5.2.13


Nuestra Red enmarañada: Inteligencia, Tecnología y Narrativa Narrativa, y el futuro de la inteligencia artificial

Por Lochlan Bloom
(22 enero, 2013)

La narrativa en el mundo moderno

La cultura humana está dominada por el concepto de narrativa. En todos lados, desde las salas de juntas hasta las áreas de juego, desde la conversación casual hasta el discurso político complejo, la idea del relato es clave. Cómo procesamos y construimos estas narrativas es vital para nuestra comprensión de la inteligencia y la civilización humana y, no obstante, al parecer, cada vez tenemos menos elementos para comprender esta red de historias que nos rodean.

Los últimos veinte años han visto un cambio aun mayor hacia una sociedad basada en el conocimiento y, con ello, el incremento correspondiente en el número de horas hombre que se mantienen enfocados, manipulando y refinando los componentes básicos de la narrativa.

Desde el ejecutivo de negocios que necesita crear una narrativa convincente hasta el bloguero que reseña el último éxito en taquilla; en el centro de muchos trabajos hoy en día, se encuentra la necesidad de crear un buen relato. La gran mayoría de trabajos en el occidente moderno depende ahora de las habilidades en comunicación, lo cual implica la necesidad de contar una historia. Como lo define Wikipedia ‘una narrativa (o historia) es cualquier recuento que nos presenta una serie conectada de eventos’: en esencia, la habilidad para discutir e interpretar ideas para convertirlas en un todo coherente.

La narrativa como guía para la inteligencia

Hace unos cuantos cientos de años, una buena proporción de la humanidad dependía de la destreza manual y de la fuerza para generar ingresos. Hoy en día, la habilidad para construir un enunciado bien estructurado es de mucho mayor valor económico que la habilidad para manipular un telar o soplar vidrio. ¿Por qué es importante este crecimiento de la narrativa? ¿Es esto simplemente un giro en la demanda del mercado o acaso sí marca la diferencia en nuestras vidas? ¿Qué importancia le debemos dar a esta habilidad para crear e interpretar una historia? Una razón clave de que la narrativa es importante es que se trata de un método primordial por medio del cual nosotros, como seres humanos, medimos la inteligencia de otros, y formulamos respuestas intelectuales para situaciones hipotéticas complejas. Uno de los principales teóricos de la inteligencia artificial, Roger Schanck, discute el hecho de que la sociedad humana ha considerado por mucho tiempo dos aspectos de la narrativa como indicadores clave de la inteligencia en su libro Tell Me a Story: Narrative and Intelligence. Él plantea, “Evaluamos la inteligencia de otros sobre la base de las historias que cuentan y sobre la base de su receptividad a nuestras propias historias” (Schanck, 1999) [1]

No es solo la inteligencia humana la que medimos con base en contar relatos. Si nos regresamos a los primeros intentos por medir la inteligencia de las máquinas, tales como la prueba de Turing, la idea de la narrativa y la discusión es esencial. En su texto seminal, ‘Computing Machinery and Intelligence’ (Turing, 1950) [2], Turing discute no una medida cuantitativa de la inteligencia sino un juego de imitación.

La interrogante que propone está diseñada para ver si una máquina puede engañar a un ser humano a que éste le otorgue atributos que le hubiera atribuido a una persona. Turing no hace mención de la medición de la inteligencia, no hay certidumbre empírica, sólo un diálogo entre ser humano y máquina. El juez humano intenta decidir si quien responde es humano o máquina basándose en la suma de sus respuestas. La narrativa que cuenta la máquina a través de sus respuestas, combinada con el entendimiento del juez de dicha narrativa, decide si la máquina es lo suficientemente buena para la imitación. Es solo en ese momento que el ser humano puede decir que cree que quien responde es inteligente.

“La narrativa no es una sola entidad, o un solo conjunto de conceptos firmemente cerrados...la narrativa puede significar muchas cosas”.
(Mateas M, 2003)




Como Turing nos plantea, ‘puede exhortarse a que cuando se juega el “juego de las imitaciones” la mejor estrategia para la máquina puede ser posiblemente algo más que la imitación del comportamiento de un hombre. Esto pudiera ser, pero creo poco probable que hubiera cualquier gran efecto de este tipo. De cualquier manera, no hay intenciones de investigar aquí la teoría del juego, y se supondrá que la mejor estrategia es la de tratar de ofrecer respuestas que naturalmente serían dadas por un hombre’.

