27.4.10

Algunas ideas pertinentes, en este año que celebramos (o, a partir de lo que dice el siguiente texto, nos hacen celebrar) el fatídico bicentenario.
Extraído de La comunicación: memoria y olvido, conferencia magistral de Herman Parret, en el marco de las Terceras Jornadas Internacionales Peirceanas, Mexicali, abril de 2010.
"El segundo abuso de la memoria [...] es la memoria manipulada. La manipulación de la memoria es la deuda de aquellos que se encuentran en el poder, instrumentalizando la memoria de los sujetos e imponiéndoles su “racionalidad en conformidad con sus propios propósitos” (Zweckrationalität). La memoria, manipulada de esta manera, es tan débil como la identidad del sujeto mismo. Las ideologías, y más generalmente los otros que se sienten como una amenaza, constantemente atacan la identidad del sujeto y su memoria. Vivir juntos nos lleva a confrontaciones, rechazos y exclusiones que traumatizan la memoria identitaria del sujeto. La frágil memoria del sujeto, efectiva y simbólicamente, sufre intensamente, y es desmembrada en este entorno de violencia fundada. La ideología se opone al planteamiento de la identidad del sujeto y propone expresiones públicas de memoria que emanan de un sistema de orden y poder. Efectivamente, la ideología en realidad apunta a legitimar la autoridad del orden y el poder por medio de una imposición retórica de creencias. Uno puede notar fácilmente cómo la memoria conectada con la identidad del sujeto es manipulable por los discursos violentos de las ideologías. El sujeto está casi indefenso: la memoria, desde una perspectiva institucional, es una memoria inculcada, se encuentra inscrita para beneficio de las ideologías dominantes.
Un tercer abuso de la memoria, sin duda el más sutil, es el de la memoria de mando. En algunos casos radicales, puede transformarse en el deber de la memoria. Ciertamente es un abuso obligar a los sujetos a recordar. Uno puede “crear una memoria” de manera gentil, sin coerción: esta es la memoria espontánea, serena y feliz. Pero el mandato de la memoria, entendido como una invitación imperiosa, resulta seriamente problemática: ¿cómo puede uno decir “Tienes que recordar” como si recordar fuera una tarea por cumplir? Este deber de la memoria es muchas veces presentado como un imperativo de la justicia, y es difícil desafiar esta petición ético-política. Parece, entonces, que el imperativo de la memoria es el deber para hacer justicia al otro por medio del recuerdo, y no existe una manera moral de oponerse a este imperativo de la justicia. Ciertamente existe un abuso al imponer la memoria como deber, particularmente donde el olvido es incluso una necesidad antropológica. Por medio de un exceso de obligación del recuerdo uno abusa a la memoria, al separarla de su doble constitutivo, el olvido."