21.9.07

Para todos aquellos que anoche asistieron a la presentación del proyecto de Ismael Castro "Por los caminos del guardián" en el Velouria, les ofrezco una disculpa. El texto era largo, y el contexto no se prestaba para hacer lectura del mismo. No obstante, creí pertinente hacerlo, primero, porque considero que es un proyecto valioso; segundo, porque pocas veces tengo oportunidad de hablar en público sobre cosas que me apasionan (siempre hablo sobre cosas que me apasionan, es sólo que me emociono cuando hay un público de por medio), y tercero, porque forma parte de una constante discusión sobre el tema con el mismo Ismael.
Para efectos meramente comunicativos, posteo el texto.

¿Cuál es el procedimiento para ratificar a un héroe? ¿Cómo ingresa a la historia? ¿A través de qué mecanismos de legitimación podemos nosotros asegurarnos de que la persona que veneramos tiene el “sello de calidad” de una cultura, de una sociedad?

Cuando pienso en un héroe, en estos momentos, pienso en El Lupón. Pienso en esa figurilla que lentamente ingresa al diálogo interno que la comunidad mexicalense tiene consigo misma, y en la manera como Ismael Castro detectó el proceso de inclusión. Pienso en las maneras como, por medio del rescate antropológico-cultural, podemos llamar atención a las personalidades sombrías de una ciudad sin ecos, que muy lentamente bifurca el significado de sus gestos.

El gesto del Lupón nunca es incierto. Siempre que nos encomendamos a él, breves milagros en forma de favores llegan a nuestras manos. Es un tierno secreto a voces que cada vez se convierte más en un verdadero icono regional.

No tengo una idea clara de cómo surgió El Lupón a la conciencia colectiva local, ni siquiera tengo idea clara sobre si este personaje existió o no. Poca certeza tenemos hoy en día sobre las cosas que “existen”, en un mundo de fantasmagorías y realidades virtuales más sanas, más propositivas, más arriesgadas, más reales, vaya, que la realidad misma.

Lo que sí sé es que la figura del Lupón fue rescatada por el ojo y la sensibilidad del artista. No por la mirada inciertamente artera y ratificadora del investigador, ni mucho menos por las manos ajenas del antropólogo o estudioso de culturas latinoamericanas que nace de las academias gringas y se dan una palmada en los hombros cada vez que “descubren” un “fenónemo” cultural “exótico”. La labor de rescate que realizó Ismael Castro con este proyecto es una labor de revelación también: una revelación sobre los significados del culto y la idolatría posmodernas.

Reproducir los atisbos que genera la cultura popular desde la mano del artista es una labor más sensible de lo que imaginan. Porque no se trata de usar los significados que en la cultura popular contiene en un personaje como El Lupón, para beneficio del artista; de lo que se trata es de venerar mientras se analiza, reconocer mientras se reproduce, indicar lo que no ha sido indicado, revestir de implementos estéticos aquello que pervive casi exclusivamente en los ojos del pueblo.

Un creador auténtico de altares, de medallas, de cartitas con plegarias, esto es, una persona que no tiene interés por encontrar aspectos de índole estético en una figura venerable, tiene un interés que nace de la creencia. Una persona que en las calles pinta una imagen del Lupón a las afueras de su taller mecánico procede de manera distinta a la de Ismael Castro. Esa persona pinta dicha imagen, se pone el escapulario, frota la tarjetilla con la plegaria, enciende las veladoras, edifica los altares, porque cree en las posibilidades de liberación y de milagro que tiene una figura productora de milagros. Preguntémonos si Ismael Castro cree en El Lupón.

Yo creo que sí.

Y a la vez creo que no. Y a la vez creo que no importa. Sin embargo, es posible que el interés que Ismael Castro tuvo para la reproducción, instauración y posible ratificación de una figura de la cultura popular en el ámbito de las artes, sea el resultado de una labor de amor. Y no dudaría que así lo es. Que la labor de rescate, de encuentro y reencuentro con las posibilidades comunicativas de una figura que es reconocida en la cultura popular cachanilla como un verdadero santo de los migrantes, nace del amor. No sé si es el amor por la cultura popular o si es el amor por la figura. Puede que sean las dos cosas. Pero dudo que no sea ninguna.

¿Es acaso ninguna, Ismael?

Es un caso inusitado en el ámbito de las artes: usar un icono popular para fines estrictamente artísticos. No. No es cierto. En realidad, todo mundo lo hace, de lo contrario, la Virgen de Guadalupe no fuera reproducida con la misma urgencia iconoclasta con la que se inventan versiones de Coca Cola. En realidad, se trata de una de las principales actividades que ha realizado el artista desde tiempo inmemorial: representar a los ídolos, situarlos en sus marcos respectivos, dotarlos de significado simbólico, presentarlos con todos los aditamentos icónicos que permitan una comunicación generalizada del sentido que tiene la imagen. Sucedió con Jesucristo. De lo contrario, el mundo no tuviera una imagen de Jesús que no lo prefigure con un semblante digno de caballero inglés con barba. Sucedió con todos los santos, sucede hoy en día con figuras como Jesús Malverde. ¿Quién ratificó en la historia a Jesús Malverde? ¿Qué instancia legitimadora ha investigado los orígenes auténticos de esa figura que tan malamente hace paralelo con este otro, más tierno, más genuino santo de nuestras tierras fronterizas?

El Lupón ni es hippie ni es Jesucristo, pero sí se trata de un ídolo. (Probablemente le caían mal los hippies, y por otro lado, probablemente le caía bien Jesús. Dicen que era un tipo muy claro en sus piensos.) El problema que detectó Ismael fue que este ídolo no tenía claramente distribuida su imagen, su presencia: estaba enterrado en el habla sin eco de los cachanillas; era como si se perdiera en la arena, sin dejar rastro. Entre dimes y diretes, entre voces y relatos orales, Ismael encontró un camino para realizar la actividad artística de trabajar con la imagen de un ídolo popular, con miras a generar, o mejor dicho, reproducir como era debido, toda la parafernalia que acompaña a los santos, locales, nacionales, universales. Y al rescatar la imagen, al producir todas estas tarjetas, al encontrarse con las canciones populares que anuncian su nombre y sus milagros, al investigar los relatos orales que perviven en la conciencia cultural del entorno, Ismael se convierte en el ratificador de la presencia de un héroe, al tiempo que legitima dicha presencia.