Nuestra
Red enmarañada: Inteligencia, Tecnología y Narrativa Narrativa, y el futuro de
la inteligencia artificial
Por
Lochlan Bloom
(22
enero, 2013)
La
narrativa en el mundo moderno
La cultura humana está dominada por el concepto
de narrativa. En todos lados, desde las salas de juntas hasta las áreas de
juego, desde la conversación casual hasta el discurso político complejo, la
idea del relato es clave. Cómo procesamos y construimos estas narrativas es
vital para nuestra comprensión de la inteligencia y la civilización humana y,
no obstante, al parecer, cada vez tenemos menos elementos para comprender esta
red de historias que nos rodean.
Los últimos veinte años han visto un cambio aun
mayor hacia una sociedad basada en el conocimiento y, con ello, el incremento
correspondiente en el número de horas hombre que se mantienen enfocados,
manipulando y refinando los componentes básicos de la narrativa.
Desde el ejecutivo de negocios que necesita
crear una narrativa convincente hasta el bloguero que reseña el último éxito en
taquilla; en el centro de muchos trabajos hoy en día, se encuentra la necesidad
de crear un buen relato. La gran mayoría de trabajos en el occidente moderno
depende ahora de las habilidades en comunicación, lo cual implica la necesidad
de contar una historia. Como lo define Wikipedia ‘una narrativa (o historia) es
cualquier recuento que nos presenta una serie conectada de eventos’: en
esencia, la habilidad para discutir e interpretar ideas para convertirlas en un
todo coherente.
La narrativa como guía para la inteligencia
Hace unos cuantos
cientos de años, una buena proporción de la humanidad dependía de la destreza
manual y de la fuerza para generar ingresos. Hoy en día, la habilidad para
construir un enunciado bien estructurado es de mucho mayor valor económico que
la habilidad para manipular un telar o soplar vidrio. ¿Por qué es importante
este crecimiento de la narrativa? ¿Es esto simplemente un giro en la demanda
del mercado o acaso sí marca la diferencia en nuestras vidas? ¿Qué importancia
le debemos dar a esta habilidad para crear e interpretar una historia? Una
razón clave de que la narrativa es importante es que se trata de un método
primordial por medio del cual nosotros, como seres humanos, medimos la
inteligencia de otros, y formulamos respuestas intelectuales para situaciones
hipotéticas complejas. Uno de los principales teóricos de la inteligencia
artificial, Roger Schanck, discute el hecho de que la sociedad humana ha
considerado por mucho tiempo dos aspectos de la narrativa como indicadores
clave de la inteligencia en su libro Tell
Me a Story: Narrative and Intelligence. Él plantea, “Evaluamos la
inteligencia de otros sobre la base de las historias que cuentan y sobre la
base de su receptividad a nuestras propias historias” (Schanck, 1999) [1]
No es solo la
inteligencia humana la que medimos con base en contar relatos. Si nos
regresamos a los primeros intentos por medir la inteligencia de las máquinas,
tales como la prueba de Turing, la idea de la narrativa y la discusión es
esencial. En su texto seminal, ‘Computing Machinery and Intelligence’ (Turing,
1950) [2], Turing discute no una medida cuantitativa de la inteligencia sino un
juego de imitación.
La interrogante que
propone está diseñada para ver si una máquina puede engañar a un ser humano a
que éste le otorgue atributos que le hubiera atribuido a una persona. Turing no
hace mención de la medición de la inteligencia, no hay certidumbre empírica,
sólo un diálogo entre ser humano y máquina. El juez humano intenta decidir si
quien responde es humano o máquina basándose en la suma de sus respuestas. La
narrativa que cuenta la máquina a través de sus respuestas, combinada con el
entendimiento del juez de dicha narrativa, decide si la máquina es lo
suficientemente buena para la imitación. Es solo en ese momento que el ser
humano puede decir que cree que quien responde es inteligente.
“La narrativa no es
una sola entidad, o un solo conjunto de conceptos firmemente cerrados...la
narrativa puede significar muchas cosas”.
(Mateas M, 2003)
Como Turing nos
plantea, ‘puede exhortarse a que cuando se juega el “juego de las imitaciones”
la mejor estrategia para la máquina puede ser posiblemente algo más que la
imitación del comportamiento de un hombre. Esto pudiera ser, pero creo poco
probable que hubiera cualquier gran efecto de este tipo. De cualquier manera,
no hay intenciones de investigar aquí la teoría del juego, y se supondrá que la
mejor estrategia es la de tratar de ofrecer respuestas que naturalmente serían
dadas por un hombre’.
