11.11.09

(Leído este martes, 10 de noviembre en el marco de la Feria del Libro Neztahualcóyotl).


Plegaria hacia nada en particular:
un grito ahogado de guerra
(o un grito de guerra ahogado)


México el grande, México el occiso, México el chistar de los dientes de Dios, el espasmo viral del rumor, el lenguaje renuente, la urgencia dramática, las luces atónitas, el escándalo lo fortuito, México el retórico, el avalentonado mambo nocturno con ojos de perla tapatía, aguijones de ensueño pesadillesco, detrás de ciertos paraísos terrenales. México el mexicano, México el gringo, el afrancesado republicano, el indio, el elegante criollo con luces en el pecho, el disidente embalsamado por el espíritu revolucionario pintado de rojo, negro, verde y blanco, México el mestizo, el neomestizo y el resquebrajado, México el ya no sé qué es. México el inmortalizado, la palabra suavecita, el dulce murmullo del horror. México el celebradamente vilipendiado, el culposo y culpable de todo, México el espectacularizado, el México que los hijos de migrantes observan de reojo, el que contempla atónito, enfurecido y al mismo tiempo fascinado todos sus infortunios, observa sin ver la acumulación de encabezados sórdidos que van construyendo la narratología de ciertos infiernos, noticias que llegan calientitas y rojizas a las prensas a medianoche. México el que nunca ha querido ser pero es, el que nunca y siempre puede, el México fotografiado bajo el lente del escándalo y el amor a sus paisajes, un Figueroa seductor para las mil y una noche tristes, marcos maravillados de ilusiones, fiestas y pesadumbres. México la imagen que nunca quiere salir a la luz, historias de osamentas y Coatlicues de miradas esquivas y asesinas. México el graffiti prehispánico de un imperio con hambre y sed de guerra, México el pleitero, fiestero y mensajero de las montañas. México las manos de su pueblo, México el que siempre sabe a miel, el que siempre prueba la hiel en sus entrañas, México y sus voces, México y sus gritos, México y sus guerras intestinas, una enorme diarrea vengativa purgada de sol, tequila y sueños olvidados. México y sus casas en colinas, valles, desiertos, planicies, hileras de aspiraciones engorrosas conformando el dibujo arquitectónico de la conquista, el recato y el desencanto. México el que te permite apuntar con la mirada la dirección de tus misterios, sí, ahí donde la Virgen observa, sin reservas, el deambular de sus fieles enloquecidos y traicioneros. México el innombrable que no se deja de nombrar, México el mapa que precede al territorio del amor, la injusticia y la insana pasión por una historia que nadie comprende. Cada hombre y mujer un anuncio, cada rincón un ruido ensordecedor, cada esquina una oportunidad para dejarse llevar por la corriente de los deseos del otro (o de los tuyos), cada anuncio de neón y cada póster de candidato la oportunidad para recordar cómo nos dejamos seducir por la esperanza. México…esa idiota broma pesada que ya no se siente tan bien como se sentía hace ya casi cien años. México el único que sabe qué onda consigo mismo. México el tiempo desplegado, doblegado y transmitido vía satélite para que todos veamos las pestañas postizas de la última locutora en turno que señala el fin del relato, y el comienzo de otro. Anonadados por la muerte y resurrección de nuestro destino, el ayer y el hoy en un futuro perpetuo, siempre magnífico, siempre funesto (siempre muy pero muy halagador de sí mismo). México el regodeo de sus miserias, el manto protector de su dignidad moral, el canto de sus sirenas y estrellas de la época de oro, el contoneo de sus pobladores por cada uno de los intersticios de nuestra cultura, allá un grupo de emos arrebatados por la era mundializante, acá un grupo de ancianos bailando la danza de los viejitos, todos habitando un espacio incierto, pantanoso, dirigidos por la promesa de algo más, de un vivir mejor que es como vivir sin la necesidad de hacer algo para arrebatar el sentimiento de esperanza de nuestros