20.9.10

Incidentales

1.

A ella le pareció de mal gusto que no se lavara las manos después de pasar al baño. Un punto menos en el rango de atractivo visual de este cliente que llegó al café con la premura del viento. Pero igual, tenía la barba sin rasurar justo como a ella le gustaba. Haciendo a un lado el distractor, comenzó a darle de comer a su bebé.

2.

Purépecha. Le agradaba la palabra aunque no la conocía. Puede ser “en tanto que no la conocía,” “a pesar de.” “Porque no la conocía.” No está muy seguro de ello. Lo que sí sabe es que está leyendo la palabra en un periódico. El periódico está en un puesto de revistas en el aeropuerto. Lleva dos semanas viajando a todas y a ninguna parte. A veces se le antoja comer queso caro.

3.

Fue divertido mientras duró el drama. Seguir la luna para que esta mantenga su densidad frente al espejo retrovisor del auto es la cosa más banal y al mismo tiempo más sublime que ha hecho en mucho tiempo. Desde que tenía once años y se quedaba en el jardín esperando que se encendieran los rociadores. Pero en realidad, lo estaba haciendo porque no quería llegar a su casa. No lo esperaban buenas noticias. Algunas cuantas prendas esparcidas en la recámara, una nota escrita con prisa. Una despedida que posterga yendo en busca de la densidad de la luna.

4.

Este tipo de cosas siempre suceden, y siempre demasiado pronto. Estábamos en la esquina, Héctor y yo. Hacíamos de la nada una vocación. Acostumbramos nuestros oídos al paso de los autos, y nuestros ojos al lento desfallecer del día. Platicábamos de lo único que pueden platicar dos seres humanos a los trece años. No comenzaba a caer el sol cuando escuchamos el primer disparo. Corrimos, hacia donde creímos que fue el origen del estruendo. Un par de niños salían despavoridos de una casa. Un hombre con mal de Parkinson, tambaleando en la puerta de la entrada, con un revólver en la mano. Tuvo que dar un segundo disparo, ya que la primera vez, los temblores involuntarios no le permitieron dar en el blanco, que fue su cabeza, que fue su pensamiento, que fueron sus sentimientos, que le dictaban ya estuvo suave, hay que apagar el cerebro. Hay que decir “Ya.”El segundo disparo fue el que se nos quedó grabado en nuestras cabezas.