9.9.09

Algunos podrán decir con toda seguridad que no tienen problemas al momento de escribir. Yo no puedo decirlo.

Creo que el problema, la lucha, el esfuerzo, tiene más que ver con el decir que con el hacer. O una combinación de ambas. Estas palabras, cualquier palabra escrita, debería tener la posibilidad de decir todo lo que se quiere decir. Esa imposibilidad libera. Esa imposibilidad es frustrante.

Jamás podremos agotar los recursos para decirle a alguien Te amo.

Pero al mismo tiempo, luchamos (quienes quieren luchar, los demás están en operación automática al momento de escribir) porque lo que se dice mantenga su peso, sustancia, su dinámica de pensamiento. O quizás no.

Quizás el problema sea que dudamos. Escribir es dudar. Es enfrentarse a un emperador que te dice “puedo ser todo lo que tú desees,” y mantenerse en silencio. Apagado. Pensando en las mejores posibilidades de desear a ese emperador. A ese imperio. El imperio de los sentidos y las palabras que se usan para representarlo.

Los dibujantes no tienen este tipo de problemas. Aunque tienen otros.

Cuando escribo, sí, lo acepto, entro en una modalidad en la cual todo el universo de sensaciones, momentos, experiencias, ideas, todo el planteamiento del aquí y el ahora, se siente como un enorme compromiso por decirlo. Por explicar, por ejemplo, mis sentimientos en torno a los momentos históricos que vivimos.

Sí lo puedo hacer. Pero el dictado de la conciencia no me está pidiendo eso en estos momentos. Lo que me pide es disculparme porque no sé qué decir.

Es una experiencia terrible.

Y a la vez…no. Lo interesante de la escritura es que fácilmente lo que se dijo pudo no haberse dicho. Es como quedarse callado cuando estamos frente a una persona que nos hace la vida desagradable. Tenemos la opción, de mandarlo a chingar a su madre. O no.