25.4.06

Para la presentación de la exposición realizada el pasado viernes, 21 de abril, en La Casa de la Tía Tina:
El Salón de la Infamia

La categoría de “lo feo” o “lo malo” en el arte es el inverso de lo que generalmente se aspira encontrar en una obra. Sin embargo, en el arte contemporáneo, ha sido la manera con la que comúnmente se juzga el trabajo de un artista.

Históricamente, la categoría de “lo feo” –no necesariamente contraria a “lo bello”—estaba relacionada con el imaginario de lo grotesco. Las pinturas, grabados y dibujos de artistas de Blake y de Goya, se distinguían por la presentación de seres deformes, antropomorfos, de personajes con los rasgos exagerados, queriendo producir ya sea una sátira o una denuncia del comportamiento humano, sus deseos, sus impulsos “grotescos”. Las obras eran feas a propósito.

Por otro lado, una obra mala era aquella en la que la obra de un artista reflejaba pobreza de habilidad o destreza técnica. Aquel que no pudiera representar la realidad lo más fielmente posible, era considerado un artista mediocre. En ese sentido, Monet, Cézanne y Picasso llegaron a considerarse pintores malos. Por consiguiente, se decía que su pintura era fea.

Esta exposición no quiere presentar ninguna de las dos cosas, ni una demostración de pintura mal ejecutada, ni una presentación del imaginario grotesco mexicalense. Aunque es posible que muchas de las obras tengan estas características.

Ya que en el arte contemporáneo, al redefinirse la categoría de lo bello, se replantea el modo como percibimos, y como valoramos una obra. Cuando la finalidad ya no es la de demostrar una habilidad manual de ejecución plástica, y cuando el entorno produce fealdades fácilmente superables por el arte, el campo se abre para que el juicio estético se nuble, se confunda.

El Salón de la Infamia es un intento por revertir y poner en evidencia nuestra capacidad para juzgar obras de arte. Asimismo, es una manera de purgar la creación artística de las últimas décadas.

El proyecto se divide en tres partes. Primero, se seleccionó y/o se convocó a distintos artistas de la comunidad, de distintas generaciones, para que nos proporcionaran lo que ellos consideraban un ejemplo de su peor obra. En mayor o menor grado, esto los llevó a reflexionar sobre un criterio que pocas veces se toma en cuenta: si normalmente presentas lo mejor de tu obra, ¿qué sucede cuando se te solicita lo peor? ¿qué criterios maneja un artista para decidir qué es “lo peor” que ha hecho? ¿una obra mal resuelta, una obra no terminada, un trabajo francamente malo o feo? Cada artista propuso su criterio y otorgó la obra para exposición.

La segunda parte consiste en presentar las obras al público, en este espacio, simulándose como una suerte de “anti-Bienal”. El espectador se enfrenta lo peor del arte local. En el mejor de los casos, esto invita a que el espectador reflexione sobre sus propios juicios estéticos. Si normalmente acudo a una bienal a ver lo mejor y lo más representativo del arte, ¿qué ocurre cuando se me presenta lo peor, lo menos representativo? ¿no surgen acaso los mismos criterios de apreciación? ¿cómo sé que lo que he visto en una bienal no ha sido juzgado del mismo modo por mí?

La tercera parte consiste en una selección. Un jurado específicamente no calificado señalará cuál de todas estas obras recibirá el premio a “La Peor obra de arte”. El resultado de dicha proclama culminará con un ritual de purificación: la obra será destruida en público. De este modo, habiendo “purgado” aquello que los mismos artistas consideran sus peores obras, la producción artística de nuestra comunidad puede comenzar de nuevo, y de alguna manera renacer.

Más que una burla, se trata de un ejercicio sistemático y ritualístico de saldar cuentas con el mundo del arte y el público en general. Asimismo, puede verse como una crítica a los procesos de selección y apreciación que las instituciones otorgan, al denominar a través de bienales y concursos “la mejor obra”. El Salón de la Infamia nos demuestra que los criterios para denominar lo mejor y lo peor son sumamente arbitrarios.