Este juego de las imitaciones, claro, no es distinto del proceso (o procesos) que usamos para juzgar la inteligencia de otros seres humanos que nos rodean. (K. Dautenhan, 1998) [3] Estamos constantemente involucrándonos en diálogos y constantemente nos esforzamos por crear una narrativa consistente que nos otorgue claves en torno a la inteligencia de los otros que nos rodean. Sin embargo, aunque hay evidentemente un vínculo entre narrativa y nuestra propia valoración de la intelifencia, en la actualidad no tenemos información sobre qué forma de conexión causal existe.

Debajo de la narrativa

La mayoría de las personas estarían de acuerdo en que contar historias es una parte importante de cómo nosotros, siendo seres humanos, interpretamos el mundo que nos rodea pero, ¿cómo es exactamente que el cerebro procesa la narrativa? Si leemos y entendemos un texto, ¿estamos haciendo una valoración sobre la inteligencia del autor? ¿O de algo más? ¿Existen diferencias fundamentales en la manera como distintas personas se aproximan a la tarea de comprender una narrativa?

Los furiosos debates en la academia sobre cómo definimos exactamente “narrativa”, y mientras sí existe evidencia de los “senderos narrativos” en el cerebro, muchas cosas aún se desconocen. Los sistemas que pueden modelar la capacidad humana de la narrativa se hallan claramente un paso adelante en esta dirección, y el trabajo reciente del desarrollo de modelos semánticos para la inteligencia artificial han producido algo de evidencia. Sin embargo, los modelos semánticos se encuentran muy lejos de la complejidad del comportamiento humano. (Mateas M, 2003). [4]

Dada la importancia del contexto semántico para la IA, ¿qué podemos decir sobre la manera en que el cerebro humano procesa físicamente las historias? Cuando se nos presenta una nueva narrativa, ¿la aproximamos todos esencialmente del mismo modo? ¿Es el procedimiento para su comprensión algo fijo –de la misma manera que la visión es mayormente fijada por los procesos mecánicos del ojo? ¿O es acaso que la narrativa simplemente una palabra que cubre un conjunto disperso de respuestas,  un proceso que evoluciona y que cambia, de modo que el entendimiento narrativo depende sólo del contexto y nunca pudiera decirse que es intrínseco. 


Cuando hablamos de visión, existe una cierta base física que define lo que es la vista; mientras que las personas pueden tener alucinaciones u otras aberraciones en su visión, existe una base neurofísica que generalmente concordamos que se refiere a lo que ‘vemos’. Los procesos mecánicos que controlan la córnea, la retina y el nervio óptico son bastante bien comprendidos y nos ofrecen la base o marco estándar cuando hablamos sobre la vista. ¿Existen procesos análogos en el cerebro cuando entendemos la narrativa?

A la fecha, gran parte de los trabajos que se han hecho sobre I.A. se han dedicado a determinar la estandarización, pero la complejidad de las estrategias humanas en relación con la narrativa nos sugieren que existen pocas esperanzas de llegar a un “sendero narrativo”. Si aceptamos que la narrativa, en su sentido más amplio, es ‘un recuento que conecta una serie de eventos’ entonces el alcance es difícil de constreñir. La narrativa se vuelve efectivamente la suma de nuestra comprensión del mundo y, en esta concepción, el único límite de la narrativa son las limitaciones de nuestra propia conciencia.

El papel de la tecnología en la transformación de la narrativa

Mientras que podrá no haber una base neurofísica para nuestra comprensión de la narrativa, hay bastante evidencia como para sugerir que factores ambientales afectan nuestra comprensión. Un factor ambiental que ha afectado nuestro sentido de narrativa más que cualquier otro en nuestra historia reciente es la tecnología.

La mayoría de la gente estaría de acuerdo en que existen diferencias claras en la manera como los seres humanos, de distintas culturas, regiones geográficas o educaciones reaccionan ante las historias. Una parábola corta sobre el profeta Maoma tenderá a tener más resonancia en una persona que creció como musulmana. Un texto de literatura feminista es estadísticamente más proclive a ser leído por una mujer que por un hombre.