cogotes. Nunca aprenderemos. Siempre aprendemos algo nuevo. México el enchiloso, el enchilado y encabronado, el que te mira de reojo o te mira de frente pero siempre esquiva sus verdaderas intenciones. México al que no le importa nada pero es por eso que le importa todo, la pícara y adusta señora de los treinta que se emborracha con la mirada blanda de los comensales mientras aúlla un buen mariachi para celebrar los derroteros de su corazón. México el que embaraza a sus hijos y los hace vivir en la perpetua resistencia. México y sus miserias como panes y hambrunas recibidas con sonrisas tenues y disgustos escupidos frente a la cámara para el noticiero de las diez, México y sus riquezas fotografiadas y retocadas para folletos de hoteles resort, México y sus noches como manteles de luces. México y su sangre, México donde el amor es un acto de supervivencia. México el encobijado, el amordazado, el desmembrado, embotado, amartillado, descuartizado, bañado en ácido, México el que se pone medieval cuando le dicta oficial sentencia de muerte a alguien que siempre estuvo en el lugar y tiempo equivocados, México el arrojado a canales y desfiladeros, barrancos y depósitos de basura, México el que deja de respirar mientras grita un chinga tu madre, México el que desaparece las miradas, el silencioso, el aquí no pasa nada, aquí pasa de todo. México la viejita que llora la pérdida de su hijo, México el niño que juega pelota con un trapo hecho bola de esperanza, México el que acomoda a sus seres humanos donde quepan, donde puedan, donde averigüen si pueden caber en este vasto mundo lleno de senderos inciertos. México el de las castas milenarias, las fórmulas extranjeras, los remedios caseros, México la comezón de los doscientos años, la libertad sintetizada en la imagen del grito de Dolores en una lámina para periódico mural, México el desdentado, el poeta en su coraza de sal y lengua tardía, el peso aletargante de la tradición, México el que narra sus puntadas y desaveniencas con el gusto de un buen puro fumado a las once de la noche, mientras las miradas se ocultan levemente bajo los párpados y se dejan arrullar por el dulce sonido de una voz que siempre se siente ancestral, México el dos que son tres que son nueve que son todos los méxicos en uno, México y el sueño guajiro de que esto es verdad. México el del norte, México el del sur, México y sus resquebrajados y pintorescos puntos cardinales, allá un puerto acá un portal para escuadrones de la muerte y la vida fácil de una casa en Logan Heights y un contrato semanal para llevarse a alguien “al otro lado.” México empresarial, de mocasines Prada y salas de conferencias en hoteles de cinco diamantes, México el de las estrategias desplegadas en presentaciones de power point, las edecanes listas con el café y el señor de las mancuernillas plateadas listo para iniciar negocios turbios con el tipo de la sonrisa siniestra, México el de los otros cuartos de hotel donde se despliegan los fajos de dólares en una maleta que todos deseamos. México el que siempre sueña con los ojos abiertos, el que lamenta cuando olvida prevenir. México el invertido, sus ídolos la representación de una fantasmagórica psique de miedos, obsesiones y dudas. México el que siempre se siente perseguido, el que siempre tiene una cola que le pisen, esqueletos en el clóset, México el circular, el que repite su historia, blanquiazul o verderojoyblanca, rojiza y ruborizada, una niña gordita que se apena porque el señor de los dulces se le quedó viendo cuando pidió otra bola de nieve para su cono, México el indeciso, México el por siempre en tiempos decisivos, México el desafiado, el siempre fiel, como perro, como chucho de cola juguetona que con todos quiere y con todos se acuesta. México el que jamás se autocritica pero siempre se autoflagela, mentiroso México, México el siempre auténtico, el cien por ciento agave, el genuino, el baratero, el pirata y el del as bajo la manga. México el de todos. El México que todos queremos. Ver muerto.