Este juego de las
imitaciones, claro, no es distinto del proceso (o procesos) que usamos para
juzgar la inteligencia de otros seres humanos que nos rodean. (K. Dautenhan,
1998) [3] Estamos constantemente involucrándonos en diálogos y constantemente
nos esforzamos por crear una narrativa consistente que nos otorgue claves en
torno a la inteligencia de los otros que nos rodean. Sin embargo, aunque hay
evidentemente un vínculo entre narrativa y nuestra propia valoración de la
intelifencia, en la actualidad no tenemos información sobre qué forma de
conexión causal existe.
Debajo de la narrativa
La mayoría de las
personas estarían de acuerdo en que contar historias es una parte importante de
cómo nosotros, siendo seres humanos, interpretamos el mundo que nos rodea pero,
¿cómo es exactamente que el cerebro procesa la narrativa? Si leemos y entendemos
un texto, ¿estamos haciendo una valoración sobre la inteligencia del autor? ¿O
de algo más? ¿Existen diferencias fundamentales en la manera como distintas
personas se aproximan a la tarea de comprender una narrativa?
Los furiosos debates
en la academia sobre cómo definimos exactamente “narrativa”, y mientras sí
existe evidencia de los “senderos narrativos” en el cerebro, muchas cosas aún
se desconocen. Los sistemas que pueden modelar la capacidad humana de la
narrativa se hallan claramente un paso adelante en esta dirección, y el trabajo
reciente del desarrollo de modelos semánticos para la inteligencia artificial
han producido algo de evidencia. Sin embargo, los modelos semánticos se
encuentran muy lejos de la complejidad del comportamiento humano. (Mateas M,
2003). [4]
Dada la importancia
del contexto semántico para la IA, ¿qué podemos decir sobre la manera en que el
cerebro humano procesa físicamente las historias? Cuando se nos presenta una
nueva narrativa, ¿la aproximamos todos esencialmente del mismo modo? ¿Es el
procedimiento para su comprensión algo fijo –de la misma manera que la visión
es mayormente fijada por los procesos mecánicos del ojo? ¿O es acaso que la
narrativa simplemente una palabra que cubre un conjunto disperso de
respuestas, un proceso que evoluciona y
que cambia, de modo que el entendimiento narrativo depende sólo del contexto y
nunca pudiera decirse que es intrínseco.
Cuando hablamos de
visión, existe una cierta base física que define lo que es la vista; mientras
que las personas pueden tener alucinaciones u otras aberraciones en su visión,
existe una base neurofísica que generalmente concordamos que se refiere a lo
que ‘vemos’. Los procesos mecánicos que controlan la córnea, la retina y el
nervio óptico son bastante bien comprendidos y nos ofrecen la base o marco
estándar cuando hablamos sobre la vista. ¿Existen procesos análogos en el
cerebro cuando entendemos la narrativa?
A la fecha, gran
parte de los trabajos que se han hecho sobre I.A. se han dedicado a determinar
la estandarización, pero la complejidad de las estrategias humanas en relación
con la narrativa nos sugieren que existen pocas esperanzas de llegar a un
“sendero narrativo”. Si aceptamos que la narrativa, en su sentido más amplio,
es ‘un recuento que conecta una serie de eventos’ entonces el alcance es
difícil de constreñir. La narrativa se vuelve efectivamente la suma de nuestra
comprensión del mundo y, en esta concepción, el único límite de la narrativa
son las limitaciones de nuestra propia conciencia.
El papel de la tecnología en la transformación de la narrativa
Mientras que podrá no
haber una base neurofísica para nuestra comprensión de la narrativa, hay
bastante evidencia como para sugerir que factores ambientales afectan nuestra
comprensión. Un factor ambiental que ha afectado nuestro sentido de narrativa
más que cualquier otro en nuestra historia reciente es la tecnología.
La mayoría de la
gente estaría de acuerdo en que existen diferencias claras en la manera como
los seres humanos, de distintas culturas, regiones geográficas o educaciones
reaccionan ante las historias. Una parábola corta sobre el profeta Maoma
tenderá a tener más resonancia en una persona que creció como musulmana. Un
texto de literatura feminista es estadísticamente más proclive a ser leído por
una mujer que por un hombre.
