6.12.07

El siguiente texto fue leído en una conferencia presentada el pasado viernes 30 de diciembre en el teatro universitario de la UABC Tijuana, relativa a la Bienal Universitaria de Arte Contemporáneo. Disculpen la extensión, pero quisiera mantener el texto completo.
¿Cómo pensar la contemporaneidad en el arte?
Me pregunto si Marcel Duchamp podría sobrevivir ante las exigencias cada vez más estrepitosas y engañosas del mundo del arte actual. Me pregunto si podría sobrevivir, por ejemplo, a un estudio de licenciatura en artes. ¿Cómo sería Marcel Duchamp de estudiante? ¿Qué tipo de vicisitudes tendría que atravesar para poder generar una propuesta igualmente lúcida y profunda como la que produjo en su contexto? ¿Cómo fue su contexto? ¿Qué vicisitudes atravesó él en aquel entonces, que lo dirigieron a los planteamientos que le brindan orden y rendimiento a sus obras?
Duchamp es hijo de la modernidad, o mejor dicho, del orden modernista de pensamiento, aquel en el cual primaban categorías de un pensamiento absoluto, unitario, cartesiano, fincado artísticamente en la autonomía y los límites de la representación. Su formación no era precisamente académica (digo, él no gozó del privilegio de ser llamado “Lic. Duchamp”), pero sí privilegiada: nacido en una familia de pensamiento libertario y progresista, tuvo una educación donde primaba el elemento reflexivo de análisis en torno al conocimiento. Duchamp nombra en entrevistas aquellos acercamientos que le ayudaron a conformar su peculiar visión contestataria del fenómeno artístico. Una lectura perpetua de Mallarmé, una lectura formadora de filósofos como Henri Bergson, de teóricos como Henri Poincaré, de escritores marginales y outsiders como Raymond Roussel, acercamientos a la psicología, a la física, a las matemáticas, conformaron una suerte de renaissance man que, como ejercicio de integración orgánica de todos los conocimientos, es el tipo de modelos que generaba el programa modernista, pero paradójicamente, también le dieron las herramientas para cuestionar dicho orden. Así como se sirvió de aquellos elementos formadores que pervivían dentro del esquema modernista, también los utilizó como herramientas para desmantelarlo.
Se cita primordialmente a Duchamp como el propulsor de la contemporaneidad en el arte. Veamos que nos dice sobre el tema esa enciclopedia de conocimiento compartido y esquizofrénicamente anti-riguroso llamado Wikipedia:


El arte contemporáneo se suele definir como el arte elaborado después de la Segunda Guerra Mundial. Los museos de arte denominan arte contemporáneo a las colecciones de este periodo.

En sentido amplio, el arte contemporáneo es el hacer artístico que se desarrolla en nuestra época. En el caso del arte contemporáneo, se desarrolla desde la teoría postestructuralista la cual ha acuñado el término "postmoderno", ya que desde esa teoría se vislumbra la imposibilidad de seguir creando desde los preceptos de la originalidad y la novedad (elementos propios de la modernidad); en lugar de ello se apunta a elementos como reinterpretaciones, resignificaciones y el giro lingüistico con el fin de ampliar el concepto de arte y establecerlo como un acto comunicativo.

Este tipo de prácticas se inician desde la obra de Marcel Duchamp (fuente 1917) y sus cuestionamientos de la institución del arte. Pero este pensamiento se comienza a ampliar y a tomar seriamente desde la década de los setenta hasta nuestros días con el redescubrimiento de la obra de Duchamp y de los Dadaistas de principios del siglo XX a manos de artistas como Robert Rauschemberg, teóricos como Rosalind Krauss y toda la escuela postestructuralista, que pusieron este pensamiento dentro del main stream internacional.

