2.7.12



Desobedecer

¿Qué significa desobedecer? Es implantar una intransigencia encima de otra. Consiste en no seguir la línea, por conveniencia o necesidad, por capricho o por deferencia a las incitaciones de otro(s). Consiste en girar a la izquierda, a la derecha, brincar cuando te piden estar quieto, abrir el hocico cuando te piden que te calles, bailar en misa, gritar en los aeropuertos, internarte en el bosque, escuchar las reglas para luego hacer lo que consideras es lo mejor para ti, sin dañar al prójimo, caminar en línea recta cuando el camino es sinuoso, correr por tu vida, tirarte en el suelo y simplemente dejar de actuar, desaparecer por completo, rayar las paredes y los cuadernos, traspasar el tejido del orden social y hacer lo indecible, lo innombrable (sin pervertir las acciones para beneficio o placer meramente individual) dejar de jugar al juego de la vida porque la vida de pronto se descompuso, o simplemente porque ya, había que desobedecer.

La desobediencia es más natural de lo que imaginamos. Forma parte de la urdimbre social y natural de nuestro entorno. Los perros desobedecen, igual las plantas cuando deciden solas su rumbo, por más rumbo que quiera darle un jardinero. El viento es desobediente, igual un loco en la calle que decide hablar solo y resolver el acertijo del universo sin que nadie se dé cuenta, igual un grupo de personas que deciden no quedarse quietos ante X o Y circunstancia. Los hijos de la vecina, el empleado encabronado, el país oprimido, la gente que espera en las filas por más de tres horas, la señora que rompe con su dieta y se come de tres bocados un buen pedazo de pastel. Desobedecemos por necesidad, por impulso, por instinto. Y desobedecemos, cuando nos presionan.

El ser humano está constituido para desobedecer. Si se acatara todo el tiempo a las órdenes, a un mandato, una regla, un requisito, les puedo asegurar que el progreso de nuestra especie hubiera sido mucho más lento. Probablemente estaríamos todavía viviendo en cabañas, cosiendo nuestra propia ropa y muriendo de tuberculosis o de peste negra, atribuyéndole nuestros destinos a un orden inamovible.  La desobediencia, prima de la razón y hermana de la imaginación, es motor de la historia. Recuerdo con claridad el día en que mi amigo Jaime y yo comenzamos a tocar música propia en nuestros instrumentos. Decidimos seguir impulsos que rompían con las reglas. "Así no se hace," le dijo otro amigo a Jaime, refiriéndose a cómo tocaba ciertos acordes en la guitarra. "Pues no se hace así, pero suena bien chingón," respondió. Desobedecer, por lo tanto, es el acto consecuente al momento en que la imaginación descubre otras posibilidades. Muchas veces, la mayoría de las veces, estas posibilidades no son aprobadas por la mayoría. Por eso la desobediencia se siente como una ampolla en el dedo de todos los que se portan bien, o los que sostienen cínicamente un orden establecido a expensas de los otros.

Desobedecemos, a veces, por gusto, porque resulta ser un desafío para el cuerpo, la mente, los nervios y el intelecto, no seguir las reglas, o no estar de acuerdo con ellas. Nos dicen que siempre y cuando se hagan con responsabilidad y civilidad, siempre y cuando no hagas daño al prójimo, prácticamente puedes hacer lo que te dé tu regalada gana. Puedes desobedecer, esa siempre es una opción. Desobedecemos, la mayoría de las veces, repito, porque el orden se volvió intransigente, y hay que ser intransigente con éste, ya que nosotros vamos hacia enfrente y ahí se encuentra un muro altísimo, extendido infinitamente hacia un lado y otro, y por supuesto que lo puedes saltar, pero de pronto alguien se acerca (esa persona siempre trae un bigotito como de caballero inglés del siglo XIX) y te dice: “disculpe, pero no se puede saltar esta pared.” ¿Ustedes qué harían? Mucha gente decidiría quedarse ahí, sentada, sin hacer nada y esperando que el tiempo los desaparezca. Armarían su casita y recibirán a todos los que llegan con la misma noticia: no te puedes saltar la pared. Otros buscarán negociar siniestramente con el señor del bigotito, para encontrar una salida fácil. Pero otros más, los necios, los desobedientes, hacen caso omiso de las indicaciones de este sujeto y simplemente saltan. Al otro lado de la pared, el camino sigue.