7.11.09

Contrario a lo que otros han hecho anteriormente, yo no voy a hablar de un evento al que no asistí. Pero sí quisiera hablar, debido a que tuve oportunidad de estar cuando se cocinaba todo este asunto, de las intenciones detrás de la Fiesta Pánica, ese evento multitudinario, multidisciplinario e integrador que para muchos, quiero entender, resultó ser un desmadre y que el cochi destazado y demás, y para otros algo un poco más que eso. De lo que puedo hablar acerca de este evento, más que nada, es de un diagnóstico que pude formular al momento de escuchar a Ismael, a Luis, a Julio, a Heriberto, a Marcela y a Julián, mientras discutíamos los pormenores del sho. Un diagnóstico que me permita identificar qué es lo que inspira o conduce a esta nueva generación de artistas, escritores, comunicólogos y académicos mexicalenses, a realizar este tipo de actos.


El primer detalle que puedo diagnosticar es el de la necesidad de integrar. Desde el inicio, este proyecto tenía la intención de integrar a todas las comunidades de artistas locales, a todos los grupos, grupúsculos y colectividades a que se unieran en un solo evento. Sólo por el hecho de reunirlos, aparentemente, pero de igual manera, unirlos para poder articular a una comunidad de artistas que se rehúsa a hacerlo, quizás, porque jamás lo ha visto como un potencial de contingencia. Cada quien en su casa hace lo que dios le dio a entender, ha sido desde que recuerdo la regla a seguir para los artistas y creadores locales. El sentido de cooperación es mínimo, pero por otro lado, el sentido de crítica simplista y ninguneadora sobre lo que otros hacen es inversamente proporcional a la capacidad que tenemos para poder formar un proyecto artístico coherente y cohesionado (que nada tiene que ver con una homogenización). Los unos hacen, los otros desacreditamos, y al final del día, cada loco con su tema. Una de las finalidades de este evento fue la de cohesionar a los grupos para que, unidas las fuerzas, pudiéramos visualizar el potencial de las propuestas creativas que emanan de nuestra comunidad. Porque propuestas hay, y ya no podemos decir que en esta ciudad son pocas las actividades interesantes, son pocos los espacios y es poca la difusión de los eventos. Hay algo más detrás de esto, y tiene que ver con un consumo cultural difuso y desarticulado, que sólo funciona como receptor pasivo y en realidad es como si no reaccionara ante lo que ve. Es como el síndrome del que asiste los fines de semana al “parque de los hippies” en Jardines del Valle: observas las ofertas de este tianguis como quien observa los productos en un mercado pero no compra nada, con una total indiferencia, pero incluso con una actitud de escudriñamiento ante lo que ves y lo que vives como si fuera una obligación de los que se encuentran exponiendo y exponiéndose mantenerte entretenido.

(Híjole, acabo de caer en cuenta de algo. Ese parque de los Hippies tiene más de --¡Ingueasu!—veinte años exactamente igual, con la única diferencia de que a veces los artistas de la calle mantienen una vida nocturna de corredor cultural más animada que antes. (Y es que ese es asunto de otro costal. Nomás para que se fijen cómo están las cosas en Mexicali: nuestro “corredor cultural” ES EL “PARQUE DE LOS HIPPIES.” ¿Qué padre, no?))


Todo lo cual me lleva al segundo asunto de este diagnóstico, y en el que me detendré sólo un poco. La segunda intencionalidad de este evento, dedicado a yuxtaponer esquizofrénicamente todos esos “rasgos de identidad” mexicalenses (la comida, la música, su gente, sus animales, sus rituales a veces absurdos --porque bueno, todo ritual tiene algo de absurdo, de mágico y de banal al mismo tiempo) como si fueran un buen caldo de gallina pinta, por medio de desfiles, danzas con máscaras, peleas de gallos y la hasta ahora únicamente nombrada matanza de un cerdo, es la de situar a la comunidad mexicalense en estado de purgación. Porque estamos entumidos, porque nada nos impresiona, porque estamos tan obnubilados por el trabajo y la casa y el ritual diario de vivir en una planicie desértica y clasemediera, que sólo se requiere entrar en estado de shock para que nos demos cuenta de nuestra circunstancia. Así que, toda crítica ramplona que señale el caos en el que se convirtió el evento (hasta donde yo he escuchado) es bienvenida. Porque de eso se trataba: de que vieras lo entumida que está eso que apenas podemos llamar identidad mexicalense. Y la culpa la tenemos todos, por mantenernos tan pasmados y pasivos ante todo lo que nos rodea.