La saga(cidad) narrativa de Alejandro Espinoza
Por Gabriel Trujillo Muñoz
Baja California comienza a poblarse de ciudades invisibles, a la Italo Calvino, creadas por sus propios narradores. Desde hace más de cuarenta años, con Los últimos chinacos (1963) de Lauro F. Gutiérrez y Calle Revolución (1964) de Rubén Vizcaíno Valencia, Mexicali y Tijuana fueron invocadas como metrópolis imaginarias, como escenarios para ubicar las hazañas del agrarismo (en Gutiérrez) o las tragedias del bracerismo (en Vizcaíno). Luego llegarían la Tijuana nostálgica de Federico Campbell, el Mexicali policiaco de Gabriel Trujillo y la vida fronteriza urbana de Luis Humberto Crosthwaite, Carlos Adolfo Gutiérrez Vidal y Rafa Saavedra. A esta lista ahora se agregan dos libros definitorios para la evolución de la literatura bajacaliforniana como panorámica citadina: La saga: Una novela filosófica (ICBC, 2003, premio estatal de novela 2002) y La ciudad y sus silencios (ICBC, 2003, premio estatal de cuento) de Alejandro Espinoza (Mexicali, 1970).
Tanto su novela, la primera de Alejandro, como su libro de cuentos, el segundo en obtener el premio estatal de literatura en este género, muestran los enormes avances que ha conseguido Espinoza, quien con estas obras demuestra ser el mejor narrador de la generación de los años setenta. Y es que Alejandro es un escritor que logró que jurados como Anamarí Gomis, Mónica Lavín, Jennifer Clement, Enrique Romo, Magali Martínez Gamba y Saúl Ibargoyen le otorgaran un reconocimiento unánime a su trabajo creativo. Tanto La saga como La ciudad y sus silencios son obras complementarias: ambas se distinguen por narrar "la historia de los mundos que la ciudad construye" a través de los gestos y acitutdes de sus habitantes. En estos relatos, "todos somos personajes... somos testigos de las reconstrucciones, transformaciones y destrucciones del escaparate urbano, convirtiéndonos a su vez en parte de su propia mitología".
Y la nueva mitología urbana que Alejandro Espinoza nos revela es la de Mexicali, ciudad fronteriza, con sus comedias y tragedias al por mayor. Una realidad extraña, donde la mente se desdobla y "todo no está ni mal ni bien", sino hecho un nudo sin solución, una conciencia aterrada viajando en la cajuela de un auto. Una travesía por la Disneylandia de la imaginación donde siempre acabamos en el mismo punto de partida. Pero es en La saga: Una noveleta filosófica donde Alejandro establece las coordenadas de una narrativa sagaz, que deja fuera el reflejo mecánico de la realidad o el homenaje pop a la vida bloguera para adueñarse con una prosa que es puro juego imaginativo, pura complicidad gozosa con el lector, de una ciudad fronteriza como Mexicali y de un personaje borderline como Seamus O'Reilly, un veterano de Vietnam con delirios de persecución y una particular visión de la condición humana, que deja como testimonio de su caótica existencia un manuscrito titulado "La saga: Una novela filosófica", que nos es presentada aquí con todo el aparato crítico necesario no para comprenderla mejor sino para perdernos en sus páginas gracias a las notas explicativas que acompañan cada capítulo y son una deliciosa novela alternativa para gustos retorcidamente académicos o espíritus demenciales alternos.
Así pues, nos encontramos frente a una metanovela que, en la tradición de Pálido fuego de Vladimir Nabokov, cuenta el cuento que nos cuenta y establece, a la vez, un discurso múltiple: el de la novela de O'reilly, el de las notas de los críticos –entre ellos un tal Humberto Félix Berumen y un Gabriel Trujillo Muñoz-, el de un asesino secuestrador, y el del propio autor de todo este tinglado, cuya voz narrativa une todas las piezas no para darle mayor claridad a la trama sino para reírse del orden del mundo, de la lógica de la realidad. Pero La saga no es una escenificación más, una diversión retorcida que utiliza el pretexto de un gringo loco que vive en el centro de la ciudad y habita una especie de casa-fortaleza-torre gnóstica para burlarse de la crítica literaria, la psicología, las ciencias sociales o los estudios culturales. Espinoza es un narrador inteligente pero no sádico, con humor negro pero sin llegar al sarcasmo impenitente. Alejandro no se cree superior a sus lectores ni ve a la creación literaria como una competencia de talentos, como un arma para golpear al adversario. Su narrativa es la de un escritor difícil mas no oscuro, un contador de historias que muestra sus cartas en sobre la mesa y no trata de engatusarnos con juegos de salón o trucos de filósofo cínico que está más allá del bien y el mal. Un relator que sabe contar las vicisitudes de una metrópoli desde el corazón perverso de sus hijos, entre los cuales se halla él mismo.
La saga es una novela tierna y un rompecabezas, una divagación literaria y un crucigrama, un mapa urbano y un canto al amor como accidente y a la cultura como pesadilla, un manual para sobrevivir a nuestros propios demonios y un diálogo filosófico entre el Orale y el You were here. O como Seamus-Espinoza lo dice: "los mexicanos son buenos contadores de anécdotas, construyen una historia llena de detalles sobre los personajes más coloridos. Tengo la intención de desarrollar esa habilidad, por eso los escucho todas las noches para averiguar sus ritmos, sus entonaciones, la manera como su imaginación los lleva rumbo a la historia de su propia identidad".
Y eso es, precisamente, lo que Alejandro Espinoza ha hecho en su primera novela y en su segundo libro de cuentos: ha visto "la fortaleza de la anécdota" y ha creado, como el caracol su concha, un mundo en espiral donde la vida da vueltas en círculos cada vez mayores sobre el eje de un "absurdo entramado, una especie de limbo donde aquellos que atravesaron la pesadilla de la guerra suelen descansar, junto con los espíritus del pasado, en espera de otras pesadillas". En semejante narrativa el lenguaje espinoziano despliega sus mejores recursos expresivos cuando pasa, de un capítulo a otro, de la crónica desatada al estoicismo metafórico, de la estética de lo simultáneo al monólogo desquiciante, un habla que da sentido a "drogadictos, alcohólicos, ancianos casi perdidos de razón, así como a otras criaturas urbanas" que viven en esa línea de sombra que es el Mexicali contemporáneo: una ciudad de filósofos vagabundos y asesinos histéricos, de gatos acorralados y vidas de cuadritos, de narradores, como el propio Alejandro, que han logrado hacer de "tortura y vejación, aburrimiento, humillaciones y vicios, vacíos espirituales y desdenes corporales" una novela donde la vida fronteriza es fiesta de bienvenida para el dios salvaje, una puesta en escena del mundo que viene, de la locura que ya brilla en las frenéticas pupilas de todos nosotros.
Después de leer La saga uno espera poder acceder al resto del legado de Seamus O'Reilly, ese gringo loco que es, sin duda, el mejor escritor-protagonista literario de la literatura bajacaliforniana actual, un personaje cuya obra prueba, en su laberíntica potestad, que la vida es una bella hija de puta, una historia inconclusa que nunca está definitivamente contada. Gracias a este par de libros de Alejandro Espinoza, Mexicali aparece con una nueva luz: como un conjuro de sangre, como "un carrusel de vertiginosas naderías", como un perpetuo signo de interrogación. Texto abierto a todas las conclusiones posibles en "los tiempos de la nada". Aquí, en estas páginas singulares, Mexicali empieza su viaje hacia el mito universal como experimento colectivo, como escritura automática. Literatura inyectada de vida, enferma de imaginación.