Hasta recientemente (esto es, no hace más de unos cuantos miles de años), el entendimiento humano de la narrativa dependía solo del lenguaje corporal y la interpretación aural. Es sólo con la introducción de la primera tecnología que permitió a un escriba tallar la narrativa en piedra que el curso de la cultura narrativa ha cambiado, para convertirse en un elemento entrelazado con la tecnología.

Desde sus primeros usos, la tecnología nos ha proporcionado un soporte para nuestros niveles (humanos) de comprensión, y consecuentemente para nuestras expectativas de inteligencia. Hace cuatrocientos años, el conocimiento podría ser equiparado con la inteligencia muy simplemente. En 1600, el hecho de que alguien hubiese logrado un conocimiento específicos sobre un tema (la operación de una máquina de vapor) implicaba que invirtieron un tiempo significativo comprendiendo el problema del espacio. Hoy en día, cualquier problema del espacio puede accederse fácilmente, vía Google, de tal modo que el conocimiento por sí mismo es generalmente insuficiente como para reclamar inteligencia. Un niño de cinco años puede encontrar fácilmente y regurgitar una explicación detallada de la teoría de la relatividad de Einstein desde internet, pero estaríamos en lo correcto si dudáramos en llamar al chico inteligente con esto como evidencia solamente, sino solo hasta que indaguemos con un poco más de profundidad.

Todos hemos visto evidencia circunstancial de que la tecnología afecta nuestros parámetros de atención, y comprendemos las historias de modos más comprimidos.[5] Hoy en día, tendemos a aducir nuestra comprensión buscando en Google, más que perder el tiempo preguntándose sobre significados. Un efecto secundario de este parámetro de atención reducido es el resultado de que remitimos nuestros estímulos muchas veces y más frecuentemente que las generaciones anteriores.

Si estamos leyendo un artículo, y se nos ocurre una idea, es poco probable que esperemos lo suficiente como para saltar a otra página y buscar la información sobre ese punto. Si estamos leyendo una obra de la extensión de una novela, es muy poco probable que la leamos en una sentada sin referenciar otro material que influirá en nuestra “lectura” del texto. Uno puede decir que este intercambio es simplemente una diversión que surge debido al fácil acceso de recursos, pero tiene un efecto mucho más profundo en la manera como comprendemos.

Suponemos que la manera como comprendemos la narrativa puede ser afectada por nuestro conocimiento, pero que la manera como la consumimos tiene un impacto relativamente pequeño. Podemos leer La Odisea en un iPad más que en un papiro, o escuchar una voz humana retransmitida por medio de un sistema cinematográfico de sonido más que en persona, pero suponemos que la historia en sí es esencialmente la misma que ha sido siempre. Después de todo, ¿es importante la diferencia del consumo? ¿Seguramente es el mensaje lo que importa en cualquier texto?

Si leemos La Odisea de Homero en un iPad, mientras que esporádicamente revisamos Wikipedia, el proceso es radicalmente distinto a cualquier cosa que fuera posible hasta hace cincuenta años. Ciertos puntos clave pueden permanecer con nosotros, ciertos mensajes universales, pero de ninguna manera es cierto que comprendamos esto de la misma manera que siempre hemos tenido.

En realidad, nuestra aproximación a comprender una narrativa es, y siempre ha sido, un proceso evolutivo. La manera como leemos hoy en día es drásticamente distinta a la manera que leyó Oscar Wilde y esa lectura a su vez fue drásticamente distinta a la manera como Aristóteles leyó.

Cuando se nos cuenta una historia en lenguaje hablado, la mayoría de las personas se dan cuenta directamente de la importancia de la declamación. La manera como alguien nos cuenta una historia ciertamente es muy importante para nuestra comprensión tanto de la narrativa como de la inteligencia del relator.

Si Hamlet de Shakespeare es interpretada por unos idiotas, no solo juzgamos la inteligencia de los intérpretes sino las palabras mismas pierden su poder para capturar nuestra atención. Una versión pobremente ejecutada de Hamlet parecerá ser un poco mejor que una obra mal interpretada de un dramaturgo de tercera categoría.

¿Reconoceremos la inteligencia artificial?

