Sobre por qué cocinar nos hace gays a los hombres.
Cocinar nos hace gays, al parecer, y ser gay es un pecado. Sobre todo si se trata de una buena carne asada.
No hay nada más gay que preparar una buena carne asada.
Después de subir hasta la cima de un cerro con el ternero que decidiste sacrificar para el festín de esa tarde, lo más gay del mundo es pegarle un tiro en la cabeza al pobre animal, destriparlo, sacarle la boñiga, arrancarle el pellejo, filetearlo, colgar cada pedazo en un gancho para que se oree un poco (porque a los gays les encanta el olor de la sangre cruda en las manos, o el denso ambiente en el establo, y es mejor que se oree la carne fresca del animal porque todo lo fresco es gay, ¿cierto?), lavarlo hasta que quede rechinando de limpio, luego salarlo un poco, hacer cortes finos (a los gays les encanta todo lo fino), salir al patio, arrojar la bolsa de carbón al asador, mancharte las manos (súper gay) y limpiarlas con tu camisa favorita (probablemente la de una banda muy pero muy gay, como Metallica, Motley Crue, o si no eres tan gay, The Cure) humedecer el carbón con líquido para encenderlo, arrojar un cerillo de la manera más gaymente delicada para que llegue al centro de esos carbones apilados que forman una buena hoguera de llamas salvajes, esperar a que los carbones ardan (¡uf! ¡hot! ¡qué gay!), bajar lentamente la parrilla, frotar (¡Ooooh, sexy gay!) media cebolla en esa parrilla, dejar caer los filetes (no tengo palabras para describir qué tan gay es eso), esperar unos 4 minutos, en los cuales puedes entablar una charla con tus amigos, hermanos, hijos, sobrinos, sobre cosas increíblemente gays, tales como...
el tráfico, el clima y la escuela, (en ese orden),
el espacio exterior y sus derivados, el tiempo y la muerte,
las obligaciones fiscales y el significado que éstas tienen para la clase media mexicana,
el último partido del deporte favorito consensuado por todos los presentes,
las peripecias mega misóginas de aquel político que una vez fue tu vecino y ahora, en plena función gubernamental, lo agarraron con las manos en la masa de ese su secretario asistente (masa = pene), al que ya le ha hincado el diente un par de veces --con suma discreción-- en el hotel de paso a las afueras de la ciudad, y que ahora dirige una de las campañas más fuertes en apoyo a los valores de la familia y el bienestar de las personas de piel blanca y alergias,
otra vez la muerte, pero ahora relacionada con la enfermedad de terceros y parientes lejanos,
los valores, y sobre cómo hacen falta, sobre todo en tiempos pre-electorales,
la diplomacia detrás de la elección del trozo de carne que comerás al momento de sentarse a la mesa, así como los modos más adecuados para cocinar un buen filete,
la modelo de moda, (plática sospechosa en medio de ese acto súper gay en el que te hallas envuelto, que muchos opinan que lo haces para aparentar ser un no-gay),
... y después de los cuatro minutos, voltear la carne, todo esto mientras degustas de la más gay de las cervezas: Tecate Light. Ya saben, por lo del peso, o por aquello de que te sientes muy pesado si te tomas más de doce latas.
Una vez terminado ese gaysisisisisísimo ritual llamado asar la carne, le pides a la mujer o mujeres invitadas que realicen la más lesbiana de las acciones: picar la carne. Ustedes saben, picar es equivalente al picoteo lesbiano, a ese parloteo machorrón de las mujeres que platican mientras blanden un enorme cuchillo y terminan de preparar los otros aditamentos del decadente festín gay: el guacamole y la salsa. Todos sabemos que no hay nada más gay en este mundo que hacer una salsa enchilosa. Mmmmmm. Chile. Mientras más chiles, más rico.
(Bola de depravados).
Concluida la fase preparativa, podrás sentarte en una mesa con tus seres más queridos y apreciados, esperar un tiempo sensible para selfies y fotos de grupo, postearlas inmediatamente en Facebook, tomarse todos de la mano, y de la manera más gay pero arrepentida posible, rezar un acto de contrición:
Señor mío, Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, me pesa de todo corazón haber cometido el pecado de ser un gay que cayó rendido ante la seductora acción de asar carne, porque he merecido el infierno que arde en las llamas del asador, y por ello he perdido el cielo, sobre todo porque te ofendí a Tí, que eres bondad infinita, a quien amo por sobre todas las cosas, pero sobre todo porque me ayudaste a cazar a esa ternera que esta tarde sirve para alimentarnos y olvidar un poco lo gay que somos.
Propongo firmemente, con tu gracia, enmendarme y evitar las ocasiones de pecado, eligiendo mejor que otros cocineros sean gays y nos cocinen en los restaurantes de carnes más reconocidos de la ciudad, confesarme y cumplir la penitencia. Confío que me perdonarás por tu infinita misericordia.
Amén.