23.12.09

Mensaje (no tradicional) para esta navidad y año venidero.



Sobre los actos aleatorios
de bondad subversiva que
propongo
para estas fiestas decembrinas.




¿Qué es la bondad? ¿Es el júbilo que se produce cuando el otro siente que tus actos son desinteresados? ¿Es el júbilo como tal? ¿Qué no se supone que deberíamos ser bondadosos en estas fechas?

Esos son parámetros judeocristianos, esto es, pensar que en estas fechas nosotros debemos difundir un espíritu de buenaventura para el prójimo es algo arraigadísimo en nuestra historia, que, pues, en realidad debe estar acompañándonos toda la vida. Ya que, no obstante, supongamos que nos unimos a todo el jolgorio de las fiestas decembrinas, nos dejamos llevar por esa vibra medio melancolicosa y vemos a cuanto hijo de vecino se pone frente a nosotros y le mostramos una sonrisa. De perdida una sonrisa; de perdida esa sonrisa interna que te hace pensar, no sé, en Beltrán Leyva y su familia, o en el arbolito de navidad que le ganaste al señor del abrigote anaranjado que lo hacía ver como una monstruosa mandarina. De perdida hay que pensar en el otro. Darle el paso cuando manejas, perder el rumbo junto al anciano que camina de una esquina a otra, no quejarse cuando ves que la persona que te cobra el coctel de elote (que es la misma que prepara el coctel de elote) tiene incrustada una cantidad heroica de mugre en las uñas.


Quizás la bondad es dejar que lo otro sea, tal cual, sin tapujos ni consideraciones personales, sin fobias ni resistencias. Quizá la bondad es algo que nos debemos permitir.

Pero igualmente, la bondad tiene muchos matices. No se trata de ser cien por ciento condescendientes con las personas y situaciones que te rodean. Ser bondadoso no es dejar que el otro, en su pensamiento y sus acciones, sea conchudo, rencoroso, aprovechado, oportunista y sobre todo flojo y débil. La bondad también puede traducirse en acciones que puedan por lo menos empujar un poquito las fibras que mantienen al otro cómodo en su diván de realidades confortables; y no se hace con odio, se hace con aquello que forma parte de las dos grandes decisiones en la vida: con amor.

Porque la segunda y más arraigada opción es el miedo. Bill Hicks, en una de sus rutinas, dijo que la vida se reduce a dos grandes decisiones: o la aproximas con miedo o la aproximas con amor. Cualquiera de las dos opciones es la que esboza el viaje que emprenderás en esta tierra. O permites que el miedo forme todas las preconcepciones y prejuicios que te permitan sobrellevar las realidades sociales desde una perspectiva de “seguridad,” o permites que el amor te produzca la intuición y sensibilidad suficientes como para ver más allá de lo que la realidad social te depara.

porque a fin de cuentas la ignorancia será la felicidad, pero también difunde el miedo, y el miedo es el que te lleva a temer por la seguridad de tu familia, y te encierras con miles de candados en tu casa, lloriqueas con el perro cada vez que se escucha un cohete en la calle, te persignas cada vez que lees en el periódico sobre otro accidente automovilístico, tiras esa miradilla a los cielos cuando lees o escuchas las declaraciones insulsas del líder político en turno, pierdes la esperanza a alguna redención o paz cuando te enfrentas diariamente a la impunidad que se vive en este país, y platicas con los amigos, familiares lejanos y vecinos sobre la problemática de la violencia, la perversión y decadencia de la comunidad, y difundes a propios y extraños una filosofía del miedo que sólo trae como consecuencia un viaje por la vida aterrorizado, que también trae como consecuencia que aterrorizas a los demás, a tu prójimo, al policía que te detiene en la calle, a la vecina que se encierra en su casa llena de crucifijos, a los sacerdotes que anuncian el diezmo en las pantallas luminosas colocadas en la fila hacia la garita, mientras que en sus sermones difunden ese mismo miedo que no nos libera sino que nos atosiga, nos angustia y, finalmente, en realidad no nos deja vivir.

En cambio, y aunque esto suene cursi, ñoño o espeluznante para dos que tres seres pensantes demasiado cínicos e inmersos en sus discursos rimbombantes de academia barata (que también son otro rebaño de temerosos que aspiran a la buena zanahoria carrerística del poder “intelectual”, contradiciendo todo lo que en realidad se sostiene por intelectualismo), es a través del amor donde podemos generar un cambio.

Un cambio. Vaya palabreja que nos tiene anonadados desde hace quién sabe cuántas décadas. Asegún mis asegunes, vamos a cumplir doscientos años desde las dos veces que nuestro país ha buscado un cambio.

Pero sí, el cambio está en el amor. Y se trata de un amor bondadoso, generoso, que pone las dos mejillas y pierde su tiempo en las historias y tristezas del otro, el que lucha igual que tú por entenderse un poco en este mundo. Un amor bondadoso mas no un amor que simplemente da, desinteresadamente, al interesado. Porque como dije antes, la bondad no necesariamente es una dádiva. También puede ser un arma que dota al otro de herramientas para comprenderse mejor en este mundo. Y eso quizás puede doler, o puede confundir, o puede generar una resistencia, pero a fin de cuentas, lo que logra es una posible transformación. Y toda transformación es mil veces mejor que una condición estática de miedo y confort.