Huelga decir que Duchamp se hubiera reído de lo lindo ante todas estas aseveraciones.
Pero vuelvo a una de las preguntas iniciales: ¿Podría sobrevivir Duchamp a un estudio académico de las artes? Veamos cómo es el esquema actual de conformación de conocimiento sobre la materia.
Duchamp tendría que conformar su visión a partir de lecturas desarticuladas de una infinidad de fuentes de conocimiento; se vería interpelado por diversas, incompatibles y contradictorias interpretaciones sobre la práctica artística, sobre el mundo del arte, sobre el modernismo versus el postmodernismo, sobre el papel que él jugaría en el mundo actual del arte ( ¿será un artista, lo que sea que eso signifique actualmente? ¿llegará a tener perfil de maestro? ¿de investigador? ¿será uno de esos estudiantes completamente embebidos en teorías y postulaciones filosóficas, pero sin una sola propuesta que surja de dichas indagatorias? ¿será el compañero que sobrevive ante la autoproclama de ser un “artista” entre comillas?). Su acercamiento a manifestaciones artísticas provendrían de una infinidad de páginas de Internet, de antologías apresuradas sobre arte conceptual, de libritos con títulos como ARTE DEL SIGLO XX, o LAS MEJORES OBRAS DE ARTE DE TODOS LOS TIEMPOS, y sólo de unas cuantas exposiciones de obras mayores que suceden en las grandes ciudades (aquí en Baja California, como no tenemos ni al Munal ni al Museo de Arte Moderno ni a la Colección Jumex, acudimos al otro lado de la frontera para recibir una suerte de “formación”); estaría completamente abrumado ante la cantidad de obras, ante el oleaje de información, ante la infinidad de propuestas, mismas que tendría que sintetizar lo mejor posible para afirmar que tiene un conocimiento por lo menos pormenorizado de las épocas en el arte, así como de las nuevas tendencias. Desde el lado arte-histórico, el renacimiento, el barroco, el gótico, el neoclasicismo, el romanticismo, serán para él o ella como una nebulosa de propiedades estilísticas que lo enmudecen y lo mantienen paralizado, ya que no tendría la menor idea qué hacer con todo ese conocimiento; del lado de las nuevas tendencias, sucedería lo mismo, pero aunado a una sensación de carencia de sustento de valoración que le permitan distinguir las cualidades de una u otra propuesta. De este modo, el conceptualismo de una artista rusa que consista en una serie de mensajes de textos con instrucciones para obras artísticas, enviados desde Moscú hasta Lima, Perú, tendrían el mismo sustento de perpetua duda que el conceptualismo de un artista que produce “auras” al interior de una colección de calcetines sucios, colgados todos en un tendedero en medio de una sala de exposición. Asimismo, sus lecturas de estética, de escuelas filosóficas, de teoría del arte, de fundamentos críticos sobre la contemporaneidad, provendrán de unas cuantas lecturas fragmentadas de los principales postulados de pensadores franceses, o de las proclamas sumamente retóricas de unos cuantos maestros que hacen lo mejor posible por dilucidar sobre aquello casi imposible de dilucidar: ¿cómo es la naturaleza de nuestra realidad estética? Pero jamás podrá afianzarse a una u otra visión. Bajo este esquema, para él o ella sería lo mismo pensar en la estética de Hegel que en la de Heidegger, Hal Foster le diría lo mismo que Arthur C. Danto, Deleuze tendría frases jugosas que pueden ponerse en los fundamentos teóricos de una colectiva en exposición, y todo esto puede convertirlo en un cínico adorador del espectáculo y las luces de los reflectores, o en una de esas raras especies que combinan un romanticismo empedernido a la Rimbaud, con una actitud completamente desilusionada y sospechosa con respecto a la práctica artística. Decide que el arte ha perdido su sustancia espiritual y se dirige a alguna de las playas de Baja California a pintar cuadros para turistas, en sus ratos libres pintando remedos de expresionismo abstracto o figurativos, en aras de mantener vivo “el arte auténtico”.
Como podemos ver, en este contexto. Duchamp sería un monstruo de “N” cabezas, un amalgama y parchado de ideas, concepciones, aproximaciones, y posturas jamás ideologizadas sobre el fenómeno artístico. En el mejor de los casos, ante esa realidad, saldría huyendo y, si aun tiene fe en el acto renovador y revelador que posee el fenómeno artístico, tomaría todo lo que se encuentra a su paso y se encerraría en un cubículo, para seguir una noble pero completamente oscura carrera académica. Sus libros dirían cosas interesantes que sólo personas exactamente como él, encerrados en sus respectivos cubículos, comentarían en una de esas conferencias que organizan las escuelas de arte para sacar a pasear un poco a sus académicos. Para que se oreen, pues. Porque fue triste que su visión posiblemente duchampiana quedara completamente obnubilada por un mundo del arte sumamente complejo y lleno de cortinas de humo.
Pero también lleno de posibilidades.
La panorámica que acabo de presentar, aun cuando nos ofrece una visión desalentadora, no toma en cuenta algo incontestable: el arte goza de una salud desmedida, a raíz de que las propuestas abiertas por la contemporaneidad ofrecida por figuras como Duchamp, establece un marco de acciones y manifestaciones artísticas de muy diversa raigambre, de riquezas enormes acompañadas de ejercicios pedestres, de propuestas renovadoras acompañadas de visiones tradicionalistas, y en general, de manifestaciones artísticas que, aun a pesar de las quejas, siempre encuentran un sitio donde sobrevivir. Esto es, a pesar de un diagnóstico crítico que nos presente una visión confusa y obtusa del campo artístico.
