(1962-2008)
Hay algo extraordinariamente sucinto pero al mismo tiempo desesperante acerca de la muerte de David Foster Wallace. Algo contrario a, distinto de, inverso a aquello que promulgaba a través de su proyecto narrativo. Aun cuando la búsqueda de razones para justificar/explicar/entender un suicidio son igual de elegantes en su indagatoria que explicar el sentido del viento, ya que éste va y viene a sus anchas, y cualquier noción que quiera definir su rumbo --desde la climatología hasta los designios ancestrales de las brujas y los oráculos-- es una labor absurda y futil.
Dicho todo esto, no puedo comprender que se haya colgado. Y claro, cualquier búsqueda de comprensión es inane; lo que sucede es que una acción tan breve, tan brutalmente clara y concisa y precisa y definitiva como ahorcarse, siento yo, va en contra del espíritu de Wallace. Este escritor fue un auscultador de las minucias que deben valorarse para comprender la complejidad de la condición humana: la muerte, la vida y sus (des)conexiones y yuxtaposiciones de signos, los sucesos-como-autoconciencia-de-nuestra-narratividad, la supervivencia de la especie humana en medio de una era cínica y de franca ironía, creo que sólo un espíritu que pudiera tolerar, sopesar, desmenuzar todas estas vicisitudes, tuviera por lo menos un ápice de gracia al momento de su despedida.
Empero, no puede decirse que su obra literaria estuviera plagada de "buenos sentimientos" en torno a la condición (post)humana (o como quieran leerla). De hecho, fue una suerte de resistencia a todas las ataduras de sentido en las que nos hallamos las personas que desde la literatura aun buscamos un sentido, una "conexión" con ese mundo que está allá afuera, y que cada vez causa más pánico. Pero tampoco puede decirse que era un apocalíptico; desde el lenguaje, él podía dar cuenta que la resolución de los sentimientos y sensaciones humanos contemporáneos -siempre en vilo y en perpetua sospecha-- pueden ser sopesados por lo menos con un poquito de comprensión.
Él lo que trató de hacer fue comprenderse en el acto mismo de comprensión.1 Perderse en uno de sus cuentos, en sus ensayos 2, en su novela Infinite Jest 3, era encontrarse con un pensamiento que no dejaba de ver los múltiples lados de la moneda, una suerte de lógica rizomática (chin, me había prometido no usar esa palabreja dominguera, pero ¿qué puedo hacer?) donde se presenta una realidad imbricada, no sólo en las precisiones de un orden hiperrealista sino también en las actitudes, ánimos y modalidades que conforman la vida contemporánea.
No puedo comprender cómo alguien que luchó durante toda su vida creativa por demostrar que el cinismo y la ironía han sido uno de los principales males de la sociedad contempo, y que éstos se habían transferido al discurso narrativo como un recurso viable y chistoso pero que inevitablemente lo condujo a la apatía y el descontento general, a una suerte de serpiente comiéndose su propia cola irónica y sardónica (recuerdo dos escenas, no directas de la obra de DFW, pero sí aclaradoras de la idea que quiero plantear: dos personajes del programa de los Simpsons, como espectadores de una sátira del festival "Lollapalooza", en el que uno hace un comentario y el otro pregunta si estaba siendo irónico y el que hizo el comentario dijo que ya no sabía; el otro, los personajes principales de la película Ghost World, frente al escenario de su fiesta de graduación, donde una de ellas dice que el festejo se veía tan naco que parecía ser cool, y la otra comentó que pasó de lo naco a lo cool a lo naco otra vez), ahí donde lo que en un principio se escuchó como la voz satírica de ultratumba de un William Burroughs se convirtió en la voz gratuitamente agria de un Chuck Palahniuk, ahí donde lo que en un principio fue la burla irónica pero dolida de Kurt Vonnegut se convirtió en la centena de voces sardónicas y dicharacheras-porque-simplemente-se-oye-curada-hablar-de-cholos-y-putas de casi todos los escritores de finales de siglo y principios del actual, esto es, prácticamente todos los que escribimos hoy en día.
Quizá seguiré sin comprender. Lo que sí es que Foster Wallace fue uno de los narradores contemporáneos que efectivamente le otorgaba una voz discombombulante a este mundo discombombulado.
1 Suena estúpida y retóricamente débil esta idea, pero algo había de eso en su narrativa, y en su pensamiento en general.
2 Donde prácticamente podía abordar el tema que le diera su regalada gana, desde una reflexión sobre la industria pornográfica hasta un análisis sobre lo sublime desde la perspectiva de las jugadas del tenista Roger Federer, y así sucesivamente.
3 Donde abordó con una obsesiva compulsión el uso de pies de página --unas doscientas páginas de un libro de 1,200 aprox--, como recurso para no dejar cabo suelto en ninguna de las vicisitudes que atravesaban sus personajes. Porque, finalmente, ¿qué es un pie de página sino una suerte de disculpa, una apología, por no poder poner en el relieve del discurso aquello que realmente se debe decir?