14.1.12

Ya no necesitamos partidos políticos.

Necesitamos partidos poéticos.

Un partido poético podría cambiar nuestras vidas.

Necesitamos un partido que aprenda a llorar, a desconsolarse espiritualmente con los fracasos y tragedias humanas, un partido que asista a todos los velorios que ocurran en su ciudad, donde deberán consolar a las señoras, a los viudos, a los hijos desamparados. Deberán pensar en la muerte como antaño: un recordatorio de la transitoriedad del tiempo. Deberán pensar en el cosmos que formula azarosamente todos estos acontecimientos en el mundo, personas que fallecen por enfermedad, por accidente, por asaltos fortuitos o simplemente porque se arrojaron de un puente. Esto los ayudará a comprender la ridícula e inoperante situación que vive nuestro país, donde la muerte es moneda de cambio, anécdota matutina, meneo de cabeza en señal de incredulidad, con la mirada dirigida a un líder que simplemente no conoce de poesía.

Necesitamos un partido poético, que piense en lo imposible, necesitamos que deje de ser razonable, y si en algún momento la apetencia vital les dicta que ese día todos los ciudadanos debemos comer un algodón de azúcar, que así sea. Si declaran día de sueño, durmamos todos hasta la mañana siguiente. Si declaran que durante seis meses trabajaremos juntos para tener lo que cada quien necesita en cada uno de los rinconcitos y recovecos de este país, que así sea.

Necesitamos un partido poético que se entusiasme por las minucias, las costumbres de abuelas y princesitas de rancho, que aprenda a recoger la basura al final de la fiesta y que no desperdicie la oportunidad de tomarse unos caballitos de tequila con el señor de al lado, el que por fin salió de su covacha y se animó a convivir con los vecinos, necesitamos que los partidos se sienten con este señor, que lo escuchen, y a su vez, este señor debe aprender que la oportunidad de hablar con un miembro del partido poético no es para exigir y quejarse, de vivir en su triste predicamento, o de "aprovechar las circunstancias," ni de regodearse en su tragicomedia, sino para platicar. ¿De qué? De lo que sea. Apuesto que este señor tuvo un amor imposible. Seguramente se llamaba Azucena. Seguramente fue hermosa, seguramente se fue del pueblo hacía muchos, muchos años. Seguramente por eso es tan infeliz.

Necesitamos un partido poético que se mantenga en vela hasta que resuelva sensatamente los problemas que nos aquejan, pero que también se asome por la ventana y comience a fabular. Y necesitamos un partido poético que regrese a su infancia. Imagínense a los actuales candidatos a la presidencia evocando pequeños restos de esa nada que llamamos infancia, la que huele a churritos o esquite o flautas, la de las cacerías de sapos y los zapatos enlodados, la de los mejores amigos y los refrescos compartidos, la de los días en cama debido a un resfriado, la de los pantalones que ya no les quedan, los juguetes que ya no les interesan y las muchachitas o muchachitos que comienzan a atraerles. Necesitamos un partido poético enamoradizo, melancólico, que permanezca en silencio cuando no haya nada qué decir, y que grite a los cuatro vientos cuando haya que decirlo todo.

Necesitamos un partido que poetice la vida, y que en su afán poetizante nos ayude a poetizar nuestras vidas. Porque hace mucho que no lo hacemos. Porque hace mucho que perdimos la esperanza. Porque nuestros sueños están hechos de virtualidad, porque el imaginario que impera en nuestros sentidos es un imaginario de sangre y de cuerpos calcinados. Necesitamos un partido poético que nos lleve al campo, que nos lleve a recorrer a pie las ciudades, que nos invite a besar y abrazar extraños, desempistolar a los malos y majaderos, darle de cosquillas a los prepotentes y burlarse en bola de todos los cínicos que no saben cómo vivir mejor. Porque realmente, en la actualidad, no se vive mejor.

