1. La única razón por la que no deben tocarse las obras de arte es meramente histórica: las obras que ya fueron sitiadas en el marco de un museo pueden “dañarse” con el paso de los años, y con la cantidad de manos que reposen en ella para sentirla. El cúmulo de huellas que pueden aposentarse en la superficie de objetos elaborados con materiales “delicados” podrían trastocar el sentido que el tiempo les otorgará. No todas las huellas humanas son dignas de aposentarse en un objeto llamado obra de arte; dentro de cien años, serían demasiados los seres humanos inmortalizados por la huella que queda impresa en la superficie de un objeto destinado a serlo. Imagínense la acumulación de huellas que hoy tendrían todas las obras del renacimiento, a no decir de un par de cajas Brillo que fabricó Warhol con el propósito no necesariamente expreso de advertirnos que…pues…simplemente, no todos los objetos fueron hechos para ser tocados. Y no todos los seres humanos tenemos el privilegio de tocar ciertas cosas.
2. Creo que por eso recurrimos a ese otro tipo de “toque” que le atribuimos a las obras: el toque espiritual. Decimos que somos tocados en nuestro interior por las cualidades de un objeto hecho con materiales “delicados”, como el óleo, la tela, la superficie casi efímera del papel, la pincelada permanente del pintor afirmando la grandilocuencia con la que vemos una imagen hecha a mano.
3. La textura de la pintura sólo podemos “verla”.
4. Una parte crucial de nuestra infancia se pierde cada vez que acudimos a un museo. La parte que gusta de tocar las cosas para conocerlas.
5. Sin embargo, ¿no se debe a que el acto de tocar tiene connotaciones más físicas que las que imaginamos? Tocar también es un acto invasivo: trastocamos el espacio vital y privado de otro objeto. Digamos que estás en una galería; hay una pintura cuyo proceso de elaboración te llama la atención, por ejemplo, los volúmenes que se forman con el trazo y manejo de colores en una flor de Georgia O’ Keefe. Te dan ganas de acercar tu mano, acariciar la “realidad” aparente de esos pétalos tan sexys. Pero no puedes. Hay una especie de fuerza construida alrededor de esa imagen, a no decir de las posibles alarmas que tienen en la galería, que te impiden tocar la pintura. Te amarras psicológicamente la mano, pierdes tu infancia.
6. Digamos que sales a la calle y te encuentras con alguien con un rostro bello, puede ser una niña, un niño, una anciana que camina lentamente por la banqueta, sus ojos perdidos en ese mapa histórico que son sus arrugas. Quieres tocar. Tampoco puedes. Hay una especie de fuerza construida alrededor de la energía vital de otros seres humanos. Además, en cualquiera de las situaciones, sea niño, niña o anciana, puedes correr el riesgo de ser llevado a la cárcel.
7. ¿Son los cuerpos de las obras de arte igual de vitales que los cuerpos de los seres humanos?
8. Cuando un sicario interrumpe el flujo cotidiano de la vida, digamos, entra a una cantina o a una cafetería o a un restaurante en la ciudad de Tijuana, trastoca de la manera más definitiva posible la energía vital de las cosas, de los seres, del mismo orden social. Saca su pistola justo cuando pasa el mesero con las copas con cócteles de camarones y se acerca a la mesa de su víctima. Todos están felizmente degustando de su comida cuando el sicario pone el cañón en la sien, dispara. El sicario se retira, rápido, lento, qué importa. Él trastocó con una plena libertad de tránsito la aparente condición sagrada de las cosas en la realidad.
No sé si haría lo mismo si estuviera frente a una obra de arte.