como metros, es coqueta, o los medicamentos modernos las vuelven más lúcidas que antes. Lucio, las encuestas revelan que tipos como tú están en peligro. No es que evadas los recuerdos; lo que pasa es que los recuerdos tipo-abuela-en-mecedora se están perdiendo. Ya no hay una imagen en la realidad a quién referirlos, hay cada vez menos cosas que te hagan recordar aquello del pasado que siempre se recuerda exactamente a la edad de nueve años, como si todo el cúmulo de experiencias definitivas hubiera sucedido sólo durante ese año. Lo único que te quedan son vestigios, y más vale que hagas a un lado esa actitud de no querer recordar, porque cuando menos te des cuenta, las abuelas modernas dejarán de mascar esos chicles, y de ahí en adelante, todo va a ser precisamente como querías: un perpetuo despertar sin memoria.
Las encuestas revelan que te llamas Lucio y no sabes si los objetos que recuerdas han muerto. Despiertas por las mañanas con la idea de que te vas a rasurar, pero nunca te rasuras. Sólo recuerdas la idea de que te ibas a rasurar. Muchas cosas recuerdas de similar manera. Pero no profundizas mucho en los detalles, porque eres un hombre ocupado. Ocupas tu mente en preservar los recuerdos en un baúl cerrado, mientras te mueves por este mundo. Por ejemplo, esos chicles que por primera vez probaste a los dieciséis años, que inmediatamente te regresan al olor de la tienda de abarrotes donde los compraste, se acaban de asomar, aquí, enseguida de ti, en la boca de esa señora. ¿Ves cómo se combina el olor de su perfume con el aliento a campo nevado del chicle, que emana de su boca? Estás muy apretujado en el metro, así que estas sensaciones te hallas obligado a enfrentarlas. Una señora delgada, que no te recuerda a nadie más que al olor del chicle. Quizá a la abuelita joven de alguien. Últimamente hay una larga proliferación de abuelitas jóvenes. Corren simulando prisa en las caminadoras de los gimnasios, asisten a lecturas y eventos “culturales”, se llenan la boca de ese tipo de chicles. Mal por ellas, te dices, aunque no sabes si hay una edad en la cual el cuerpo te prohíbe consumir algo tan infantil como los chicles. Los chicles de hierbabuena son el remanente de todos los olores de chicles que podrías recordar pero ya no puedes. Siempre hay uno en el fondo del bolso de una abuelita. En el fondo de la memoria que te ayuda a recordar que las abuelitas existen. No tienes tiempo para estar pensando en estas cosas, las encuestas revelan que alguien como tú, Lucio, no debe pensar en esas cosas. El recuerdo es para los tontos. Y sin embargo…es que el perfume es muy reconocible, mucho más si se combina con el aliento de esta señora, se combina con el olor del chicle, que preferiste al olor del sujeto de al lado, todo embebido en su propia grandeza de joven veinteañero. No quieres ni saber a qué huele. No porque vaya a oler mal, sino porque se trata de un olor desagradable: el olor de la prepotencia. Puedes ver la cara del sujeto en la cara, reflejada a través de la ventana del…espera. Esto no es un metro. Es un autobús. ¿Cuándo los autobuses adquirieron la presencia de los metros y cuándo comenzaste a subir en ellos? El primer chicle con ese olor que probaste fue cuando subiste a un autobús antiguo. El diesel y las pasiones embarradas en los asientos. Son tantos los recuerdos. No de autobuses en particular. Simplemente…es que son muchos. Las encuestas revelan que las abuelitas (jóvenes o no) siempre hacen que se dispare tu memoria y se transporte al pasado. No es que quieras negarlo. Lo que pasa es que es demasiado “normal”. Tu pasado. Inconsecuente, diría alguien que observa con cierta arrogancia a tipos como tú. Simples pasajeros en este viaje, les llaman a gente como tú. Absortos en un tiempo y un espacio determinado, tensos, inquietos, con sonrisas que no dicen nada, sólo simulan la idea de la sonrisa. Como si la copiaras de un presentador de televisión. A las abuelitas les encantan los presentadores de televisión. No quieres ni imaginar lo que pasa por sus cabezas cuando ven a estos presentadores. Y me refiero a los elegantes, los bien parecidos, no a aquellos que más bien les recuerdan a nietos como tú. Les encantan los presentadores, y muy probablemente piensan cosas feas sobre ellos cuando los ven en la tele, con esos brillos en los ojos que de pronto les nacen como venidos de una suerte de paraíso maligno para abuelitas fervorosas. De esas que reemplazaron las misas por la televisión. Lucio, debes mantener la compostura, aunque sí, la etiqueta en los autobuses es menor que en los metros. En los metros todos se sienten parte del mundo moderno. Creo que por eso te dio la idea de que andabas en metro. La abuela “sport”, mascando chicle de hierbabuena y mirándote con cierto fervor. No sabes si le recuerdas a un nieto o a un presentador de televisión. Comienzas a dudar si hiciste bien en concentrarte en esta mujer y no en el muchacho veinteañero con la camisa de alguna banda que sólo él y tres amigos más conocen. Y es que la abuela está a punto de preguntarte algo. ¿Perdón? No, gracias. ¿Qué habrá querido decirme? Me acaba de ofrecer un chicle. Pero me lo ofreció con una sonrisa que confunde. O esta abuela del mundo moderno, donde los autobuses son como metros, es coqueta, o los medicamentos modernos las vuelven más lúcidas que antes. Lucio, las encuestas revelan que tipos como tú están en peligro. No es que evadas los recuerdos; lo que pasa es que los recuerdos tipo-abuela-en-mecedora se están perdiendo. Ya no hay una imagen en la realidad a quién referirlos, hay cada vez menos cosas que te hagan recordar aquello del pasado que siempre se recuerda exactamente a la edad de nueve años, como si todo el cúmulo de experiencias definitivas hubiera sucedido sólo durante ese año. Lo único que te quedan son vestigios, y más vale que hagas a un lado esa actitud de no querer recordar, porque cuando menos te des cuenta, las abuelas modernas dejarán de mascar esos chicles, y de ahí en adelante, todo va a ser precisamente como querías: un perpetuo despertar sin memoria.