¿Puede llegar
un momento
en el que ya
no tenga
nada
qué decirse?
"Hasta el día de tu muerte", diría el anciano en mí (es un anciano no-sabio, por cierto,
pero que sigo sus consejos como quien sigue las pedradas que le tiran a uno cuando debe callar o cuando debe decir ciertas cosas.
No obstante, lo considero un viejito jocoso. Algunos dicen que es exactamente como yo pero con boina y suéter de rombitos).
Siempre hay algo qué decir,
siempre hay algo a la vuelta de la esquina que nos remueve las entrañas y que nos hace bailar,
patalear o cimbrar nuestros cerebros de gusto. (siempre he querido saber cuál es la porción de cerebro que siente placer cuando piensa.)
Hoy,
o mejor dicho, en estos días,
por ejemplo,
llegué a la conclusión de que he llegado a la etapa de la vida en la que uno se vuelve soberbio, intolerante, rejego, pretenciosamente seguro de sí mismo, altanero
y muy muy creído.
Eso es peligroso, a mi juicio.
(también descubrí que el colon, cuando se enoja, te lo hace saber. Y créanme que te lo hace saber).
He estado pensando,
muy de repente,
en James Joyce. Quiero averiguar en mis adentros si lo que en realidad hizo fue representar el lenguaje del futuro,
esto es,
si Ulises será la representación primigenia de la era de la información.
Claro, enfatizo lo de primigenia,
así como enfatizo el hecho de que estamos llegando a un punto en que la información será. . .acariciable.
Tendrá la piel de gatito, o quizás la piel rugosa de un árbol.
(Muy pronto, tendrá la sensualidad de una piel femenina, y eso será muuuuuy emocionante. No hay nada más emocionante que la piel femenina. Al demonio con los pintores, es mi superficie favorita. Pero no se crean, no ando tentando pieles femeninas como energúmeno anciano con boina y suéter de rombitos. Me refiero a una piel femenina en particular. La piel que me inspira a escribir en ella mi propia versión de poesía.)
yluegotambién pienso en lo aturdidos que estamos todos de todo. ¿Cómo decía la canción de Gnarls Barkley. En breve lo recordaré. Últimamente recuerdo poco, o quizá tengo que estar recordando demasiado. ¿Cuánto es demasiado recordar? El cerebro como post it. Vaga noción secundarianesca para arribar a una metáfora "eficiente". Se llega al recuerdo como quien llega al término de un día: cansado, y aturdido. Las señoras de los supermercados se ven menos aturdidas actualmente. Les aturde menos el apretujón del presupuesto. ¿Soy yo o son las señoras? Sus vestidos son venerables arquitecturas de carne amarrada con tela. (linda imagen para un domingo al mediodía. De esos tipos de frases que quieres dejar de leer milisegundos antes de terminar de repasar la vista por las letras inscritas. No, si les digo que de pronto las palabras manchan. Oséase, son acariciables. Como texturas afelpadas.)
Y sin en cuando. . .
está la seducción.
En dos medidas:
como necesidad de sentir la atracción del flujo de ideas que van instalándose en una superficie,
y en la medida de que, en su instalación, estas palabras tienen la posibilidad de seducir a otros.
Y no hay nada más setsi que ver cómo alguien puede ser seducido por lo que escribes.
Pagaría todo el dinero que he ganado en mis múltiples trabajos
(desde que comencé a trabajar. Híjole, ¿a cuánto ascenderá esa posiblemente paupérrima cantidad?)
por sentir lo que se siente cuando imaginas que alguien, en estos precisos momentos, sigue el juego deambulatorio de lo que estas palabras están diciendo.
Hasta el día de mi muerte voy a hacer esto, este ejercicio idiota que llamamos escribir.