16.8.07

Ejercicio amoroso de vagabundeo mental
para una cierta mujer
Quisiera llegar a un punto donde las palabras correspondan con los actos. Que el suave silbido de viento caluroso que recorre esta ciudad evapore todo sentimiento de duda, y que mis ojos transmitan los sueños en mi interior.
En estos sueños, soy un guerrero. Soy también un gallardo loco que se encierra en su finca, rodeado del sonido del campo, tejiendo finas telas que ella viste como si fueran su segunda piel. Tonos azules, guindas, dibujos de flores, hojas de árboles cayendo y, en su descenso (descienden queditas de la parte superior del vestido hasta las faldas) indican el paso del tiempo.
Soy también un tipo que se presenta a la puerta de la casa lleno de sorpresas, regalos de una tierra siempre lejana y desconocida. Me imagino como un caballero medieval que retorna a la tierra después de la lucha. Me imagino descalzo a orillas de un estanque, mi caballo rondando los árboles, mis armas descansando en paz a mi lado, mientras la contemplo siluetear a lo lejos, en la pradera. Como buen caballero, me guardo mis aventuras, las colecciono como si fueran alas de mariposas, en sus patrones impresos las mundanas, sublimes, silenciosas y vibrantes aventuras que ella y yo vamos confeccionando mientras pasa el tiempo.
Soy también un fabricante de chocolates. Un iniciador de fogatas. Señalo mis pasiones, señalando al mundo, porque mis pasiones están allá, afuera de mí, en el canto el caos el efímero esperpento de imágenes que ocurren con el paso de mi tiempo.
Soy el que busca esa pequeña sonrisa al interior de su sonrisa. El que dibuja la línea de sus cejas y dice "todo está bien, es sólo el tiempo que ocurre, que pasa, con todos sus agridulces, pero el aroma de tu cuello permanece, el brillo de tus ojos está ahí, escondido, perdido, de momento."
Soy serio y divertido a la vez. Desfallezco en medio de la batalla, pero en algún momento regreso con nuevas fuerzas. Una suerte de niño-viejo que le gusta jugar a las escondidas, le gusta jugar con las ideas, le gusta pelearse entre las sábanas, tocar los pétalos de las rosas, muy delicadamente, como si fuera un pecado destruir la esencia debilucha del tinte que corre por sus venas. También me gustan las aventuras, que no sólo son las de la imaginación. Todos los hombres somos niños que nos pensamos guerreros, soldados en una lucha constante por ser. A veces carecemos de sentido, a veces somos tan brutos que no reconocemos la verdad que está detrás de una palabra, un gesto, una caricia. Ensimismados como orangutanes que se pelean con las moscas alrededor, en el fondo, cuando encontramos a alguien, lo único que queremos es soñar despiertos. Cuando le tenemos miedo a dichos sueños, hacemos todas las cosas que a las mujeres les ennerva. Cruzamos nuestros brazotes de changos enormes, nos enfurruñamos y decimos "simplemente no entiendo." El 99 por ciento de las veces, la mayoría de los hombres somos increíblemente despistados.
A veces despierto con pasiones a flor de piel, puedo olerlas, beberlas, observarlas en cada minucia de ocurrencia que flota a mi paso. A veces despierto taciturno y doblegado por las luchas absurdas del mundo moderno. A veces prefiero perderme en la textura de las ropas en las tiendas, en las sonrisas de extraños, en la candidez de los niños y la inteligencia sensible de las niñas. Me imagino fuera de donde realmente estoy. Y sueño y lucho por estar en ese lugar. Por estar realmente en ese lugar.