18.6.08

Básicamente porque me impactó, y aunque prometí no andar por estos andares blogueros durante un tiempo, no pude resistir la tentación de compartirlo. Un desenlace hermoso para un final conmovedor de una novela tierna escrita por uno de los narradores más sabrosos de la era contemporánea.

De The Brooklin Follies (2006)
por Paul Auster

"Yo no era nadie. […] Eventualmente, todos moriríamos, y cuando nuestros cuerpos fueran llevados y enterrados en el suelo, sólo nuestros amigos y familiares sabrían que nosotros ya no estamos. Nuestras muertes no serían anunciadas en la radio o la televisión. O habría obituarios en el New York Times. No se escribirían libros sobre nosotros. Ese es un honor reservado para los poderosos y famosos, para los excepcionalmente talentosos, pero ¿quién se toma la molestia de publicar biografías de los comunes, los no homenajeados, la gente de trabajo que pasamos de lado en la calle y apenas y nos tomamos la molestia de notar?

La mayoría de las vidas se desvanecen. Una persona muere, y poco a poco todos los rastros de esa vida desaparecen. Un inventor sobrevive en sus invenciones, un arquitecto sobrevive en sus edificios, pero la mayoría de la gente no dejan tras de sí monumentos o logros duraderos: un gabinete con álbumes de fotografías, una boleta de calificaciones del quinto año, un trofeo de boliche, un cenicero robado de un cuarto de hotel en Florida en la última mañana de unas vacaciones apenas y recordadas. Unos cuantos objetos, unos cuantos documentos, unas cuantas impresiones que se dejaron en otras personas. Esas personas, invariablemente, cuentan historias sobre la persona fallecida, pero la mayor de las veces las fechas son revueltas, se dejan pasar algunos hechos, y la verdad se vuelve cada vez más distorsionada, y cuando a estas personas les toca morir, la mayoría de las historias se desvanecen con ellos.

Mi idea fue esta: formar una compañía que publique libros sobre los olvidados, rescatar los relatos y hechos y documentos antes de que desaparezcan –y armarlos en una narrativa continua, la narrativa de una vida.

Las biografías serían comisionadas por amigos y familiares del sujeto, y los libros serían impresos en ediciones pequeñas, privadas –desde cincuenta a trescientas o cuatrocientas copias. Me imaginé escribiendo los libros yo mismo, pero si la demanda se volviese muy pesada, siempre podría contratar a otros para ayudar con el trabajo: poetas y novelistas en ciernes, ex periodistas, académicos desempleados, […] El costo por la escritura y publicación de estos libros sería caro, pero no me gustaría que mis biografías fueran una indulgencia sólo asequible para los ricos. Para las familias de escasos recursos, visualicé un nuevo tipo de póliza de seguros en la que una suma insignificante se dispondría cada mes o quincena para solventar los gastos del libro. No sería un seguro de casa o un seguro de vida –sería un seguro de biografía.

¿Estaba loco por pensar que podría hacer un proyecto tan descabellado? No lo pensé así. ¿Qué joven dama no quisiera leer la biografía definitiva de su padre –incluso si ese padre no había sido más que un obrero o el asistente del director en un banco rural? ¿Qué madre no quisiera leer la historia de vida de su hijo policía, el que fue acribillado en la línea del deber a los treinta y cuatro años? En cada caso, tendría que ser una cuestión de amor. Una esposa o esposo, un hijo o hija, un padre, un hermano o hermana –sólo los apegos más fuertes. Llegarían conmigo seis meses o un año después de que el sujeto haya muerto. Para entonces ya habrán absorbido el fallecimiento, pero aun no lo hubieran superado del todo, y ahora que la vida diaria comenzó nuevamente para ellos, entenderían que nunca lo podrán superar. Querrán traer a su persona amada de vuelta a la vida, y yo haría cualquier cosa humanamente posible para concederles el deseo. Resucitaría a esa persona en palabras, y una vez que las páginas se impriman y la historia se encontrara empastada, tendrían algo a qué aferrarse por el resto de sus vidas. No sólo eso, sino que sería algo que los sobreviviría, que sobrevivirá a todos.

Uno nunca deberá subestimar el poder de los libros."