Necesitamos un partido poético que aprenda a pintar consignas poéticas en las paredes, que asigne un día especial para no hacer absolutamente nada más que imaginar; a su vez, necesitamos un partido que camine las rutas de los trabajadores hacia el trabajo, que comparta un vaso de sopa Maruchan con dos que tres albañiles, que prepare unas gorditas, que se coma unos tlacoyos sin sonreír hipócritamente cuando lleguen las cámaras de Televisa, y que vaya los jueves a los confesionarios, nomás por diversión, para burlarse de los pecados de doña Chona, la que secretamente está enamorada del joven sacerdote, el de los bigotes delgados y los ojos negros, que acaba de llegar al poblado; necesitamos un partido poético que se siente con un grupo de niños a la hora del recreo, que saque a bailar a las más feas y les susurre cosas bonitas al oído, necesitamos que aprenda a pizcar algodón, frutos silvestres, que corte el trigo y que le tuerza el pescuezo a gallinas para la hora de la cena. Necesitamos que vea los crepúsculos que todos nosotros vemos todos los días. Necesitamos que lea el periódico con indigentes y que se queje del precio de la gasolina (para que entienda que en este mundo las cosas están muy caras, y no a todos nos alcanza) que se ponga tatuajes y que baile slam, que se ponga piercings en los labios, que fume mota y que bese en la boca a hombres o mujeres sin distinción de raza o de preferencia sexual, necesitamos que se corte el cabello como un emo, que se deje la barba como un hipster y que cante canciones de Natalia Lafourcade o de Juan Cicerol. Necesitamos un partido que se quede toda la noche bailando cumbias, que se quede alrededor de una fogata en las afueras de Mérida, Yucatán, escuchando las historias que se lleva el viento, la voz aguardientosa de un señor con el poder mágico de relatar fantasías que suenan a hechos reales.

Necesitamos que nade en un cenote, que se interne en las selvas, que baile calabaceado, que cante en un palenque y platique con esas señoras pícaras que se han adueñado de la psique de su comunidad; necesitamos un partido que se deje el cabello largo y que deje de usar trajes o chamarritas sport. Necesitamos que sea lo que le dé su regalada gana, no lo que un orden absurdo y cada vez más extraído de la realidad le dicta. Necesitamos que le pinte el dedo a todas las televisoras y medios que desean ponerlo a cuadro, enmarcarlo para beneficio del espectáculo. Necesitamos que desaparezca de las redes sociales, que llegue descalzo y hambriento a nuestras casas, que se tome un cafecito instantáneo mientras platica con el tío sobre la vecina horrenda que no deja de escuchar a Juan Gabriel.

Necesitamos un partido poético, irreverente, insumiso y regañón. Necesitamos que sea como una mamá hostigosa, como un padre autoritario, como un visionario y un loco irrazonable, necesitamos que le dé unas nalgadas a quienes se lo merezcan (independientemente de la edad o condición social, sean éstos grandes empresarios, jefes militares o sicarios buscados en tres países) y a su vez, necesitamos alguien que señale con el dedo alguna maravilla que el resto del pueblo no ve. Me gustaría que los discursos de los miembros del partido poético comiencen con una indicación sobre el clima, sobre las angustias de la doñita que está al fondo de la multitud, que regañe al niño insolente y tirano que le perdió el respeto a sus padres. Y que se siente a la orilla del escenario, y que le pida a todo mundo que acaricie una flor, o a un perrito callejero, que dirijan su mirada hacia el árbol repleto de chanates.

Necesitamos que se vista de mujer, si es hombre. Necesitamos que se vista de hombre, si es mujer.

Necesitamos partidos poéticos que se olviden del pasado, de la historia y de las "cosas inevitables," que se olviden de las relaciones y de nuestra (supuesta) idiosincracia. Necesitamos que nos ayuden a descubrir que no tenemos padres, que no venimos de ninguna sangre, que no arrastramos penas y que el mundo puede ser lo que uno desee; que no tiene mucho sentido pensar en el destino, ni en la injusticia, ni siquiera en un sentido para la vida. Necesitamos un partido poético que haya aprendido la lección de Sísifo, que rechace el complejo de Edipo, que corte la cabeza de la Medusa y que se deje crecer las uñas, para que cuando visite una mina, un campo cultivado, un taller de textiles, pueda acumular un poco de mugre en sus dedos. Porque la mugre en las uñas es buena, es necesaria para un poeta.

Necesitamos un partido poético que acuda a las residencias de los principales capos de la mafia y les pida, de favor, que detengan la pelea. Necesitamos que organicen partidos de fútbol con ellos, o mejor, peleas de box, a ver si siguen siendo muy machitos. Necesitamos que le avisen de estas peleas a las mamás de estos capos, especialmente a las más renegonas, las que criaron un machito que no se deja y que lo hicieron bien peleonero y enojón.

Necesitamos un partido poético que sea insulso, caprichoso, deseante, metamorfoseante, impasible, impaciente, corajudo, travieso, alburero, soñador, absurdo y chistoso, crédulo, que pueda nombras los cien libros más importantes de su vida, con la capacidad de asombro de un niño de seis años y la capacidad de enamoramiento de una niña de quince, un partido poético al que le importe un bledo la codicia, la avaricia, la soberbia, y sobre todo, el poder.

Necesitamos un partido poético. Porque los partidos políticos ya no nos sirven de nada.