25.4.14

Las escrituras (im)posibles. 

Es comprensible que ninguna de estas sea una prioridad, pero de repente, mientras venía camino al trabajo me pregunté: ¿Qué es lo que realmente deberíamos estar haciendo: buscar nuevos modos de lectura, buscar nuevos modos de estructurar la lectura/escritura, o de plano, modificar por completo las maneras como escribimos? 

Tengo la certeza de que nunca vamos a dejar de leer. Por otro lado, tengo la certeza de que no importa cuáles son los medios de lectura, lo que deben modificarse son las estructuras con las que conformamos un texto, un discurso, etc. Pero esto deberé ponerlo debajo de la almohada, para pensarlo mejor. 

Por lo pronto, tengo la sensación de que, en un futuro, lo único que podrá salvar a la escritura es su capacidad para ser invisible a los ojos de quienes pueden callarla. Y como en los viejos monasterios, la mejor escritura será aquella que se mantendrá como un secreto entre algunos cuantos doctos. Alojada en espacios como éste, aquí donde todo se halla y donde todo se pierde al mismo tiempo, la escritura tendrá probablemente su última morada. 

Esto no quiere decir que no podamos, no debamos, no queramos seguir pensando en posibilidades. Porque por otro lado, siempre he sentido que la humanidad está al mismo tiempo en ciernes y a punto de autoaniquilarse. Suena contradictorio, y lo es, y hay muy poco que podamos hacer al respecto. Salvo imaginar. 

Imaginar, por ejemplo, que todavía hay modos de convivencia que aun no hemos intentado. Imaginar que no se trata de regresos a orígenes sino de encontrarnos con nuevos orígenes. Que las escalas cromáticas pueden modificarse y que las modificaciones genéticas pueden servir para propósitos más poéticos, más escandalosos si se quiere. 

Que escribir, en estos contextos, todavía puede ser un acto de resistencia, al tiempo, a la vida, a la muerte, a la locura, a la injusticia, un acto contra el silencio, una meditación que logra imprimir en el otro un sustrato de verdad inamovible, por lo menos durante el lapso de atención de la persona que lee el mensaje. 

Pienso, como posibilidades imposibles, impasibles, en las siguientes maneras de escribir el mundo: 


Escritura fluorescente.

Escritura a ciegas.

Escritura conducida por otra extremidad que no sea la mano.

Escribir mientras caes en un pozo sin fondo.

Escribir siguiendo el ritmo de tus ojos mientras éstos 
observan la orilla de la carretera, asomándose por la ventana del copiloto en un auto a toda velocidad.

Escribir de espaldas al mundo.

Reescribir textos escritos en idiomas que no conoces
Escribir sin palabras, sin imágenes, sin voz, sin yo. Pero en audio.

Escribir sentado en el centro de un bosque en llamas.

Escribir en llamas. 

Consumido el cuerpo, que alguien más escriba con tus cenizas. 

Escribir sin importar la consecuencia del siguiente enunciado. 

Escritura descalza. 

Escritura silenciosa, que no se escuche ni el trazo, ni el teclado, ningún sonido que emane de la inscripción.

Escritura pura. Esto es, previa al lenguaje.

Escritura fotográfica.

Escritura que no se separe de la línea que divide a la escritura de la vida, pero que, más allá de un flujo de conciencia, integre en su proceso elementos extralingüísticos, tales como un retortijón en el estómago, el encandilamiento de los ojos ante la luz de un sol esplendoroso, la sensación de una cortada de papel en la mano, el vacío que se siente cuando el amor deja de sentirse. 

Escritura susurrada. 

Escritura que se autodestruye segundos después de haber sido leída.