Un concepto que ha surgido recientemente, en relación con la discusión de la inteligencia, es la idea de una singularidad artificialmente inteligente. Esta es la idea de que las computadoras y las máquinas alcanzarán un nivel de complejidad que exceda las capacidades humanas, y más allá de ese punto, serán capaces de diseñar versiones aun superiores de sí mismos, acelerando rápidamente el promedio de inteligencia más allá de lo que podamos imaginar.

Una pregunta que surge de esta discusión sobre la Inteligencia Artificial en el contexto de la narrativa es si nosotros, o cualquiera de nuestros descendientes, seremos capaces de reconocer a las máquinas de Inteligencia Artificial.

Si aceptamos que la narrativa es un indicador clave de la inteligencia, entonces, es razonable preguntarnos qué ocurre con nuestro concepto de inteligencia, cuando cambia nuestra manera de entender la narrativa.

Si aceptamos que nuestra comprensión de la narrativa está entrelazada con la tecnología que usamos para consumir narrativa, entonces enfrentamos un problema difícil, cuando se trate de reconocer cualquier evento potencial de singularidad.

¿Cómo reconocemos una máquina súper inteligente? Para responder esta pregunta, seguramente debemos usar la misma aproximación que tomaríamos al decidir si un ser humano es inteligente. Buscamos entender la narrativa que crea, le hacemos preguntas, escuchamos las historias que teje, tratamos de indagar en torno a cómo ve el mundo.

Cuando el sujeto es un ser humano, esta es una tarea bastante directa, así como algo que hacemos a diario. Cada vez que nos encontramos con una nueva persona o colega, subconscientemente creamos una representación de su inteligencia, basada en las historias que cuentan (y las historias que otros cuentan de ellos). Podemos revisar su página de Facebook, leer un post de blog que hayan escrito, escucharlos cómo hacen un recuento de un viaje reciente a París. Todo esto lo unimos finamente para formar una representación formal de esta persona.

Cuando se trata de una máquina, la situación es mucho más compleja. Las máquinas modernas con las que interactuamos, en cierto sentido una sola máquina, co-unida a internet. Cuando llegamos a preguntarnos si una máquina es inteligente, estamos obligados a depender de herramientas que son, en efecto, parte de esa misma máquina. Si nuestra comprensión de la inteligencia depende de que nosotros usemos la tecnología para llegar a una conclusión, entonces, en cierto sentido, el proceso de preguntarnos si una máquina es inteligente es inherentemente autorreflexiva.

Este es el equivalente de preguntarle a una persona si son inteligentes: cualesquiera que sea su respuesta no nos dice nada sobre la situación verdadera. Una persona puede responder “Sí, soy inteligente”, o “No, no soy inteligente” pero pueden estar bromeando u ofuscando o despreciativo de sí mismo.

Para ponerlo de otro modo, no podemos esperar ver una “Inteligencia Artificial” emergente, porque tales máquinas ya están aquí no solo se encontrarán más profundamente incrustadas en nosotros, no más distintivas. No es posible reconocer una máquina inteligente porque nunca existirá por cuenta propia.

Es la narrativa la que nos da una perspectiva sobre la inteligencia, y ahora la narrativa está intricadamente ligada a la tecnología y los medios. Hasta hace relativamente poco, sobre la escala de la civilización humana, el medio era la oralidad humana, ahora, cualesquier que sea el concepto de narrativa dependerá cada vez más de las máquinas y, como resultado de ello, la inteligencia se convertirá en algo que se volverá menos y menos significativo, afuera del contexto de esta infraestructura de maquinaria.

Bibliografía
[1] Schank, Roger C. Preface. Tell Me a Story: Narrative and Intelligence. Evanston, IL: Northwestern UP, 1995. Xliii. Print
[2] Turing, A. M. “I.—Computing Machinery And Intelligence.” Mind LIX.236 (1950): 433-60. Print.
[3] K. Dautenhahn (1998) The Art of Designing Socially Intelligent Agents – Science, Fiction, and the Human in the Loop. Applied Artificial Intelligence Journal, Vol 12, 7-8, October- December, pp 573-617.
[4] Koller, Veronika. “Michael Mateas and Phoebe Sengers (eds). 2003. Narrative Intelligence.” Studies in Language 29.1 (2005): 227-34. Print.