¿A qué me estoy refiriendo? A la que puede suscitar las siguientes acciones aleatorias de bondad, realizables en, o precisamente debido a, estas fechas:

1. Regálale flores a una mujer indigente, de las que cargan con sus hijos a cuestas; no unas monedas, nada de vales de despensa o sobras de comida. Un ramo de flores. Lo que creo que más le importa a esta mujer es sentirse bonita, sentirse mujer, sentirse real, sentirse con voz y voto en este mundo. Esto puede ser cualquier día del año.

2. Compren un libro de poemas. O escojan un libro que ya tengan en sus libreros. Nada muy romántico, nada muy cursi ni cliché. Algo de Pessoa, de Paz, algo de los contemporáneos, o quizá Calderón de la Barca. Déjenlo en un parque, en un asiento del camión, en un estante de OXXO, en la casa donde fue la posada o donde será la postfiesta navideña. A ver qué pasa. Nunca lo sabrás, pero la persona que se quede con ese libro lo sabrá para toda la vida.

3. Platica largo y tendido con esa persona que conoces desde hace años y con la cual has intercambiado poco menos de un “gracias,” y “con permiso.” La cajera, el taxista, la muchacha de las tortas, el periodiquero, el que siempre te encuentras en la esquina pidiéndote cinco pesos por unos chicles. Esa persona ha estado en tu vida mucho tiempo, y ni siquiera te has dado la tarea de averiguar qué onda con sus hijos, sus estudios, sus aspiraciones, su postura política. Es más fácil que te valga madre a que lo introduzcas en tus experiencias.

4. Esta es una acción más compleja. Si acaso eres detenido en la calle por un policía que, con el afán de “hacer su trabajo,” decide casi arbitrariamente detenerte porque, aun cuando no has cometido una infracción, sí tienes un carro quizá bonito o un semblante no de maloso sino de lanudo, aparte de que tienes un poquito de aliento alcohólico y, pues, la indicación de este terror policíaco que vivimos en Mexicali es no averiguar, dejar el sentido común a un lado y mandarte directamente a la comisaría, si acaso llegas a pasar por esta circunstancia, ¿por qué no dialogas con el policía? No se trata de alegar con él o ella, sino de dialogar, preguntarle qué opina de estas disposiciones, qué opina de cómo, mientras ellos se dedican a cuidar que nosotros no cometamos la bien común estupidez de chocar, siempre un cuidado fallido, allá, en las colonias, en los barrios, suceden barbaridades para las cuales ellos no tienen los elementos ni las disposiciones para resolverlas: ancianos asaltados, niñas o niños violados, violencia doméstica, robos sistemáticos a casas de la vecindad, picaderos y demás bellezas de problemática urbana. Pregúntenles si no preferirían resolver estas problemáticas, y pregúntenles cómo se sienten de estar perdiendo el tiempo en retenes donde el único propósito (aparentemente) no es la seguridad (ya que prácticamente te están diciendo, mexicalense, que eres demasiado estúpido como para asumir tu propia responsabilidad al conducir), sino la posibilidad de agenciarte esa multita de más de dos mil pesos si vienes con aliento alcohólico.

5. Juega con los niños. Deja que tengan accidentes, que se queden solos un rato, que miren las estrellas, puedes incluso verlas con ellos. Regálales no lo que piden sino lo que tú quisieras darles. Enséñales un chiste colorado. Déjalos respirar. Déjalos solos un rato. Que se vuelquen en toda la experiencia individual del día de navidad, deja que lo vivan con ocio. La única condición es que no prendas por ningún motivo la televisión.

6. Baila en los corredores de las tiendas departamentales y las wal marts de este mundo. Por lo menos, ayudarás a que el resto de las personas se den cuenta de la cara de pánico que tienen por estar comprando como si fuera el fin del mundo.

7. Habla con tu vecina la católica sobre Jesús. Pregúntale qué cree ella que él opinaría sobre el aborto, sobre el matrimonio gay; pregúntale si está consciente de que Jesús se encabronaría con el 95% de las cosas que la iglesia sostiene en nombre de él, pregúntale si en realidad ha leído bien el Nuevo Testamento. Siéntate con ella e interpreten el libro juntos. Indícale en qué partes Jesucristo en realidad se mostraba como un rebelde anti establishment que sostenía muchas de las cosas que ahora la Iglesia reprueba. Pregúntale si estaría dispuesta a adoptar un niño nacido de una niña que fue violada. O si adoptaría a un niño cuya madre es adicta al cristal. Averigua en realidad a qué le tiene miedo, porque probablemente saldrán a relucir tus propios miedos, y podrás descubrir que el amor es más que una cosa bonita que se le dice al otro. El amor es una poderosa herramienta de transformación. Y si, en esta navidad, nosotros nos diéramos cuenta de esto, es muy probable que las cosas, ahora sí, realmente cambien en 2010.