11.2.10

Tomado de la revista Adbusters.


¿Qué ves?
¿Tu cerebro es Este u Oeste?


Un policía vestido de civil entra a una cafetería y encuentra no menos que cinco criminales armados, asaltando el lugar, que se encuentra lleno. “No vamos a dejar nosotros que salgan de aquí así nomás,” dice el policía. “¿Quiénes nosotros, imbécil?” dice uno de los criminales. “Smith and Wesson y yo,” dice el policía. Saca su Smith and Wesson y –en una cafetería atestada—le dispara a cuatro de los criminales y se dirige al último, que tiene apuntada su pistola a la cabeza de un rehén. Un dedo trémulo en el gatillo y el rehén podría morir. El policía le arroja al criminal una mirada fulminante. “Go ahead, make my day.” El policía es “Harry el Sucio” Callahan, pero en realidad puede ser cualquier héroe de Hollywood. La película es Sudden Impact, pero en realidad puede ser cualquier película o libro o manifestación de la cultura occidental.


Con unas cuantas actualizaciones, la cultura Occidental ha estado recreando la misma historia una y otra vez, desde que Homero compiló La Odisea hace más de dos mil años y medio. Desde los griegos, el ideal del individuo fuerte y único se ha vuelto tan dominante en la cultura occidental que hemos dejado de darnos cuenta que es incluso parte de nuestra cultura. Muchas veces confundimos nuestras percepciones del mundo con la manera como el mundo realmente es.


Los psicólogos han sabido desde hace tiempo que los norteamericanos sobreestiman su propia singularidad, especialmente si se comparan con los asiáticos de oriente. Cuando se les pide describirse, los americanos y los canadienses tienden a hablar de su personalidad individual y sus visiones personales más que los japoneses. Los norteamericanos tienden a acordar sus discusiones en términos de correcto e incorrecto, mientras que los asiáticos del este tienden a buscar compromisos. Dirty Harry es un ejemplo extremo y violento, pero es emblemático de la cultura Occidental, y resume nuestro comportamiento, resuelto y enfocado en una meta, con aplomo. “Cuando veo un hombre adulto perseguir a una mujer con intención de cometer una violación, yo le disparo al bastardo. Esa es mi política.”



Hay nuevas investigaciones que nos muestran que la cultura afecta incluso nuestra cognición. Un estudio publicado en el Journal of Personality and Social Psychology sostiene que los americanos y los japoneses intuyen las emociones de otros de manera distinta, basándose en un entrenamiento cultural. “Los norteamericanos tratan de identificar la única cuestión importante que hay que reconocer como clave para tomar una decisión,” explica el Dr. Takahiko Masuda, autor del estudio, por teléfono desde su oficina en la Universidad de Alberta. “En el Este Asiático, en realidad se preocupan por el contexto.”
Estudió el movimiento de los ojos de americanos y japoneses cuando analizaban la imagen de un grupo de personas caricaturizadas. Cuando se les pide que interpreten las emociones de la persona en el centro, los japoneses vieron a la persona por espacio de un segundo antes de dirigirse a las personas al fondo. Necesitaban saber cómo se sentía el grupo antes de entender la emoción del individuo. Los americanos (y canadienses en estudios posteriores) enfocaron el 95% de su atención en la persona al centro. Sólo el 5% de su atención se enfocó en el fondo, y esto, señala el Dr. Masuda, no influyó su interpretación de las emociones de la figura central. Para los norteamericanos, lo que está al frente es lo más importante.

El Dr. Masuda señala rápidamente que los americanos y los japoneses son fisiológicamente iguales. La diferencia en el movimiento de los ojos está ligada a las raíces de nuestras respectivas culturas. Cuando tratan de explicar el mundo natural, los antiguos griegos –fundadores de la civilización occidental—tendían a enfocarse en objetos centrales para explicar sus reglas de comportamiento. Y lo que es chistoso, Aristóteles pensó que una roca tenía la propiedad de la “gravedad.” No se le ocurrió que un sistema hacía funcionar sus poderes en la roca. Los chinos, por otro lado, tomaron una aproximación más holística. Creían que todo ocurría dentro de un contexto, o un campo de fuerzas, que por lo tanto desentrañan la relación entre la luna y la marea.

Estas diferencias en la filosofía pueden explicarse, por lo menos en parte, por los entornos que los engendraron. “Estamos rodeados por información socialmente creada, lo cual afecta nuestra percepción,” explica Masuda. Y la percepción afecta nuestra cultura. La investigación nos muestra que las ciudades norteamericanas pueden gastar más tiempo considerando objetos salientes. Cuando los americanos o canadienses visitan el Este de Asia, muchas veces son sobrecogidos por la cantidad de información que tienen que procesar. He experimentado este fenómeno de manera personal. La primera vez que tomé un autobús del aeropuerto de Incheon hacia Seúl, al norte de Corea, quedé estupefacto por el número de edificios, anuncios, luces, carros y gente y tuve que distanciarme de la ventanilla para evitar que mi cabeza diera vueltas. El Dr. Masuda llegó por primera vez a Norteamérica cuando tenía 26 años. Comparado con Japón, atiborrado de gente y objetos y “piezas complejas de información,” sintió que las ciudades norteamericanas eran sitios solitarios.

Masuda enfatiza que no hay mejor manera de percibir que el mundo es mejor que otro, y se niega a interpretar sus estudios con mayor amplitud. Hasta ahora, aun no ha conducido prueba en África o Sudamérica. Pero me parece que el estudio de Masuda es importante: nos recuerda que existe más de una manera de ver el mundo.

Los norteamericanos tienen una tendencia hacia el aislamiento de metas singulares y de trabajar obstinadamente en ellas. Y hemos tenido unos logros destacados. Hemos puesto a un hombre en la luna, inventado el teléfono y el aeroplano y hemos logrado mil destrezas aparentemente imposibles. Nos congratulamos de nuestro individualismo en nuestro cine, arte, nuestras relaciones personales, y claro, en nuestra política. Pero mientras lo hacemos, perpetuamos este rasgo –que la percepción informa a la cultura, que la cultura informa a la percepción—hasta que confundimos la manera como vemos el mundo como la única manera de ver el mundo.

Por más seductor que sea el enfoque Dirty Harry, ¿será acaso hora de guardar nuestras Smith & Wesson y comenzar a considerar a los otros comensales en la cafetería? Los problemas que enfrentamos hoy en día –la degradación ambiental de nuestro planeta, una recesión global, un fundamentalismo religioso—no se acomodan dentro de fronteras o simples categorías. El contexto es inevitable. Necesitamos comenzar a buscarlo.