Hasta recientemente
(esto es, no hace más de unos cuantos miles de años), el entendimiento humano
de la narrativa dependía solo del lenguaje corporal y la interpretación aural.
Es sólo con la introducción de la primera tecnología que permitió a un escriba tallar
la narrativa en piedra que el curso de la cultura narrativa ha cambiado, para
convertirse en un elemento entrelazado con la tecnología.
Desde sus primeros
usos, la tecnología nos ha proporcionado un soporte para nuestros niveles
(humanos) de comprensión, y consecuentemente para nuestras expectativas de
inteligencia. Hace cuatrocientos años, el conocimiento podría ser equiparado
con la inteligencia muy simplemente. En 1600, el hecho de que alguien hubiese
logrado un conocimiento específicos sobre un tema (la operación de una máquina
de vapor) implicaba que invirtieron un tiempo significativo comprendiendo el
problema del espacio. Hoy en día, cualquier problema del espacio puede
accederse fácilmente, vía Google, de tal modo que el conocimiento por sí mismo
es generalmente insuficiente como para reclamar inteligencia. Un niño de cinco
años puede encontrar fácilmente y regurgitar una explicación detallada de la
teoría de la relatividad de Einstein desde internet, pero estaríamos en lo
correcto si dudáramos en llamar al chico inteligente con esto como evidencia
solamente, sino solo hasta que indaguemos con un poco más de profundidad.
Todos hemos visto
evidencia circunstancial de que la tecnología afecta nuestros parámetros de
atención, y comprendemos las historias de modos más comprimidos.[5] Hoy en día, tendemos a aducir nuestra comprensión
buscando en Google, más que perder el tiempo preguntándose sobre significados.
Un efecto secundario de este parámetro de atención reducido es el resultado de
que remitimos nuestros estímulos muchas veces y más frecuentemente que las
generaciones anteriores.
Si estamos leyendo un
artículo, y se nos ocurre una idea, es poco probable que esperemos lo
suficiente como para saltar a otra página y buscar la información sobre ese
punto. Si estamos leyendo una obra de la extensión de una novela, es muy poco
probable que la leamos en una sentada sin referenciar otro material que
influirá en nuestra “lectura” del texto. Uno puede decir que este intercambio
es simplemente una diversión que surge debido al fácil acceso de recursos, pero
tiene un efecto mucho más profundo en la manera como comprendemos.
Suponemos que la
manera como comprendemos la narrativa puede ser afectada por nuestro
conocimiento, pero que la manera como la consumimos tiene un impacto
relativamente pequeño. Podemos leer La
Odisea en un iPad más que en un papiro, o escuchar una voz humana
retransmitida por medio de un sistema cinematográfico de sonido más que en
persona, pero suponemos que la historia en sí es esencialmente la misma que ha
sido siempre. Después de todo, ¿es importante la diferencia del consumo?
¿Seguramente es el mensaje lo que importa en cualquier texto?
Si leemos La Odisea de Homero en un iPad, mientras
que esporádicamente revisamos Wikipedia, el proceso es radicalmente distinto a
cualquier cosa que fuera posible hasta hace cincuenta años. Ciertos puntos
clave pueden permanecer con nosotros, ciertos mensajes universales, pero de
ninguna manera es cierto que comprendamos esto de la misma manera que siempre
hemos tenido.
En realidad, nuestra
aproximación a comprender una narrativa es, y siempre ha sido, un proceso
evolutivo. La manera como leemos hoy en día es drásticamente distinta a la
manera que leyó Oscar Wilde y esa lectura a su vez fue drásticamente distinta a
la manera como Aristóteles leyó.
Cuando se nos cuenta
una historia en lenguaje hablado, la mayoría de las personas se dan cuenta
directamente de la importancia de la declamación. La manera como alguien nos
cuenta una historia ciertamente es muy importante para nuestra comprensión
tanto de la narrativa como de la inteligencia del relator.
Si Hamlet de Shakespeare es interpretada
por unos idiotas, no solo juzgamos la inteligencia de los intérpretes sino las
palabras mismas pierden su poder para capturar nuestra atención. Una versión
pobremente ejecutada de Hamlet parecerá ser un poco mejor que una obra mal
interpretada de un dramaturgo de tercera categoría.
¿Reconoceremos la inteligencia artificial?
