Nuevas propuestas para enriquecer la oferta de la industria farmcéutica.
Seamos honestos: todos estamos enamorados de las medicinas. Nos ofrecen un alivio temporal para males que nos aquejan y que arrastramos como aquellas franelas con las que nos tapaban de niños. En ocasiones, es el único modo de sentirnos cómodos en este mundo.
Es, la medicina, junto con la música, los más recurridos alicientes para soportar la pena de vivir. O por lo menos, de levantarte por la mañana y seguir haciendo eso que haces pero que ya ni sabes por qué lo haces. Vivir, dirían algunos. Trabajar, dirían otros. Valer madre, dice la gran mayoría silenciosa.
Sin embargo, creo que la industria farmacéutica sólo dirige sus confecciones de remedios a apaciguar enfermedades pasajeras que en realidad no representan un alivio para el malestar de los tiempos. Claro, la garganta de aclara, los pulmones se abren y la nariz deja de chorrear mocos, pero todos reconocemos que, al despedirnos de los síntomas, también aceptamos su inevitable regreso.
Las medicinas deberían servirnos para olvidar por completo el dolor, para eliminar el padecimiento, para desaparecer por completo el virus, el tumor, la herida, la congestión, el infierno intestinal, las deficiencias inmunológicas, el recordatorio constante de que tenemos un cuerpo que enferma, a uno. A otros.
Nunca servirán para eso. Sin embargo, si ya tenemos las herramientas para conducir por la vía de la supresión de síntomas o el habilitamiento en la producción de hormonas y demás secreciones internas, ¿por qué no buscamos sanar cosas más contundentes? ¿Qué sucedería si pudiéramos curarnos del espanto de vivir?
Es en esta tónica que me gustaría presentar las siguientes Pastillas para curarnos de la existencia. No se trata de drogas para uso recreativo, ésas sólo sirven para mover dos que tres transmisores neuronales o juguetear con ritmos cardíacos o aperturas de conciencia, porque todos sabemos que esas vías sólo sirven para deprimirnos más (y por lo tanto, seguir consumiendo).
Pastilla para aprender a recoger nuestros corazones cuando la vida nos dio una serie sucesiva de patadas en el culo.
Pastilla para gozar, realmente gozar, un mazapán.
Pastilla para perder el apetito angustiante de querer que otros te hagan daño, por una especie de manía adolescente que nació la primera vez que tus padres te pusieron en ridículo enfrente de tus amigos.
Pastilla para incrementar tu capacidad de defenderte ante la actitud ninguneante de tus jefes.
Pastilla para convencerte a ti mismo de que todos tus sueños se pueden realizar. Debe tomarse después de que te acabaste esa pinta de nieve de garrafa que compraste como señal de frustración porque nada, supuestamente, te sale bien.
Pastilla para olvidar que estás muerto.
Pastilla para recordar que alguna vez estuviste vivo.
Pastilla para perderle el miedo a las cucarachas.
Pastilla para imaginarte tal y como debes ser.
Pastilla para prolongar la vida sensitiva de los besos.
Pastilla para revelarte a ti mismo que el alma no existe, pero sin el efecto traumatizante de entenderte como un trozo de carne más arrojado a este universo.
Pastilla para recuperar la capacidad recuperadora de las fotografías.
Pastillas para compartir la memoria de los otros.
Pastillas para visualizar tu vida a) como un sitcom; b) como parte de una realidad postapocalíptica
Pastillas para mantener la sensación de que estás volando en un avión rumbo a una ciudad que siempre has querido conocer.
Pastillas para prolongar la sensación de ahogo que te produce tu canción favorita.
Pastillas para eliminar por completo y para siempre las agruras.