En este contexto, el panorama de confusiones del arte en la contemporaneidad, debe acudir siempre a un cuestionamiento sobre su naturaleza, su rumbo, y las posibilidades que emergen de ello. Como los señalamientos en las carreteras, la confusión de los rumbos se aclara con los sentidos que podemos encontrar en el camino. Es quizá innegable la situación que planteo, usando la figura emblemática de la contemporaneidad en el arte como signo para dilucidar sobre los tiempos que le toca vivir a un artista en la actualidad. No obstante, también es innegable que la producción artística posee una vitalidad enorme, y una capacidad de alcance y de lecturas que probablemente no veremos sus raíces profundas hasta dentro de unos cincuenta años. Pero ante el diagnóstico previo, es necesario que esfuerzos como el planteado por la Bienal Universitaria de Arte Contemporáneo surjan para establecer, de la mejor manera posible, un sentido determinado, una suerte de indicación sobre el sitio en el que se encuentra la práctica artística de un lugar determinado, en este caso, Baja California.
El espíritu desde el cual nació la idea de esta Bienal, surgió de la necesidad de preguntarse, “¿Cómo entiende la contemporaneidad en el arte un artista bajacaliforniano?” Es una pregunta abierta cuyas respuestas, si bien no son definitivas (¿y qué es definitivo en un mundo como el que planteo anteriormente?) por lo menos sí invitan a la discusión, a ver con la mirada de un observador partícipe y al mismo tiempo pasivo, lo que producen los artistas en nuestro estado, y al mismo tiempo, cuáles de sus propuestas entran dentro del marco de “lo contemporáneo” en el arte. ¿Qué es lo contemporáneo en el arte?” La respuesta seductora y al mismo tiempo enfurecedora es: lo que tú quieras que sea. Sin embargo, no por ello deja de ser necesario tomar las posibles propuestas de raíz duchampiana que nacen de la práctica artística estatal y ponerlas bajo el esquema de la definición, de un marco que nos otorgue una posible respuesta.
Las obras seleccionadas en la Bienal, en este sentido, son usadas para presentar una idea, que surge de las resoluciones de aquellos que fungieron como jurado, sobre la contemporaneidad en el arte de Baja California. Es un ejercicio propositito, no una declaratoria de principios. Pero ahí no termina la cosa. Una vez seleccionadas, es parte de la labor de quienes acudimos a observar las piezas, identificar a cada una como una respuesta a la pregunta central. Esto es, la idea no es llegar a la conclusión de que un Ismael Castro o una Ingrid Hernández fueron “seleccionados” por una Bienal, cruzándonos de brazos y quejándonos por la naturaleza legitimadora de estos espacios de exhibición. La idea es apreciar las piezas para poder hacernos la siguiente pregunta: “¿Por qué esta, aquella y aquella obra fueron identificadas como contemporáneas? ¿Qué elementos, de orden conceptual, técnico y temático, poseen estas piezas, como para que sean identificadas como tales? ¿a partir de qué planteamientos, tendencias u órdenes estéticos podemos identificar estas obras como contemporáneas? ¿Sobrevivirían en Bienales internacionales? ¿Las entenderían en Polonia, en Rusia, en el D.F.?”
La selección de las obras que formaron parte de la Bienal Universitaria de Arte Contemporáneo, tienen la sana intención de otorgar por lo menos un sentido posible, ante una panorámica de la contemporaneidad en el arte que siempre se nos presenta como confusa, caótica, desarticulada. Su lectura no es definitiva, totalizante, absoluta. Es una aproximación a lo que podemos identificar como propuestas que nacen de nuestro entorno y que plantean una idea sobre contemporaneidad. No es un señalamiento que nos indica cuál es el camino a seguir, es un simplemente señalamiento que nos dice que hay un camino. Esto no es privativo de nuestro estado: el cuestionamiento, como muchos otros que se hacen alrededor de las bienales en el mundo, es un ejercicio que busca un sentido ante la apariencia de sinsentido que pervive en el arte contemporáneo.
La lectura de una obra de arte contemporánea debe servirse, antes que nada, de una toma de decisión. Decisión de apertura ante un fenómeno que se nos presenta como fenómeno estético. El camino no es decir SÍ, simplemente porque es una obra que se apega a nuestro propio orden conceptual sobre el fenómeno artístico; por otro lado, el camino tampoco es decir NO, porque la obra dista de ser apreciable en términos estéticos tradicionales o arte-históricos. El camino indicado es uno en el cual se vive la experiencia misma de observar algo que se nos presenta como obra de arte. Un ejercicio intuitivo, desinteresado, un ejercicio donde nos deshacemos del SI y del NO y simplemente nos preguntamos, “¿Qué es?” “¿Qué cualidades tiene?” “¿Qué significados puedo sustraer YO de esto que veo y que se me presenta como obra de arte?”
Todo ejercicio descalificador sería simplemente un ejercicio que no permite el carácter lúdico y enriquecedor que posee una obra contemporánea. Un ejercicio que Duchamp ejercería sin duda alguna, ya que estoy seguro que, de estar entre nosotros, ya se hubiera salido de la sala.