Un concepto que ha
surgido recientemente, en relación con la discusión de la inteligencia, es la
idea de una singularidad artificialmente inteligente. Esta es la idea de que
las computadoras y las máquinas alcanzarán un nivel de complejidad que exceda
las capacidades humanas, y más allá de ese punto, serán capaces de diseñar
versiones aun superiores de sí mismos, acelerando rápidamente el promedio de
inteligencia más allá de lo que podamos imaginar.
Una pregunta que
surge de esta discusión sobre la Inteligencia Artificial en el contexto de la
narrativa es si nosotros, o cualquiera de nuestros descendientes, seremos
capaces de reconocer a las máquinas de Inteligencia Artificial.
Si aceptamos que la
narrativa es un indicador clave de la inteligencia, entonces, es razonable
preguntarnos qué ocurre con nuestro concepto de inteligencia, cuando cambia
nuestra manera de entender la narrativa.
Si aceptamos que
nuestra comprensión de la narrativa está entrelazada con la tecnología que
usamos para consumir narrativa, entonces enfrentamos un problema difícil,
cuando se trate de reconocer cualquier evento potencial de singularidad.
¿Cómo reconocemos una
máquina súper inteligente? Para responder esta pregunta, seguramente debemos
usar la misma aproximación que tomaríamos al decidir si un ser humano es
inteligente. Buscamos entender la narrativa que crea, le hacemos preguntas,
escuchamos las historias que teje, tratamos de indagar en torno a cómo ve el
mundo.
Cuando el sujeto es
un ser humano, esta es una tarea bastante directa, así como algo que hacemos a
diario. Cada vez que nos encontramos con una nueva persona o colega,
subconscientemente creamos una representación de su inteligencia, basada en las
historias que cuentan (y las historias que otros cuentan de ellos). Podemos
revisar su página de Facebook, leer un post de blog que hayan escrito,
escucharlos cómo hacen un recuento de un viaje reciente a París. Todo esto lo
unimos finamente para formar una representación formal de esta persona.
Cuando se trata de una
máquina, la situación es mucho más compleja. Las máquinas modernas con las que
interactuamos, en cierto sentido una sola máquina, co-unida a internet. Cuando
llegamos a preguntarnos si una máquina es inteligente, estamos obligados a
depender de herramientas que son, en efecto, parte de esa misma máquina. Si
nuestra comprensión de la inteligencia depende de que nosotros usemos la
tecnología para llegar a una conclusión, entonces, en cierto sentido, el
proceso de preguntarnos si una máquina es inteligente es inherentemente
autorreflexiva.
Este es el
equivalente de preguntarle a una persona si son inteligentes: cualesquiera que
sea su respuesta no nos dice nada sobre la situación verdadera. Una persona
puede responder “Sí, soy inteligente”, o “No, no soy inteligente” pero pueden
estar bromeando u ofuscando o despreciativo de sí mismo.
Para ponerlo de otro
modo, no podemos esperar ver una “Inteligencia Artificial” emergente, porque
tales máquinas ya están aquí no solo se encontrarán más profundamente
incrustadas en nosotros, no más distintivas. No es posible reconocer una
máquina inteligente porque nunca existirá por cuenta propia.
Es la narrativa la
que nos da una perspectiva sobre la inteligencia, y ahora la narrativa está
intricadamente ligada a la tecnología y los medios. Hasta hace relativamente
poco, sobre la escala de la civilización humana, el medio era la oralidad
humana, ahora, cualesquier que sea el concepto de narrativa dependerá cada vez
más de las máquinas y, como resultado de ello, la inteligencia se convertirá en
algo que se volverá menos y menos significativo, afuera del contexto de esta infraestructura
de maquinaria.
Bibliografía
[1] Schank, Roger C.
Preface. Tell Me a Story: Narrative and Intelligence. Evanston, IL:
Northwestern UP, 1995. Xliii. Print
[2] Turing, A. M.
“I.—Computing Machinery And Intelligence.” Mind LIX.236
(1950): 433-60. Print.
[3] K. Dautenhahn
(1998) The Art of Designing Socially
Intelligent Agents – Science, Fiction, and the Human in the Loop. Applied
Artificial Intelligence Journal, Vol 12, 7-8, October- December, pp 573-617.
[4] Koller, Veronika.
“Michael Mateas and Phoebe Sengers (eds). 2003. Narrative
Intelligence.” Studies in Language 29.1 (2005): 227-34. Print.