19.6.12


Se conocieron en una marcha y no había nada más que hacer. Caminaron a unos cuantos metros de distancia, acompañados de sus pares, de sus compañeros, y no había nada más que hacer, sólo besarse aparatosamente cuando llegaron los catorrazos. Nadie golpea a dos personas besándose.

Se conocieron en una marcha y ambos luchaban por la paz, por la ignominia, por la injusticia, por la impunidad, por la corrupción, por la congruencia, por las oportunidades, por la desigualdad, por la guerra sucia, por la poca representatividad, por los derechos civiles, por la discriminación, por la violencia, por la inseguridad, por la inestabilidad económica, por los bolsillos vacíos, por las oportunidades truncadas, por los sueños aplastados, por un pueblo que no está conciente de su ignorancia, por la guerra, por la muerte, por las personas que desaparecen día con día, o por lo menos, porque las cosas cambien, aunque sea un poquito. Se conocieron en una marcha que resolvería todos los males del mundo. 

Uno de ellos tuvo mascotas desde niño, y desde niño aprendió a amar al prójimo y a todas las especies. El otro estaba falto de amor. Tan falto de amor, que decidió emprender la lucha por una igualdad que no conoce pero que se escucha terriblemente seductora.

Fue poco el tiempo que tuvieron para platicar, conocerse en medio de una turba es reconocerse como dos hojas recién desprendidas de un árbol en medio de la tormenta. Amor y revolución. Dos hojas fácilmente desprendidas de la realidad. Se tomaron de la mano y se vieron a los ojos. Retomaron lo que ellos creían era una historia suspendida. Dos personas que sintieron, en ese momento, que se habían conocido desde antes. Desde siempre. Desde lejos. Se conocieron en una marcha y desde el principio supieron que todo estaba destinado al fracaso. La democracia, esa mujer insulsa que fabrica emociones y aventuras y ficciones, no era la responsable de su repentino amor. 

Se conocieron en la marcha, poco antes de que asestaran los primeros golpes. A lo lejos, el sonido de coches bomba.

Se conocieron sin conocerse. Esto es, vivieron uno de esos tórridos romances que sólo se viven en las partes angustiosas de una marcha. Quisieron sentirse en Praga, quisieron sentirse en Arabia, quisieron sentirse en Sudáfrica, o en la Plaza de Mayo. Se conocieron sin conocerse, porque sus cuerpos eran guiados por el instinto del deseo. Hubo algo en los ojos de uno, hubo algo en la voz del otro, el sudor en ambos, o quizá fue el pánico de que hay, allá afuera, un destino inevitable que les gustaría corregir. Por lo menos sentir que se puede corregir.

La gente pinta consignas en las paredes. El dueño de una tienda de abarrotes ve desde su pantalla del televisor lo que está afuera, en la calle, frente a la tienda. Y lo que está en la tele no es igual a lo que puede ver en carne propia. Pero la tele lo dice mejor. 

Dos tipos rudos con cascos agarran a palos a un conocido de ambos. Ellos prosiguen su camino. A lo lejos, humo. Un incendio. Sonidos de sirenas. 

Caminaron juntos largo rato. Olvidaron por un tiempo a sus compañeros. A fin de cuentas, todos los reunidos en esta muñidiza estaban ahí para el mismo propósito. Uno pudo detectar el pánico en el otro, el otro quiso un abrazo y lo obtuvo. Seguido de un beso, seguido de la grúa de una cámara de noticiario que los puso a cuadro. “Amor y revolución,” dirían los encabezados de doce periódicos a nivel mundial.

Vivían la congoja de su tiempo. Reconocían cómo la vida los apretujaba más, cómo el mundo se iba al carajo. Vivían la congoja y se conocieron en una marcha que prometía el tipo de amor que repentinamente sintió el uno para el otro. Ese amor que no importa. Ese amor que sólo se siente eterno. A lo lejos, se escuchaban las canciones de sus compañeros. Aromas de paso. Más humo. La realidad no se ve con claridad. Otra pareja abrazándose, un indigente pateado al fondo de un callejón. Ambos recuerdan una infancia donde estas cosas no importaban. De repente, en una de esas epifanías que rara vez son compartidas por dos personas al mismo tiempo, el uno y el otro se dieron cuenta de algo...